━ 𝘁𝘄𝗼 : hogwarts
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↯ CAPÍTULO DOS
▬ ❝ hogwarts ❞ ▬
Era el gran día. Por fin conocería por primera vez el tan mágico castillo del que su padre llevaba años hablándole, y su emoción era tal, que se preparó a una muy temprana hora.
Era una persona bastante perezosa y la cual se consideraba amante de sus horas de dormir, pero el insomnio la había golpeado la noche anterior: no sabía el porqué, pero una parte de ella lo ataba a sus repentinos pero a la vez silenciosos nervios. A las 7:00 a.m se decidió por tomar un baño, mientras que hacía tiempo para despertar a su padre, a quien había oído rondar por la casa hasta altas horas de la noche.
Una media hora después, ya vestida y fresca, se encaminó a la recámara de su padre, a quien despertó de la forma más pacífica que encontró (golpeando una almohada contra su rostro). Remus, sorprendido por el repentino golpe y la madrugues de su hija, terminó despertando, diciéndole que le diera unos minutos para poderse duchar y prepararle el desayuno.
—No tardes —fue lo último que Artie dijo antes de cerrar la puerta del cuarto, corriendo hasta su propia recamara.
Se dispuso a esperar pacientemente a su padre mientras revisaba por octava vez en los últimos dos días su baúl, repasando una y otra vez en su cabeza la lista de materiales, mientras volvía a acomodar sus libros, sintiéndose de repente estresada por ver un pequeño espacio sin rellenar.
Terminó metiendo un peluche en forma de búho que su padre le había obsequiado cuando cumplió seis años de edad: era pequeño y servía para cubrir el reducido espacio que sobraba.
—¡Artie, el desayuno!
Apenas y escuchó el grito de Remus se percató del hambre que la rondaba, así que sin dudarlo cerró una vez más su baúl y se encaminó hasta el comedor a paso sereno, odiaba correr.
—Huele bastante bien —alago Artie, cruzando el umbral del comedor-sala de estar.
—Lo hizo tu viejo padre, claro que va a oler bien.
La morocha analizó la vestimenta de su padre apenas y tomó asiento en su silla. Tenía una camisa blanca con un chaleco cafe claro encima, un par de pantalones de vestir también cafés y zapatos negros, muy bien boleados: sus prendas estaban algo desgastadas, pero seguía viéndose formal después de todo.
—Y desayuna sin prisa —los grisáceos ojos de la castaña recayeron en los de su padre, quien le dedicó una sonrisa cariñosa a la menor—. Te despertaste lo suficientemente temprano para que guardes la calma.
—Me siento inquieta —se sinceró ella, metiendo el primer bocado a su boca—. No sé, jamás me había sentido así. Es como la incomodidad, pero...
Remus rió ligeramente, llamando la atención de Artemisia instantáneamente, la cual alzó una de sus cejas de forma acusatoria.
—Pa' —"hm", respondió Remus, dándole un largo trago a su taza de café, manteniendo una pequeña sonrisa—. ¿Acaso te estás riendo de mi?
—No, cariño: eso jamás —la mirada incrédula de la morocha no vacilo, invitando al mayor a continuar hablando—. Solo que eso que sientes es... nerviosismo.
Nervios.
Ella jamás los había sentido. Y si su padre tenía razón, entonces era una sensación horrible.
—Es horrible —habló por lo alto ella—. Como si hubiera miles de escarbatos queriendo robar mis órganos.
No era la mejor comparación, pero no tenía otra comparativa.
—Eso es normal, cariño —Remus puso una de sus manos sobre la de Artie, la cual le devolvió una pequeña sonrisa—. Estas a punto de empezar una nueva etapa, claro que estás ansiosa.
—Quizá me sentiría mejor si fueras a dejarme tu —se lamentó la menor, con un mohín de tristeza en sus labios.
El Lupin suspiró, dando un nuevo apretón en la pequeña mano de su hija. Claro que iría con ella, pero no contaba con que una oportunidad de trabajo en una librería muggle se le presentaría, y que, mucho menos, su primer día fuese el 1 de Septiembre a las 11:00 a.m.
—Pero sé que tu trabajo es algo muy importante —la voz de la morocha se escuchó de nuevo, sacándolo de sus pensamientos—. Para los dos. Es un buen inicio.
—¿De verdad no te importa que no vaya contigo a la estación?
Artie hizo su mayor esfuerzo por no mostrar lo mucho que esto le dolía: había soñado tanto con el momento donde junto con su padre empujaba su carrito por la estación y que ahora no pudiese hacerlo, le rompía un poco su corazón.
Aún así, reunió todas sus fuerzas para sonreírle ladinamente al hombre, dándole esta vez ella un pequeño apretón.
—Habrá más años —se limitó a decir ella, dándole otro bocado a su desayuno.
Y aunque para ella fue convincente, para Remus no: ¿qué clase de padre sería si no se diera cuenta de cuando su hija miente?
