Cap. 6 - Día 17 (Parte 5) - Impotencia

---------------------

Audiolibro disponible en Youtube:

https://youtu.be/STH7UIVr6K8

------------------

Aceptar la noticia me resultó imposible. ¨¿Qué tipo de herejía era esta?¨ Recuerdo haber pensado. Habíamos logrado mantener el frente en todo este tiempo, así que no había forma posible que nos hubieran superado. Podía escuchar los disparos de artillería distantes. Tanto en el centro, como los poco audibles del sector derecho. Esta línea defensiva aún se mantenía en pie. Entonces... ¿Cómo demonios los pieles verdes siquiera pudieron traspasarnos?

Yo simplemente me negué a creer tal cosa. Por un segundo, mi mente fue consumida por la negativa, pero tales palabras era algo que simplemente no podía ignorar. Sin embargo, cuando me di la vuelta, y los fogonazos de la artillería cesaron entre recargas, pude ver la cruda realidad. 

La silueta de la ciudad capital se alzaba en el horizonte, al mismo tiempo, que un desgarrador tono ámbar aclaraba el panorama nocturno. No había duda alguna. La ciudad había caído, y ahora era víctima del fuego y la muerte. 

¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo? Miles de preguntas bombardearon mi mente, al mismo tiempo que mi cuerpo se sentía endeble, y me hubiese desplomado de no haber me sujetado al muro de la trinchera. Tanto esfuerzo. Tanto sacrificio... En vano. 

Ni siquiera escribiendo, logro calmar la rabia que aún siendo desde ese momento. Los hombres y mujeres a mi alrededor que pertenecían a la milicia se desplomaron ante el sufrimiento, y un mar de lágrimas y plegarias al Emperador suplicaban por el perdón y pedían por misericordia. Los soldados de las reservas apretaban sus dientes, impotentes por la derrota, pero no derrotados como nosotros. Los miembro de Krieg se mantenía en silencio, respetando nuestro dolor.  

Yo estaba abatido. Incapaz de reaccionar. Solo podía mirar las decenas de rostros que estaban a mi alrededor, desorientados y destruidos, suplicándome por una respuesta que calmase sus corazones. Pero yo no podía darles lo que ellos querían, porque yo estaba tan conmocionados como ellos. No recuerdo haber vuelto a llorar desde mi infancia... Pero ese día, algunas lágrimas de impotencia se escurrieron de mis ojos. Y todos lo que me seguía, se derrumbaron al verme en ese estado. No había nada que pudiéramos hacer... Nada. 

— Comisario, de la orden de retirada. —

En mensajero de Krieg me recordó el motivo de su llegada. Yo lo miré fijamente, no con furia, sino con desconcierto. No estaba en condiciones de dar una respuesta, y mi boca simplemente se había desconectado de mi cerebro. Lo único que pude darle como respuesta, fue el asentir errático de mi cabeza. Un ápice de la poca cordura que apenas me mantenía en pie en ese momento. 

Yo no pude hacer nada, salvo escuchar como un miembro de la guardia de Krieg asumía el mando y ordenaba la retirada. Se trataba de teniente Luther, el cual conocí hace apenas unas horas. Yo era incapaz de actuar con coherencia, ni siquiera mover mis pies a voluntad. Un soldado de las reservas tuvo que sujetarme por el hombro y llevarme a rastras hacia la retaguardia. No porque yo quisiera evitarlo, sino porque no era capaz de controlar mi cuerpo. 

Recuerdo haber mirado hacia atrás, y ver la misma escena con casi todos los miembros de la milicia de Cantus. Hombres y mujeres destrozados, llevados a cuesta por miembros de la reservas y del los cuerpos de Krieg. Una lamentable marcha fúnebre de cadáveres aún con vida, pero destruidos en mente y espíritu. Tan abatidos, como yo lo estaba. 

Una vez en la zona segura tras el puesto de mando, pudimos ver una esplanada donde los centenares Valquirias aterrizaban y despegaban sin descanso, llevándose a tantos efectivos como fuese posible hacia la seguridad de los acorazados en órbita. La flota de reserva logró penetrar la formación orka, y había logrado establecer un punto seguro sobre la superficie, donde un flujo ininterrumpido de naves de transporte ascendía y descendían sin descanso. Volando entre el constante fuego enemigo que se alzaba desde tierra. 

