Capítulo 4: fear
Érase una vez un mundo separado por facciones y clanes. Hombres lobo y otros hombres-bestia poblaban los bosques en pequeñas aldeas, sirenas en los mares, vampiros se resguardaban sus viviendas ancestrales, gorgonas y criaturas todavía sin clasificar vivían en pequeños habitáculos en cuevas, todos vivían en calma y en sana convivencia, hasta que el clan Addams de Nevermore atacó al Alfa Sinclair, y los viejos resentimientos y resquemores encendieron la pólvora de la guerra.
Así comenzó una era de tormentos en un mundo que, durante siglos, había estado en equilibrio. El pueblo de Nevermore, hogar del clan Addams, siempre fue conocida por su peculiaridad y excentricidad. Sin embargo, lo que era antes un refugio de paz se convirtió en el epicentro de la discordia. El ataque a Alfa Sinclair, líder indiscutible de la tribu de los hombres lobo, fue más que una mera confrontación; fue el inicio de una espiral de odio y venganza que arrastraría a todas las razas en un abismo de destrucción.
Los hombres lobo, como animales sociales, vieron en el ataque de los Addams una traición irreparable. No solo se sintieron ultrajados, sino también amenazados, ya que la esencia misma de su comunidad fue puesta en jaque. Esther Sinclair, la viuda de Murray Sinclair, tomó el mando de la manada y con ello, dirigió toda la ira de su pueblo hacia los Addams. Fue entonces cuando el viejo rencor entre las criaturas comenzó a emerger como un monstruo acechante, listo para devorar la armonía forjada a lo largo de los años.
Las primeras escaramuzas brotaron como fuegos en un campo seco. Las nubes de guerra empezaron a formarse cuando las gorgonas decidieron actuar bajo la influencia de la ira de los hombres lobo, convencidas de que su apoyo podría ofrecerles una ventaja. Los vampiros, en su eterna búsqueda de venganza y poder, no tardaron en hacer su movimiento, uniéndose a los Addams en un pacto que cambiaría el rumbo del conflicto. Así, la balanza de la guerra se inclinaba hacia el lado opuesto.
Los océanos también agitaron sus aguas, cuando las sirenas, al ver el caos que amenazaba con devorar sus costas, decidieron intervenir. A pesar de su naturaleza pacífica, formaron una alianza con los hombres lobos, prometiendo proteger sus dominios submarinos a cambio de la paz en las tierras superficiales. Las profundidades del mar se convirtieron en un arsenal, preparando emboscadas con deleite mientras los barcos de los Addams, se aventuraban más allá de las olas.
Las pérdidas fueron incontables, y pronto los campos de cultivo se convirtieron en fosas comunes.
Un consejo de líderes se reunió, donde las voces de las sirenas resonaban como ecos en el agua, mientras las gorgonas observaban desde la penumbra. La tensión era palpable; cada representante comprendía que el uso de la magnitud de sus poderes podría desencadenar una catástrofe. Sin embargo, el odio que se había acumulado era una tormenta que difícilmente podía ser contenida.
Así, una red de traiciones, alianzas y batallas horrendas se tejía en un mundo sumido en el caos. Las batallas no eran solo físicas; cada bando buscaba desestabilizar al otro, utilizando magia oscura, conjuros ancestrales y toda la astucia posible. Los bosques de los hombres lobos fueron quemados, su población fue cazada y diezmada, y buscaron alianza con los otros hombres-bestia. En los bosques, los centinelas de los hombres lobo salvaguardaban su territorio, mientras las sirenas invocaban tempestades para hundir los barcos enemigos.
La guerra se había convertido en una danza macabra entre la vida y la muerte, un ciclo interminable de venganza que amenazaba con consumir a todos los seres que alguna vez habían coexistido en paz. Pero el tiempo, implacable y cruel, continuó su marcha. Las guerras de los clanes y facciones se intensificaron, resquebrajando la estructura misma del universo. Una nueva era oscura se acercaba, ominosa y manchada de sangre escarlata; un ciclo que parecía no tener fin, marcado por el eco de la traición, la lucha por la supremacía y, ante todo, la desesperanza.
La historia aún debía ser contada, y el destino de todos los seres maravillosos colgaba en la balanza, esperando su desenlace final.
