Capítulo 2: raw

En las profundidades del territorio de los Sinclair, ocultas bajo la superficie, yacen las viejas minas. Estructuras antiguas que una vez resonaron con la actividad febril de la extracción de carbón y otros minerales, para comerciar con otras manadas y forjar lazos y comunidades. Ahora, sin embargo, se encuentran en un estado de abandono y decadencia, sepultadas en la oscuridad. Las vigas de soporte, corroídas por el tiempo y la negligencia, amenazan con ceder ante el más mínimo movimiento erróneo, los raíles están prácticamente inservibles y los minerales se agotaron hace décadas.

El aire allí abajo es denso, cargado de historias olvidadas y secretos sepultados, ¡cuántos lobos dedicaron sus vidas enteras solo para llevar el pan a la mesa! Solo unos pocos conocen su existencia, los viejos de la manada, los que crecieron trabajando arduamente en ellas, por lo que saben los peligrosos de aventurarse en sus profundidades. Pero es perfecto para ti, allí, lejos de las miradas juzgadoras y el bullicio del mundo exterior, puedes encontrarse en perfecta paz, usas las viejas recámaras para tus propias reuniones. Tus encuentros con quienes realmente te sientes en calma contigo misma.

La planificación de la caída de esta guerra centenaria.

La verdad oculta.

Tu verdad.

—Uhm... ¡Disculpen! —se escucha una voz justo cuando la espada de Willa estuvo a pocos centímetros de tu arteria carótida, en este hermoso baile que han practicado cientos de veces—. Alfa, su madre quiere verla en el salón principal, también llamó a sus hermanos, los necesita con urgencia

La voz resonó en la sala, un eco que cortó el aire como una hoja afilada. Willa, con su espada aún en mano, se giró hacia la entrada, para mirar al hombre lobo que las había interrumpido tan groseramente. La tensión en la habitación era palpable, como si el tiempo mismo se hubiera detenido, el "entrenamiento", que se había extendido por horas, fue detenido por el anuncio de un compañero temeroso, que miraba con pavor a Willa y a su sable. Desearías arrancarle los ojos por mirar de esa forma a tu pareja.

Willa envainó su espada casi al momento y su mirada se encontró con la tuya, y en ese instante, supiste que ambas compartían la misma pregunta, el mismo desconcierto. El sudor goteaba por tu frente, mezclándose con el polvo de la intensa sesión de entrenamiento, sabes que sentirás el dolor y el cansacio cuando tu cuerpo se enfríe e intentes dormir (cuando las voces en tu cabeza no te roben el sueño una vez más). La tensión en la habitación era evidente mientras Willa se levantaba del suelo, empolvada, una sensación de ansiedad recorrió tu cuerpo.

"¿Qué crees que querrá mi madre?" preguntaste en silencio, tus labios apenas si se movieron, tratando de ocultar tu nerviosismo bajo una capa de indiferencia. "¿Has escuchado algo?"

Willa te miró con una expresión seria antes de responder. "No lo sé, pero es mejor que no la hagas esperar".

—Entrenaremos después, Enid —son sus palabras de despedida, pero sabes muy bien que ella estará cerca, merodeando entre la sombras, siguiéndote. El cuervo que guía al lobo en la oscuridad de la noche, el ojo espía.

El murmullo de los otros se va desvaneciendo en la distancia, mientras los escuchas preguntar qué querrán contigo. Caminas por el largo pasillo en un silencio casi funesto; no es la primera vez que tu madre los convoca a una reunión, algunas veces fue para establecer una misión, pocas veces para asignación de honores, y otras para simplemente gritarles por su mediocre desempeño y por traer más pérdidas a la manada (porque tus hermanos son tan inútiles para seguir una orden, y la culpa recae en ti). Pero nunca se sabe de qué se tratará hasta llegar ahí.

