Cap. 3- Día 17 (Parte 2) - Corazón de Coraje

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Audiolibro disponible en YouTube:

https://youtu.be/d2ObPjmNOe8

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Nuestra poca confianza se vino abajo en el preciso momento en que descubrimos la verdad, pero no nuestro rifles. Ni siquiera tuve que dar la orden, para que los miles de combatientes de mi sector disparasen sin tregua ni cuartel hacia las formaciones orkas. 

El muro de metal contendría nuestros disparos, pero no los cuerpos de aquellos que se atrevían a salir de las coberturas. Cien metros solo nos separaban de la terrible marea verde, pero esos cien metros eran suficiente para que cualquier novato pudiese acertar un disparo certero. Y no podía agradecer más al regimiento de defenza de nuestra derecha, cuyas Sentinels nos brindaba en ocaciones una oportuna brecha en las formaciones enemigas. 

Solo teníamos que resistir. Miré a mi izquierda, y pude ver los haces de luz a casi un kilómetro de distancia, y supe que aún manteníamos la posición. Aún bajo la implacable lluvia y los relámpagos. A mi derecha, los regimientos de reservas disparaban con todo lo que tenían, y podía ver la difusa curva que su superior potencia de fuego dejaba en las formación piel verde. 

A nuestras espaldas, podía escuchar con satisfacción el retumbar de la artillería de Krieg, principal motivo por el cual aún nuestro sector era capaz de mantenerse firme, cuando las enromes explosiones habrían las brechas perfectas que necesitábamos para contratacar. Recuerdo incluso que en varias ocaciones, dichas salvas calleron justo sobre el muro de escudos, punto perfecto para que nuestras tropas pudiesen limpiar el campo de orkos antes de que estas volviera a cerrarse. Una cordinación por parte de nuestros enemigos que me tenía aterrado. 

— Comisario. Los orkos están siendo mantenidos a raya. Comentó Mason, tras treinta minutos de disparos inunterrumpidos.

— Muy bien. Manténganse firmes a toda costa. Si este sector cae será cuestión de tiempo para que el mundo sucumbe. No retrocederá bajo ningún concepto. —

Mis palabras fueron crueles, pero no menos cierta. Nuestra línea defensiva era todo lo que teníamos. Detrás de nosotros habían dos kilómetros de planicies hasta las posiciones donde se emplazaba la artillería de Krieg, pero realmente desconocía el estado de su regimiento. Tal vez tuvieron que ir a apoyar el frente derecho. Tal vez habían sido movilizados a otro sector. En cualquier caso, no podía depositar nuestra confianza en una suposición. Teníamos que mantener la posición a toda costa, y estoy seguro que cada uno de los presentes estaba tan seguro de eso como yo lo estaba.

Pasado unos minutos, la batalla llegó a un punto muerto. El muro de escudos orko mantuvo posición a cien metros de nosotros, y se limitaban a devolvernos el fuego o a lanzar cualquier tipo de explosivos. Gracias al Emperador por la covertura que esas trincheras nos proporcionaban, de lo contrario ahora no estaría aquí escribiendo esto. 

Algunos orkos intentaban abandonar el muro de escudos, pero no solían llegar muy lejos. La potencia de cien o más láser concentrados era lo suficiente para vaporizarlos al instante, lo que parecía subir la moral de nuestras tropas poco a poco, sin embargo, yo estaba bastante preocupado. 

Esto era demasiado impropio de los orkos. Nada de lo que había leído o escuchado antes había mencionado un comportamiento así. No se sentía como algo natural. Era como si, los pieles verdes frente a nosotros, estuviesen esperando algo. Como si su objetivo era entretenernos de algún modo... Y solo el Emperador sabe lo frustrante que me sentí cuando descubrí que mis preocupaciones se hicieron realidad. 

— Malditos cobardes. — 

Mi frustración había alcanzado su punto más crítico. Los orkos mantenía su posición perfectamente gracias a su muro de escudos, y solo asomaban la cabeza para devolver el fuego. Esto me recordaba más los pasajes de Nortivosh y las guerras de trincheras contra los moradores de Gusokit, que una batalla con los orkos. Esa senzación de que algo extraño estaba pasando allí, cada vez se hacía más presente en mi mente. Entonces ocurrió la catástrofe. 