—Aunque eso si —la castaña bebió de su jugo, intentando cambiar el tema—. No sé cómo voy a caber en el auto de los Weasley. Creo que con Potter ya es más que suficiente.
Remus dudó, pues no creía sano para su hija que se guardara sus verdaderos sentimientos, pero finalmente se limitó a sonreír forzosamente y asintió.
—Arthur dijo que no había problema —él se encogió de hombros—. Estarán aquí en poco tiempo, así que olvida la calma y desayuna rápido, Lunática.
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Los grisáceos ojos de la menor se movían de lado a lado, observando en silencio la ventana de su casa, con una pequeña y desapercibida mueca llena de preocupación.
Llevaba más de media hora ahí, como una mosca en la ventana, mirando de reojo al reloj sobre la chimenea, esperando señal alguna del Ford Anglia de los Weasley.
Iban tarde. Y ella, quien a pesar de ser una chica amante a su cama, resultaba bastante puntual. Era perfeccionista, y no podía evitar sentir un tic nervioso en su ojo derecho al ver como cada vez se acercaba más y más la hora en la que el tren partiría rumbo a Hogwarts.
—Hija, tómatelo con calma —Remus se recargó en la ventana junto a su hija—. No deben de tardar.
Más les vale. Pensó la morocha, sin despegar sus grisáceos ojos del vidrio.
—Vienen muy tarde —murmuró ella—. Yo ya debería estar en la estación y tú camino a la librería.
—Bueno si, mi amor, pero no te agobies mucho —le acarició el hombro—. Son ocho en total, no debe ser nada fácil.
—Más si en su mayoría son hombres —bufó ella, con desaprobación.
Artie no conocía a todos los Weasley (en realidad, solo a cuatro como tal) y si todos los hermanos de Ron eran como él, para la chica era obvio que llegarían más tarde de lo esperado.
—Artie, no tiene nada que ver que sean hombre o...
El sonido de un motor acercándose a toda velocidad comenzó a oírse, alarmando inmediatamente a la morocha.
—¡Son ellos, son ellos!
Antes de que Remus pudiese siquiera parpadear, la castaña corrió escaleras arriba en busca de su mochila, pues su baúl ya se hallaba en medio de la sala de estar.
Metió las últimas cosas en el pedazo de tela hechizado por Remus para que le cupieran muchas más cosas, oyendo al fondo una puerta abriéndose y una pequeña conversación.
Se guardo la tableta de chocolate en la bolsa principal de la mochila y sin más se la colgó.
—¡Artie, baja!
Se miró una última vez en el espejo, acomodándose su suéter verde con cierto cuidado de no estirarlo de más. Acomodó su cabello sobre sus hombros y finalmente salió de su recámara, sonriéndole una última vez a su lechuza, la cual sería enviada por su padre después.
Artie detestaba la idea de enjaular a su bebita; por ello prefería dejarla libre.
Se ajustó las correas de la mochila y, echándole un último vistazo a su recámara nostálgicamente, salió del cuarto a paso rápido, escuchando de nuevo las voces provenientes de abajo.
—Mis hijos tardaron mucho en estar listos —era la voz de Molly Weasley—. Me apena mucho llegar tan tarde, ¡y tu con muchos pendientes, Remus...!
—Lo importante es que ya están aquí —Artie coincidió con las palabras de su padre.
La castaña terminó de acercarse, recibiendo una sonrisa por parte de los dos adultos.
—¡Disculpa tanto la espera, cielo!
Artie se limitó a sonreír, restándole importancia, aunque para ella fuera estresante el estar escasa de tiempo.
—No se preocupe, señora Weasley —alegó la morocha, encogiéndose de hombros—. Lo importante es que ya están aquí.
—Te ayudamos con tu baúl —se adelantó a decir el señor Weasley—. Les daremos privacidad para que se despidan... solo no te retrases mucho, Artie.
Ambos adultos pelirrojas se dieron media y cargaron el baúl de la chica, saliendo de la casa con el propósito de brindarle cierta privacidad a la pequeña familia.
Artie creía que este era el momento más emotivo de toda su vida, pues en sus once años de vida jamás se había separado más de tres días de su padre y ahora, con sus estudios de por medio, lo vería de dos a tres meses por año: un cambio drástico para alguien que sentía cierto apego por aquel hombre que se ha desgastado los últimos años de su vida en darle el mundo entero (a sus posibilidades).
—Escríbeme todas las semanas, sin falta —el hombre con cicatrices se hincó ante su hija, tomando las manos de Artie en el proceso—. Te enviaré una cámara; procura tomar fotos de todas las cosas que hagas, ya sabes, para nuestro álbum —la morocha le dedicó una sonrisa a su padre mientras asentía—. Recuerda que tus libros están encantados, no puedes usar otros porque no te funcionarán: te enviaré un pergamino con nuestro hechizo por si lo necesitas... no te metas en tantos problemas, abrígate, y sobretodo disfruta mucho de esta nueva experiencia para ti, cariño.