Cristalinas lágrimas se deslizan por tus mejillas frías, la tormenta ya estaba lejos de ti, desgarrada por los relámpagos y truenos. El viento silbaba con fuerza y sentiste las últimas gotas contra tu piel. Parecía que la tormenta de sangre estaba empezando a amainar, con una ligera llovizna aun cayendo del cielo, con gotas gruesas impactando en tu rostro apagado. Gritos resonaban en tus oídos, en tus entrañas, tantos cuerpos esparcidos a tu alrededor; tus rubios cabellos han perdido su dorado color y se han teñido de un oscuro escarlata.
Ojos sin vida te ven.
Expresiones congeladas en el tiempo.
Sus últimos alientos siendo llevados por el viento.
¿Cuántas vidas continuarás arrebatando, Alfa Sinclair? ¿Hasta cuándo seguirás sembrando aquel funesto dolor solo para ocultar el tuyo?
¿Por qué?
—Ya no quiero... ya no quiero más esto.
Lágrimas gruesas lavan la sangre que mancha tu rostro, y un sonoro grito se escapa de lo profundo de tu garganta, en medio de un gruñido animal y el estallido humano, tu voz se desgarra por el dolor, por el temor, por el asco por ti misma. Quieres parar esta guerra, ese ha sido tu pensamiento, detener todo el derramamiento de sangre: hay brazos, piernas, esparcidos a tu alrededor, algunos cuerpos incluso con expresiones de paz, por haber muerto en esta tierra árida, por haber dado su vida por la libertad de su gente.
Humanos, vampiros, sirenas, gorgonas, seres vivos...
Pero les has quitado ese derecho, has cortado cabezas y has hechos que aquellos con odio en su corazón se arrodillen frente a ti, apenas teniendo voz para suplicarte piedad. Ahora eres la única en medio de ese desastre, en ese mar de sangre y cadáveres. La única que vive, con la suciedad manchado tu piel desnuda.
¿Cuánto tiempo habrá pasado? ¿Cuántos segundos habrían transcurrido? Tus manos temblorosas sostenían la cabeza de un hombre bestia sin nombre, una mezcla de arrepentimiento y desesperación se reflejaba en tus ojos azules que ahora parecían perdidos en un abismo de culpa. El peso de tus acciones se había vuelto insoportable, la violencia que una vez te consumió ahora te devoraba desde adentro, dejando en tu corazón un vacío imposible de llenar.
—Por qué... Por qué... Por qué...
Ya no te queda voz para seguir gritando, el sañudo y cruel viento aúlla en tus oídos, el olor a muerte y desesperación está aquí para quedarse, jamás se marchará de ti. Te sentías al borde de la muerte sin estar herida, y la sangre fluía por tus venas con un goteo lento y pesado, como miel espesa deslizándose por el cuello angosto de una botella de cristal.
Tu corazón late con fuerza en tu pecho, el miedo y la culpa se mezclan en tu interior mientras miras a tu alrededor y te das cuenta de la magnitud de lo que has hecho. Te sientes una monstruosidad, un ser sin alma que ha causado tanto sufrimiento y destrucción. ¿A quién podrás culpar? La única responsable eres tú.
Quisieras no sentir, que tu corazón fuera un témpano de hielo o alguien terminara por darle fin a todo. Porque no quieres que nadie ni nada dañe a Wednesday.
Las lágrimas siguen brotando de tus ojos, mezclándose con la sangre y el polvo que cubre tu rostro. Te arrodillas en el suelo, sintiendo el peso de tus acciones sobre tus hombros, preguntándote si alguna vez podrás redimirte por lo que has hecho, si cuando la muerte te abrace habrá un lugar donde puedas descansar. El tiempo es cruel, es ajeno a los sentimientos, al soñado destino que se te fue arrancado por una promesa, y te dejó a la espera de la muerte y el idílico renacimiento.
El eco de los gritos agonizantes resuena en tu mente, recordándote el horror de la guerra. Te sientes incapaz de seguir adelante, de vivir con la carga de tanta muerte a tus espaldas.
Qué tragedia.
Qué pesar.
¡Qué desánimo te ha invadido, Alfa Sinclair!
En ese momento, la oscuridad se cernía sobre ti como un manto pesado. Cada respiración era un esfuerzo titánico, como si el aire mismo se hubiera vuelto denso y hostil. Tus pensamientos eran un torbellino de imágenes y recuerdos, y la realidad se desvanecía en un sueño febril.