El soldado de la reserva que cargaba conmigo, me condujo hasta el interior de un Valkiria, me colocó sobre un asiento y abrochó mi cinturón. Algo que yo no era capaz de hacer en el estado en que se encontraba, y con el poco ápice de cordura que me quedaba, lo vi salir del transporte, mientras otros hacía lo mismo con Henry, Erik, Mason, y muchos otros miembros de la milicia. 

Nunca supe su nombre. Nunca recordaré su rostro. Lo que si nunca olvidaré, es que ese simple soldado que cargó conmigo, se unió al último bastión que cubrió nuestra retirada. Un bastión que su quedó sobre Cantus hasta el final. Un soldado desconocido en este universo, como miles de millones iguales a él. Pero para mí, un héroe sin nombre que nunca olvidaré. 

Entonces, la Valkiria cerró sus puertas, y la repentina sacudida nos avisó que ya habíamos dejado de pisar tierra firme. Nuestro transporte ascendió a la superficie a una velocidad abrumadora, y aquellos que iban de pie no lograron mantener el equilibrio. Los que estábamos sentados, lo menos que pudimos hacer fue sujetarlos para evitar más casualidades, pero entendíamos el apuro de los pilotos por terminar la travesía antes de volver a partir a tierra firme, en búsqueda de más tropas que estaban a la espera. 

Podíamos sentir las sacudidas. Los disparos de la metralla ligera impactar sobre el fuselaje. Las explosiones de los otros transportes a nuestro alrededor, sabiendo que nosotros podríamos ser los siguientes. Pero tras un violento caos que apenas duró unos dos minutos, todo se tornó en una agobiante paz, cuando finalmente dejamos la atmósfera de Cantus y nos adentramos al vacío del espacio, que nos separaba del interior de la nave que esperaba nuestra llegada. 

Nos dirigimos a un crucero clase Sable, y tan pronto arribamos, tuvimos de desembarcar a paso ligero, ya que la Valkiria debía regresar a la superficie. Al menos, la mayoría de nosotros ya era capaz de valerse por su cuenta, y aún con pesar, nos acomodados en una esquina de los hangares para no estorbar a los operadores y servidores que no cesaban en su labor de reabastecerse los transportes y hacer reparaciones de emergencia. Aunque nada tan inútil como ver a los sacerdotes del Mecánicus limpiando el barro de las naves, solo para volver a descender a la fangosa superficie. 

La milicia de Cantus estaba abatida. Desmoralizada. Éramos un puñado de combatiente tirados en una esquina de un crucero Sable, en una batalla espacial que nos hacía ver patéticos... insignificantes. Y sobre todo, impotentes. Habíamos luchado hasta el agotamiento. Habíamos dado todo lo que teníamos. Habíamos perdido a tantos... ¿Y para que? ¿Con que propósito? Solo espero que la brillante luz del Emperador responda mi pregunta algún día.

Yo permanecí sentado sobre una caja de metal, con los dedos cruzados y apoyados bajo mi mentón. El resto de la milicia estaba a mi alrededor, ahogados en sollozos y plegarias que dudaba serian escuchadas. Tantos lamentos, tantos pesares, me estaban volviendo loco.

Tome mi gorra de comisario y la removí de mi cabeza. La sujetaba entre mis dedos, los cuales apretaba incapaz de controlarme del todo. Mis ojos se enfocaron sobre la cadavera alada que simbolizaba mi deber y mi responsabilidad. Yo no solo debía mantener la disciplina. Las vidas de los ciudadanos de Cantus también eran mi responsabilidad. Y les había fallado. Y esa cadavera me miraba acusatoriamente, culpándome de mi ineptitud. De mi incompetencia.

No pudo e resistir más su mirada. No pode soportar más el reproche qué el propio símbolo que portaba sobre mi cabeza me dedicaba a mi mismo. En un acto de prepotencia, agarre mi gorra y la aventé contra el suelo con todas mis fuerzas, mientras apretaba mis dientes aguantando una maldición qué me pudo haber calificado como hereje. Lo único que pude hacer, era apretar mi cabeza y hundir la yema de mis dedos sobre mi cuero cabelludo, incapaz de alzar la mirada del piso. Y así estuve, por un buen rato.

