26

El ambiente se torna oscuro y frío en la casa de Jimin una vez que Yoongi cruza la puerta, dejando tras de sí una tensión palpable. Jimin, observando la puerta cerrada, siente una satisfacción retorcida creciendo en su interior. Sus labios se curvan en una sonrisa siniestra, una expresión que nunca permitiría que otros vieran, una expresión que contrastaba con la frialdad calculadora en sus ojos.

Sus pensamientos se dirigieron inmediatamente a los gemelos Min, los dos jóvenes que, aunque no lo sabían, ya estaban atrapados en su red. Durante el poco tiempo, había observado cómo Yoongi se preocupaba por su hermano y viceversa, cómo su amor y dedicación los debilitaban, los hacían vulnerables. Jimin había entendido desde el principio que, estos tenían una relación más allá de hermanos.

—Ya están en la palma de mi mano. —murmuró Jimin para sí mismo, mientras caminaba lentamente por la sala, sus dedos acariciando la superficie de los muebles con una suavidad que contrastaba con la dureza de sus pensamientos.

Los gemelos, tan confiados, tan inocentes en su afecto hacia él, no sospechaban ni un poco de las verdaderas intenciones que Jimin ocultaba tras su máscara de cortesía.

Había sido fácil ganarse su confianza, establecerse como una figura importante en sus vidas, alguien en quien podían confiar, alguien que podía ofrecerles seguridad. Y ahora que lo habían aceptado, que lo habían dejado entrar en su mundo, Jimin estaba listo para ejecutar su plan. Cada paso había sido meticulosamente calculado; sabía exactamente cómo manipular sus miedos, cómo sembrar la discordia entre ellos hasta que la desconfianza creciera, y uno de ellos cayera inevitablemente en la trampa que les había tendido.

Jimin podía visualizarlo todo: la duda que lentamente envenenaría su relación, la angustia que uno de los gemelos sentiría al darse cuenta de que había sido traicionado por alguien en quien confiaba ciegamente. Y cuando finalmente uno de ellos, el más débil, sucumbiera al peso de sus emociones, Jimin estaría allí, listo para eliminarlo de la ecuación.

No se trataba simplemente de venganza o de poder; era un juego de control, un juego en el que Jimin no estaba dispuesto a perder. Sabía que, al final, todo se reduciría a quién podía manipular mejor a los demás, y Jimin estaba seguro de que él era ese alguien. Los gemelos Min, con su inocencia y sus emociones, no eran más que peones en un tablero donde Jimin había dispuesto todas las piezas.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top