— ¡Fuego aliado! ¡Fuego aliado! —

La voz de uno de mis hombres se sacó de mis pensamientos, al mismo tiempo que helaba hasta la última gota de mi sangre. Por un segundo pensé que había escuchado mal, o que se trataba de una broma de mal gusto, la cual castigaría muy ceveramente si sobrevivíamos a esto. Pero no era una broma en lo absoluto. 

Tuve que alzar la cabeza de mi covertura para verlo con mis propios ojos. Centenrares de láser se precipitaban sobre nuestras posiciones desde el sector izquierdo. Y recuerdo haber maldecido a Purshok de las peores maneras posibles en ese momento. El frente de la capitana Crosta apenas podía responder al fuego, y solo algunos disparos podían verse, todos en dirección al frente. ¿Qué demonios estaba pasando allí? La intensa lluvia no me dejaba ver nada. 

Mi temor y mi impotencia actuaron en mi de una forma que no fue para nada sensata. Tomé mi rifle y corrí hacia la retaguardia, hacia la sima de la meseta donde nuestras trincheras estaban cavadas. Tenía que ver con mis propios ojos que estaba pasando, y tratar de descubrir el motivo de tal error. ¿Por qué Purshok ordenaría disparar en nuestra dirección, si todo compartíamos la misma línea defensiva? ¿Acaso los pieles verdes lograron atravesar las defenzas de la capitana Crosta? De ser el caso, estabamos condenados. 

Sin embargo, mi visibilidad no mejoró mucho, a pesar de encontrarme en un peligroso sitio,  expuesto. El flanco de Purshok estaba cubierto por una extraña neblina marrón, como si fueran los restos de polvo y tierra tras una explosión, pero eso no concordaba con los disparos que caían sobre las posiciones de Crosta. Disparos que cada vez más se acercaban hacia nosotros.

Entonces los vi. Al principio pensaba que eran de los nuestros, pero pronto entendí con terror que no era el caso. Un extraño grupo de guerreros comenzó a avanzar por el interior de las trincheras, y podía ver el conflicto en el interior de las zanjas que con tanto ímpetu habíamos defendido. Portaban nuestros blaster y nuestras armaduras imperiales, pero no eran de los nuestros.

Semejantes en tamaño y forma, los pieles verdes se habían vestido con nuestras vestimentas y portaban nuestras arma. El Emperador estaría ardiendo de furia en su dorado trono de solo saber que tal ofensa a su sagrada maquinaria bélica se llevaba a cabo en esta batalla. 

Nunca antes había visto a un piel verde con mis propios ojos, pero cada libro que estudie mencionaba a una subespecie llamaba grentchin, los cuales eran de menor tamaño que los orkos, pero no recuerdo que estos superasen el metro de altura. Estos, en cambio, casi alcanzaban el metro ochenta, y sus cuerpos estaban tan desarrollados como los nuestros. Algo que contradecía todo mi conocimiento, y me dejó tan impactado, que no fui capaz de dar órdenes por un par de minutos. 

— ¡Comisario Harrus! ¡Debemos retirarnos hacia el frente central! —

La voz de la capitana Crosta me sacó de mis pensamientos. Cuando regresé la mirada al frente, la pude ver, posicionada en la última línea de trincheras. De inmediato supe la cruda realidad, y de cierto modo me sentí alividado de saber que una parte del regimiento había logrado sobrevivir. 

Las órdenes de la capitana no podían ser más certeras. Nuestras tropas sobrevivientes se replegaron por el frente central, donde nos fucionamos con las fuerzas de reserva, bajo el mando de un tal capitán Murphy. Uno que parecía ser del mismo regimiento que Crosta. 

Las propias trincheras se convirtieron en un campo de batalla, cuando montamos barricadas para retener el avance de los pieles verdes, apoyados por dos Centinel que no permitían a nuestros enemigos acercarse más de la cuenta. Gracias alEmperador que este grupo de avanzada no portaba armamento pesado. 