Artie rió ligeramente—. ¿Cuanto has pensado en ese discurso, papá?
—Bueno... toda la noche, quizá. ¿Estuvo bien?
—Fue el mejor que me has dado en los últimos años —admitió la menor antes de suspirar, volviendo a su melancolía—. Estaré bien, te lo prometo. Me voy a abrigar, seré la niña mejor portada del castillo y te escribiré todas las semanas.
Remus le sonrió tiernamente a su hija, sintiendo que un nudo crecía sobre su garganta. Jamás había esperado tener que alejarse de su pequeña, o, mínimo no tan rápido: más sabiendo que al no estar cerca, cualquier cosa podría pasarle, cualquiera podría atacarla, pero realmente rezaba por que eso no sucediese. En Londres no le pasaba nada, quería pensar que en Hogwarts tampoco.
—El tren saldrá en treinta minutos, tienes que irte —aunque sus ojos se bañaban en lágrimas, intentaba estar lo suficientemente fuerte para su hija. Ya se la encomendaría a la madre de la niña—. Te amo, Lunática.
—Te amo, Lunático.
Y como último acto antes de verse en meses, se abrazaron. Artie no era una chica que adoraba las muestras de afecto, pero cuando se trataba de su padre, todo cambiaba. Era su única debilidad, y se derretía cada vez que estaba entre sus brazos.
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Artie jamás había viajado en toda su vida tan apretada como en aquellos momentos, donde iba sentada entre Ginny y la señora Weasley: aunque eso si, pudo haberle ido peor si iba en el asiento trasero junto a todos esos chicos. Por ellos sí que sentía algo de pena.
Al menos, no tuvo que sufrir mucho tiempo.
Llegaron a Kings Cross a las once menos cuarto. El señor Weasley cruzó la calle a toda pastilla para hacerse con unos carritos para cargar los baúles, y entraron todos corriendo en la estación. Artie jamás había cogido el expreso de Hogwarts, pero suponía que la experiencia no debía de ser muy distinta a subirse a cualquier otro tren, aún así, bajo su perspectiva la dificultad estaba en llegar al andén nueve y tres cuartos, que no era visible para los ojos de los muggles. Lo que había que hacer era atravesar caminando la gruesa barrera que separaba el andén nueve del diez. No era doloroso, pero había que hacerlo con cuidado para que ningún muggle notara la desaparición.
—Percy primero —dijo la señora Weasley, mirando con inquietud el reloj que había en lo alto, que indicaba que sólo tenían cinco minutos para desaparecer disimuladamente a través de la barrera.
Artie se removió en su lugar, inquieta: de verdad temía no llegar al tren, ¿qué haría entonces?
Percy avanzó deprisa y desapareció. A continuación fue el señor Weasley. Lo siguieron Fred y George.
—Yo pasaré con Artie y Ginny, y ustedes dos nos siguen —dijo la señora Weasley a Harry y a Ron, tomando a Ginny de la mano y empezando a caminar, con la morocha a su izquierda. En un abrir y cerrar de ojos ya no estaban pisando tierras de muggles.
Artie se separó un poco de la mujer mayor y su hija, dándoles algo de privacidad tras ver como la señora Weasley secuestraba a Ginny en un gran abrazo de oso, depositando mas de un beso sobre la cabeza pelirroja de la menor de los Weasley.
—Nos vemos, cielo —la mujer dejó un beso sobre la cabeza de Ginny—. Voy a esperar con ansias tu carta para saber en qué casa has quedado.
La menor, como Artemisia lo esperaba, le devolvió el abrazo a su madre con los ojos bañados en lágrimas. Artie solo se limitó a mirar hacia otro lado, incómoda, fingiendo no estar esperando su turno para poder despedirse de la amable señora Weasley y entrar de una buena vez a la locomotora que, para su gusto, ya estaba muy llena.
Será un milagro si encuentro algún sitio para sentarme, pensó, mirando como algunos chicos de quizá 15 o 16 años subían al tren, riendo.
—Artie, cariño, espero recibir alguna carta tuya —la Lupin volvió a girarse hacia la mujer al oír su voz—. Y si es que necesitas algo, no dudes en pedir ayuda a Ron o alguno otro de mis hijos: estoy segura que no se negarán.
Artemisia sintió algo cálido en su pecho al ver la sonrisa cálida que la mujer le dedicaba: no lo entendía, y sentía curiosidad por ese repentino sentimiento, pues solo lo sentía con Remus, su padre.
La señora Weasley transmitía un aura maternal increíble, quizá eso era lo que la hacía sentirse así.
—Lo haré —aceptó la chica, con una sonrisa pequeña—. Gracias por traerme, señora Weasley.
—¡Oh, cielo! No fue ningún problema para nosotros —Artie se lo planteó un poco eso, pero aún así no dejó de darle una sonrisa a la mujer.
