7 (editado)

  Desperté de tan buen humor que me sorprendí de mí mismo. Me sentía bien, como si hubiera tenido una excelente noche de sueño después de haber tenido sexo. Tal vez era algo parecido, aunque en vez de haber dormido con alguien, me había autocomplacido, y ni siquiera lo hice pensando en Isabella. Debería haberme sentido culpable por pensar en Dylan de esa forma. En realidad, sí sentía un poco de culpa, sin embargo, no quería estresarme tanto por eso porque suponía que esa sería la última vez que pensaría en él de ese modo, y también la última vez en que le permitiría acercarse a mí como lo había hecho. Además, Isabella jamás se iba a enterar, por lo que nada cambiaría entre nosotros y todo regresaría a ser tal y como era hace una semana. Esperaba que así fuera.

  Con un bostezo, miré la hora en el reloj de la pared: ocho de la mañana. Me metí a la ducha por aproximadamente quince minutos. Tan pronto salí de allí, amarré una toalla a mi cadera y tomé mi teléfono, que estaba en la mesita de noche, para llamar a Isabella.

—¿Hola?

—Hola, amor. ¿Cómo estás?

—Bien —respondió con frialdad.

—Oh, hum... Qué bien. —Me pasé una mano por el cabello y me senté en la orilla de la cama—. ¿Cómo ha estado todo allá?

—Genial —suspiré tan pronto me di cuenta de que ella seguiría respondiéndome de manera cortante. Estaba molesta, era algo obvio, y si quería solucionarlo, mi única alternativa era sacar el tema a colación.

—Bella, si estás así por lo de anoche, yo...

—Por supuesto que estoy así por eso. Te llamé y envié mensajes, y no sé si colgaste a todas mis llamadas o simplemente me ignoraste.

—Colgué solo una vez, pero... —tragué saliva y me preparé para pronunciar en voz alta la mentira que había escrito en el mensaje de texto—. Ya te lo dije, estaba ocupado. Ayer hubo mucho trabajo y no podía hablar.

—¡Al menos podrías haber enviado un mensaje diciendo eso! No sirve demasiado que me lo digas tres horas después de que te llamé. Pero, claro, es mucho mejor no contestar para que yo me preocupe, ¿no?

—De acuerdo, lo sé. Sé que... Sé que debería haberte enviado un mensaje lo antes posible, pero no tuve tiempo. En serio. Perdón.

  La línea telefónica se mantuvo en silencio, aunque yo escuchaba música suave que probablemente provenía de la radio de Isabella. Ella solía escuchar música en su departamento, especialmente cuando se encontraba sola.

—Bella, lo siento, ¿sí? Prometo que no volverá a suceder, pero por favor no te enojes conmigo —esta vez fue ella la que soltó un suspiro. La imaginé cerrando los ojos y apretando los labios por unos segundos, gestos comunes de ella en situaciones como estas.

—Está bien. Yo... Yo también lo siento. Creo que exageré.

—No, no. Tenías derecho a preocuparte. No te disculpes.

—Te extraño —replicó en un tono dulce, quizás teñido con un poco de tristeza.

  Por un instante me sentí al igual que hace unas horas, cuando no sabía si responderle que también la amaba. Sí la extrañaba, pero algo dentro de mí me gritaba que no dijera algo que realmente no quería decir. Y me parecía completamente absurdo que esos pensamientos cruzaran mi mente, así que opté por dar una respuesta adecuada que no estropeara lo que ya había logrado arreglar.

—Yo también.

—¿Mucho? —Una sonrisa se formó en mis labios y fue allí cuando me di cuenta de lo ridículo que era por creer que no la echaba de menos. Tenía que tener en cuenta que existía una persona que me amaba tanto como yo a ella, y que eso era lo único que importaba al final del día.

—Sí, amor. Mucho —su risa se mezcló con la mía y podía ver una sonrisa plasmada en su rostro, una imagen que me causaba alegría.

—Créeme, yo te extraño mucho más. —Por un segundo, mi cerebro quiso tomar esa oración para retenerla y sobreanalizarla. Era estúpido, así que no me permití ver más allá de lo que se trataba de simples palabras cariñosas y cursis, una característica distintiva de Isabella a lo largo de nuestra relación—. ¿Y qué tal el trabajo?

—Bien. Ayer fue el primer día. Hubo mucho por hacer, pero... todo estuvo, hum... relativamente normal.

—¿Relativamente?

—Sí, sí... O sea... —Dylan apareció en mis pensamientos, algo tan inoportuno como quien visita el hogar de alguien sin invitación en el momento menos indicado. Los recuerdos de lo que había acontecido entre ambos inundaron mi mente y tomé una bocanada de aire antes de proseguir—. Acampamos en el set el sábado por la noche y, ya sabes, fue un poco raro —reí, nervioso.

