❛ ━ PRÓLOGO ; atenea
𝘰𝘰𝘰 ┊ ﹟ 𝗪𝗔𝗥 𝗢𝗙 𝗛𝗘𝗔𝗥𝗧𝗦 ࿐ྂ
↯ CAPÍTULO CERO
▬ ❝ atenea ❞ ▬
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Remus Lupin sabía que lo había perdido todo tras el final de la gran Primera Guerra Mágica.
Hace tan solo unos años, apareció en su cabeza la tonta creencia de qué tal vez no volvería a experimentar lo que era la tristeza en lo que restaba de sus años de vida. El pensamiento de que por fin era feliz, ignorando el obvio hecho de que era y sigue siendo un hombre lobo, duró poco. Se fue disolviendo poco a poco, mientras el poder de Quien-tu-sabes iba creciendo con abundancia y rapidez.
Habían salido victoriosos. El señor tenebroso había caído y sus temibles secuaces yacían encarcelados –o al menos a los que se les comprobó haber estado de su lado sin ninguna maldición imperdonable de por medio– entre las paredes frías y desoladas de Azkaban. Los magos y brujas eran libres otra vez. No tenían que temer de nuevo por su tipo de sangre o su estatus social, eran libres.
«¿Pero a que costó?», se decía a sí mismo el hombre, mientras lanzaba un par de rosas blancas al hueco de tierra en el que eran sepultados sus amigos, su familia: James y Lily Potter, quienes habían dado la vida por su único hijo, el ahora salvador del mundo mágico, estaban siendo despedidos como se debía en el sitio que habían elegido como su hogar, el Valle de Godric.
No solo había perdido a las dos únicas personas que nunca dudaron de él ni de su lealtad, sino que perdió a otro amigo el cual su cariño y confianza se encontraban puestas en él; Peter Pettigrew. Aquel muchacho regordete que siempre los seguía a todos lados, siempre demostrando su buen humor. Sin embargo, esa misma noche terminó enterándose de la noticia de que la única persona que él amo, fue la misma que causó las muertes de sus mejores amigos. Sirius Black los había traicionado, sin ningún tipo de remordimiento en el transcurso.
Lo había dejado sin nada.
Lo había abandonado.
Toda su casa, cada pequeño rincón de ese lugar, no hacía más que recordarle quienes habían estado en su vida, las fotos, las cartas y los recuerdos eran simples torturas que lo volvían loco cada luna llena que volvía a vivir solo.
Por eso había decidido escapar, salir de ese pequeño hueco en el que había estado desde el pasado 31 de Octubre.
El mundo muggle había sido su única opción viable: no lo conocían de nada, no tenían archivos sobre él o acciones que lo llevasen a juzgarlo por el hecho de ser un licántropo.
Por ello, una noche, cerró las cortinas de su apartamento, guardó todas sus reservas de chocolate en la maleta y se largo de lo que para él había dejado de ser un sitio mágico.
¿Donde estaba la magia si las personas que se la mostraban a diario ya no se hallaban para hacerlo?
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Las nevadas de diciembre no se hicieron esperar; todo Londres se encontraba decorado de un color blanquecino, y sus árboles parecían estar más inexpresivos que nunca. Secos, y algunos caídos por la reciente tormenta de nieve que hubo alrededor de la ciudad.
Esa era la cosmovisión de Remus desde su pequeña casa. Descuidada y pequeña, pero acogedora. No importaba cuantos cafés calientes se tomara, seguía sin conseguir una temperatura normal promedio, haciéndole dudar de si tenía hipotermia u otra enfermedad aún no conocida. Su pecho, desde aquel día innombrable, dolía. El chico de cicatrices sentía una presión tan fuerte en su tórax que, desde hace dos meses, solamente salía de la cama para vagamente comer e hidratarse, y, por supuesto, ir al baño.