La señora Weasley se volvió hacia su hija menor y comenzó a darle algunas instrucciones que la castaña no se molestó en escuchar: se limitó a tomar su baúl y, negándose a ser ayudada por alguien, comenzó a jalar de este, alejándose de las dos mujeres Weasley.
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El andén estaba lleno de gente que iba apresurada de un lado a otro, caminando entre el vapor que la locomotora escarlata producía, y empujando carritos con baúles y lechuzas que ululaban indignadas, buscando escapar de sus jaulas. Los gatos se abrían paso entre los cientos de piernas, y algunas ratas huían de ellos, mientras que niños sacaban las cabezas y los brazos por las ventanas para despedirse de sus familias.
Artie, con las manos ligeramente lastimadas por el esfuerzo que ejercía sobre su baúl para jalarlo, se adentró en el tren con un nudo creciente en la garganta. Ahora estaba más nerviosa que nunca antes en su vida, sintiendo el implacable deseo de salir corriendo como un correcaminos de regreso a su casa, junto a su padre.
—¿Artie? ¿Estas bien? —parpadeé un par de veces al oír a lo lejos la voz de Fred a sus espaldas.
—¿Decías algo, fotocopia roja? —inquirió, aún perdida, dirigiéndole una mirada de extrañeza.
La morocha nunca podía prestar atención por mucho tiempo a una misma cosa; se aburría fácilmente.
—Que si habías visto a Ron y a Harry —repitió, soltando un suspiro—. Creí que venían tras ustedes pero no los he visto.
Artie negó, frunciendo la nariz—. Se suponía... pero nos alejamos de ahí y la verdad ya no supe de ellos.
—Bueno, mi madre no podrá decirle adiós a su "Ronny" —el otro gemelo, George, se burló, haciendo que una sonrisa pequeña naciera de los labios de Artemisia—. Gracias, Artie.
Ambos pelirrojos se despidieron de la chica Lupin y comenzaron a alejarse del vagón, siendo saludados por uno que otro chico y chica que se les cruzaba: rápidamente la morocha asumió que eran famosos por los pasillos del castillo. Era la razón más lógica que encontraba para que todo el mundo los saludara con tanto entusiasmo.
Artie suspiró, regañándose a si misma por pensar en cosas que en verdad no le interesaba, y comenzó a caminar por el mismo pasillo que los gemelos, en busca de un compartimiento (ojalá) vacío, aunque eso comenzaba a oírse imposible, pues la mayoría ya estaban abarrotados por chicos y chicas de distintas edades que reían o hablaban como si se tuvieran toda la confianza del mundo. La Lupin sabía que no podía entrar a un compartimiento así... no si no quería sentirse terriblemente excluida.
Cuando menos lo espero, sintió como la locomotora comenzaba a avanzar y a alejarse de la estación, dejando atrás las construcciones del Londres muggle tras una curva: se preguntó si los gemelos habían encontrado a Ron y al chico Potter.
Pasando la palma de sus manos por sus pantalones, intentando aliviar el ardor, se decidió a reanudar su andar y comenzó a seguir su camino sin un rumbo fijo, mentalizándose a que, al menos por ahora, no haría ni un solo amigo.
O así era, hasta que se asomó en un último compartimiento.
Las cejas de Artie se alzaron al ver el contenido de este: dentro estaban dos chicas, con un parecido increíble: eso si, se notaba la diferencia de edad en ambas. Una, la que al parecer tenía la edad de Artemisia, tenía ojos oscuros y cabello marrón que le llegaba más o menos hasta los hombros, cargaba con una bolsa de dulces, los cuales estaba comiendo junto a la chica a su lado. La otra era una réplica exacta de la menor, solo que con ojos azules y una belleza casi deslumbrante para la perspectiva de la chica Lupin: aunque a Artie le pareció ver un deje más de frialdad en los de esta última, pero prefirió no darle importancia. La castaña iba a seguir caminando, pero al parecer su mirada "discreta" no lo fue mucho, pues la de ojos azules se puso de pie y sacó su cabeza hacia el pasillo.
—¡Hola! —Artie no supo que hacer ante la animada voz de la chica, así que lo único que atinó a hacer fue darle una pequeña y casi invisible sonrisa—. ¿Tienes ya en donde sentarte? —la pregunta fue amable, Artemisia lo sabía, pero estaba como una estatua, así que simplemente se dedicó a asentir, jugando con su baúl—. Entra con nosotras entonces: cargar con ese baúl todo el viaje te causará un cansancio horrible.
Le sonrió de una forma brillante, tomó el baúl de Artie y lo jalo hacia el interior del compartimiento con una fuerza extraordinaria, o al menos lo era para Artemisia, que no podía abrir por si sola un envase de mermelada. La de ojos azules intercambió unas cuantas palabras con la menor, a la cual vio asentir con una sonrisa ladina mientras Artie suspiraba, intentando tomar valor. La castaña dio un par de pasos hacia adentro, y pronto tuvo dos pares de ojos sobre ella.