Allí podríamos recistir por un tiempo, pero varios otros oficiales sabíamos que ya la posición estaba comprometida. Esa brecha en el sector izquierdo ya no podía ser contenida, y si nos demorábamos muchos para actuar, los pieles verdes serían capaces de rodearnos. 

Tanto Crosta, como Murphy como yo, estábamos tratando de idear una forma para retomar el sector perdido. Podríamos avanzar lentamente, usando las trincheras como líneas de defenza, y emplanzando puntos de control. Un avance lento, pero efectivo contra un enemigo del que desconocíamos su capacidad. Estábamos listos. Los soldados experimentados de las reservas irían al frente, y algunos civiles le brindarían covertura. Los Sentinel marcharían a la par, mientras recuperábamos posiciones para devolver el fuego contra el muro de escudos del frente, el cual se mantenía rígido como una amenaza constante. Pero entonces, recibimos el mensaje de retirada del comandante Habrok. 

La noticia cayó sobre nosotros como un balde de agua fría, y el temperamental Murphy estuvo a punto de volvarle la cabeza al mensajero de un disparo, pero las noticias eran demasiado graves para ser ignoradas. 

Purshok no fue ni el primero ni el último en caer. Decenas de frentes habían alcanzado las trincheras, y solo sería cuestion de tiempo antes de vernos rodeados con fuego cruzado. De hecho, nosotros ni siquiera lo sabíamos, pero a dos kilómetros al oeste de nuestra posición, parte el frente centrál había sido arrasado por completo. Habrok había ordenado a la artillería de Krieg abrir fuego sobre nuestras posiciones en dos minutos, y no cancelaría la orden incluso si nosotros nos mantendríamos firmes. No había opciones posibles.

Los mensajeros fueron enviados de inmediato. Si mis cálculos era ciertos, nosotros fuimos posiblemente los últimos en ser avisados, así que como mínimo tendríamos un minuto en nuestra contra. No podíamos esperar una retirada organizada, y cada cual era dueño de su destino. 

Corrimos. Corrimos como nunca antes lo habíamos hecho en nuestras vidas. El barro se incrustraba a nuestros pies, como si su voluntad fuese vernos morir justo en ese lugar. Los veículos de transportes se atoraban, los heridos eran dejado atrás. Mis manos se apretaban sobre mi arma, y mis dientes rechinaban ante la impotencia, pero no podía hacer nada al respecto, más que correr por salvar mi vida. Sería hipócrita decir que hubiese hecho lo contrario, pero yo, tanto como cualquier otro a mi lado, quería vivir. 

Entonces, los cañonazos fueron escuchados. Los destellos de la munición siendo expulsada por los cañones a la distancia marcaba nuestro destino. Ninguno de nostros estaba convencido de habernos alejado lo suficiente, pero nuestras ancias por seguir corriendo no cesaron en lo absoluto, y solo las plegarias al Emperador podían ser escuchadas por encima del sonido que las bombas hacían en su mortal descenso. 

Entonces, la tierra se sacudió a nuestras espaldas. Cientos de explosiones nos lanzaron al suelo, pues la honda expancida de tantas ojivas combinadas remocvió la tierra hasta el propio subsuelo. Agradecí en mi interior al Emperador por haber sido capaz de estar lo suficientmenete lejos para no ser una víctima de nuestra propia artillería... Y al mismo tiempo, rogaba por el perdón y piedad por las almas que dejamos atrás. Mi único consuelo, era que la muerte de nuestros camaradas sería un mejor destino que cualquiera que los pieles verdes tendría para ellos. 

Sin embargo, nada me rompió más el corazón que escuchar al joven Henry, llorando desconsolado sobre el hombro de su decaído padre Erik. Y de inmediato supe, que el viejo Lexter no lo había conseguido. Fueron segundos duros para todos, pero no podíamos quedarnos a mirar con pesar las explosiones a nuestras espaldas... Debíamos seguir adelante, si queríamos sobrevivir. Y rezar para que la luz del Emperador nos guíe, en esos momentos tan desesperados. 

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