Cap. 17 - Día 74 (Parte 8) - Esperanza de Ceramita

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https://youtu.be/4DcsU_HRwrI

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El silencio posterior a las explosiones fue abrumador. La constante espera era tediosa, mientras cortinas de humo y polvo poco a poco eran arrastradas por el suave batir del viento. Nadie decía nada. Nadie movía nada. Todos, rostros temerosos mirando al frente, con la punta de sus rifles en dirección a la última posición de nuestros enemigos. 

A mi lado, el resoplido de un soplete llamó mi atención. La joven médica, rodada de vendas llenas de sangre, acudió a un último recurso desesperado. La hoja afilada de su cuchillo de combate se convirtió en el catalizador de las llamas de un soplete, y el ardiente metal, cauterizaba la herida del astarte, desprendiendo un sonido espelúznate y un aroma abrumador a carne quemada. Más, ese semidiós, ni siquiera se quejaba del dolor. Incluso en la víspera de su posible muerte, este se mostraba débil, aún cuando sus movimientos algo lentos me daba a entender que la pérdida de sangre había llegado a un punto crítico.

—Esto es contraproducente.

La voz des Escudo Negro Nullus, ubicado a un par de metros en nuestra misma trinchera, llamó mi atención. De inmediato, alcé la mirada, y noté que el astarte de negro tenía su visor enfocado al frente. Y por instinto, yo hice lo mismo. Aunque hubiese preferido no haberlo hecho.

Los últimos rastro de polvo y humo se desvanecían frente a nuestros ojos, y un terror primogénito se instauró en mi pecho. El miedo por la vida de mis soldados. El miedo por mi propia vida. Fue suplantado por un miedo mucho mayor. El miedo por la humanidad.

Ante nosotros, se alzaba la enorme horda de pieles verdes. Aquellos meganobles, que no avanzaron en lo absoluto, y que hicieron ver nuestra última esperanza de artillería como algo ridículo. Entonces... lo entendí. 

Entendí el verdadero peligro que esta horda significaba. La leyenda de Armaggedon rescribiéndose ante mis ojos. Una fuerza orka donde los números y la brutalidad, estaban acompañadas por una inteligencia aterradora para un piel verde.

Ellos lo sabía. Quien quiera que estaba al mando de esos pieles verdes, fue capaz de leer mis movimientos... No... De hecho... No... No fue solo eso. La quema de la ciudad para atraernos. La emboscada en los riscos. El ataque a nuestros puestos de mando. Cortar nuestras comunicaciones. La fuerza principal a cinco kilómetros para desviar nuestra atención... 

Todo fue un señuelo. 

Todo fue un engaño. 

Estuvimos bailando en la palma de su mano todo este tiempo. 

Nuestras fuerzas habían recibido el embate constante una y otra vez. Nuestras bajas no eran críticas, pero las bajas enemigas eran casi nulas. Nosotros ni siquiera éramos su objetivo. Solo nos estaban haciendo a un lado. Como un molestia en su camino. Lo entendí perfectamente. Este frente, no era más que el patio de juegos de alguna mente maestra del otro lado del campo de batalla. 

Entonces... ¿Dónde se estaba desarrollando la gesta principal? ¿Dónde se estaban desarrollando los eventos más importantes? ¿Al norte? Las tropas de Coronel son fuertes, pero me costaría creerlo. ¿El frente central? Sería lo más lógico de pensar, pero allí se concentran la mayor cantidad de Ángeles del Emperador. No tiene sentido atacar por el lugar mejor defendido... o acaso... ¿Fueron lo Templarios Negros el objetivo de estos orkos todo el tiempo?

—¡Se están moviendo!

Salgo de mis pensamientos, cuando la voz de Fordo se estremece a mi derecha. No lo había visto desde que cargamos para rescatar a los ángeles, y no había tenido tiempo de preocuparme por su ausencia. Al menos, me alegra saber que aún estamos juntos en esto... Aunque no fuese a durar mucho. 

Regresando mi mirada al frente, pudo ver la cortina de polvo que ahora se levantada tras las formaciones orkas. Ya venían. Ahora si. No soy siquiera capaz de imaginar cómo los pieles verdes sabía, pero ahora no teníamos forma posible de detenerlos. Lo único que nos quedaban, eran nuestros rifles, tres astartes, y nuestra Fe en el emperador. Y para empeorar las cosas, desconocía la situación del resto de sectores desde que abandoné el puesto de mando improvisado. 