—¡Ay, al fin alguien de mi curso! —la chica de ojos oscuros habló, con una emoción palpable en su voz—. No creí poder hablar con alguien de mi edad pronto... —se metió un puñado de las gomitas más coloridas que Artemisia jamás había visto: segundos después, estiró la bolsa hacia la Lupin—. ¿Quiewes?
La de ojos azules la codeó—. Margo, no hables con la boca llena.
—Pewdon.
Margo sonrió, apenada, con las mejillas ligeramente rosadas.
A Artemisia le sorprendió aquel porte elegante que la mayor de las chicas portaba al sentarse en un simple sofá rojo.
—Gracias... por dejarme pasar —Artie se aclaró la garganta, balanceándose con sus pies.
—Sin cuidado, siéntate —la chica de ojos azules señaló el lugar junto a su hermana menor, y Artie se sentó ahí enseguida, tomando una de las tantas gomitas que la menor le ofrecía—. Soy Leora, Lee para mis amigos —estiró su mano hacia Artie, y ella no dudó en estrecharla con la suya—. Ella es mi hermana menor, Margo, supongo que estarán en el mismo curso: yo voy un año adelante.
—Artemisia Lupin —se adelantó a presentarse la morocha, sin darse cuenta de las pequeñas miradas que las hermanas compartieron—. Pero todos me llaman Artie.
Pronto la morocha se dio cuenta de lo amables que Lee y Margo eran, hasta tal punto donde por primera vez en la última hora dejaba de sentirse tensa e incómoda. La mayor de las tres estaba en la casa Gryffindor; casa en la que Artie deseaba estar a toda costa pues su padre había sido parte de ella, y el interés de la de ojos grises era poder enorgullecer a su progenitor, para ir empezando, no estaría mal pertenecer a la casa de los leones, ¿cierto?
Lee les hablo sobre todo en general de Hogwarts; explicaciones que rondaba a maestros y a materias que, fuesen de la casa que fuesen, recibirían por igual.
Margo estaba emocionada y nerviosa, a Artie no le fue difícil verlo, después de todo era una chica observadora: se dio cuenta que quería pertenecer a la misma casa que su hermana mayor, y no pudo culparla: ella deseaba estar en Gryffindor también, aunque no por las mismas razones.
La castaña escapó de sus pensamientos al oír el sonido de la puerta del compartimiento abrirse. Apenas volteó a hacia esta, vió como dos chicos se adentraban también al antes solitario lugar.
—Uy, así que si vino tu hermana este año —uno de ellos, el más alto y con una expresión relajada, miró a la de cabello corto divertido. Hizo el ademán de tomar la bolsa con gomitas, pero Margo, quien al parecer tenía sus reflejos muy desarrollados, los quito de su alcance—. ¿Apenas llegando y ya eres envidiosa, Maggie?
—Margo es mucho más rápida que tú, Berkshire —el otro chico, que para Artemisia tenía un aspecto muy imponente, se burló de su amigo, codeándolo.
—Eso es cultura general, Caius —alegó Margo, con un deje de altivez.
—De todos modos, ¿por qué están aquí? —Lee sonrió, burlona—. ¿Las Ravenclaw ya los mandaron a freír espárragos?
—Bah, nada que ver —bufó el de ojos similares a los de un cachorro—. Solo hallamos a Granger, de todos modos: por primera vez, no estaba con los dos guaruras.
—Ya han de estarse metiendo en problemas esos dos —se mofó el de mirada seria—. Son predecibles...
Para la mala suerte de Artie, quien se sentía intimidada, este fue el primero de los dos chicos que había notado su presencia.
Una de sus cejas pobladas se alzó con curiosidad, mientras la analizaba de pies a cabeza con una mirada que la morocha no podía explicar.
—A ella no la conozco —dijo, aún con la expresión confundida pero tomando asiento junto a Leora—. ¿Quien eres?
—Soy... —Artie se aclaró la garganta, intentando recuperar su porte firme de antes— soy Artemisia Lupin, este será mi primer año en el castillo.
—Artemisia —repitió el de semblante duro, asintiendo, antes de estirar sus mano hacia la castaña—. Un gusto entonces. Yo soy Caius, Caius Snow. Segundo año, Gryffindor.
La Lupin asintió en su dirección antes de aceptar su mano, dándole un ligero apretón.
—Y yo soy Lorenzo Berkshire, pero estos engendros me llaman Enzo —estiró su puño hacia la castaña y ella no dudó en imitarlo, con una pequeña mueca similar a una sonrisa—. También estoy en segundo año, solo que yo soy una serpiente.
Artie había oído mucho sobre los Slytherin: opiniones que, en su mayoría, eran negativas. Para este punto, la chica creía que tendrían un tercer ojo en la frente para que todos les tuvieran tanto miedo y hasta cierto enojo, pero al ver a Enzo delante suyo, siendo completamente amable, supo que las apariencias engañaban.
—Es un gusto.
