Cap. 9 - Día 30 - Rompiendo las Reglas

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Audiolibro disponible en YouTube:

https://youtu.be/RVibrT-jqrk

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— ¡Soldados! ¡Hoy marcharemos hacia la batalla, llevando honor y victoria a la humanidad, a la santa Terra y al Emperador. Hoy daremos descanso eterno a los caídos, y vengaremos sus muertes en su nombre! ¡ ¡Alzad sus espadas y sus bolters. Porque hoy daremos inicio a la cruzada Calixus! ¡MUERTE AL SUCIO XENO Y ENEMIGO DE LA HUMANIDAD! ¡ALABADO SEA EL EMPERADOR!

Las palabras del mariscal Werhner aún resuenan en mi cabeza. Incluso siendo escuchadas tras la neutralidad de los altavoces, podía sentir ese temple inamovible y una gran fortaleza emanar de su ser. Si un soldado no logra inspirarse con un discurso así, entonces nada lo hará.

Han pasado 3 días desde que partimos del mundo colmena Manfi, y nos adentramos al interior de la disformidad. La luz del Emperador ahora es todo lo que nos guía por este mal caótico, lleno de peligros que ninguna de nuestras mentes es capaz de imaginar. Como comisario y oficial de más de un cuarto de millón, hay muchas cosas que conozco, que bajo ningún concepto puedo revelarme a mis hombres o caerían en la locura. Así como soy conscientes, que hay muchas otras cosas que mis superiores no pueden revelarme por igual motivo.

Realmente, sigo llamando a esta bitácora por días, aunque no es que en el espacio exista algo similar, solo el transcurso infinito de los segundos. Así tal cual que cada planeta tiene su propio sistema horario. Sin embargo, cuento mi existencia en esta realidad por el reloj que porto en mi brazo, el cual está configurado con el sistema horario de Cantus. El reloj que el general Purchok me regaló por mi segundo año de estadía en el planeta.

Mi sorpresa fue colosal, cuando llegué al buque de guerra Lanza que transportaba a mi regimiento. Tan pronto puse un pie en la plataforma, pregunté por el oficial al mando dejando en todos una mirada de sorpresa claramente visible. Por un momento pensé que había dicho algo erróneo, y desgraciadamente, no veía a ningún rostro conocido al cual pudiese preguntarle. Solo soldados e ingenieros que no conocía y me miraban con confusión. Hasta que uno de ellos se acercó. Un sargento. Y con tono tembloroso respondió mi pregunta. Pero esa es una respuesta para la cual no estaba psicológicamente preparado.

¨Nos informaron que usted sería el nuevo oficial al mando.¨

Supongo que no pude ocultar mi sorpresa, pues la forma en que ellos reaccionaron, me dio a entender que expresé mi asombro con gran fervor en mi rostro. Tuve que suspirar con pesar mientras frotaba mis ojos para poder calmar mis temores. Si antes me sentía abrumado por estar al mando de unos cien mil hombres, los nuevos reportes casi me obligan a tomar antidepresivos.

Más de doscientos mil soldados bajo mi cargo directo. Los cuales se incorporaron a los ya existentes de las fuerzas de Manfi. Se que un cuarto de millón es un número insignificante para esta cruzada, pero para un solo hombre era abrumador. Lo único que puedo agradecer es la presencia de Crosta y Murphy, aunque ambos estaban tan abrumados como yo, pues sus destacamentos también habían crecido exponencialmente, aunque desconocían el motivo. Y no solo eso.

Ochenta Sentinels. Cuarenta tanques Leman Russ de diferentes categorías, Treinta Basilisk, Doce Hydras. Todos, con sus respectivos regimientos de apoyo, técnicos y oficiales. Para no contar todos los equipos pesados, ametralladoras, lanzacohetes y equipos médicos.

Tuve que ponerme en contacto con el coronel Tairon tan pronto posible para saber el repentino cambio, pero él estaba tan desinformado como yo, luchando en una situación similar. Pues según sus palabras, su mundo natal Krieg, respondió al llamado de la cruzada con seis divisiones enteras. Todas bajo su cargo. Fue entonces que realmente vi a mi grupo como algo insignificante.

Aun así, ninguno de los dos pudimos descifrar el porqué de tal decisión. La teoría que ambos defendíamos, era nuestra experiencia previa con este grupo de pieles verdes. O en su defecto, la carencia de oficiales confiables. Tal vez alguien allá arriba en los altos mandos prefiera oficiales que ya hayan pisado el campo de batalla. Aun al final, todo son especulaciones sin fundamento.

