28

—¡Jimin monstruo! —exclamó un pequeño.

—No soy un monstruo Minji. —dijo otro pequeño.

—Los monstruos deben ser eliminados.
—dijo mientras le lanzó una piedra.

Un pequeño Jimin lloró al recibir el golpe de la piedra, una mujer se acercó y en vez de consolarlo lo golpeó por manchar con su sangre su alfombra. Jimin se encogió, sollozando mientras intentaba limpiar la sangre de la alfombra con sus manos pequeñas y temblorosas. La mujer, que debería haber sido su protectora, lo miraba con desprecio.

—¿No puedes hacer nada bien? —le gritó, mientras le daba otro golpe, esta vez más fuerte.

El pequeño Jimin no entendía por qué todo lo que hacía parecía estar mal. No entendía por qué el simple hecho de existir lo hacía merecedor de tanto dolor. Con el rostro lleno de lágrimas y sangre, se arrastró hasta una esquina, buscando refugio en la oscuridad, donde quizás los golpes y las palabras crueles no lo alcanzarían.

—Te dije que los monstruos no son bienvenidos aquí. —susurró la mujer mientras se alejaba, dejándolo solo y herido.

En su corazón, algo se rompió. El dolor físico se mezclaba con un dolor más profundo, más oscuro. Sentía que quizás tenían razón… quizás sí era un monstruo.

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—¿Jimin está todo bien? —escucho una voz.

Jimin miró a su psicóloga y no dijo nada solo suspiro para acomodarse en la silla y pensar en algunas cosas.

—¿Cómo te va en la escuela? —le pregunto.

—Es algo complicado. —dijo. —Aunque me adapte bien.

—¿Ya hiciste amigos? —le preguntó.

—Tengo muchos amigos. —sonrió. —y son muy buenos conmigo.

—Ya veo. —le dijo. —¿Qué hay de tu madre?

Jimin sintió que su sonrisa se desvanecía al escuchar la pregunta sobre su madre. Miró hacia el suelo, incapaz de sostener la mirada de su psicóloga.

—Ella… está en la cárcel. —dijo en voz baja, casi como si no quisiera recordarlo.

La psicóloga asintió, sabiendo lo difícil que era ese tema para él.

—¿Has tenido noticias de ella? —preguntó suavemente.

Jimin negó con la cabeza.

—No… no he ido a verla. —admitió, jugando con sus manos. —No sé si quiero hacerlo.

—Es normal que te sientas así. —dijo la psicóloga, observándolo atentamente. —¿Cómo te hace sentir pensar en ella ahora?

Jimin se quedó en silencio por un momento. Cerró los ojos y recordó los golpes, las palabras hirientes, las miradas frías. Pero también recordó los momentos en que había deseado que las cosas fueran diferentes, en que había soñado con una madre que lo abrazara en lugar de rechazarlo.

—No sé. —murmuró finalmente. —A veces me siento enojado y otras veces… la extraño.

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