Mi orden no se hizo esperar, y las ráfagas de láser se abalanzaron desde nuestra posición hacia nuestros enemigos. Millones de ráfagas mortales de energía, pero que eran patéticas ante el blindaje orkoide. Ya no había espacio para estrategias. No había tiempo para planes. Lo único que nos quedaba era luchar y esperar una muerta digna de un soldado. Pero jamás había estado tan feliz de estar equivocado. 

—¡Cómisario!

Una repentina voz llama mi atención desde la espalda, y me agacho sobre mi posición, solo para ver al operador de radio lanzarse de cabeza dentro de nuestra trinchera. Su cuerpo impactó contra el suelo, y su equipo se sacudió con fuerza. Que no se hubiese roto nada era todo un milagro. 

—¿¡Peró qué demo...!?

—¡Recibimos un mensaje, Comisario! —Exclamó interrumpiendo mis palabras. 

—¿¡Un mesanje!? ¿¡De quién!?

—¡No sabesmo! Solo decían: ¨¡Vamos en camino!¨

La noticia avivó en nuestro interior una llama que ya creía se había extinguido. Me tomó unos segundos poder reaccionar, y reconocer en el rostro del operador de radio una risa de esperanza. La joven médica a mi lado, ya concluida su tarea, nos miraba a ambos con asombro y esperanza. Y aunque nos preguntábamos quiénes hubiesen sido los que mandaron ese mensaje. Todos sabíamos en nuestro interior la respuesta. 

Desconozco cuanto tiempo demoró el operado de radio en encontrarme, pero apenas pasaron unos segundos, y el suelo comenzó a retumbar una vez más. Solo que ahora, el sacudir de la tierra presagiaba vientos de cambios. La mirada se alzó a nuestra retaguardia, y entonces los vimos. Eran ellos. Nuestras esperanzas había regresado. Y nuestro coraje.  

Centenares de armaduras negras de ceramita cruzaron nuestras trincheras y le lanzaron al frente. Semidioses de la guerra que admiramos con estupor tomar el relevo de nuestro esfuerzo, mientras se lanzaban sin miedo al frente, acompañados de sus majestuosas bestias de guerra de metal, y millones de soldados del Astra Militarum a sus espaldas. Lo habíamos conseguido. Habíamos resistido. 

Un astarte se dejó caer sobre nuestro agujero, pero este no portaba la armadura negra de sus hermanos. El color blanco que lo recubría, y esas articulaciones metálicas que sobresalían de sus hombros, daban a entender muy bien su oficio. Era un apotecario. 

—A un lado. 

Su voz fue estridente, y la médica de campaña obedeció de inmediato, casi que pasando por encima de mi, temerosa a ser aplastada por la mole de metal que tomaba su posición. El apotecario vió a su semejante, y con meticulosa precisión examinó su herida cauterizada. Luego me miró a mi, y luego a la chica a mi lado, antes de asentir levemente con la cabeza. 

—¿Podré... seguir luchando? —Habló el astarte herido, apenas con fuerzas. 

—Si. Pero no ahora. 

—Mis hermanos... caídos 

—No te preocupes. Yo me haré cargo. 

—Gra... Gracias. —Casi como si hubiesen sido sus últimas palabras, el astarte herido dejó caer su cabeza, y de no ser por las palabras del apotecario, hubiese jurado que estaba muerto.

—Escudo Negro Nullus. —La voz del astarte médico se tornó hacia otro sentido. —¿Y el resto de su unidad?

—Él fue el único sobreviviente. 

—Entendido. Tomen. Munición. Tengo trabajo que hacer. ¿Puede escoltarme hacia sus cuerpos?

—Afirmativo. Reponed munición. Avanzaremos de inmediato. 

No dieron mucha información al respecto, pero tengo el conocimiento suficiente para intuí, que el apotecario se refería a recuperar la semilla genética de los ángeles caídos. Reconozco su importancia, pero desconozco si adentrarse en la boca del lobo sea motivo suficiente para sacrificar tanto. Pero para los astartes, si lo era. Porque no dudaron ni un segundo en abandonar la trinchera, y desaparecer una vez más en la marea de la guerra. 

Tan pronto vi a los Ángeles esfumarse de mi vista, un oficial de los refuerzos se agrupó conmigo trayendo las abrumadoras noticias. Tras una búsqueda en vano por el comandante Hibrid, se me informó que todas las fuerzas estaban esperando por mi comando. Millones de tropas combinadas del Astra Militarum, lo que también agrupaba a algunas de las reservas que el coronel Tairon dejó a bordo de las naves en órbita. Blindados, equipos pesados, equipos antitanque. Toda una legión esperando por las órdenes de un simple mortal. Quería quedarme cayado en ese momento... Pero no podía hacerlo. Más cuando los Templarios Negros ya comenzaban a alejarse de nuestra posición.