Al menos fue un alivio saber que solo las tropas terrestres estarían bajo mi comando. La nave y su tripulación estarían bajo el mando del Capitán Hanoviz, el cual estoy seguro que es superior a mi en la escala jerárquica. O eso quiero creer, pues no estoy dispuesto a aprender en menos de una semana todas las estrategias espaciales antes de llegar a nuestro destino.

Al menos ahora, que ya todo está listo y no puedo hacer nada más que redactar informes puedo darme algo de tiempo para mí mismo. Poder descansar lo que mi nerviosismo y ansiedad me permitiese, y darme el tiempo para que mis comidas sean más amenas junto a mis tropas, y no encerrado en mi camarote rodeado de informes.

Aun recuerdo la cara de ese recluta de las reservas cuando me senté a su lado. Realmente no lo había visto, pero dado que Mason estaba en la misma mesa, decidí sentarme a su lado, ignorando la presencia del novato ocupando el asiento aledaño al espacio vacío.

—¡C-c-c-comisario en cubierta!

A veces suelo olvidar con facilidad el peso de mi uniforme. Estar tanto tiempo siendo tratado como un igual en Cantus me hizo sentirme como uno más dentro del grupo. Si, yo estaba al mando, pero esos aires de grandeza que ese mocoso recién graduado de la Escuela Proginium mostraba fueron disipados con años de trabajo y paz. Pero para estos novatos no.

Los comedores de una nave son colosales. No se con exactitud la capacidad de comensales posibles al mismo tiempo, pero si tuviese que adivinar, seguro serían unos cien mil o poco más de bocas masticando al mismo tiempo. En silencio. Mientras los servidores y esos... oficiales de disciplina patrullaban por los pasillos.

Sin embargo, tan pronto el grito del recluta se esparció por el inconfundible silencio, cada soldado presente se puso de pie, en firme militar, con excepción de las milicias de Cantus, los cuales miraban a todos lados tan asombrados como yo. Yo tuve que mirar a Mason para saber qué estaba pasando, pero él estaba tan confundido como yo, así como Erik y Henry, los cuales estaban sentados frente a mi en la misma mesa.

Me avergüenza admitir que incluso miré alrededor buscando a ese oficial tan importante que había hecho que cada soldado dejase de comer, solo para descubrir, qué se refería a mi.

—Eh... Descanse soldado... Puede seguir comiendo.

Aun recuerdo la cara del joven de sorpresa, como si lo que le hubiese dicho fuese algo inaudito. El joven incluso miró a otro soldado, tal vez el sargento de su unidad para comprobar mis palabras, pero estaba tan asombrado como él.

Poco a poco, los soldados fueron recuperando sus asientos mientras el silencio volvía a ser interrumpido por el constante sonido de las cucharas y platos tratando de atrapar esa cosa a la que llamaban comida. Por el Emperador, incluso en Cantus comíamos algo mejor que esa masa amorfa sin sabor. Todo en un absoluto silencio, con excepción de un punto en específico.

—¿En serio dijo eso? —Preguntaba Mason con su peculiar alto tono de voz.

—Pues sí. Yo realmente estoy sorprendido. Realmente nunca había visto a Marcel tan furioso.

—Henry... ¿En serio? Sabes que Marcel tiene un humor de perros. — Comenté siendo parte de la conversación.

—Clásico de mi muchacho. Metiéndose en problemas sin siquiera ser consciente de eso.

El comentario de Erik provocó un par de carcajadas en nuestra conversación, ignorantes del silencio sepulcral que se mantenía en el resto del lugar.

—Eh chicos. ¿Hay espacio para dos más?

—Sí claro. Herny, muévete un poco.

La repentina llegada de Murphy y Costra a nuestro lugar fue muy bienvenida, y padre e hijo junto a varios soldados le hicieron espacio para que pudieran sentarse junto a nosotros. Murphy solía ser más reservado, pero Crosta solía empujarlo a situaciones de socializar. Empiezo a pensar incluso que entre esos dos hay algo más que una camaradería, pero no es de mi incumbencia entrometerme. Lo que si era aceptable, era el hecho que ambos compartían con nosotros después de tanto tiempo comiendo juntos sobre el fango o en una esquina. Para nosotros, era algo normal. Pero a los novatos a nuestro lado casi se les escapan los ojos de sus cuencas al identificar los rangos de los recién llegados.