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Artie, quien se consideraba una chica que prefería su espacio y el silencio a su alrededor, estaba bastante cómoda charlando con todos en el vagón. Por fin no se sentía excluida, o fuera de sitio por no ser igual al resto: si, era una bruja a fin de cuentas, pero una que no podía leer sin un hechizo en especial y que le costaba mucho estar centrada en una sola cosa sin pensar mucho en el resto que le atormentan.
Ahí, en ese compartimiento, no era diferente, y quizá eso le transmitía confianza.
Las tres mujeres del compartimiento salieron en dirección a los baños para una ponerse la túnica de los leones y las otras dos sus togas negras. Cuando volvieron al vagón de nuevo fue justo a tiempo, pues segundos después los pasillos comenzaron a llenarse de un montón de adolescentes que buscaban abandonar el tren una vez este se hayo quieto.
—Cuiden sus dedos, a partir de aquí corren riesgo de ser aplastados —las cejas de Artie se alzaron ante la tan innovadora advertencia de Enzo—. No me veas así, Artie: solo intento darles un aviso pequeño.
La castaña suspiró y salió del vagón junto con Margot, la cual caminaba a su lado, intentando no ser pisoteada como había dicho Enzo. De fondo, se escucharon los ánimos que sus nuevosp conocidos les brindaban a ambas: eso de algún modo la reconfortó.
—Son unos payasos —se quejó Margo, con una mueca—. Los conozco de muy poco, a Enzo y a Caius, pero les fascina molestarme.
—Son amables —se limitó a opinar la morocha, encogiéndose de hombros.
Finalmente bajaron a la estación de tren, una plataforma pequeña pero iluminada por unos cuantos faroles. Artie, junto a Margo, se acercaron a donde se hallaba Hagrid esperando a todos los niños que ingresaban a su primer año. A lo lejos iban Lee, Caius y Enzo en dirección al área de los carruajes: cuando las vieron, no dudaron en saludarlas con las manos. Excepto Caius, quien solo movió sus cejas.
Artemisia asumió que no era tan extrovertido. Como ella.
—Te perdí de vista cuando me despedía de mamá —la atención de la morocha recayó en la chica pelirroja que intentaba abrir paso entre todo el tumulto de niños que se amontonaban a su alrededor—. Después perdí a los gemelos también y no halle a nadie más que a Hermione. ¿Sabias que mi hermano y Harry no se sentaron con ella en el vagón?
La nariz de la Lupin se arrugó un poco ante la confusión—. ¿De verdad?
Había escuchado a Ron –a través de cartas– quejarse de la sabionda que tenía como amiga, pero no lo creía capaz de dejarla sola. Mucho menos Potter, quién a simple vista se veía muy amable para su propio bien según ella.
—¡Si! —exclamó Ginny—. Creí que eran inseparables.
—Ya somos dos —murmuró Artie, aún un tanto confundida, viendo a lo lejos como Hermione daba un último vistazo a los lados antes de resignarse y comenzar a caminar hacia los carruajes como el resto.
Ginny no se volvió a separar de Artie, entonces la morocho no dudó en presentarla con Margo, la cual solo se había mantenido en silencio, oyendo la charla entre la Weasley y la Lupin.
Artie y el resto siguieron a Hagrid resbalando y a tientas por lo que parecía un estrecho sendero. Estaba tan oscuro que la Lupin pensó que debía de haber árboles muy tupidos a ambos lados. Nadie hablaba mucho.
—En un segundo, tendrán la primera visión de Hogwarts —exclamó Hagrid por encima del hombro—, justo al doblar esta curva.
El sendero estrecho se abría súbitamente al borde de un gran lago negro. En la punta de una alta montaña, al otro lado, con sus ventanas brillando bajo el cielo estrellado, había un impresionante castillo con muchas torres y torrecillas. Las comisuras de los labios de Artie vacilaron en alzarse de toda la impresión que se le acumulaba.
—¡No más de cuatro por bote! —gritó Hagrid, señalando a una flota de botecitos alineados en el agua, al lado de la orilla.
Artie se subió al mas cercano junto a Ginny y Margo, detrás de ellas venía otro chico con una cámara en mano: se presentó como Colin, un nacido de muggles que estaba entusiasmado por aprender de todo en el Mundo Mágico (además de su fanatismo por Harry Potter que Artemisia no comprendió, pero Ginny si). El ceño de la morocha se frunció al oír todo tipo de extraña información que la pelirroja tenía de Potter y que al rubio cenizo le parecía fascinar.
—¿Por qué siento que en cualquier momento van a decir que calzón usa también? —inquirió en un susurro la de cabello corto hacía Artie, quienes iban hombro con hombro en el bote. La castaña sintió la incomodidad que Margo tenía.
—Por que, quizá, son capaces de poder hacerlo —afirmó la Lupin, con un escalofrío recorriéndole la espina dorsal.