—¿De verdad? Guau, suena genial. ¿Y qué hicieron?

—Bebimos, nos conocimos. Incluso, algunos bailaron.

  Sí, claro. «Beber un poco. Conocernos.» Te emborrachaste. Con el único que hablaste esa noche fue Dylan y casi lo besas, idiota, esto era lo que yo juraba que Isabella me respondería. La podía escuchar diciéndome aquello con ironía pura en su voz, pero sabía que solo estaba siendo paranoíco debido a la pequeña culpa que cargaba conmigo.

—Qué bueno. Imagino que fue una linda experiencia.

—Así es. Al día siguiente leímos el guión todos juntos y nos fuimos temprano al hotel. Y el primer día, como te dije, fue agotador. Pero, en general, todo ha sido genial hasta ahora.

—Me alegro de que todo esté bien.

  No respondí, solo asentí como si ella pudiese verme y me puse de pie. Caminé hacia mi maleta, que estaba en una esquina de la habitación, y puse el celular entre mi cabeza y hombro para poder sostenerlo mientras cargaba mi equipaje hacia la cama.

—Oye, amor.

—¿Sí? —contesté sacando prendas de ropa que estiraba encima de la cama.

—Ayer estaba pensando y... recordé que muy pronto estarás de cumpleaños.

—¿Pronto? —pregunté con el ceño fruncido mientras observaba una camisa a cuadros de tonos verdes y negros que sostenía en mis manos—. ¿Estás segura?

—Hum, ¿sí? ¡Tom, cómo no te acuerdas de tu cumpleaños! —exclamó entre risas y yo también reí.

—Lo siento, creo que últimamente he perdido un poco la noción del tiempo. ¿Qué día es hoy?

—14 de mayo. Y, por si no lo recuerdas, estamos en el año 2013.

—Oh. Entonces, tienes razón. Aunque no es una fecha tan importante...

—Para mí lo es —me dijo y esbocé una sonrisa sin ser consciente de ello—. Es por eso que me gustaría ir a verte ese día, ¿crees que eso sea posible?

—Creo que sí. O sea, Wes me dijo que podías venir cuando quisieras, así que creo que tú sabes la respuesta, no yo.

—Por eso te pregunto. A lo mejor estarás muy ocupado y...

—Tal vez lo esté, pero eso no significa que no puedas venir. De todos modos, hablaré con Wes, ¿de acuerdo?

—Okay. ¿No quieres celebrar ese día? Ya sabes, una fiesta o... No lo sé, algo.

—No lo creo... —respondí y puse mi teléfono en altavoz encima de la cama para poder decidir la tenida que usaría ese día— Ya sabes que no me identifico como una persona muy fiestera.

—Está bien. Entonces... creo que celebraremos los dos solos. —El tono de su voz cambió repentinamente a uno más sensual, por lo que comprendí a la perfección de qué hablaba.

—Sí... eso suena bien —dije en un tono similar al suyo, y ella soltó una sonora carcajada.

  Toc, toc, toc. Arrugué la frente y miré hacia la puerta, extrañado de que alguien me visitara tan temprano en mi habitación.

—Bella, tengo que colgar. Hablamos después.

—Está bien. Te amo.

—Y yo a ti.

  Terminé la llamada y me puse rápidamente un par de jeans negros en conjunto con mis zapatillas deportivas y la camisa a cuadros que había escogido. Oí tres golpes más en la puerta, por lo que me apresuré en abotonar la camisa para poder abrir. 

—¡Ya voy, ya voy!

—¿Qué te está tomando tanto tiempo, Sangster? —preguntó una voz en el pasillo. Era imposible no reconocer quién estaba al otro lado de la puerta.

—¡Tenías que ser tú, Kaya!

—Solo abre la puerta de una vez.

  Reí ante su impaciencia y me di un vistazo en el espejo del baño para asegurarme de que mi cabello, que todavía estaba húmedo, no fuera un completo desastre, ya que conocía bastante a Kaya para saber que nunca era conveniente darle razones de burla. Después me encaminé hacia la entrada y abrí la puerta solo un poco, por lo que ella solo veía una parte de mi cara a través de una rendija.

—¿Qué se le ofrece, señora? ¿Está perdida? Lo lamento, pero no puedo ayudarla.

—Ja, ja, ja. Qué risa. Muy gracioso —respondió con una sonrisa sarcástica y yo abrí la puerta por completo. Sin embargo, ella permaneció de pie con sus brazos cruzados sobre su pecho.

—¿Te vas a quedar ahí o qué?

—Solo vine a buscarte, cariño. No estoy aquí para hacer vida social dentro tu habitación.

—¿A buscarme? ¿Tan temprano? ¿Y adónde vas a llevarme si las grabaciones empiezan en...? —Iba a ver la hora en el reloj de pared, pero Kaya me interrumpió y regresé mi atención a ella.

