002
El amanecer llegó antes de lo que Adhara hubiera deseado. Un sonido estridente, como un silbato metálico, la despertó sobresaltada. En cuestión de segundos, la puerta del dormitorio se abrió de golpe y un hombre alto y fornido, con una cicatriz cruzándole el rostro, entró con una expresión que no auguraba nada bueno.
—¡En pie, reclutas! —rugió. Su voz era grave, cargada de autoridad. —Si creen que pueden quedarse dormidos, les prometo que cambiarán de opinión en los próximos minutos. ¡Fuera de las camas, ahora!
Adhara se levantó rápidamente, con el corazón acelerado. Miró a su alrededor y vio que algunas chicas estaban tan desorientadas como ella, tropezándose mientras intentaban ponerse las botas. Maia, que dormía en la litera junto a la suya, apenas estaba abrochándose la camisa cuando el instructor se plantó frente a ella.
—¿Te parece que tenemos todo el día, recluta? —le espetó.
Maia sacudió la cabeza rápidamente, sus manos temblorosas mientras ajustaba su uniforme.
—¡Entonces muévete!
Adhara apretó los dientes y terminó de vestirse lo más rápido que pudo. Sabía que no tenía sentido enfrentarse a alguien como él; solo había que cumplir las órdenes y aguantar.
Una vez listas, las reclutas salieron al patio, donde el aire frío de la mañana las golpeó con fuerza. Había al menos cinco grupos formados en filas desiguales, y los instructores no tardaron en hacer notar las fallas.
—¡Esto no es un desfile de campesinos! —gritó uno de los hombres mientras caminaba entre las filas. —¡Es una formación militar! Espaldas rectas, pies juntos y bocas cerradas.
Adhara se obligó a enderezarse, sintiendo el peso de la mirada del instructor que pasaba frente a ella.
—Hoy comienza su entrenamiento básico —anunció el hombre con la cicatriz, que parecía estar a cargo de todo el grupo. —Durante los próximos meses, aprenderán a trabajar en equipo, a manejar el equipo estándar y, lo más importante, a seguir órdenes. Si alguno de ustedes cree que puede saltarse las reglas, descubrirá lo rápido que podemos enviarlo de regreso a casa. ¿Entendido?
—¡Sí, señor! —gritaron al unísono los reclutas.
—¡No los escucho!
—¡Sí, señor!
El entrenamiento comenzó de inmediato. Las primeras horas consistieron en ejercicios básicos: correr vueltas interminables alrededor del campamento, cargar sacos de arena y escalar paredes improvisadas. Adhara sintió cómo cada músculo de su cuerpo se quejaba, pero no se permitió parar. Había algo liberador en el esfuerzo físico, algo que la hacía sentir más fuerte, más capaz.
Hacia el mediodía, cuando el sol estaba en lo alto y el cansancio comenzaba a pesar, los reclutas se reunieron para almorzar en largas mesas al aire libre. El ambiente era tenso; pocos se atrevían a hablar más allá de un murmullo. Adhara estaba sentada junto a Maia y una chica alta de cabello oscuro que se presentó como Renna.
—¿De dónde vienes? —preguntó Renna, rompiendo el silencio.
—De Shiganshina —respondió Adhara, llevando un trozo de pan a su boca.
Las dos chicas la miraron con cierta curiosidad.
—¿Shiganshina? ¿Cómo es vivir tan cerca de la muralla exterior? —preguntó Maia, inclinándose hacia ella.
Adhara se encogió de hombros. —Es... complicado. Nunca sabes cuándo puede pasar algo. Pero creo que es igual en todas partes, ¿no? Siempre vivimos con miedo.
Renna asintió, su expresión endureciéndose. —Por eso estoy aquí. Quiero aprender a defenderme. Estoy harta de sentirme indefensa.
Adhara asintió, entendiendo perfectamente ese sentimiento.
El resto del día transcurrió entre más ejercicios y lecciones básicas de estrategia militar. Al final, cuando las luces del campamento comenzaron a apagarse, los reclutas fueron enviados de regreso a sus barracones. Adhara se dejó caer sobre su litera, exhausta pero satisfecha.
Antes de cerrar los ojos, se permitió un momento para pensar en su familia. ¿Qué estarían haciendo? ¿La estarían extrañando tanto como ella a ellos? Con esos pensamientos rondando su mente, el sueño finalmente la venció.