Empujas las puertas de madera de pino; el salón está tenuemente iluminado, no hay ayudantes a la vista ni mapas o indumentarias de guerra. Todos están presentes ya, solo faltabas tú; tu madre, a pesar de ser apenas un par pulgadas más baja que tú, siempre te ha parecido un ser gigantesco capaz de alcanzar el cielo. Lleva su habitual armadura oscura y esa capa parcialmente rota, la misma indumentaria que llevaba el día en que tu padre murió; hace años que no participa en los combates bélicos y se resignó a ser solo una estratega, planificando la siguiente estratagema para vencer a las otras Facciones. Estaba de espaldas, por lo que no podías ver su rostro.

—Aquí estoy, madre.

Anuncias, tu voz haciendo eco. Este salón siempre te provocó escalofríos, sus altos muros de piedra y las lámparas de aceite parpadeantes creaban una atmósfera solemne, pero también llevaban malos recuerdos de violentos castigos y largos sermones. El eco de tus pasos resonaba en el espacio mientras avanzabas hacia el centro de la sala. Tus hermanos ya estaban ahí de pie, frente a tu madre que estaba de pie junto al trono, murmuraban entre sí oraciones que no terminaste de discernir.

—Enid —te saluda tu madre, girándose lentamente para enfrentarte—. ¿Cómo te sientes después de tu entrenamiento con Willa?

Su voz era firme pero no hallaste en ella rastro alguno de preocupación, hace años que tu madre dejó de preocuparte por ti... Sus ojos escudriñaron los tuyos en busca de respuestas, como si estuviera analizando tus palabras.

—Sí recibieron mis cartas... —susurraste con viva emoción, el rostro de tu amada Wednesday, y la sonrisa colmilluda de tu mejor amiga, Yoko Tanaka. Ambas surgiendo de la oscuridad de los túneles—. ¡Estoy tan feliz verlas!

El eco de tus palabras se mezcla con el susurro del viento que penetra por las grietas en la roca, te abalanzas hacia Wednesday, cerniéndola en un fuerte abrazo, olisqueando su aroma a pergaminos viejo, tinta y a óxido. En este abrazo, encuentras consuelo y fuerza. Las palabras no son necesarias; el simple contacto físico dice más de lo que podrías expresar con letras o susurros, han hecho este baile varias veces, los encuentros antes del siguiente conflicto, cuando no puedes verla en los pasillos de tu casa.

Wednesday, tu amada compañera, sostiene tus emociones y tus secretos en ese abrazo, como si pudiera leer tus pensamientos.

—El entrenamiento fue... intenso... Me siento más fuerte que nunca, madre —respondiste, manteniendo la mirada—. Willa es una excelente maestra, pero también es... complicada, no hay dudas de que es una compañera adecuada, y he aprendido mucho de ella —continuas con seguridad, intentando mantener la frialdad en tu voz a pesar de saber que tus palabras caen en oídos sordos.

Tu madre asiente con satisfacción, pero sus ojos opacos que te hace estremecer. Sabes que nunca podrás ganarte su verdadero orgullo, no importa cuánto te esfuerces.

—Complicada, sí —murmuró y asintió, como si entendiera más de lo que decías.—. Bien, eso es bueno escucharlo –pero todavía no puedes respirar tranquila, falta más-. No deberías pasar la mayor parte de ti tiempo con ella, Enid, tienes responsabilidades que van más allá de tus habilidades en combate.

Sus palabras te pesan en lo más profundo de tu ser, llenándote de dudas y temores. Se paró del trono con gracia, su capa oscura cayendo alrededor de ella como un manto de sombras, con un ademán, tu madre te indica que te acerques al trono. Te inclinas ante ella en un gesto de respeto y sumisión, te sentiste incómoda bajo su mirada penetrante. Sabías que había más en esta reunión de lo que parecía. Ella no los convocaba sin razón.

— ¿Qué es lo que deseas de nosotros, madre? —preguntaste, intentando ocultar tus nervios, y al ver que ninguno de tus hermanos se dignaba a decir algo.

La sonrisa permanecía en su rostro, pero no había alegría en su expresión. Tu madre sostenía entre sus dedos, en sus garras manchadas de tierra y algo más, una delgada túnica oscura, una pieza de tela tan oscura como la noche y negra como el carbón. Tal vestidura no podía ser de alguno de ustedes, lo sabes muy bien; su delicadeza era tan diferente al aire zafio que dan ustedes lo licántropos, con sus apariencias desalineadas y sus toscos uniformes de combate con los pelajes de las bestias que cazaron en su juventud.

