Cap. 7 - Día 21 - Desconciertos Alentadores
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Audiolibro disponible en YouTube:
https://youtu.be/FTmYLYgfLfQ
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Han sido día extremadamente complicados, y han pasado tantas cosas que no se qué comenzar a narrar primero. Pienso que lo más importante sería la mejor opción, pero no quiere olvidarme de ningún detalle.
Los días que estuvo dentro del crucero Sable no fueron nada agradables. Apenas encontré el descanso, pues tenía que hacer un senso completo de todas las unidades de las reservas y de la milicia que ingresaron a bordo. Tener que preguntar más de medio millón de nombres era agotador, pero por suerte me asignaron un cervocráneo para poder llevar a cabo tal tarea. Y gracias al Emperador que Crosta y Murphy estaban presentes para ayudarme con la tarea, pues en total éramos alrededor del millón y medio de soldados, sin contar las unidades de la Guardia de Krieg. Los cuales eran unos doscientos mil, según me dijo el teniente Luther.
Sin embargo, cuando llegamos al mundo colmena de Scintilla, no perdimos el tiempo, y el coronel Tairon y yo tuvimos que presentarnos ante el mismísimo "Emperador Bendito y Luminous Vex Cáliz." Máximo mandatario de la Eclesiarquía en el Sector Calixis. Un tipo que no pensé ver ni en mis peores pesadillas.
A diferencia de la simpleza de Cantus, la colmena Tarsin gozaba de un abrumador arte gótico que no veía desde mis día en Terra. Todo era tan... omnisciente, que me sentía pequeño en esos interminables pasillos de la cede del Asdministratum, insignificante. Éramos simples ratas en un sinfín de estatuas que parecían juzgarnos con sus penetrantes miradas. Perece que el tiempo me ha vuelto más susceptible, o mi estado emocional, porque no recuerdo esa sensación cuando era más joven. O tal vez, antes me enorgullecía más de eso. Y por supuesto, la oficina del propio Vex Cálix era abrumadora.
Yo me quedaba mirando cuantas cosa llamara mi atención. Eran obras tan complejas y con tantos detalles, que no era capaz de asimilar toda la información que trataba de brindarme. Aunque seguro su mensaje sería algo demasiado sencillo para su complejidad. Pero entonces. un servidor anunció nuestra llegada, y supe que mi curiosidad debería ser aplacada por una marcialidad impecable. Las manos me sudaban como pocas veces antes.
— No pierdan mi tiempo. Necesito que me digan que ocurrió en Cantus. —
La voz del Emperador Bendito no mostró piedad ni interés. Y no me sorprende, pues para él seguro no éramos más que insectos que pudiese aplastar con sus caros zapatos de terciopelo. Sin embargo, yo me mantuve callado, y dejé que el coronel Tairon hiciera todo.
—Las fuerzas orkos que enfrentamos en Cantus eran muy diferente a cualquier otra que halla visto en mis años de servicio. Sus tácticas, la forma en que penetraron nuestra defensa no era el estilo propio de los orkos. A mi lado se encuentra el comisario Harrus. El vio de primera mano a esta horda, y combatió con ellos cara a cara. —
Directo y preciso. Algo que caracterizaba mucho al coronel. Tan pronto dijo mi nombre, yo me cuadré lo mejor que podía como el soldado que era, pero a Calix eso no podía importarle menos.
—Eso explica porque un simple comisario está en mi presencia. —
Esa prepotencia que emanaba era difícil de asimilar. Sin embargo, yo solo podía tragarme mi reproche y responder obedientemente. Después de todo, aún me gusta ser capaz de caminar con mis propias piernas.
— Si, señor. Los pieles verdes no solo atacaron en puntos estratégicos, sino que también portaron armas de nuestros caídos. — Traté de ser lo más conciso que pude, pues no quería aburrirlo con detalles técnicos que seguro no entendería.
