Cap. 5- Día 17 (Parte 4) - Revancha

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Audiolibro disponible en YouTube:

https://youtu.be/av8W_WCkjD0

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Jamás pensé que miles me acompañara en esta locura. E incluso ante las dudas, ante el miedo, siguieron a mi lado no en búsqueda de gloria y riquezas, sino para proteger lo poco que tenían. Y desde el fondo de mi corazón, no tenía palabra para agradecer a las fuerzas de reserva que nos acompañaron a nuestro ocaso. Ellos no tenían por qué hacerlo. Y aún así, fueron los más valientes de todos nosotros. 

Todos marchamos al frente, y tanto Crosta como Murphy estuvieron de acuerdo conmigo para separar a las fuerzas en tres grupos independientes. No sabíamos con exactitud cómo estaría la situación del frente, y lo mejor sería distribuir a todas las tropas equitativamente. 

Crosta marcharía hasta el frente derecho, como yo lo hará hacia el izquierdo. Murphy era el más veterano entre nosotros, así que él iría al frente, donde podría controlar mejor la situación si se presentaba algún imprevisto. Sin embargo, estábamos conscientes que nuestro deber sería acatarnos a las órdenes de cualquier oficial de Krieg presente, pues no habría tiempo para delegar el mando en una situación tan desesperada. 

Todos los hombres y mujeres se distribuyeron por su propia voluntad. Estábamos tan desorganizados, que los batallones que antes nos conformaban ahora era una simple masa amorfa de combatiente desorientados. Aun así, grande fue mi sorpresa, cuando todos y cada uno de los civiles armados decidieron seguir mis pasos, y no los de algún oficial más experimentado. Algo, que me hizo entender la confianza que los residentes de Cantus depositaban en mi... Así como sus esperanzas. Un peso abrumador. 

Sin embargo, nada me sorprendió más que ver a un grupo de soldados de las fuerzas de reservas acercarse sin que nadie se los ordenase. Hombres y mujeres que no tenían porque desafiar las órdenes y luchar a mi lado. Soldados del Astra Militarun que lucharon junto a mi en el frente, y que quisieron continuar lo que no habían terminado. 

Y así, los tres grupos nos dividimos a nuestros respectivas posiciones, mientras Crosta, Murphy y yo intercambiábamos una última mirada. Una mirada de despedida, pues teníamos la certeza que esa sería la última vez que nos veríamos. El único que tomó un camino distinto fue el propio Mason, al cual había ordenado buscar a quien estaba al mando del regimiento de Krieg e informarle de nuestro regreso. 

Sin embargo, que yo halla escogido avanzar por el lado izquierdo no fue mera coincidencia. Primero, porque quería verme las caras una vez más con esos bastardos grenchin que nos engañaron y acabaron con la vida de Purshok y miles de soldados, con sus mañosas estrategias sucias. Y por otro lado, porque me parecía que es las posiciones de las baterías de la derecha, se producían cañonazos mucho más frecuentes que la de la izquierda. Cuando recordaba, que ambos sectores estaban simétricamente distribuidos... Algo malo estaba pasando allí, definitivamente. 

Nuestro avance por el suelo fangoso fue mucho más rápido que nuestra retirada. Las botas querían salirse de nuestros pies, pero nuestra determinación en ese momento no nos permitiría frenar ante nada que no fuéremos capaces de superar. Yo iba al frente, confiado de que aquellos que decidieron luchar a mi lado me seguirían sin titubear. Sabiendo que, en su interior, eran motivamos más por el miedo que por la añoranza de la victoria. Y lo se, porque yo pensaba exactamente lo mismo. 

Cuando estuvimos lo suficientemente cerca, supe que mi suposiciones estaban en lo cierto. Aún no éramos capaces de definir que estaba pasando con exactitud, pero podíamos ver los disparos láser que se precipitaban desde el centro de las formaciones al exterior y viceversa. Y de inmediato lo supe. Esos pieles verdes que nos obligaron a huir como ratas, estaba luchando justo allí. Y estaba convencido que jamás nos verían llegar. 