— ¿Alguno de ustedes reconoce esta prenda?

Esa prenda no era de un hombre lobo.

El aire en la sala se espesa, y la ansiedad se vuelve opresiva. Tu madre no necesita decir más; su mirada acusadora lo dice todo. Tu corazón se detiene por un momento al reconocer la túnica, rememorando la razón de por qué quedó en tu habitación. Sabías que era solo cuestión de tiempo antes de que descubrieran tus secretos, tu amor, tu debilidad. Pero nunca pensaste que sería de esta manera, con tu madre frente a ti, con tus hermanos viendo el espectáculo.

El silencio era pesado, casi tangible, cada palabra que pronunciaras a continuación podría ser la última, el veredicto final. Tu madre te observaba, no había compasión en sus ojos, solo una implacable determinación, maldijiste interiormente al sentir su mirada, esos ojos puestos sobre ti específicamente, como si ya lo supiera todo. Era como si hubiera esperado este momento durante años, como si hubiera planeado meticulosamente cada detalle de tu caída.

—Mi alma se encuentra en paz al verte, querida —dice Wednesday—. Le informé a Tanaka en cuento recibí tu misiva, jamás desaprovecharía la oportunidad de verte.

Yoko, observadora desde la distancia, sonríe con complicidad.

Recuerdas, entonces, cuando conociste a Yoko. Érase una vez la historia de dos mujeres unidas por la guerra; ambas pertenecientes a bandos enemigos, juntas en el baile de la muerte. Se conocieron las dos en el mundo terrenal, sin luna llena que te alumbrara y fortaleciera; una con el peso de una raza puesto sobre sus hombros, la otra con fría indiferencia ante el desenlace final, llevando la inmortalidad en su piel. Ambas habían perdido a seres queridos en la guerra, ambas habían sido obligadas a luchar por causas ajenas a ellas.

A medida que la batalla avanzaba, el odio que te alimentó durante tu adolescencia y parte de tu adultez se fue transformando en comprensión y empatía. Se dieron cuenta de que, al final del día, no eran tan diferentes una de la otra. Ambas deseaban la paz de una forma y otra, detener el conflicto... Anhelaban un mundo donde la muerte no fuera la única solución. Por eso te aliaste con Yoko Tanaka, decidieron unir fuerzas y luchar juntas por un futuro mejor.

— ¿Qué nos cuentas, Enid? —Te saluda Yoko, tan despreocupada como de costumbre—. ¿Qué tiene en mente la loca de tu madre?

Las lágrimas ardientes amenazaban con escapar nuevamente de tus párpados, pero sabías, tal vez demasiado bien, que no era el lugar ni el momento adecuado para que se mostraran ante quien era, en este preciso instante, fácilmente tu juez y tu verdugo. Sentías tu corazón en la garganta, cada latido más penetrante que el anterior. La habitación, apenas iluminada por las lámparas de aceite, parecía encogerse a tu alrededor. Las paredes te oprimían como si quisieran arrancarte el aire de los pulmones. El reloj en la pared marcaba las horas con un tic-tac monótono, como si también él supiera que estabas atrapada en un instante eterno.

Tu cara se ensombrece al recordar los últimos enfrentamientos con tu madre, cuando te opusiste ferozmente a su intento de casarte con el Omega de la manada Baxton, e insististe en seguir con tu entrenamiento con Willa. Sus ojos muertos, siempre mirándote con desaprobación, como si fueras una deshonra para la familia a pesar de llevar en tus hombros el peso del título de Alfa.

Recordaste los momentos felices, las risas compartidas, los abrazos cálidos de un pasado ya lejano. Pero ahora, todo eso parecía un espejismo lejano, ¿o fue una ensoñación de tu mente cansada? La traición, la mentira, la deshonra: palabras que flotaban en el aire como fantasmas vengativos. ¿Cómo habías llegado hasta aquí? ¿Cómo habías permitido que las grietas se formaran en los cimientos de tu mundo? El corazón seguía martillando en tu pecho, como si quisiera escapar de su prisión ósea. Cada latido era un recordatorio de tu fragilidad, de tu humanidad.