— Eso es poco usual sin lugar a dudas. —
— En efecto. — El coronel decidió que era oportuno intervenir. — Aún así, no fuimos capaces de identificar al líder de la horda. Así que no sabemos con certeza a qué nos enfrentamos. —
— Ya veo. —
Ver al archicardinal hacer una pausa prolongada me puso bastante nervioso. No sabría decir si el coronle estaba tan dudoso como yo, pues con su caracter ferreo y esa máscara era imposible de saber. Sin embargo, podría jurar por el Emperador que hasta un coronel de los cuerpos de Krieg se debería sentir incómodo cuando alguien de la Ecleciasrquía se muestra tan preocupado. Entonces, Vex continuó. Aunque ninguno de los dos jamás esperaría una pregunta de tal índole, y con razones obvias.
—Y dígame... coronel. Esta seguro que eran orkos a lo que se enfrentaron en Cantus. —
— Si... Estoy seguro. ¿A que se refiere? —
— Sus informes y estos.. reportes... no son para nada lo común tras un ataque orko. —
Cada palabras del ecleciarca era más confusa que la anterior, y cuando lo vi estirar la mano con un panfleto quedé petrificado. Por suerte, el coronel si mostró más agallas, y se acercó para tomar la pila de papeles, los cuales comenzó a leer con alarmante preocupación.
— ¿Todo bien, coronel? — La curiosidad me estaba carcomiendo la cabeza, y evitar preguntar me resultó imposible.
— Tras una invasión orka el planeta suele categorizarse como mundo muerto o perdido. Pero esos datos... Si no están incorrectos... son muy extraños. —
— Treinta porciento de las fuerzas armadas sobrevivientes. Cien por ciento de la población civil sobrevivientes. Fatalidades a causa de pánico local. Ochenta porciento de recursos perdidos... No son datos tras una invasión. —
Recuerdo que demoré uno cinco segundos para asimilar lo que el coronel había leído. Por un momento, pensé que mi mente me estaba fallando. Que debía de haber algún error. Ya fuese por informes falsos, o porque yo había escuchado mal. Pero no. Y nadie estaría tan desquiciado para falsificar unos documentos de esta índole. Yo, en cambio, sentí una sensación de vacío abrumadora dentro de mi pecho, y mantenerme firme me resultó una tarea titánica.
— Estos mundos no sólo lograron sobrevivir. Sino que también fueron capaces de recuperarse en poco tiempo. —
— Eso es... imposible. —
El último comentario del archicardenal fue la gota que derramó el vaso de mi estabilidad emocional. Tanto, que no pude evitar hacer un comentario innecesario, aunque gracias al Emperador que fue ignorado con facilidad.
Sin embargo, después la habitación se llenó de un abrumador silencio. Supongo que tanto el archicardinal como el coronel estaban perdidos en sus pensamientos, ideando algún plan de contingencia o algo similar. Pero yo, no tenía la mentalidad para tal cosa.
¨Cien por ciento de la población civil sobreviviente.¨ Eran tan ilusorio que me parecía imposible de creer. Como si mi mente estuviese jugando conmigo, poniendo en duda la veracidad de las palabras que había escuchado. No podía esperar para contarle al resto de tan alentadora e inaudita noticia.
—Coronel. — La voz del archicardenal nos sacó tanta a mi como a coronel Tairon de nuestros pensamientos. — Usted ha sido el único oficial de su rango capaz de sobrevivir. Si bien ordenar una retirada lo hubiese castigado con la muerte, ahora el imperio necesita de sus servicios. —
— Gracias por su amabilidad, archicardenal. — Sus palabras portaban algo de ironía, pues ya yo me había acostumbrado a su forma infalible de hablar. Y esta era una clara excepción que el archicardenal pareció no notar.
— Por ende, será asignado a una fuerza especial para enfrentar dicha amenaza. Debemos detenerlo antes que más mundos caiga. Diríjase al mundo colmena Malfi, donde será asignado a su nuevo superior. —
— ¿Bajo las órdenes de que unidad estará mi unidad? —
— Estarán bajo el mandato del mariscal Werhner de los Templarios Negros. Eso es todo. Pueden retirarse. —
Tanto el coronel Tairon como yo no titubeamos, y nuestras botas marcaron un enérgico saludo militar, antes de darnos vuelta y retirarnos de ese aterrador lugar de una vez por todas. El camino de regreso fue mucho más ameno que nuestra llegada, y al parecer, mi felicidad ante la noticia no pasó desapercibida para el coronel, en cuyas palabras encontraría tanto preocupación como confusión.
