4. ¿Amigo o enemigo?
—¿Quién lo pregunta? —Instintivamente mi mano derecha se desliza por el filo de la chaqueta hacia abajo.
—¿No me reconoces? Soy Tom "Tres piernas" —contesta el tipo levantando las manos en gesto de no buscar gresca. Mucho mejor, solamente me quedan tres balas y no quisiera desperdiciar una atravesando el corazón de alguien que podría ser de ayuda en este puñetero lugar.
—No conozco a nadie con ese nombre —miento—, te equivocas, amigo.
En realidad sí lo he reconocido. Han pasado al menos diez años desde la última vez que vi a "Tres piernas". Apenas éramos unos chavales cuando, en la ciudad, tratábamos de ser alguien respetable. En aquellos tiempos no había preocupaciones más allá de sobrevivir en una ciudad moderna donde la violencia formaba parte de las calles y los muchachos crecíamos a base de duro trabajo.
Los jóvenes de entonces contaban con tres formas de subsistencia.
La vía sencilla era unirte a algún grupo de forajidos. La ley que imperaba en las calles era dictada por los fuertes y las autoridades escaseaban tanto en número como en honradez. Por contra, esta forma de ganarse la vida suponía tener cierta habilidad para mantenerte vivo y la esperanza de vida no iba más allá de los veinticinco.
Después estaba el método de la mayoría. Consistía en tener un oficio mal pagado como aprendiz y verte sometido al duro trabajo de sol a sol, con la esperanza de poder instalarte por tu cuenta algún día. Normalmente el sueldo acababa derramado en forma de alcohol en los salones, visitas al prostíbulo y partidas de cartas, esperando que la diosa fortuna te sonriese lo suficiente como para cambiar tu triste futuro de asalariado.
Las oportunidades que brindaba el gobierno para convertirse en un hombre de provecho y ganarse la vida honradamente eran escasas. El territorio ya estaba parcelado para los primeros colonos que llegaron al salvaje Oeste, así que la última vía de subsistencia, pasaba por acumular unos cuantos dólares, hacerse con un caballo, meter tus cosas en un petate y partir en busca del dorado. Miles de jóvenes morían de este modo, enfermos, de hambre, muertos por los indios o por los propios forajidos, mientras dedicaban su vida a buscar, en los lechos de los ríos, una esperanza de vida en forma de pepitas de oro.
Yo elegí la tercera vía. Quería un pedazo de terreno del que poder arrancar el sustento y nada me lo impediría. Pero hasta conseguirlo, había adoptado varios empleos, ahorraba lo que podía y gastaba lo menos posible. Mi única distracción era el póker que, además, no se me daba mal y normalmente me aportaba unos dólares extras a la escasa paga que recibía del empresario de turno.
En la pandilla de chavales, habíamos apodado a Tom "Tres piernas" porque cuando huía de la ira de alguien afectado por alguna de las pequeñas, fechorías que hacíamos como pintar una diana en un caballo y usarlo como blanco de nuestros tirachinas, era siempre el primero en desaparecer. Corría como el viento y más parecía que tenía tres piernas que dos. Su apodo quedó confirmado con el comentario de una de las chicas del prostíbulo donde Tom había perdido todo rastro de virginidad. Después de hacer de él un hombre, ella se encargó de hacer de su mote una leyenda.
—¿De verdad no me recuerdas? —Tom me mira esbozando media sonrisa en la cara.
—No, no conozco a nadie con ese nombre y yo no soy quien tú dices —vuelvo a mentir. No quiero que nadie pueda saber nada de mí en este lugar, eso no me ayudaría en nada—. ¿Dónde se puede alojar un forastero en este maldito lugar? —aprovecho para preguntarle.
—Este es el único lugar donde hacerlo —interrumpe el camarero—. Antes Hace un par de meses que se largó una de las chicas con un tipo con dinero que pasó por aquí. Ahora solo queda una chica y una habitación libre.
Miro al barman. No esperaba su intervención y en realidad no era de él de quien esperaba una respuesta. No contesto y doy un trago.
—En realidad no es así —continúa Tom "Tres piernas"—. Si tienes intención de quedarte algún tiempo por aquí, yo arriendo una casa aquí cerca. No es un palacio, pero tú tampoco pareces un príncipe. No te cobraré mucho, tal solo te pediré que me eches una mano con la cerca y el tejado de mi casa. Eso dará para quince días. Luego ya veremos cómo arreglamos el alquiler.
Justo lo que necesito. Tal vez la idea de llegar aquí no fue tan descabellada. Techo por trabajo. Por dinero no habría durado más de tres noches.
—Veamos esa cuadra primero —le digo con fingida duda. Tal vez pueda negociar un poco más con él.
El camarero desaparece de nuestra vista, no le ha gustado la intervención de mi antiguo amigo. Tom escupe en el suelo.
—Termina ese trago y acompáñame —dice mientras apura su vaso de whisky.
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