—No es necesario, soldado.

La voz de Murphy detuvo de inmediato el impulso del mismo joven a llamar atención ante la presencia de los capitanes. Por algo él era el más atento de los tres, y parecía no disfrutar de esa atención innecesaria. Debo admitir que tratar con él puede resultar complicado por su actitud tan amarga, pero cuando lo conoces bien, puede llegar a ser bastante cordial.

Y allí estábamos. Un grupo de hermanos de armas platicando como si nada en las mesas del comedor de una nave capital. Como si nada del orden y las normas nos importasen. Recuerdo incluso ver a uno de esos oficiales del orden caminar bien molesto hacia nuestra posición, pero cuando vió nuestros rangos se detuvo en seco y dio media vuelta sin siquiera dudarlo. Y fue en ese momento, que recordé todos los protocolos que debíamos seguir en ese lugar. Y sinceramente... no me importó. Y se sentía genial. Y seguimos hablando, hasta que la curiosidad invadió mi ser.

—¿Y de dónde son ustedes?

Mis palabras fueron dirigidas al novato de mi izquierda, cuando unos segundos de silencio dieron descanso a la conversación que teníamos nosotros. El soldado casi se atraganta al ver cómo mi atención se posaba sobre él, y sentí como su cuerpo se tensaba cuando le dí palmada en la espalda para que se recuperara. Realmente debo recordar el temor que un uniforme de comisario infunde, pues suelo olvidarlo en ese tipo de situaciones. Aunque al menos obtuve una respuesta algo temerosa.

—De... de Orih... c-comisario.

—¿Orih? Nunca había oído hablar de ese planeta. ¿Dónde se encuentra?

—Es... es un pla-planeta colmena. Del sec-sector Calipsus.

—Ah... No estás lejos de casa entonces. —Comenté divertido, mientras veía como el joven hacía lo imposible por no reírse. —¿Y son todos del mismo planeta? —Aquellos que me miraban con confusión y fueron capaces de oírme me miraron con confusión.

—N-no, comisario. Al menos no todos.

Yo asentí con la cabeza antes de volver mi atención a mi plato, al percatarme de que esta conversación era muy incómoda para él. O eso pensaba.

—Co-comisario. —Llamó mi atención. —¿Es-es cierto lo que dicen sobre esta horda de orkos?

—¡Cabo York!

—Está bien, sargento.

Mi voz no se hizo demorar, calmando la voz del sargento de la unidad que claramente tenía intención de amonestar al joven por la pregunta.

—¿Qué dicen exactamente?

—¿Qué... qué estos orkos son... diferentes?

La pregunta no solo causó un amargo sabor de boca en mí, sino también en el resto de presentes de mi grupo, mientras amargas memorias regresaban a nuestras mentes. No podía culparlos. La curiosidad y el temor a lo desconocido es algo que me aterra a mi también. Y los entendía hasta cierto punto.

Agradecido por la pregunta, decidí contarle la verdad a aquellos que nos escuchaban. Si los rumores ya estaban esparcidos entre las tropas, era mejor que esos rumores se convirtieran en información verdadera. Era preferible que sintieran miedo por algo real, y no en suposiciones. Y me aseguré de dejarles bien en claro, lo importante que era derrotar a esta horda de pieles verdes. El futuro del Segmentos Oscurus y de sus hogares. De seguro dependía de ello. Un mensaje que llegó a ellos con temor y determinación, reflejado en sus rostros.

Contar sobre las cosas que vivimos en Cantus no fue sencillo, y para algunos escuchar era muy difícil. Sobre todo para mi, pues la verdad de que Cantus aún sobrevive y no poder decirle a nadie es una daga que tengo enterrada en el pecho. Sin embargo, por nuestro bien, es mejor que....

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Me acaban de llamar del puesto de mando. Supongo que ya llegamos a nuestro destino, Atem III. No sabemos qué nos depara el futuro en ese planeta, pero siento un escalofrío recorrer mi cuerpo de solo imaginarlo. No se cuando pueda escribir de nuevo... Ni siquiera sé si sobreviva para poder hacerlo. Solo pido al Emperador que me de fuerzas y coraje para que mis piernas no flaqueen en la masacre que sé que estoy a punto de presenciar. 

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