— Ni una palabra de lo aca de escuchar comisario. —
— ¿Coronel? — Pregunté confundido.
— Nadie de sus tropas puede enterarse de lo sucedido en Cantus. —
— Pero... coronel. Son sus familias... ¿Cómo podemos ocultarles tal cosa? Ellos merecen saber... —
De pronto, el coronel Tairon se detuvo, y yo al ver su reaccion. Me miraba fijamente a los ojos, y podía sentir sus ojos puestos sobre mi incluso detrás de su máscara. Esa mirada aterradora que tantas veces ya había visto, pero que aún así, no lograba acostumbrarme del todo, y seguía causándome una incómoda sensación bajo la piel.
— Entiendo su punto, comisario. Sin embargo, la situción actual requiere de nuestro silencio. —
— ¿Qué... Qué quiere decir? —
— Nos asignaron bajo el mando de un mariscal de los Templarios Negros. Creame cuando le digo, que cualquier rastro de inseguridad será la perdición de su unidad, y la de usted. Mantenga a sus hombres enfocados. Deje que el dolor y la ira por haber perdido a sus seres queridos los consuma y se vuelvan fiera en la batalla. Y que la luz del Emperados guíe sus almas. —
— Pe... Pero coronle... Eso es demasiado cruel... Ocultarle la verdad de esa forma. —
— Esto es la guerra, comisario. La compasión es la primera en morir. —
Las palabras del coronel fueron muy difíciles de digerir, y el resto del camino de regreso a la nave fue tétrico y tedioso. Yo no podía creer lo que había escuchado. ¿Cómo sería capaz de esconder una verdad así? ¿Cómo sería capaz de ocultarle a Mason que su esposa Stella posiblemente estaba viva y esperando por él en Cantus? ¿Cómo podría mirar a los ojos del joven Henry, y decirle que tal vez su madre estaba ahora esperando en casa, desesperado por alguna noticia de su parte? El Harrus que era, no sería capaz de hacer tal cosa.
Sin embargo, el comisario en mí debía hacerlo. Por muy doloroso que me resultase,entendí que el coronel tenía razón, por muy crueles que fuesen sus palabras. Un soldado que solo quiere regresar a casa es mucho menos efectivo que uno que esta dispuesto a todo por vengarse de aquellos que supuestamente se lo habían arrevatado todo. Una cruda realidad. Pero una realidad después de todo. Y aunque me doliese en el alma tener que hacer tal cosa, mis labios estarán sellados hasta que el tiempo lo amerite. Solo espero que algún día, mis tropas puedan perdonarme por tal acto de covardía. Por que la verdad, no se si yo sea capaz de perdonarme a mi mismo.
El tiempo que estuvimos de regreso fue suficiente para hacerme muchas preguntas. Preguntas que sabía jamás encontraría una respuesta, pero que tenía de dabatirlas al menos con migo mismo. Pero gracias al Emperador que el coronel notó mi calara alienación.
— ¿En qué piensa, comisario? —
— Hay algo que carece de sentido para mi. —
— ¿A qué se refiere? —
— Cuando aceptamos la derrota en Cantus, pude ver en la distancia la ciudad capital y una luz naranja que la recubría. Asumí que esta había sido incendiada, pero eso no concuerda con el reporte que recibió el archicardenal. —
— Mmmm... Interesante pensamiento. Y tiene toda la razón. Sin embargo, he visto tantos campos quemados en mi vida, que pudiese asegurar que ese era uno de ellos. Pero, tal como dijo, eso contradice los informes. —
— Mientras más lo pienso, más confuso me resulta. —
— ¿Habla de los pieles verders? —
— Si. Estrategias muy elaboradas. Tecnicas de infiltración. Uso de nuestro armamento. Y... ¿Guerra psicológica? ¿A qué nos estamos enfrentando exactamente? —
— Lo que plantea es posible. Tal vez los orkos quemaron las tierras frente a la ciudad para hacernos creer que habíamos perdido y desmoralizarnos. —
— Pensar en algo así, hace que se me hiele la sangre. —
— Desconocemos demasiadas cosas de nuestro enemigo. Y eso me preocupa demasiado. Espero que esté preprarado, comisario. Porque si enviaron a los Ángeles del Emperador, es porque algo realmente grande está a punto de osurrir. —
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