Cap. 2 - Día 17 (Parte 1) - Limbo
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Audiolibro disponible en YouTube:
https://youtu.be/btfLpksrcfw
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Han pasado 7 días desde que tuve tiempo para poder escribir algo. Los suceso de esta última semana apenas me han dado respiro para comer algo decente, y he estado tan ocupado que ni siquiera he podido conciliar más de tres horas de sueño al día.
Ahora me encuentro dentro del interior de una fragata clase Sable, donde por fin logré encontrar un momento de paz tras tantas calamidades. Han pasado tantas cosas, que tengo muchas dudas de por donde comenzar.
Tan pronto nos dieron la orden de reunirnos con el resto de tropas frente al muro sur de la ciudad, entendimos que ya había llegado la hora. Tanto Purshok como yo dejamos de recibir reportes hacía un par de horas, pues supongo que los que estaban al mando nos veían como carne de cañón y nada más.
Sin embargo, la vista fuera de las murallas no era nada agradable. Casi de inmediato pude reconocer los regimientos de refuerzo. Estaban formados perfectamente a nuestra derecha, sin mover un músculo a menos que el general Habrok dijese lo contrario. Muy diferente a las formaciones de nuestra izquierda.
Los civiles que Purshok había mandado al frente por órdenes de sus superiores, ahora portaban cualquier cosa que sirviera como arma. El propio Purshok no podía apartar la mirada de esas formaciones. Tan preocupado como yo.
No eran guerreros. Casi ninguno había portado un arma antes, y una sección de práctica de tiro, fue todo el entrenamiento que recibieron antes de ser formados junto al resto. El miedo en sus rostros era visible. Las plegarias hacia el Emperador de aquellos que estaban más cerca de nosotros podían ser audibles. Tan claras como las de aquellos 100 hombres que formaban a mis espaldas.
Tan pronto el general Purshok recibió la orden, marchamos junto a las fuerzas de reservas hacia el sur. Al parecer, los orkos planeaban desembarcar en una planicie al sur de la ciudad. Un lugar que antes era un próspero campo de granos, ahora sería arrasado por la voracidad de la guerra.
Mientras marchábamos, a mi mente regresaban todos aquellos recuerdos de la academia. Los manuales de cómo enfrentar a los orkos era los más comunes, mostrando en su interior las miles y miles de posibles forma de derrotar a los pieles verdes. Cosa que, en mi más humilde opinión y sin ganas de ofender a aquellos autores de tales libros, era una completa estupidez.
Cada libro que contenga el más mísero comentario acerca de los orkos, siempre tendrá una opinión: ¨Los orkos son impredecibles.¨ ¿De qué sirve memorizarse las 548 tácticas de combate para enfrentar a los pieles verdes en arenas movedizas, si estos puedes sacar un cohete de su mochila y volar todo en pedazos? La única respuesta que puedo encontrar, es la carencia de creatividad en nuestra educación... En todo... de hecho.
Bueno... Igual tuve que memorizar las 5932 páginas de la saga de Mosterius, el cronista que estaba asignado al destacamento bajo el mando del comisario Yarrick en las guerras de Armageddon. Aunque he de admití que los leí más por conocer las hazañas de su protagonista, y no exactamente por las estrategias que los oficiales bajo su mando ejecutaron. Muchas de ellas, sin resultado.
Ahora que tenía tiempo para pensar mientras marchábamos, me parecía bastante extraño que los orkos no hubiesen atacado directamente la capital. Mucho más extraño que hallan pisado tierra en una zona tan alejada de la ciudad. Los manuales describen a los pieles verdes como criaturas hambrientas de guerra, cuyo comportamiento errático era similar en todos los campos de batalla. El único libro donde leí algo diferente fue en las propias crónicas de Yarrick, destacando la presencia de Ghazghkull Mag Uruk Thraka. Tan solo pensar que una catástrofe de tal magnitud apareciera aquí, en Cantus, hizo que se me helase hasta la última gota de mi sangre.