En ese instante, la habitación pareció encogerse aún más. El aire se volvió aún más denso, asfixiante. Las lágrimas ardientes finalmente escaparon de tus párpados, rodando por tus mejillas como pequeñas llamas. No eran lágrimas de arrepentimiento, siquiera de vergüenza, sino de impotencia. Debes mantenerte firme, fuerte... No debes mostrarte débil, Enid, te repites mentalmente, contando en silencio. No importa todas las porquerías que griten en tu contra, no importa el dolor que estas provoquen en ti, solo tu fuerza de voluntad te mantendrá de pie.

Pero tu madre vuelve a agitar aquella negra túnica, antes de dejarla caer frente a ustedes. Tus hermanos no dicen nada (por una vez en tu vida maldices su silencio), pero la miran con el mismo desdén que tu madre.

El emblema de la familia Addams está bordado en la tela.

— ¡¿De quién es esta asquerosidad?! —Hace eco—. ¡¿Alguno de ustedes es un desviado?! —Reverbera en tu cráneo—. ¡¿Un traidor a nuestra raza, un desgraciado?!

Ella despotrica, enloquecida de ira, tan diferente a hace unos instantes.

Desviada.

¿A eso has sido rebajada, de imponente Alfa a una desviada?

Desgraciada.

¿Ese es ahora tu destino, la desgracia eterna por amar?

Traidora.

¿Has traicionado a la raza, a los que te vieron formar tu legado?

Miras a tus hermanos, quienes evitan tu mirada, culpables de conocimiento y cobardía, en cambio, se miran entre sí mientras le responden a tu madre: "no es mía", "nunca había visto esa porquería", "¿de dónde salió eso? Deberías haberlo quemado". Sabes que no tendrán el coraje de defenderte, de explicar que eres tan digna de pertenecer a la familia como cualquier otro. En ese momento, te sientes más sola que nunca. Intentas mantener la compostura, tratas de encontrar las palabras adecuadas, pero tu madre no permite siquiera que alguien hable, continúa lanzando acusaciones y gritos llenos de odio y desprecio.

Es ardiente, una tortura.

La tensión en la sala era palpable, como una tormenta a punto de desatarse dentro de un sifón. La túnica oscura yacía en el suelo como si fuera un desperdicio, el emblema de la familia Addams, bordado con hilo plateado, parecía arder en la penumbra. Tus hermanos están a tu lado, con la espalda recta y con las cejas fruncidas; sus miradas tan confundidas y horrorizadas llenan tu pecho de una extraña sensación, similar a sentir como este era fríamente apuñalado por el helado, metálico filo de un sable, abriéndose paso a través de tu carne y perforando cada uno de tus órganos vitales, hasta dejarte muerta en combate.

Tu madre, la jefa de tu clan, la líder por defecto (a quien sucederás cuando la muerte le llegue), no apartaba la mirada de ti. Sus ojos, fríos como el hielo, te juzgaban sin piedad. Llena de ira. Decepción. Disgusto. Como si, en tan solo un parpadeo, hubieses dejado de ser la hija que ella engendró, la misma que vio formarse y convertirse en una Alfa formidable. Como si ya no fueras su hija, su preciada Alfa entre tantos hijos Beta. Solo una escoria, un desperdicio. La manzana que se echó a perder.

Pero no puedes decir nada.

Como la cobarde que eres, escuchaste susurrar a alguien, solo para percatarte segundos después de que la voz había tenido lugar de tus propios pensamientos. De que se trataba de tu voz, realmente...

—Enid.

Pudiste escuchar tu nombre salir de sus labios, su ronca, indiferente voz prácticamente escupiéndolo con rencor. Intentaste mantenerte fuerte. Estoica. Firme en espíritu. Pero por dentro estás temblando, sintiéndote tan desalentada, tan frágil.

— ¿Reconoces esta túnica, Enid? —preguntó tu madre, su voz cortante como una hoja afilada.