***
Los días se convirtieron en semanas, y Adhara comenzó a adaptarse a la rutina del entrenamiento. Aunque el trabajo físico era agotador, había algo en la disciplina y la estructura que la mantenía enfocada. Su mente se acostumbró al ritmo de levantarse temprano, seguir órdenes y empujar su cuerpo más allá de sus límites.
Sin embargo, lo que más la desafiaba no eran los ejercicios ni las pruebas físicas, sino la constante batalla interna que libraba con sus propios miedos e inseguridades.
Una tarde, durante una práctica de combate, Adhara se enfrentó a uno de los reclutas más grandes del grupo, un chico llamado Daren, que parecía disfrutar intimidando a los demás. Era su turno en el círculo de práctica, y aunque sabía que era solo un ejercicio, no podía ignorar el nerviosismo que le oprimía el pecho.
—¿Lista para perder, Jaeger? —bromeó Daren, sonriendo de lado.
Adhara apretó los dientes. No voy a retroceder. No voy a mostrar debilidad.
Cuando el instructor dio la señal, Daren se lanzó hacia ella con rapidez. Adhara esquivó su primer golpe, recordando los movimientos que les habían enseñado, pero él era más fuerte y rápido de lo que esperaba. Durante varios minutos, apenas logró mantenerse en pie, defendiéndose de sus ataques.
Finalmente, Daren encontró una apertura y la derribó con un golpe que le quitó el aire. Cayó al suelo, jadeando, con el sabor metálico de la derrota en la boca.
—¿Eso es todo? —murmuró él, cruzándose de brazos mientras se alejaba.
Adhara permaneció en el suelo por un momento, mirando al cielo. Quería gritar, golpear algo, pero en lugar de eso, se obligó a levantarse. El instructor se acercó, observándola con una expresión impasible.
—Te quedaste demasiado a la defensiva. Si sigues así, siempre serás la presa, nunca el depredador.
Esas palabras se quedaron con ella el resto del día. ¿Siempre seré la presa? ¿Eso es lo que creen los demás de mí? ¿Es lo que creo yo misma?
Esa noche, mientras el resto del barracón dormía, Adhara salió en silencio al patio de entrenamiento. Bajo la luz tenue de las estrellas, practicó los movimientos que habían aprendido esa semana, repitiéndolos una y otra vez hasta que sus músculos quemaron y sus manos comenzaron a temblar.
No puedo fallar. No puedo ser débil. Tengo que ser más fuerte.
Unas semanas después, durante un ejercicio de simulación de ataque, Adhara tuvo la oportunidad de demostrar de lo que era capaz. Los reclutas fueron divididos en equipos y enviados a capturar un objetivo mientras enfrentaban "enemigos" simulados en el terreno.
Daren, que estaba en su equipo, no estaba contento con la idea de trabajar con ella.
—No te interpongas, Jaeger —gruñó mientras ajustaba su equipo.
Adhara lo ignoró, enfocándose en el plan. Cuando la simulación comenzó, su equipo avanzó con cautela, pero pronto quedaron atrapados en una emboscada. La mayoría entró en pánico, y Daren intentó liderar una carga desorganizada, lo que solo empeoró las cosas.
Adhara, observando desde atrás, notó un patrón en los movimientos del "enemigo". Era un error sutil, pero podría ser aprovechado.
—¡Por aquí! —gritó, señalando un flanco desprotegido.
Al principio, nadie la escuchó, pero cuando Daren cayó en una trampa, el resto del equipo no tuvo más opción que seguirla. Adhara los guió con rapidez y precisión, logrando capturar el objetivo mientras minimizaban las bajas simuladas.
Cuando regresaron, el instructor se dirigió al equipo.
—Buena ejecución, especialmente considerando el desastre inicial. Y tú, Jaeger... —Hizo una pausa, mirándola con aprobación. —...tienes buen ojo para la estrategia. Mantén eso.
Adhara sintió un extraño calor en el pecho. Por primera vez desde que llegó, sintió que tal vez, solo tal vez, podía lograr lo que se había propuesto.
***
El tiempo en el campamento parecía pasar lentamente, pero para Adhara, cada día traía un nuevo desafío, no solo físico, sino también emocional. Durante los entrenamientos más duros, a menudo se encontraba lidiando con el eco de las palabras de su padre: "No voy a permitir que te marches a buscar una muerte segura."