Artemisia prefirió cambiar el tema de conversación a cualquiera que no incluyera un "Harry Potter" de por medio, así que rápidamente le hizo saber a Colin sobre la existencia de las fotos con movimientos: algo que sin duda opaco a Potter y su forma de roncar.
—¡Bajen las cabezas! —exclamó Hagrid, mientras los primeros botes alcanzaban el peñasco. Todos agacharon la cabeza y los botecitos los llevaron a través de una cortina de hiedra, que escondía una ancha abertura en la parte delantera del peñasco. Fueron por un túnel oscuro que parecía conducirlos justo por debajo del castillo, hasta que llegaron a una especie de muelle subterráneo, donde treparon por entre las rocas y los guijarros.
Luego subieron por un pasadizo en la roca, detrás de la lámpara de Hagrid, saliendo finalmente a un césped suave y húmedo, a la sombra del castillo.
Subieron por unos escalones de piedra y se reunieron ante la gran puerta de roble.
—¿Están todos aquí?
Hagrid levantó uno de sus gigantescos puños y llamó tres veces a la puerta del castillo.
La puerta se abrió de inmediato. Una bruja alta, de cabello negro y túnica verde esmeralda, esperaba allí. Tenía un rostro muy severo, y el primer pensamiento de Artie fue que se trataba de alguien con quien era mejor no tener problemas.
—Los de primer año, profesora McGonagall —dijo Hagrid.
—Muchas gracias, Hagrid. Yo los llevaré desde aquí.
Siguieron a la profesora McGonagall a través de un camino señalado en el suelo de piedra. Artemisia podía oír el ruido de cientos de voces, que salían de un portal situado a la derecha (el resto del colegio debía de estar allí), pero la profesora McGonagall llevó a todos los de primer año a una pequeña habitación vacía, fuera del vestíbulo. Se reunieron allí, más cerca de lo que Artie podía soportar, todos mirando con nerviosismo hacia sus alrededores.
—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGonagall—. El banquete de comienzo de año se celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupen sus lugares en el Gran Comedor deberán ser seleccionados para sus casas. La Selección es una ceremonia muy importante porque, mientras estén aquí, sus casas serán como su familia en Hogwarts. Tendámoos clases con el resto de la casa que les toque, dormirán en los dormitorios de sus casas y pasarán el tiempo libre en la sala común de la casa...
Artie no sabe por qué, pero de repente su cerebro dejó de prestar atención al resto de cosas que decía la profesora McGonagall. Centro la vista sobre sus tenis negros que aún llevaba puestos por la comodidad de estos, mientras imaginaba cuánto podría medir toda la estructura que la rodeaba. Se llegó a preguntar en qué pensaban los que construyeron el castillo al hacerlo tan alto, ¿acaso tenían fe de que algún gigante resultara mago o bruja también? Quizá era posible, aunque no se presentara jamás un caso similar. Intuyo que las baldosas del suelo no fueron una idea tomada a la ligera, por su firmeza y combinación con las paredes. Le gustaba mucho la arquitectura. Veía programas donde se construían estructuras asombrosas cuando su padre no estaba en casa (él no dejaba que utilizara dicho aparato por alguna razón que ni ella lograba comprender). Sabía que si jamás le llegaba su carta, aquel sería un gran futuro para ella. Hacer cosas geniales con las manos.
—Volveré cuando lo tengamos todo listo para la ceremonia —dijo la profesora McGonagall, sacando de su pequeño trance común a Artie—. Por favor, esperen tranquilos.
La morocha no tenía que oír toda la información que brindó la mujer para tener noción de lo que habló: estaba claro que se dedicó a explicar todo lo relacionado a las diversas casas. Ella no era una experta, pero podía llegar a defenderse.
La profesora McGonagall volvió unos momentos después. Nos guió en una fila: Artie se acomodó entre Margo y Ginny. Caminaron por el Gran Comedor, entre las dos mesas del medio repletas de alumnos. En el fondo, se alzaba sobre una tarima otra mesa larga, en donde yacían todos los profesores que impartían asignaturas en Hogwarts; en el centro de esta, se encontraba un hombre anciano sentado, con barba plateada y lentes de media luna. Artie supo que era el director Dumbledore. McGonagall los detuvo a todos cuando se alinearon frente a la mesa de profesores y salió por un momento por la puerta de un lado. La morocha subió la mirada en dirección al techo, llevándose una ligera sorpresa al ver un cielo nocturno estrellado. Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor no se abriera directamente a los cielos, esa era magia de verdad.
Artie bajó la vista rápidamente, mientras la profesora McGonagall ponía en silencio un taburete de cuatro patas frente a los de primer año. Encima del taburete puso un sombrero puntiagudo de mago. El sombrero estaba remendado, raído y muy sucio, al cual se le abrió una rasgadura como una boca y empezó a cantar una canción sobre las casas y dios sepa que más, pues Artemisia no se molesto en escucharla completa: seguía con la mente en las estrellas, preguntándose si serían reales o solo una imagen hecha con magia.