Su padre ni siquiera lo llamo para preguntarle cómo estaba, y eso para Remus estaba bien.
Nunca tuvo una buena relación con aquel hombre, se podría decir que fue de casualidad que en su infancia y adolescencia vivieran en la misma casa. Cuando su madre falleció, Lyall Lupin no perdió la oportunidad de cortar cualquier tipo de relación con su hijo. A pesar de que, a los cinco o seis años, hizo todo lo posible para quitar a Remus de su especial situación, eso no significó que en el futuro no tenga exactamente los mismos prejuicios que tenía toda la sociedad sobre lo que él era.
Un monstruo. Una abominación que no merecía vivir. Una cosa que tuvo que morir en lugar de sus mejores amigos, y que merecidamente se quedó sin su familia. Aquellas personas que lo aceptaron tal y como era, y que simplemente fueron arrebatados de sus manos como si de un objeto preciado se tratase.
¿Acaso él había hecho algo tan malo como para merecer todo esto? ¿Acaso no era suficiente estar condenado de por vida a ser algo que nunca quiso ser?
Parecía que el mundo, una vez más, le tuvo que recordar de la peor manera que su destino era estar solo. Que no había escapatoria. Sin embargo, se esmeró tanto todas y cada una de las veces en las que vio de rodillas, rogándole a cualquiera que lo escuche que, por favor, tenga piedad en él. ¿Alguien lo tomó en cuenta? No lo sabe, pero sí sabía que en su vida llegaron aún más y más desgracias.
El silencio en aquel bosque, donde Remus se encontraba en esa cabaña que toma por casa, era aturdidor. El chico de cicatrices juró pensar que se asemejaba a los toques en su puerta.
Esperen... ¿toques en su puerta?
Efectivamente, toques sobre su puerta lo habían desorientado. «¿Quién me vendría a visitar a este lugar?» pensó él, levantándose por primera vez de la cama –y eso que pasaba del mediodía–, mas se cayó apenas puso un pie en el suelo. Sintió que sus ojos involuntariamente se cruzaban, y que su cabeza acababa de dar treinta vueltas sobre si misma. Definitivamente, estar acostado tantas horas afectaba de sobremanera a su salud.
━¡Mierda! ━se quejó, sobando la parte trasera de su cabeza.
De nuevo el fuerte golpeteo de la puerta lo sacó de su repentina desgracia.
«Cierto, tengo que ir a abrir». Se recordó a sí mismo, y con la fuerza que le quedaba, se paró y comenzó a caminar hasta la puerta de entrada, donde el sonido se hizo aún más fuerte y claro. Cuando Remus abrió la puerta, el viento frió pegó en su cara, y la presencia de una nueva persona le hizo sentirse mal con su mala (más bien pésima) vestimenta.
━Profesor Dumbledore ━soltó en un suspiro Remus, recargándose sobre el umbral de su puerta.
Si era sincero, lo último que esperaba ver en vísperas de navidad era al gran director de Hogwarts frente a su puerta.
━Joven Lupin ━el hombre se ajustó los lentes de media luna━. Siempre es bueno verlo.
«Digo lo mismo, profesor» murmuró él, removiéndose incómodo━. Pase, por favor. El clima está terrible.
━El clima no es lo único terrible hoy en día, muchacho.
Remus no se lo preguntó, pero no tenía que usar su habilidoso cerebro para darse cuenta que el hombre se refería a él. El joven de cicatrices se hizo a un lado, permitiéndole el paso al director.
━¿Le ofrezco algo, director?
Este asintió.
━Un té de limón, por favor.
Lupin asiente y camina hacia su cocina con las mejillas rosadas de la vergüenza al ver como el director miraba de forma despectiva sus alrededores. Si, vaya, estaba un poquito sucio (énfasis en poquito, en realidad la cabaña era un desastre) pero tampoco resultaba para tanto.
¿Verdad?