Sin embargo, mis temores pronto tuvieron que ser aplacados. Ya se escuchaban los disparos de las Valquirias en la distancia, y al alzar mi mirada, se mostraba como el cielo se teñía de rojo antes los miles y miles de naves orkoides que descendían desde la atmósfera. Esta sería una masacre como nunca antes se había visto, y el propio Cantus lo sabía, pues las nubes de tormentas que se arremolinaban sobre el campo de batalla era un augurio de los días venideros.
Tan pronto Purshok recibió la nueva orden, comandó a las fuerzas bajo su cargo a ocupar las trincheras. Kilómetros y kilómetros de trincheras. Algo que solo era posible realizar en un par de horas, por la habilidad de los regimientos de Krieg, quienes habían sido los primeros en llegar al frente, y ya habían construido una fortaleza de montículos y canales sobre el terreno natural. Algo que ya conocía de libros de la academia, pero que al ver con mis propios ojos aún me resultaba imposible.
Las tropas de la guardia imperial pasaron al frente, mientras veía a los propios soldados de Krieg preparando la artillería a varios kilómetros alejados de las líneas principales. Estaba más que claro que ellos serían las reservas, o algún haz bajo la manga que pudiese asegurar algún punto de la batalla de vital importancia. O eso pensé en ese momento.
Mientras más nos acercábamos, más podía ser perceptible el temor de los hombres bajo mi mando. Mason se mostraba tan poco entusiasta como yo, y me rompía el corazón ver al viejo Lexter, aún con esa pesada ametralladora, pero incapaz de no mirar hacia otro lado que no fuese hacia las fuerzas civiles. Asustado y desesperado, con la esperanza de siquiera poder ver a su hijo y nieto, los cuales habían sido reclutados como los miles que conformaban el flanco derecho. Y finalmente, llegamos a nuestra posición designada.
El menos puedo afirmar que el general Habrok es lo suficientemente sensato para no dejar una brecha tan grande en sus defensas. Ni Purshok ni yo teníamos conocimiento de la situación del flanco central o el de la izquierda, pero nosotros tuvimos la suerte de ser asignados a un punto que sería no tan difícil de mantener. O al menos eso pensé en cuanto lo vi.
Tres líneas de trincheras se escalonaban sobre una pequeña meseta, dándonos una perfecta vista a una llanura de medio kilómetro aproximadamente. A nuestra izquierda se encontraba una enorme formación rocosa, perteneciente al sistema montañose que separa la región de la ciudad con los desiertos del sureste. Flanquearnos por ese lado sería prácticamente imposible.
A nuestra derecha estaba el regimiento central de la reservas, incluida la mayoría de las Valkirias. De ocurrir cualquier desastre, los refuerzos no tardarían mucho en llegar.
Nuestras órdenes eran mantener la posición a toda costa, mientras las artillerías de Krieg descargarían su furia sobre la planicie frente a nuestros ojos. Nuestros fusiles tal vez no serían los más eficientes, pero miles y miles de ellos bastarían para reducir a centenares de orkos en cuestión de minutos. Los civiles solo debían preocuparse por una cosa. Disparar al frente sin importar las condiciones. Y que el Emperador bendiga nuestros esfuerzos.
Entonces, llegó el momento. La calma antes de la tormenta. Las voces preocupadas y las plegarias al Emperador cesaron, cuando el rugir de las Valkirias al oeste de nuestra posición retumbaron en todo el campo de batalla. Ya había comenzado, y pronto sería nuestro turno.
Recuerdo que mi vista se alzó hacia los cielos, hacia las preocupantes nubes de tormenta que se arremolinaban sobre nosotros. La primera gota de agua se hizo presente, y pronto, una delicada llovizna calló sobre nosotros.
La tierra comenzó a humedecerse. Las botas, se hundían en el fango que poco a poco se iba formando bajo nuestros pies. La humedad se metía entre nuestros ojos, y las miras empañadas de nuestros rifles hacía imposible apuntar correctamente.
Entonces, todo se volvió oscuro. Los primeros cinco minutos fue solo un presagio de lo que sucedería a continuación. Las gotas de agua se convirtieron en un aguacero, y en menos de quince minutos ya era una tempestad.