A pesar de sus esfuerzos por mantenerse fuerte, a veces se preguntaba si tenía razón. Sin embargo, fue en esos momentos oscuros cuando las voces de Maia y Renna comenzaron a brillar como anclas en su creciente tormenta interna.
Una noche, después de un agotador ejercicio de marcha, Maia y Renna convencieron a Adhara de escabullirse al tejado de uno de los almacenes del campamento.
—No podemos seguir viviendo como máquinas —declaró Maia, con una sonrisa traviesa mientras trepaba.
—¿Y si nos descubren? —preguntó Adhara, aunque no se detuvo en seguirlas.
—Entonces diré que fue idea tuya —respondió Renna, riendo suavemente.
Cuando las tres estuvieron sentadas sobre las tejas frías, miraron el cielo. Era una noche clara, y las estrellas parecían tan cercanas que casi podían tocarlas.
—¿Alguna vez pensaron en lo pequeñas que somos? —murmuró Maia, con los ojos fijos en las constelaciones.
Adhara miró al cielo en silencio. Pequeñas. Esa palabra capturaba exactamente cómo se sentía la mayoría del tiempo. Pero en lugar de encontrar consuelo en ello, le provocaba una sensación de urgencia, como si cada segundo de su vida fuera demasiado breve para desperdiciarlo.
—A veces pienso que todo esto es una locura —continuó Maia, sin esperar respuesta. —Elegimos venir aquí para luchar contra algo que no entendemos del todo. ¿Por qué lo hacemos? ¿Es el miedo? ¿El orgullo?
Renna, que estaba tumbada, con las manos cruzadas detrás de la cabeza, suspiró. —Tal vez un poco de todo. Yo vine aquí porque no quiero morir escondida detrás de un muro. Si voy a morir, quiero hacerlo con una espada en la mano.
Adhara asintió lentamente. Si voy a morir, quiero que sea por algo que importe.
—¿Y tú, Adhara? —preguntó Maia, girándose hacia ella.
—Yo... —dudó por un momento. Hablar de sus emociones no era fácil. —Vine porque quiero proteger a mi familia. Pero también porque quiero demostrar que puedo ser más de lo que ellos creen.
—¿Y qué crees tú? —insistió Maia suavemente.
Adhara la miró, sorprendida por la pregunta. Nunca se había detenido a pensar en eso. ¿Qué pensaba de sí misma?
—No lo sé —admitió. —Pero quiero averiguarlo.
Por un momento, las tres permanecieron en silencio, cada una perdida en sus propios pensamientos.
Con el tiempo, Adhara, Maia y Renna comenzaron a depender más unas de otras. Maia era el corazón del grupo, siempre buscando maneras de levantarles el ánimo con bromas o historias absurdas. Renna, en cambio, era la pragmática, con una franqueza que a veces resultaba brutal, pero que siempre las mantenía enfocadas.
Adhara se dio cuenta de que su relación con ellas estaba cambiando algo dentro de ella. Por primera vez, se sentía realmente vista, no como la hija rebelde o la hermana mayor que debía cuidar de todos, sino como alguien con sus propios miedos y sueños.
El día que les presentaron el equipo de maniobras tridimensionales, el aire estaba cargado de nerviosismo y anticipación. Los reclutas se alinearon en el campo de entrenamiento mientras los instructores les mostraban cómo ajustarlo y manejarlo correctamente.
Adhara observaba con atención, tratando de grabar cada detalle. El equipo era intimidante: un arnés ajustado al cuerpo, cables y engranajes que parecían una extensión de su propia existencia.
—Es más complicado de lo que parece —dijo Renna, ajustando una de las correas con una expresión de concentración.
Maia, que estaba a su lado, sonrió. —¿Complicado? ¿Estás lista para verte como una ardilla asustada en el aire? Porque yo sí.
Adhara se rió suavemente, pero no podía ignorar el nudo en su estómago. Había visto a soldados experimentados usando el equipo con una gracia casi sobrenatural, pero ahora que estaba frente a la máquina, parecía un monstruo mecánico dispuesto a traicionarla al menor error.
El primer ejercicio consistía en simplemente mantenerse en equilibrio colgados de un sistema de arneses mientras los instructores ajustaban sus posturas. A pesar de lo sencillo que parecía, muchos reclutas no lograban mantenerse derechos por más de unos segundos antes de girar descontroladamente.