A lo lejos, podías escuchar el débil murmullo de voces en la profundidad de la noche, como susurros fantasmales que te envolvían en un abrazo gélido. Las sombras parecían cobrar vida, danzando a tu alrededor con una cadencia macabra que helaba la sangre en tus venas.
Cada paso que dabas para volver a tu pueblo resonaba como un eco en la oscuridad, un sonido hueco y ominoso que te perseguía como una sombra implacable. Los latidos de tu corazón se aceleraban, palpitando en tus sienes con una fuerza frenética que amenazaba con desgarrarte en cualquier momento.
Tu mente se llena de recuerdos. Los gritos, el olor a pólvora, la sangre mancillando la tierra. El miedo se apoderaba de ti, convirtiéndote en prisionera de tus propios temores. Cada sombra parecía albergar una amenaza invisible, un peligro latente que acechaba en cada rincón oscuro de aquel lugar desolado.
Una sensación de desamparo te invadía, haciéndote sentir como una hoja a merced del viento en medio de una tormenta interminable. La incertidumbre te envolvía como un abrazo frío, dejándote sin aliento y sumergiéndote en un abismo de desesperación. En ese momento, sabías que estabas sola en la oscuridad, enfrentándote a tus demonios internos sin ninguna posibilidad de escapar, y todavía sin afrontar al verdadero enemigo en casa: tu propia madre, y el premio que le traes para liberar a tu amada del castigo que tú misma has buscado.
Tus piernas flaquean, caes de rodillas con un suspiro atrapado entre tus labios, la cabeza rueda por el suelo, lejos de ti. Revivir el pasado puede ser muy tóxico, cargado de malas memorias y de tormentos eternos. Es ira. Tristeza. Decepción. Miedo. Todas atentan contra tu felicidad fantasiosa, la realidad ficticia a la que te has aferrado con uñas y dientes, todas representan al juez de tu vida: tu mente envenenada por el amor.
Gateas, con tus manos apoyadas en el frío y sucio suelo, poco importándote las astillas en tus palmas, ignorando el sanguinolento rastro que dejas, ignorando las heridas que jamás se curaran. Porque, por más estúpido que pudiese sonar, la idea de que tu alma abandonara este cruel, estúpido, enfermo mundo era bastante atractiva como para ser ignorada.
Una figura aparece a través de la niebla espesa, oscuridad total que enceguece tu visión.
—Enid...
Su voz no es mayor a un susurro, pero aun así le escuchas como si ella estuviera gritando en tus oídos. Y, con una expresión llena de desespero y anhelo mezclados, te pones de pie a pasos tambaleantes y te diriges hacia esa persona.
Las trenzas gemelas del cabello de Wednesday se movían libre con las etéreas auras y se acercaba a ti, sin importarle manchar sus vestiduras con la sangre de los caídos.
—Wednesday...
¡Oh, espectáculo inmenso! Su nombre sale de tus labios casi sin aliento, ¡oh, estremecedor panorama de horror y de hermosura! Ella se acerca sin temerte ni sentirse cohibida de estar rodeado de tanta muerte, porque la muerte siempre parece seguir a tu cuervo, a tu mitad oscura.
Ves en sus ojos oscuros esa luz extraña: el brillo de preocupación, algo que siente por ti y solo por ti, y parece tan hermosa ante tus ojos adoloridos e inyectados en sangre. Tragas saliva y tratas de contener el aliento, tratas de no estallar en llantos y mostrarte firme como has estado haciendo estos días, pero no puedes, estás cansada de fingir estar bien.
—Mírate, ¿qué te han hecho, mi loba? —ella camina hacia ti, sus ojos escudriñan cada rasgo de tu rostro cansado y manchado—. ¿A qué te ha obligado esa horrible mujer?
Las palabras de Wednesday resuenan como una melodía en medio de la cacofonía del horror, como una calma pasiva antes de la atronadora tormenta. Tu corazón late con fuerza al oír su preocupación, un bálsamo para tus heridas, aunque el mundo que te rodea sigue desmoronándose. Te sientes atrapada entre la angustia y la esperanza, el peso de tu pasado y la promesa de un futuro que podría jamás llegar.
Las sombras a tu alrededor parecen encogerse, haciendo espacio para esa figura que representa tanto y tan poco a la vez. Wednesday, con su aura oscura pero tranquilizadora, avanza hacia ti, y, por un breve momento, el terror y la muerte se desvanecen, y solo existe el eco de su voz y el latido de tu alma.
