Cap. 4- Día 17 (Parte 3) - Voluntad contra Deber

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Jamás pensé que una retirada sería algo tan agonizante. Una vez estuvimos lo suficientemente lejos de las explosiones de nuestra propia artillería, nos reunimos con el resto de las reservas. O al menos lo que quedaban de ellas. 

Mis predicciones fueron demasiado acertadas para mi gusto, y tal como pensé, todo el frente izquierdo había caído incluso antes que nosotros lo supiéramos. Y como si fuesen fichas de dominó cayendo una tras la otras, nuestras fuerzas fueron obligadas a replegarse de forma escalonada. 

Ahora, marchábamos de regreso a la ciudad. Un colosal columnas de derrotados que era incapaz de alzar la mirada. Ya fuese por orgullo o por miedo. El barro se pegaba a nuestras botas. Las últimas gotas de lluvia caían sobre nuestras cabezas, mientras las nubes de tormentas cesaban su insaciable castigo sobre nosotros. Pero ninguno de los Soles estaba dispuesto a asomarse para mirar el funesto panorama. 

Lo único que escuchábamos, era nuestras suelas encallarse en el barro, y las decenas de plegarias al Emperador que se escuchaba por todo el regimiento. Como comisario, mi deber era callar sus voces, pero no creo que nadie fuese capaz de tal acto de impotencia. Al menos no de mi parte. 

Ellos lo necesitaba. Yo lo necesitaba. Necesitaba escuchar sus plegarias, mientras las repetía en mi interior. Lo único que mantenía nuestros cuerpos moribundos y cansados en movimiento era nuestra fe, y la esperanza que la sagrada luz del Emperador iluminara nuestro futuro. 

Marchábamos hacia la ciudad. Un último intento desesperado por defender lo que quedaba de la gloria de Cantus. Sin embargo, el simple hecho que debíamos defender con todos nuestro ser el último bastión que resguardaba nuestros hogares nos aterraba. Y a mí más que a nadie, junto a los oficiales que medianamente teníamos algo de conocimiento. 

La ciudad capital de Cantus no está preparada para una defensa de esta índole. Tantos siglos de paz había convertido el planeta en un remanso de aparente estabilidad. Las batería antiaéreas disponibles fueron remplazadas seis generaciones antes que yo naciera, y estaba seguro que se atascarían tras varios disparos. Incluso tenía la sensación que no tendríamos munición suficiente para un combate prolongado. 

Sin embargo, nada era tan aterrador, como el hecho que la ciudad ni siquiera poseía un muro defensivo. La zona del centro si lo tiene. El primer muro que se construyó cuando recién se comenzó a colonizar el planeta, pero desde entonces la ciudad solo ha crecido más y más, y estoy seguro que la zona antigua no será capaz de resguardar ni el diez porciento de la población total. Estábamos indefensos, y más teniendo que replegar las fuerzas que nos quedaban por todo el perímetro alrededor de la ciudad. Solo podía rezar para tener el tiempo suficiente para, al menos, cavar una trinchera de un metro de profundidad. 

Sin embargo, mis pensamientos en ese momento fueron interrumpidos, cuando una marcha ecuánime comenzó a resonar en nuestras cercanía. Yo me encontraba en el centro del grupo, y realmente no podía ver que estaba pasando, pero mi curiosidad era demasiado grande para ignorarla. Y no fui el único. 

Poco a poco me fui moviendo hacia la izquierda de la masiva columna que se retiraba. Recuerdo como muchos me miraban pensando que estaba mal de la cabeza, pero eso no me detuvo. Y solo cuando alcancé el extremo de la formación pude verlos. Y la impresión que me causaron jamás podré olvidarla. 

Cientos de miles de soldados del los Korps de Krieg, marchaban al unísono en dirección opuesta a la nuestra. A pesar del fango. A pesar del cansancio. Sus suelas caían todas al mismo instante, y su formación era milimétricamente perfecta. Un nivel de marcialidad que creo que jamás sería capaz de ver en otro regimientos del Astra Militarum. 

Verlos era glorioso. En esos cinco días de espera jamás había estado tan cerca de ese regimiento, y ahora marchaban a nuestro lado, a apenas dos metros de nosotros. Todos mirando al frente. Todos ignorando las explosiones a nuestras espaldas. Todos en fila, listos para abrazar una muerte segura. 