Tragaste saliva y asentiste. No podías mentir, no en este momento. La túnica pertenecía a alguien que no era de su manada, alguien que no compartía su linaje ni su sangre.

—Es de un Addams, madre —dijiste, tus palabras apenas audibles—. Pero no sé cómo...

Tu madre, su figura imponente acercándose a ti. Sus garras recogieron la tela y, con su mirada clavada en la tuya, te la lanzó la prenda con súbita furia. Apenas pudiste atraparla en al aire, el aroma de Wednesday todavía estaba impregnado en la tela.

—Esto fue encontrando en tu recámara.

Miraste a tus hermanos, pero sus rostros permanecían impasibles, como si estuvieran tallados en piedra. Nadie se atrevía a hablar. La traición estaba en el aire, y tú estabas atrapada en medio de ella.

—Ma-

—No hay excusas para esto, Enid —gruñe ella, su voz retumba en las paredes—. Los Addams han sido nuestros enemigos durante siglos, ¡fueron quienes mataron a tu padre! —sentenció—. No deberían estar cerca de nuestra guarida, ¡no deberías estar cerca de uno!

— ¡Lo conseguí después de matar a un Addams, madre! –gritas enloquecida, mintiendo.

—Esta prenda está limpia, Enid, no tiene ninguna rasgadura... ¡Estaba junto a ramo de flores!

El peso de la vergüenza y la culpa se abatió sobre ti, sofocando cada pensamiento y cada sentimiento. Te sentiste perdida en un abismo de desesperación, sin saber cómo redimirte ni cómo reparar el daño causado.

—Me has decepcionado.

Pero siquiera el más cruel de los entrenamientos te ha preparado para esto, para que unas simples palabras te derrumben. Y mientras luchabas por encontrar las palabras adecuadas, por justificar tus acciones, supiste que no había excusa suficiente. No había forma de escapar del juicio de tu madre, del juicio de tu propia conciencia.

—No comprendo, madre, ¿qué está ocurriendo? —Cedric, tu hermano mayor, está haciendo todo lo posible por sonar idiota, siempre habías sido cercana a él, el único entre tus hermanos en quien confiar.

El silencio se prolongó, y todos los ojos estaban puestos en ti. ¿Cómo podrías explicar lo inexplicable? ¿Cómo enfrentarías las consecuencias de tus acciones? El abismo de desesperación se abría ante ti, y solo el tiempo diría si podrías encontrar una salida.

Tu madre te miró con ojos despiadados, enloquecidos por la cólera, sin un ápice de misericordia en su mirada.

— ¡Ja! —se ríe tu madre, pero no hay diversión en su tono—. Pasa, hijos míos, que su hermana ha estado revolcándose con un Addams, ¡lo ha dejado entrar en nuestros dominios!

Con esas palabras, el silencio fue ensordecedor, con la carga de la verdad y la traición pesando sobre tus hombros. Tus manos temblaban mientras intentabas articular alguna respuesta coherente, pero las palabras no llegaban. Cedric te miraba con sus ojos llenos de decepción, y podías sentir cómo la brecha entre ustedes se ampliaba. No podías soportar ver la desilusión en el rostro de tu hermano, el mismo que solía ser tu confidente y apoyo incondicional.

— ¡Posiblemente ya nos está vendiendo ante ellos! —vocifera—. ¡Su hermana no es más que una traidora!

Te sientes herida, traicionada por aquellos que deberían apoyarte, amarte incondicionalmente. Y entonces, en un susurro apenas audible, pronunciaste las palabras que sellarían tu destino...

—Perdóname, madre.

—Creo que mi madre está a punto de descubrir mi relación con Wednesday... —les anuncias con tristeza, recostándote de Wednesday, tratando de calmarte a ti misma—. Algo malo va a pasar, chicas...

Pero sabías que el perdón estaba fuera de tu alcance, ¿alguna vez lo has merecido?, ¿necesitas el perdón? El juicio había sido dictado mucho antes de que abrieras la boca. Y en la oscuridad de esa habitación, enfrentaste la verdad más dolorosa de todas: a veces, el verdugo más cruel no es un extraño, sino aquel que te dio la vida.

Estás condenada. Siempre lo estuviste.

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