—Cuando los llame, deberán ponerse el sombrero y sentarse en el taburete para que los seleccionen —dijo ella, y a Artie le pareció ver como Ginny dejaba salir un suspiro de alivio.
—Fred siempre dijo que teníamos que hacer unas pruebas raras para ver que casa era la nuestra —aclaró la pelirroja, visiblemente mucho más relajada—. Me siento mejor ahora que sé que solo debo sentarme ahí.
Artie creyó que pensar eso sería algo muy tonto, pero prefirió no externar algo que podría resultar tan hiriente.
—Leora piensa que si no quedó en Gryffindor, podría estar en Hufflepuff —Margo se removió, ansiosa—. No es mala casa, ¿verdad?
—No creo —murmuró Artie, sin despegar sus ojos de la profesora McGonagall, quien desenrollaba un pedazo de pergamino, sintiéndose también ansiosa de repente.
¿Qué haría si quedaba en cualquier otra casa que no fuese Gryffindor?
Una niña, Alejandrina Ackerman, fue seleccionada en la casa Ravenclaw, pero el siguiente, esta vez un niño, terminó en Hufflepuff. Los trillizos Bellin fueron seleccionados en Slytherin y Colin Creevey, el niño que estaba obsesionado con Potter (junto con Ginny), terminó en Gryffindor. Casttle Margo, quien era consumida por sus nervios, consiguió quedar en Gryffindor.
Artie estaba tan concentrada en los ventanales tras la mesa de profesores que no se percató que finalmente la lista había llegado hasta la ele.
—Lupin, Artemisia —los grisáceos ojos de la chica recayeron en los de la profesora cuando escuchó su nombre.
La morocha pasó saliva de forma lenta antes de empezar a caminar hacia el frente, en donde estaba el taburete. Una vez estuvo ahí, no dudó en tomar asiento, manteniendo su espalda tan recta como podía, analizando a las personas que mantenían su mirada en ella. Barrio la mesa de Gryffindor con curiosidad mientras la profesora le ponía el sombrero, topándose con tres de las cuatro cabezas pelirrojas que debían estar sentadas ahí. Ron seguía sin dar señales de vida y consigo, el azabache de ojos verdes que le producía cierta curiosidad a la Lupin. Después sus ojos cayeron en el grupo de Caius, Lee y Margo: la última le sonreía, dándole ánimos, la de ojos azules alzaba uno de sus pulgares y el único chico se limitaba a asentir. Antes de que el sombrero le tapara los ojos, logró ver a Hermione Granger, bastante atenta a su selección.
Artemisia se removió incómoda ante la oscuridad que la rodeaba, además que no le gustaba estarse quieta. Ella era más de estar en constante movimiento pues, sino, se abrumaba. La castaña cerró con fuerza los puños, intentando relajarse, aunque no tardó mucho en guardar la calma cuando una voz, externa a la suya, resonó en su cerebro.
—¡Una Lupin! —una sonrisa orgullosa apareció en los labios de la morocha, la cual asintió, como si el sombrero fuese a verla—. Puedo ver esas ganas de superarte... esa inteligencia que derrochas hasta por los poros... una cabeza interesante y particular. Llena de lealtad, orgullo y una dosis ligera de ambición —a Artie le sonó como si el sombrero estuviese saboreando algo—. Si, ya veo... así será, entonces —la castaña respiro profundamente: debía de tener una respuesta ya—. Vas a conseguir la grandeza que buscas en... ¡Gryffindor!
La horda de aplausos inundó al Gran Comedor apenas y la profesora McGonagall le retiró el sombrero de la cabeza a Artemisia. La castaña mantuvo la sonrisa mientras bajaba del taburete en dirección a la mesa con los colores escarlata. Recibió algunas palmadas por parte de uno que otro integrante de su ahora casa, mientras tomaba asiento entre Margo y la que reconoció como Hermione, la cual le sonreía de forma amigable.
—Me alegro que hayas sido seleccionada aquí —la escuchó decir, aún manteniendo la misma sonrisa.
Artie asintió hacia ella, recuperando su porte recto e introvertido una vez se le bajó la emoción del momento.
—Gracias, Hermione —se limitó a decir, amable.
Después de una larga lista fue el turno de Ginny, quien, como era de esperarse, quedó seleccionada en la casa de los leones, Gryffindor. Alan Zheng fue el último y tomó asiento junto a Lorenzo Berkshire, quien le dedicó un guiño a la castaña apenas y se dio cuenta de que esta le miraba.
El director dio un discurso breve y presentó (para la desgracia de la Lupin) al nuevo profesor de la asignatura "Defensa Contra las Artes Oscuras", Gilderoy Lockhart, haciendo que algunas (la mayoría) de chicas en el Gran Comedor soltaran suspiros de adoración.
No fue el caso de Artie, que lo único que quería era ir a su nueva recámara, escribir una carta para su padre y irse a la cama, esperando que con suerte, su lechuza llegase por la noche.
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