— Jamás pensé ver una gorra de comisario tirada sobre el piso de esa manera. Menos con su portador justo al frente. —

Solo el Emperado sabe cuanto maldije a quien quiera que había hablado en ese momento. Realmente, no estaba de humor para comentarios de este tipo, y cualquiera que hubiese sido, sería víctima de mi cólera. Sin embargo, mi sangre se congeló al instante, cuando alcé mi mirada desafiante, y me percate qué se trataba de un soldado de Krieg. Y no cualquier soldado.

— ¡Oficial en cubierta! —

Yo mismo fui el primero el levantarme de mi improvisado asiento, y el primero en cuadrarme firme frente al coronel de Krieg, el cual no identifique hasta ver sus hombreras galardonadas. El resto de mis tropas actuaron más lento por la fatiga, pero al verme tan temeroso se unieron a mi causa. Tan solo en pensar las consecuencias, hacia que mis manos temblasen. Entonces, el coronel habló. 

— ¿Es usted el comisario Harrus? —

— Si... Si señor... Soy yo. — Mi voz tartamudeaba por el nerviosismo, pero gracias al Emperador que aquel que estaba frente a mi no le dió importancia. 

— Coronel Tairon, del 212th Batallón de Krieg. Que sus tropas vallan por algo de comer. Y usted sígame. Tenemos asuntos que tratar. —

— Si, señor. De inmediato, señor. —

Tan pronto de me día la vuelta, ordené a Mason y a Erik llevar a los otros a los comedores. Y fui bastante persistente en recordarle que evitaran cualquier tipo de problemas. Aquí ya no estábamos en casa. Estábamos dentro de un crucero de la Armada Imperial. Aqui... si nos ejecutaría por cualquier error. O pero... Podríamos ser convertidos en servidores. Había olvidado cómo se sentía ese miedo... Pues desde que llegué a Cantus, todo eso quedó como un agrio recuerdo del pasado. Y ya comenzaba a añorar la vida tranquila que por cuatro años rechacé. Y ahora, me pareció que no había sido suficiente. 

Sin embargo, y a pesar que yo estaba tan hambriento como el resto, tuve que seguir al coronel de Krieg hacia un despacho cerca del puesto de mando. Casi diez minutos caminando dentro del interior de la nave. 

El coronel era un hombre silente. Y sus pesadas botas hacía mucho más eco que las mías en el interior de los abrumadores y oscuros pasillos. Yo tenía tantas preguntas, pero no me atrevía a hacer ninguna, mucho más cuando su respiración forzada me recordaba lo terroríficos que sus hombres podían llegar a ser en el campo de batalla. Ni siquiera soy capaz de imaginar la forma en que un coronel sería capaz de efectuar tal miedo sobre sus propios hombres. 

Cuando llegamos a su despacho me quedé completamente anonadado. He conocido a militares con mucho menor rango, y cuyos despachos estaban más decorados que el propio palacio de Terra. Irónicamente hablando. Pero en cambio, en el del coronel Tairon si había una única foto familiar además de papeles y mapas era mucho decir. Solo un escritorio, y algunos asientos, el cual él me invitó a sentarme. 

— Debo admitir, que me sorprendió mucho cuando uno de tus hombres llegó al cuartel general anunciando su llegada. Hizo un gran trabajo repeliendo a esos pieles verdes del sector este. —

— Solo hice mi trabajo, coronel. —

— Mmm... No sabía que desobedecer las órdenes de su superior y arrastrar consigo a más de la mitad de las tropas de Cantus, era su deber. —

Sus palabras me aterraron hasta la médula, y mi corazón quería estallar en ese momento. Mis manos sudorosas temblaban, y en mi rostro se comenzaba a notar el miedo y la desesperación... Pero...

— Y aún así, logró recuperar todo un frente, y salvar a miles de vidas... Algo impresionante sin lugar a dudas. —

Palabras que me calmaron un poco, pero que aún no me permitían relajarme del todo. 

— ¿Qué... Qué piensa hacer conmigo? ¿Va... Va a denunciarme? —

— No... No podemos darnos el lujo de perder más hombres. Escuche comisario, ahora mismo, esta nave esta trazando su curso al planeta colmena de Tarsis. Y tanto usted como yo, debemos presentar un informe ante el propio Emperador Bendito y Luminous Vex Cálix. Por tal motivo, necesite que me cuente con sumo detalle, todo lo que pasó en Cantus desde que divisamos a los pieles verdes hasta este momento. —

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top