— ¡PREPARAD LAS BALLONETAS! —

Mi voz gritó como si esas fueran mis última palabras. Mis pies se volvieron más ligeros ante la adrenalina que bombardeaba mi cuerpo, y la rabia que recorría mi cuerpo en ese momento. El tiempo se congeló frente a mis ojos, mientras veía a los cientos de pieles verdes que no nos veían llegar desde la retaguardia. Todos, con sus armas apuntando hacia los regimientos de Krieg.

Recuerdo que mi respiración se paralizó por un segundo, estando tan cerca de los enemigos. Veinte metros y caeríamos sobre ellos como ángeles vengadores, escupiendo fuego en forma de energía, y empalando sus pecados con nuestra afiladas armas. Yo estoy seguro de haber recibido algún tipo de shock momentáneo, porque por un segundo pensé que estaba solo. 

No podía escuchar nada, solo un pitido que saturaba mi mente. Algo que solo puedo explicar por el hecho de que algún explosivo halla reventado cerca de mi, porque en ese momento, estaba tan absuelto en mi carga, que no podía pensar en nada más. Pero cuándo ya estábamos justo delante de los pieles verdes, pude escuchar los gritos de los miles de hombres y mujeres que corrían a mis espaldas. Gritos tan iracundos como los míos propios. 

El grentchin que estaba frente a mi, ni siquiera pudo darse vuelta, cuando mi mortal bayoneta encontró una apertura en su cráneo y empaló su cerebro, empujándolo con la inercia con la que caí sobre él hasta aventarlo contra la pared de madera de la trinchera. Una estocada limpia, culminada en un devastador estruendo que sacudió todo mi cuerpo. 

Mantener el equilibro fue imposible, cuando caí con todas mis fuerzas dentro de las trincheras. Mis pies titubearon, y la gravedad ganó la batalla al lanzarme sobre el suelo lleno de barro y sangre. Apenas pude alzar la mira, y la desorientación no me dejaba ver más que los enemigos que me rodeaban, tan sorprendidos como yo lo estaba. Asustados incluso, si es que ese sentimiento fuese siquiera posible para un piel verde. 

Recuerdo que en ese mísero segundo en que me vi tan indefenso, pensé que seguramente moriría. Me retracté de mis decisiones. Me enorgullecí de ellas. Me arrepentí de todo lo incorrecto que había hecho. Me alegré de todo lo que había logrado. Tal vez, porque mi mente estaba desesperada por recordar todo lo que había vivido. Como si mi voluntad fuese llevarme todos esos recuerdos conmigo, cuando vi como los pieles verdes a mi alrededor, ya comenzaban a acercarse para acabar con mi vida. Entonces... ellos legaron. 

Yo los ví como ángeles, aunque en realidad, sus armaduras cubiertas de barro y sus gritos le daban un aspecto completamente diferente. Aquellos hombres y mujeres que estaban tan locos como yo para seguirme, cayeron sobre el resto de pieles verdes con el mismo frenesí con que yo lo hice. 

Aun recuerdo esa imagen de una joven recluta, cayendo sobre el grentchin que estaba a mi lado. Para mi, fue ver una escena en cámara lenta, mientras veía tal brutalidad a apenas unos centímetros de mi rostro. Y como ella, miles de nostros hacían lo mismo en cada sector de la trinchera. 

Era tanta la conmoción y el caos, que me fue imposible salir del estado de shock en que me encontraba. Los pieles verdes y los nuestros batiéndose a muerte cuerpo a cuerpo. El retumbar de las botas y gritos por todos lados, los disparos que iban y venía. Y yo, era incapaz siquiera de levantarme del suelo. 

— ¡Harrus! —

Una voz me sacó de mi errático estado, a la par que un par de manos sacudían mi cuerpo con fuerza. Alcé la mirada, y pude ver a Erik encima de mí, haciendo lo posible por sacarme de mi paranoia. Tras de él, estaba su hijo Henry, tan asustado como yo lo estaba, pero al menos actuando mucho más valiente de lo que yo lo hacía. 

— ¡Comisario Harrus! ¿¡Está bien!? —

Volvió a gritarme, a pesar que su rostro estaba a medio metro del mío, aunque sabía que de no haberlo hecho no lo hubiese escuchado. Yo sacudí la cabeza, tratando de afirmar cuando las palabras no salían de mi boca. Controlar la respiración era imposible, y mis manos temblaban por los nervios. Experimenta el miedo a la muerte por primera vez, es algo que no le deseo ni al peor de mis enemigos. 