—Háblame, no importa lo que hiciste aquí, con esta gente, necesito saber qué te ha hecho —continúa, sus ojos fijos en los tuyos, como si pudieran leer cada una de las cicatrices que llevas dentro.
La realidad que te rodea sigue siendo brutal, pero hay un destello de luz en la oscuridad que te envuelve. "¿Qué vamos a hacer?" te preguntas, y la incertidumbre te llena de un miedo nuevo, uno que apenas reconoces. ¿Podrías realmente dejar atrás todo el sufrimiento? ¿Podrías permitirte la posibilidad de un nuevo comienzo, aunque la sombra de tu madre y su venganza sobre ti sea tan abrumadora?
—No... no me ha hecho nada —tropiezas con las palabras mientras intentas recomponer tus pensamientos. Pero es mentira, sabes que ella puede oler la mentira.
Wednesday parece ver más allá de tus palabras, su mirada intensificándose con cada segundo que pasa. La angustia y el desgarrador dolor que habías mantenido ocultos se desatan, envolviéndote en un frío abrazo.
—Fui yo, Wednesday. Fui yo la que aceptó esto con ella —siquiera puedes pronunciar su nombre, un escalofrío recorre tu cuerpo.
Wednesday da un paso hacia ti, su mirada, profunda como el océano y afilada como una daga, te atraviesa el alma.
— ¿Por qué? —pregunta, su voz un susurro que tiembla como la luz de una vela a punto de apagarse—. ¿Por qué sacrificarte de esa manera? ¿Qué te prometió esa vil culebra?
Tu mente es un caos, un laberinto de emociones confusas, y sientes que cada palabra es un peso extra al que no puedes hacer frente, pero la verdad debe salir. Entonces, como un río desbordado, las palabras fluyen:
—Porque... porque te amo con cada fibra de mi ser. Pensé que solo así podría protegerte de su ira... —Cada letra que sale de tus labios es un reflejo del dolor que has estado guardando, una tormenta que ha estado silente, esperando la oportunidad de estallar.
Tu corazón se quiebra ante sus palabras. El eco de la guerra aún resuena en tus oídos, cada grito un recordatorio de la pérdida, de lo que has sacrificado. Pero la voz de Wednesday es un refugio, una súplica por la redención que quizás no creías posible.
— ¡Pero yo no sé cómo salir de esto!—sueltas, la angustia brotando de ti como un río desbordado—. ¡Ya no sé qué hacer! Estoy... ya no quiero esto, ¡no soluciona nada!
Este es el punto crucial en el que sientes que la esperanza puede florecer o marchitarse ante tus ojos. La fragilidad de tus palabras parece romper el silencio que te rodea, y por un instante, parece que las sombras se detienen.
Hablas con la voz quebrada, mirando a su alrededor, cubierta de sangre y desolación—. Wednesday... ¿qué he hecho? Este lugar... ya no es lo que era.
La mirada de Wednesday es feroz y decidida.
—Lo sé, Enid, y no estoy aquí para juzgarte. El pasado no puede cambiarse, pero el futuro sí puede remodelarse, y tú... tú has sido valiente cuando muchos otros habrían sucumbido —ella habla—. Siento más que admiración hacia ti.
¿Valiente? La risa amarga se cuela entre tus labios, como el eco lejano de los caídos. Te fuerzas a sonreír, a sostener esa imagen de fortaleza que creías que debías mantener. Pero en lo más profundo, sientes que cada palabra de Wednesday hila una red de seguridad en torno a tu agitada mente, un lazo que te une a un futuro que aún no comprendes del todo.
Aunque tus manos sean heridas y tu corazón esté desgarrado, algo dentro de ti comienza a despertar. Te das cuenta en ese momento que, a pesar del peso del pasado, hay una chispa, una llama que aún arde. En el fondo de tu ser, la necesidad de vivir, de luchar por alguien a quien amas, vuelve a encenderse.
—Sé que esto no es algo de lo que debas cargar sola. Sé que has hecho lo que creíste era necesario para protegerme, pero tienes razón... esto no soluciona nada, ella volverá con la misma petición, una y otra vez —dice, su mirada fija y serena.
Desenvainas tus garras y caes de rodillas, no hay odio en tu corazón sino pena y tristezas de este amor que no es pasajero. Ella se abalanza hacia ti, atrapándote en tu caída. La noche se cernía sobre el campo de batalla, y tú y ella permanecen abrazadas en medio del caos. Sus labios encontraron los tuyos con una urgencia desesperada, como si quisiera sellarlos en un pacto secreto que trascendiera la muerte misma, saboreando la sangre de tu boca reseca.