Y allí, ante la presencia de los oficiales de las fuerzas de la Cruzada Calixus, mi voz no titubeo. 

—¡Que dos escuadrones refuercen en flanco norte! ¡Quiero a una compañía reforzando a los templario del centro! ¡Que los soldados de Krieg apoyen el flanco sur! ¡Y traed esos blindados al frente! -

Las botas resonaron contra la tierras solidificada por las pisadas, las manos sacudieron los pechos de los oficiales ante mi presencia. Decenas de hombres que se lanzaron a la carrera en sentidos aleatorios, mientras mis órdenes era transmitidas por cada eslabón de la cadena de mando. El momento de atacar, por fin había llegado. Aún así, no estaba listo para lo que pasaría a continuación.

¿Usted es el comisario Harrus?

Una voz a mis espaldas sacudió cada uno de mis huesos. Un tono grave, casi robótico, pero que se sentía como si me estuviese respirando sobre la nuca. Desconozco cuanto tiempo emquedé mirando el campo de batalla frente a nosotros, apretando mi rifle listo para unirme al resto. Sin embargo, ver los rostros de estupor de los hombres y mujeres a mi alrededor me obligó a girarme de inmediato... Y de inmediato entendí por qué. Mientras me preguntaba... ¿Cómo fue que no noté a tal coloso de metal acercarse?

Me congelé al verlo. Un coloso de metal y destrucción teñido de negro, con partituras sagradas decorando su impenetrable armadura, mostrando con orgullos los símbolos y emblemas de su capítulo. Su devoción, su compromiso, su lealtad.

¿Es usted es el comisario Harrus?

Su voz replicó ante mi silencio. No escuché rastro de ira en su temple, pero estaba más que claro que no aprobaba mi silencio. Y podía entenderlo. El campo de batalla esperaba por nosotros. 

—S... Si... Lo soy. 

Por mucho valor que intenté reunir, mi voz escapó de mi boca en forma de ahogados ápices de cordura. Mi mente no estaba lista para toparme con un avatar de la guerra de ese calibre. Mucho menos para intercambiar palabras con uno.

Soy el hermano de armas Haragón. Y el capellan me ha enviado aquí para apoyarlo. ¿Cual es la situación? 

Hemos logrado detener el avance orco, y ahora estamos recuperando terreno. Mis hombres están listos para avanzar cuando lo decida. 

La delegación del liderazgo por mi parte fue inmediata. Un dreadnought no es solo un bastión inexpugnable. Dentro, estaba depositado un guerrero con cientos, sino miles de años de experiencia, en su eterno vigilia de servidumbre. 

No me malinterprete, comisario. Me enviaron para apoyarlo, no para tomar el mando de este sector. 

—Pe... Pero...

Esas son mis órdenes, comisario.

Sus palabras me dejaron perplejo. Dudé bastante de la funcionalidad de mis oídos, pero esos no eran más que pensamientos que se negaban a aceptar la realidad. Sin embargo, no carecía de total sentido. Si este hermano de armas Haragón estaba aquí, era por un simple motivo. Un reporte que había escuchado ante de las llegada de los refuerzos, pero que había ignorado por completo, al no haber sido capaz de hacer algo al respecto. Pero que uniendo los puntos, hizo que mi corazón palpitara con más temor.  

—Nos informaron se la aparición de un enorme orco justo al frente. De cinco a seis metros de alto. Uno que, al parecer, el resto de pieles verde sigue sin dudar. Es posible que se trate del caudillo de la horda. Si lo matamos, es posible que terminemos con esta guerra de una vez por todas. 

Entendido. Iré a enfrentarlo entonces. Reclamare su cabeza y terminaremos con esto de una vez por todas. -

—Que la luz del Emperador lo acompañe, hermano de armas Haragón. 

Igual para usted. Comisario. 

El dreadnought no dijo nada más. Se dió un cuarto de vuelta, y pasó a nuestro lado antes de dirigirse al campo de batalla. Yo estaba tan conmocionado, que ni cuenta me día de la docena de ángeles que lo seguían. Ya en este punto, mi mente estaba bastante cerca del colapso. ¿Cuántas horas habían pasado desde que descendimos a la superficie?

—¿Cuáles son su órdenes, Comisario?

La voz de Fordo me sacó de mi insomnio, cuando volví mi mirada hacia los hombres y mujeres que me rodeaban. Algunos, que podía reconocer de Cantus. Otros, rostros nuevos de la 9na Compañía de Malfi. Cierto... No les había dado ninguna orden a este grupo en concreto. Aunque... la verdad... esa era una respuesta bastante obvia. 

—Vámos... Al frente.

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