— ¿Qué están haciendo? ¿Acaso están locos? — Comentó Mason, quien me había seguid sin que me diera cuenta. Y no fue el único.

— Son la Guardia de Krieg. Ellos no se retirarán... Nunca lo hacen. — Le respondió Crosta, quién se mostraba igual de preocupada que yo. 

— ¿Piensan atacar a los orkos ellos solos? Eso es una locura. —

— Si... Lo es... Y por eso son tan temidos. —

Las palabras de ambos retumbaron en mi mente. ¿Acaso valía la pena una ofensiva tan precipitada? A mis ojos carecía completamente de sentido... A no ser... Que su propósito fuese conseguirnos todo el tiempo posible para que fuéramos capaces de llegar a la ciudad. Una idea que me perseguiría por el resto de nuestra travesía. 

La división de Krieg finalmente pasó a nuestro lado. Miles de soldados de infantería, caballería, algunos tanques y unidades pesadas. Nada que les diera una verdadera ventaja sobre la imbatible masa de pieles verdes que yo había visto con mis propios ojos. Ya habíamos dejado atrás a las piezas de artillería del regimiento, y solo podíamos escuchar el retumbar de los cañonazos en la distancia. Para este punto, ya estábamos más cerca de la ciudad que del frente, cuando mis pies dejaron de moverse. 

Lo que sentí en ese momento era... indescriptible. Algo que me llamaba... Ni siquiera soy capaz de expresarlo con palabras. Y tuvo que se el propio Mason llamándome preocupado quien me hizo reaccionar, cuando me di cuenta que las miles de miradas a mi alrededor se enfocaban sobre mi figura. 

Algunos, miembros de la guardia Imperial que me miraban con confusión. Otros, ciudadanos de Cantus que no podían esconder el miedo en sus rostros. Yo tuve que tomarme mi tiempo para procesar ese calor que inundaba mi pecho, así como la idea que rondaba en mi cabeza. Una idea que aplacaría de inmediato estando en pleno uso de mis facultades. Pero en ese preciso momento... Había algo más que me obligaba a hacer lo contrario. 

— Debemos volver. —

Aún recuerdo las expresiones impactadas que se posaron sobre mi. Miles de ojos que me miraban asustados y confundidos. Tanto como yo mismo lo estaba, incapaz de poder explicarme lo errático de mi pensar... Y aún así, estaba totalmente convencido de ello. 

— ¿Comisario? ¿Acaso se ha vuelto loco? — La voz de Mason intentó reponerme en mis cabales.

— No sé en qué está pensando, comisario. Pero no es nada prudente. — Crosta se sumó a la negativa. 

Yo no podía ser más consciente de sus palabras. Por supuesto que lo era. Y por supuesto que me sentía tan asustados como los miles que estaban a mi alrededor. Yo quería estar en casa ahora misma, como cada uno de ellos quería. Quería poder comer algo decente después de estos siete días de tormento, como cada uno de ellos quería... Quería estar con mi familia... como cada uno de ellos quería... Pero... Mi voz estaba ansiosa por expresar otra cosa. 

— No estoy loco... Y no he perdido la cordura... Soy consciente de lo estúpidos que suenan mis pensamientos a hora misma, pero no puedo simplemente ignorarlos. La ciudad no está preparada para un asalto orko de esta escala. No importa cuantos de nosotros seamos, no seremos capaces de detenerlos. Basta con que un simple grupo rompa una parte de nuestras defensas, para que todo esté perdido. Por tal motivo, no podemos dejar que se acerquen. —

Por puro instinto me di la vuelta, y los primeros cinco pasos me encaminaron hacia la retaguardia, donde cada vez más y más rostros asustados se unían a los que ya estaban mirando y juzgando mis acciones. Yo me detuvo, como un último acto de sensatez. Algo involuntario, que me hizo replantearme la estupidez que estaba a punto de cometer... Pero al final, dejé que mi boca hablara con mi corazón... Y no con mi mente. 

— Yo se, que no somos capaces de derrotar a los pieles verdes. Sentí la misma impotencia que todos aquí presentes. Yo también disparé a sus filas, y también sentí la desesperación de mis esfuerzos en vano. Se también, que los esfuerzo de un mísero humano no serán nada en comparación, pero no puede rendirme tan fácilmente... No puedo. 