Gracias a Erik pude recuperar la compostura, y pronto pude darme cuenta que al menos una docenas de soldados esperaban por mi. Podía escuchar los disparos algo más distantes, lo que me confirmó que nuestro alocado intento por superar a los pieles verdes había dando un imprevisto resultado muy favorable. Pero casi de inmediato, ellos llegaron. 

— ¿Quienes son ustedes? —

Cuando volteé mi cabeza los ví, y de inmediato, un escalofríos recorrió mi ya abatido cuerpo. Mis nervios reaccionaron como si me hubiese topado con fieras ambrientas, aunque mi cerebro sabían que éramos aliados. Sin embargo, esa tétricas máscara, esa respiración forzada, y esas armaduras grises cubiertas de barro y sangre, daban una primera impresión imposible de olvidar. 

Yo titubeé un poco, pero pronto mi mirada se posó sobre mi arma, la cual aún seguía incrustada al cadaver de ese piel verde, empotrado sobre el muro de madera como mera decoración. Mi manos sufrió para acercarse y agarrar la empuñadura, solo para retirarla lo más rápido que pude. Escuchar la hoja de mi bayoneta separarse de los huesos y la carne adherida me revolvió el estómago, a la par que el cadaver verde caía desplomado sobre el suelo fangoso junto al resto. Y solo entonces, fue que pude reunir las fuerzas para hablar. 

— Somos las fuerzas de Defensas de Cantus. Y vinimos a luchar para morir y defender nuestro mundo. —

No fui consiente de lo que mis palabras provocaron, pero aquellos que estaban a mi lado, alzaron sus rifles y gritaron al unísono. Hombres y mujeres dispuestos a darlo todo por aquello que estaban dispuestos a defender. Aún así, para mi no pasó desapercibida la ligera risa que se escapó de aquellos que portaban a la muerte dibujada sobre sus rostros. 

— Entonces están en el lugar indicado. —

Al principio no entendí a lo que se refería, pero pronto supe el motivo por el cual Crosta decía que estos soldados de Krieg eran tan temidos. 

Estos hombres y mujeres llevaban el fanatismo a un nivel muy superior al nuestro. Tan pronto los pieles verdes perdieron el impulso, la división de Krieg nos reveló y cargó contra ellos como un feroz océnao golpeando las gritas entre las piedras de la costa. Ninguno de nosotros éramos capaces de seguirle el ritmo, y ordené a mis hombre mantener posiciones y concentrar el fuego contra los enemigos que teníamos al frente. Después de todo, aunque nuestra moral estaba en su límite, no podía forzar mucho a los civiles bajo mi mando. 

Allí, mantuvimos posiciones por mucho, mucho tiempo. Unas veinte horas más o menos. Cuando un mensajero de Krieg me informó que había expulsado a los pieles verdes de las trincheras, y que habían recuperado algunas de las piezas de artillería que no habían sido destruidas, sentí algo revitalizador inundar mi cuerpo. 

Mason finalmente regresó con nosotros, con nuevas órdenes dadas por el coronel de Krieg al mando de todo el frente. Mantener la posición a toda costa. Nada más, y nada menos. Y eso hicimos, mientras las horas pasaron, y la luz de los soles se ocultó en el horizonte. 

La noche fue igual de infernal, y con tantos fogonazos, era imposible ver nada con claridad. Las nubes de tormentas seguían sobre nosotros, pero sabía que muy por encima estaba nuestra flota luchando. Esos destellos de luces era un remanso de esperanza para mi calmado corazón. Algo que se potenció con creses, cuando miles de luces descendieron desde la atmósfera. 

Eran los nuestros. Lo habíamos conseguido... Recuerdo haber pensado, pero mi corazón no estaba listo para la noticia que debía de recibir. 

— Comisario. El coronel ha ordenado la retirada. Reúna a sus hombres y regrese al cuartel general de inmediato. — La voz de un mensajero de Krieg me expulsó de mis fantasías. 

 — ¿Qué? No. No podemos retirarnos ahora. Si lo hacemos traspasaran nuestras defensas y la ciudad capital caerá. No podemos rendirnos. — Le respondí colérico, tratando de intuir en que rayos estaba pensado el coronel de Krieg con la victoria tan cerca. 

—La ciudad capital ya ha caído. —

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