—Enid —susurró, su aliento cálido acariciando tu piel—, mírame.
Tus ojos se encontraron con los suyos, y en ese instante, el mundo exterior desapareció. No había bandos, no había traiciones ni sacrificios. Solo ustedes dos, unidas por un lazo invisible que ni las hojas afiladas ni las garras podían romper.
—Desearía ser tan fuerte como tú, Wednesday, ¡estoy cansada de luchar contra ella por ella! —respondes entre lágrimas—. ¡Me destrozo con cada orden! Ya... ya no recuerdo ni quién solía ser.
La luna se alzó en el cielo, iluminando su rostro. Sus ojos, oscuros como la noche, reflejaban una mezcla de deseo y resignación. Sabía que no podía prometerte un futuro, pero estaba dispuesta a luchar por este presente efímero.
—La guerra no hace más que seguir destrozándonos, Enid. Yoko está cansada, los humanos están armando rebeliones y cada vez hay más decesos en todos los bandos —su voz se tornó seria—. No quiero eso para ti ni para mí.
Tienes que alzar la mirada para verle el rostro, pero eres recompensado con la visión de un par de ojos marrones. Te sientes expuesta, vulnerable, pero también poderosa.
Su mano, fría pero reconfortante, se posa sobre tu rostro, y puedes sentir cada latido de su corazón resonar con claridad en el tuyo.
—Quiero que seamos libres.
— ¿Libres? —repites, como si cada letra de esa palabra cayera como un eco en la penumbra de tu alma. La idea de libertad te roza, casi como un susurro perdido en el viento; un anhelo que parece burlarse de ti.
—Así es, libres —repite ella—. Retirarnos es lo mejor, marcharnos de aquí. Este ya no es lugar para nosotras.
Libertad. Has pensado que eras libre, como un colibrí, no una esclava. Pero eso solo ha sido un engaño ciego, la falsa percepción de estar en libertad, siempre has sido una esclava de la guerra, un arma viviente: la marioneta de una tirana.
Colapsas.
Te envolvió con los brazos con fuerza, y tratas desesperadamente de sofocar la vorágine de emociones que amenazaban con arrancar de ti horribles y rotos gritos de desesperación. Esto fue mucho peor de lo que habías imaginado.
—Mi madre... ella nos acabará —murmuras, sintiendo ese repugnante temor envolviéndote. En tu mente, en aquel siniestro mausoleo de malos recuerdos, la imagen del cuerpo de Wednesday masacrado vuelve a aparecerse y, oh, quieres llorar—. Y no sabes si tu familia lo aceptará... ¿Qué haremos, Wednesday?
Sientes sus fuertes manos sobre tus hombros, esa rara y tranquila sonrisa bailando en sus labios. Luego tu cuerpo entero es envuelto por sus brazos, tu cabeza reposando en su pecho
—Huyamos, Enid.
Tus ojos azules, llenos de lágrimas, la miran con dolor, con anhelo... con felicidad.
Con esos pensamientos, la presa finalmente se rompió. Tus manos temblorosas se posan en sus mejillas frías, y reprimes el llanto, ella recuesta tu cabeza en su pecho una vez más y escuchas su voz susurrarte que todo irá bien, que no hay nada que temer, estás a salvo ahí en sus brazos. Nada podrá lastimarte, estarás bien, aunque no sabes por qué no te sientes bien. ¿Es este tu nuevo comienzo?
—W-Wednesday...
Pronunciaste su nombre, y en ese instante, las sílabas se desvanecieron en el aire, como si el sonido mismo se hubiera convertido en eco sordo de una historia olvidada, perdiendo todo significado en tu voz. Perdiendo toda pureza, toda inocencia que lo caracterizaba al entrar en contacto con algo tan desastrado, tan impuro como tú.
El alba llegaría pronto, y con ella, la separación inevitable. Pero por ahora, en esta noche fría, se pertenecen la una a la otra. Y eso era suficiente para enfrentar cualquier tormenta que se avecinara.
Podía sentir los dedos de tu amada jugando con algunas hebras de cabello, peinándolas y retorciéndolas en movimientos suaves. Una fugitiva lágrima rodó por su mejilla derecha y así varias siguieron el camino. Pero, a pesar de las lágrimas, sonreía débilmente.