━No vaya a creerme un imprudente, pero... ¿qué hace aquí? ━inquirió el chico de cicatrices, dejando la taza de té sobre su ocupada mesita del centro de la sala━. He de decir que estoy un poco... indispuesto.
━¿Un poco? ━la expresión de Lupin se endureció ante la clara burla en la voz del hombre━. Bueno, si me permite decirlo, joven, este sitio se ve algo más que "indispuesto".
━Pierda la mitad de su vida y entonces júzgueme.
Sus palabras salieron por sí solas, aún así no se arrepintió en ningún segundo.
¿Cómo él...? ¿Cómo podía siquiera...? No, no le cabía en la cabeza, y sabía que quizá soltarle aquellas palabras no eran prudentes, pero no le dio muchas vueltas a ello.
━Dígame a que vino, por favor.
El hombre suspiró, dándole un sorbo a su té━. Vengo a darte una segunda oportunidad, joven Lupin.
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¿Cómo había logrado entrar a una de las universidades más prestigiosas de Londres? Ni Remus lo sabía, lo que sí sabía es que ya iba tarde, muy tarde, a su primer día de clases.
Estudiar filosofía y letras había sido un sueño en el pasado que ahora, que se hallaba en completa soledad, sin la bola de amigos que se suponía le iban a acompañar toda la vida, se cumplió gracias a Albus Dumbledore, el cual le consiguió la entrevista: lo demás fue obra suya.
O eso le decía su ex-director al enterarse de la gran noticia.
Corría por el campus, sin saber a donde se dirigía en realidad. Solo sabía que si no corría, llegaría más tarde de lo que ya iba.
Estaba tan absorto en sus pensamientos nerviosos que no diviso en su campo de visión a la persona con la que se terminó estampando.
━¡Oh, cuan-cuanto lo siento! ━idiota, se recriminó a sí mismo━. Déjame ayudarte con eso...
━No, gracias. Yo puedo sola.
Remus jamás se había sentido atraído visualmente por una mujer en toda su vida. Siempre había sido Sirius. Pero...
━De verdad, cuánto l-lo siento ━volvió a murmurar él, inquieto de repente.
━¿Eres nuevo? ━la chica recogió sus libros del suelo con estilo, algo que Remus jamás había visto.
O al menos no que recuerde.
━Si, acabó de inscribirme ━señaló el lugar de donde venía━. Pero la verdad es que me encuentro un poco perdido.
━¿Puedo ver tu horario?
Él asintió torpemente y le extendió el papel de igual modo.
La chica, quien no debía de tener ni un año menos que él, tomó el papel con aquella gracia que parecía estar caracterizándola.
━¿Filosofía y letras, eh? ━murmuró ella, repentinamente interesada━. Se donde queda todo: tenemos las mismas clases, al parecer.
━Wow...
Remus se había quedado sin palabras. Aquella chica era la más guapa que sin duda había conocido jamás, y si, que en Hogwarts había unas cuantas, pero su atención siempre se la había llevado ese pelinegro del cual pensaba jamás se olvidaría.
Pensaba.
━¿Por qué te quedas ahí de pie? Que vamos tarde ━la chica lo tomó de la muñeca sin su permiso y jalo de ella.
Remus quedó perplejo ante su tan repentino movimiento que solo atinó a seguirla.
━Disculpa que lo pregunte ahora, pero ¿cuál es tu nombre? ━inquirió el chico, nervioso.
━Atenea ━la chica le miró sobre su hombro, sonriente━. Mi nombre es Atenea.
━Remus Lupin ━se presentó él con rapidez, con las mejillas rosadas━. Es un placer, diosa griega.
Si supiera que ahí comenzaba toda su vida, quizá jamás se hubiera quedado a charlar con aquella chica.
O, la otra alternativa, es que siguiera ahí, paciente a que la mujer diese sus primeros indicios de ser lo que era en realidad, con tal de tener su regalo divino toda su vida.
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