Adhara fue una de ellos.
—¡Corrige tu postura, Jaeger! —gritó uno de los instructores.
Ella trató de estabilizarse, pero la fuerza de la gravedad y el peso del equipo la vencieron, haciéndola girar de forma descontrolada.
Cuando finalmente la bajaron, se sentó en el suelo con las piernas temblorosas.
—Esto es una pesadilla —murmuró, frotándose las manos.
Maia y Renna se acercaron rápidamente.
—No te preocupes, no eres la única que se siente como un pez fuera del agua —dijo Maia, sentándose a su lado.
—La clave está en tu núcleo. Si no fortaleces los músculos del abdomen, no hay forma de que te mantengas estable —añadió Renna, con la voz práctica de siempre.
Adhara suspiró. —Fácil para ti decirlo. Pareces una experta.
Renna se encogió de hombros. —Me costó semanas aprender esto. Tú también lo lograrás.
En los días siguientes, Adhara dedicó todo su tiempo libre a practicar. Maia y Renna se turnaban para ayudarla a corregir su postura y darle consejos prácticos.
—Inclina ligeramente las caderas hacia adelante —indicó Maia una tarde mientras Adhara trataba de estabilizarse en el aire.
—No olvides la respiración. Si te tensas, perderás el control —agregó Renna desde abajo.
Aunque el progreso fue lento, Adhara comenzó a notar pequeñas mejoras. Logró mantenerse equilibrada por más tiempo, controlar mejor sus giros y, finalmente, realizar movimientos básicos.
Una tarde, mientras practicaban en el campo, uno de los instructores pasó cerca y la observó en silencio. Cuando terminó, él se acercó y asintió con aprobación.
—Estás mejorando, Jaeger. Sigue así.
Esas palabras, aunque breves, le dieron a Adhara un impulso de confianza que no sabía que necesitaba.
No todos los reclutas compartían los mismos progresos. A medida que las evaluaciones finales de esa etapa se acercaban, la tensión en el campamento aumentaba.
Un día, el comandante del escuadrón reunió a todos en el patio.
—La próxima semana, realizaremos las evaluaciones para determinar quiénes continuarán con el entrenamiento. Aquellos que no cumplan con los estándares serán enviados de regreso a casa.
El silencio cayó como una losa sobre el grupo. Adhara sintió un frío en el pecho.
—¿Creen que estamos listas? —preguntó Maia esa noche, mientras las tres se sentaban en sus literas.
Renna se encogió de hombros. —Lo que pase, pasará. Yo planeo dar lo mejor de mí.
Adhara permaneció en silencio, su mente corriendo con escenarios de fracaso.
—Vas a hacerlo bien —dijo Maia, dándole un empujón amistoso. —Ambas lo harán.
Adhara sonrió débilmente, pero la duda seguía presente.
El día de la evaluación llegó más rápido de lo que Adhara esperaba. Cada recluta debía demostrar su habilidad para usar el equipo de maniobras tridimensionales en un circuito diseñado para simular un campo de batalla.
Cuando fue su turno, Adhara se colocó el equipo con manos temblorosas. Al comenzar, casi pierde el equilibrio, pero recordó las palabras de Renna: "La respiración es clave."
Respiró profundamente, ajustó su postura y comenzó a moverse. Los movimientos no eran perfectos, pero eran lo suficientemente buenos. Logró completar el circuito con un desempeño decente, y cuando aterrizó, sintió una mezcla de alivio y orgullo.
Maia y Renna también pasaron sus evaluaciones, aunque cada una tuvo sus propios desafíos.
Cuando las listas de resultados se publicaron al día siguiente, Adhara buscó su nombre con el corazón en la garganta.
—¡Aquí estás! —dijo Maia, señalando su nombre en la lista de aprobados.
Adhara dejó escapar un suspiro de alivio.
—Lo logramos —dijo Renna, cruzándose de brazos con una sonrisa satisfecha.
Esa noche, mientras celebraban discretamente en sus literas, Adhara se permitió un momento para reflexionar. Sabía que todavía tenía un largo camino por recorrer, pero por primera vez en mucho tiempo, sentía que realmente pertenecía allí.
AUTHORS NOTE
Espero que les guste 😭💕 por favor no olviden votar y comentaar.
-A
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