Atrás de nosotros, está ese regimiento de Krieg, luchando por nosotros. Son extraños en nuestras tierras, pero son ellos los que están derramando sangre en nuestra causa. Son ellos los que se mantienen firme, cuando nosotros mismo ya hemos admitido la derrota. — 

Mis palabras fueron mucho más fuerte de lo que pensaba. Tanto, que hasta yo mismo sentí la depresión sobre mis hombros, sabiendo lo que estaba por ocurrir. Jamás había sentido tal temor por la muerte, y mis manos y frente sudaban como jamás lo habían hecho. Pero me negaba a rendirme tan fácilmente, aún cuando los miles de rostros a mi alrededor ya lo habían hecho. 

— Han pasado siete días desde que se confirmó el contacto de esta flota orka. Con algo de suerte y la voluntad del Emperador, los refuerzos deberían llegar en treinta y seis horas... tal vez menos. Si luchamos... Si damos lo poco que nos queda, es posible que puedan llegar a tiempo antes que los orkos alcancen la ciudad. Pero cuando el regimiento de Krieg caiga, ya no habrá nada que posamos hacer para detenerlos. —

— ¿Acaso te escuchas a ti mismo? Lo que vas a hacer es una desobediencia directa a la órdenes, comisario. —

Esta vez, fue la voz de Murphy la que intentó hacerme recapacitar. Una vez fuete y sentenciante. El capitán no tenía pelos en la lengua, y solo escuchar la palabra traición fue suficiente para que muchos se estremecieran... yo incluido. 

Estaba asustado, y no creo que halla sido capaz de disimularlo. Me día la vuelta lentamente, para mirarlo a los ojos. Ojos que no mostraban compasión ninguna. Solo una frialdad innata. No como los de Crosta o los de Mason, que no sabía definir si estaban preocupados por mi estabilidad mental, o por el pesa de mis palabras. Y sin siquiera pensarlo, una pequeña risa involuntaria escapó de mi control. 

— Lo se, capitán. Y mis manos tiemblan de solo pensarlo. Siendo yo mismo quien debería llamar al orden y la disciplina, pero haciendo todo lo contrario. Que irónico... Pero no puedo ignorarme a mi mismo. No se preocupe, capitán Murphy. Si la gracia del Emperador quiere que regrese con vida de esta campaña, afrontaré las consecuencias de mis actos... Aunque la verdad... Dudo mucho que eso fuese siquiera posible. —

Y así, me di la vuelta una vez más y encaré mi camino, cuestionándome a mi mismo lo estúpido de mi decisión, pero no arrepentido por ello. 

Me abrí paso entre las formaciones que nos seguía, incapaz de mirar a los cientos de rostros que me seguían con la mirada. Todos, ignorante de lo que había pasado, pues estaban demasiado lejos para escucharme. Estaba solo... Y mi rifle era mi única compañía. 

Cuando llegué al final de la formación, se reveló ante mi ese páramo desolado lleno de barro, y los cientos de fogonazos de la artillería distante de Krieg. La imagen era desgarradora, y realmente me tentaba a darme vuelta y recapacitar sobre mi imprudencia, pero ya había tomado una decisión. Una que seguí, incluso con las dudas que sacudían mi cabeza. Lo que no esperaba, era que alguien estuviese tan loco para seguirme. Mucho menos miles de ellos. 

— Debo admitir que esto no es nada sensato. —

Fue la voz del propio Murphy quién me obligó a darme vuelta, solo para mirar con asombro como, tanto él, como Crosta, Maison, y miles de soldados de la reserva y civiles de Cantus se sumaban a mi descabellada idea. Yo no lo había pensado hasta el momento en que estoy escribiendo estas palabras, pero en ese momento, yo era la máxima autoridad militar del mundo de Cantus... Y muchos confiaban en mi para protegerlos. 

Mis ojos se posaron en cuantos caras fue posible. Podía notar el miedo colectivo, el desconcierto. Podía notarlo, porque yo estaba tan asustados como ellos. Y estoy seguro que cada combatiente frente a mí lo sabía. Fue tanta la presión, que no pudo evitar una risa de nerviosismo. Un último acto de cordura, antes de aceptar la ayuda de todos, y regresar al frente. A donde quiera que la luz del Emperador nos guiara. 

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