¿Finalmente la felicidad llegaría a ti?, ¿es este el camino para algo mejor?
No piensas decirle que la amas ciegamente, no piensas en besarla, te conformas con un abrazo, con su voz y el calor que emana su cuerpo. No hacen falta las palabras, no tienes nada que decir, sabes que necesitas sujetarte de algo para no caerte y solo quieres aferrarte a ella, a sus palabras que bien podrían ser mentiras, necesitas estar con ella.
— ¿Puedes imaginarlo? —suspiró Wednesday, su voz un murmullo que rompía el silencio tenso entre ambas—. Un lugar donde el eco de la guerra no alcance nuestras almas, un rincón del mundo donde el hambre, la muerte y la miseria de un tirano no pueda acallar nuestras voces.
Ella susurra tan amablemente y te abraza casi con mansa ternura, tus manos han abandonado sus mejillas y se envuelven a su alrededor. No necesitas a nadie más, si llegases a morir justo ahí, ella sería tu último pensamiento, tu última vez. No puedes ver nada, todo está muy oscuro y frío, pero sus brazos se sienten como el lugar más cálido para estar y su voz era la única guía que necesitabas para refugiarte de la maldad del mundo.
El calor de su abrazo te envolvía como un manto, aunque el frío en tu corazón no se disipara. Te aferraste a ella, temiendo que si la soltabas, la última chispa de esperanza se desvanecería.
— ¿Qué será de nosotras? —preguntaste, a punto de quebrarte, la voz apenas un susurro—. Nos estarán buscando, Wednesday. Las dos estamos...
Te sentías como un pájaro enjaulado, recordando el brillo de las plumas que alguna vez soñaste tener. Recordabas raudales de amor, amistad y también de traición. Pero la determinación en los ojos de Wednesday te infundió valor.
—Lucharemos a capa y espada, no permitiré que nadie te ponga un dedo encima —responde de inmediato—. Sentirá el acero de mi daga, tendrá que rogarme piedad de rodillas y, ni con lágrimas de sangre, podrá obtener mi misericordia. Nunca he querido a alguien tan desesperadamente... ni tampoco ha habido alguien que haya hecho que me enfrente a mis propios... miedos, a quien dedicarle esta vida por vivir, ni con quien compartir la muerte.
—Pero... ¿y si esto nos alcanza? —cuestionaste, un nudo en la garganta que parecía crecer.
Hubo risa por parte de Wednesday, fue suave, casi como una zancada ligera por un sendero despejado—. Prefiero morir de pie a vivir de rodillas, amore mio, al menos será luchando por lo que deseamos —Alzó una ceja, queriendo verte sonreír—. No volveré a permitir verte convertirte en una bestia desalmada por culpa de una mujer sin escrúpulos... A menos que sea yo.
Tu corazón latía con el ritmo de una balada desgarradora. Una mezcla de miedo y una nueva esperanza comenzaba a tomar forma en tu pecho. Aún quedaba un poco de luz, un hilo delgado de posibilidades
— ¿Y si me pasa algo? Si te pasa algo, o... o si mi madre nos encuentra de nuevo...
La risa de Wednesday se desvaneció, su mirada se volvió intensa.
—Mi loba —Te tomó de la barbilla, obligándote a mantener la mirada—, si llegamos a perderlo todo, al menos lo habremos intentado. No podrás decir que ganaste si no te entregaste.
Tu visión se nubló por las lágrimas que no habías podido evitar. ¿Hasta dónde estarías dispuesta a llegar por libertad, por amor? Esa pregunta enterrada en la profundidad de tu ser resonaba como una campana, atronadora y rica en significado.
—Entonces, huyamos —dijiste a través de un susurro, agotada, tan cansada, pero renaciendo en la posibilidad de un nuevo comienzo.
Wednesday asintió—. Huyamos.
Tomaste su mano.
Aquella sencilla acción se convirtió en un pacto sellado bajo el peso de toda la desesperación que habías sentido hasta ahora. Juntas, se convertirían en fugitivas de un destino que ya no querían, y mientras giraban hacia la senda incierta que se extendía ante ustedes, cada paso se sentía como una pequeña resistencia contra la oscuridad.
—Por nosotras —susurras, una sonrisa que mezcla dolor y fortaleza se dibuja en tu rostro.
—Por nosotras.
Solo ella y tú.
Por fin podrías sanar.
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