El campo de batalla delante de nuestras narices desapareció frente a nuestros ojos. Los relámpagos iluminaban por fracciones de segundos la infinita oscuridad. Y el rugir de los truenos opacaba el sonido de las Valkirias y las salvas de artillería, las cuales por su fuerza, podía deducir, que se trataban de las fuerzas de reserva del frente central.
Entonces, los vimos. Un relámpago iluminó las siluetas en la distancia, y supimos de inmediato que se trataban de nuestros enemigos, aún cuando ni siquiera fuimos capaces de ver con exactitud de que se trataba. La voz de la capitana Crosta se alzó de inmediato, y centenares de disparos láser se lanzaron al frente, propio de aquellos hombres y mujeres del Astra Militarum que estaban bajo su cargo.
Tanto los civiles como nosotros, nos quedamos perplejos por al menos dos segundos ante el retumbar de la guerra. Y no fue hasta que fuimos capaces de convertir el miedo en desesperación cuando logramos alzar nuestras armas y unirnos a los que ya estaban disparando.
La lluvia no me permitía ver a qué le estaba disparando. Solo sabía que debía vaciar mi cargador al frente, que eventualmente mis ráfagas encontrarían un objetivo en la interminable marea verde, como algunos registros imperiales se referían a los ataques orkos.
Al frente, mis ojos sufrían, incapaces de adaptarse al escalofriante espectáculos de luces doradas. Miles y miles de ellas, en una caótica vorágine de destrucción. Mi voz hacía lo posible por alzarse entre tanta conmoción, pero sabía que no sería escuchada muy lejos de mi posición.
La lluvia intensa caía sobre mi gorra como una cascada, y mis ojos no eran capaces de vez más lejos de cien metros desde mi posición dentro de las trincheras. Por lo haces de luces sabía que estábamos luchando, y esa era toda la información que tenía. El frente de Purshok parecía mantenerse firme, y la cantidad de disparos era casi tan abundante como la sección que yo lideraba. Y con Crosta justo en medio de ambos, podíamos mantener una estabilidad decente.
¨Podremos lograrlo.¨
Un pensamiento cruzó por mi cabeza. Un ápice de esperanza, de autocompasión. Me decía a mi mismo que seríamos capaz de detenerlos. Tan iluso como aquel joven de hace cuatro años, apenas graduado de la academia. Tan iluso... Y tan estúpido.
Pronto de mi cuenta que algo no estaba bien. A pesar de la oscuridad, pude notar que la distancia recorrida por los disparo de láser cada vez era más efímera. No había que ser un experto para notarlo, y estoy seguro que no fui el único en darme cuenta de esto.
Quinientos metros. Cuatrocientos metros. Trecientos metros. Aún no éramos capaces de definir a que le estábamos disparando, y los relámpagos solo nos permitían ver siluetas en la distancia. Distancia que tal como sospechaba, era cada vez menor. Aún así, mi voz hacía lo posible por animar a aquellos que eran capaces de escucharme. Dándole esperanzas y usando las explosiones de artillería como excusa de nuestra posible victoria. Aunque ni yo estaba convencido de eso.
Entonces, los vimos. Mi estrés no me permitió darme cuenta, pero en ningún momento sentí cerca de mi un disparo proveniente del bando contrario. Sería demasiada buena suerte que mi sector fue el único sin recibir fuego enemigo, pero supuse que no debería de ser nada bueno. Pensamiento que se me fue confirmado, cuando las distancia fue capaz de revelarme lo que tanto la lluvia me quería esconder.
Un inmenso muro de acero, sobre el cual los disparos de nuestras armas impactaban sin hacer el mínimo daño posible. Un muro imposible de aceptar para ninguno de nosotros, a unos escasos cien o ciento cincuenta metros de la primera línea de trincheras. Un muro que, escuchamos rechinar cada vez con más fuerza.
Eran los orkos. Eso fue algo que entendí de inmediato. Así como entendí que... todos nuestros esfuerzos habían sido inútiles.
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