—En dos horas, lo sé. Y vamos a desayunar juntos. Oí que el desayuno de hoy está delicioso. —Movió sus cejas de arriba a abajo mientras decía esto y añadió—: Además, tenemos que hablar.

—¿Hablar de qué?

—Luego te digo. Ahora, vamos por favor. Tengo hambre.

  Con un suspiro y un ruedo de ojos que era meramente bromista, entré a mi habitación para buscar mi teléfono, billetera y llaves. Subimos en el ascensor hasta el último piso, lugar en dónde se encontraba el comedor, y caminamos por el pasillo que dirigía hacia la puerta de entrada. Era un salón espacioso, con más de quince mesas y un sector definido en dónde se encontraba una gran variedad de comida encima de un mesón. Todas las ventanas tenían una vista espectacular de la ciudad y, al fondo, había una puerta de cristal que llevaba hacia una terraza con más mesas y una zona para fumadores.

  El desayuno era gratuito y podíamos comer todo lo que quisiéramos sin preocuparnos por la cantidad. Me serví un plato de huevos revueltos y tocino junto a un vaso de jugo de naranja, y salimos a la terraza. Nos sentamos en una mesa al lado del barandal en medio de un silencio cómodo entre ambos. El aire fresco de la mañana rozaba mi cara; una sensación agradable de la que siempre disfrutaba. Solté un suspiro y me llevé a la boca el tenedor lleno de huevos revueltos. Luego miré a Kaya, que todavía no decía nada acerca de lo que quería conversar conmigo.

—¿Y? —pregunté al tragar la comida. Ella alzó la mirada de su plato y arqueó una ceja.

—¿Mm?

—¿De qué querías hablar?

—Cierto, casi lo olvido —respondió apuntando su dedo índice hacia mí y masticando un trozo de salchicha—. ¿Qué te pasó ayer? 

—¿Qué? ¿Por qué?

—Thomas, no finjas que no sabes de lo que hablo. —Su mirada fastidiada fue graciosa, pero aún así no estaba seguro sobre qué se refería. Entonces, recordé cómo me había comportado al llegar al hotel y que Kaya había gritado un par de veces mi nombre, algo que no me importó. Por supuesto que Kaya no pasaría por alto algo así.

—¡Oh! Hum, eso. Sí, no es nada importante. Estaba cansado.

—¿Tan cansado que corriste para ir a tu habitación sin despedirte de nadie? Y, al parecer, el cansancio también te vuelve sordo, porque estoy muy segura de que te llamé más de una vez y ni siquiera te giraste a mirar.

  Me relamí los labios y bajé la vista hacia mi plato. Moví el tenedor entre los alimentos que comenzaban a enfriarse con el pasar de los minutos y presioné mis labios entre sí antes de suspirar profundamente.

—Alguna vez... ¿Alguna vez te has sentido tentada? —Frunció el ceño.

—¿A qué te refieres?

—Ya sabes, tentada. Sabes que algo es malo y no debes hacerlo, pero aún así no puedes resistirte o tienes que esforzarte demasiado para no caer en la tentación.

—Mm... Sí, creo que sí.

—Bueno, ahí tienes tu respuesta.

—Espera, ¿estamos hablando de... él? —afirmé con un movimiento de cabeza— ¿Pasó algo de lo que yo no me haya enterado?

—Qué no pasó. En realidad, todo se resume en que casi nos besamos la noche que acampamos y algo muy extraño que sucedió anoche.

—¿Extraño? ¿Ahora sí se besaron?

—No, solo fue... Fue algo más... cómo decirlo... ¿sexual? —Los ojos azules de Kaya se abrieron como platos y su boca formó una o.

—¡Dios mío! —exclamó en un susurro y se inclinó sobre la mesa con la intención de que solo yo la oyera— ¿Tuvieron sexo? ¿Por eso cuando te encontré en los vestidores te comportabas tan raro?

  Mi primera reacción fue reírme de su sorpresa y que haya imaginado que tuve sexo con Dylan.

—No, no tuvimos sexo, tranquila. Solo... Solo besó mi cuello y... unas cuántas caricias aquí y allá. Y, casi lo beso, pero me detuve.

—¿Por qué?

—Kaya, te recuerdo que tengo una novia que amo y me casaré con ella —Kaya puso los ojos en blanco y yo agregué—: Por cierto, estás invitada al matrimonio, aunque todavía no hemos enviado las invitaciones.

—Okay, pero... Te das cuenta de que lo que pasó fue algo que no debería pasar si te vas a casar.

—Lo sé, por eso te digo que es como una maldita tentación y...

—Deberías haberlo besado.

—¡¿Qué?!

—Que deberías haberlo besa...

—Te escuché perfectamente —la interrumpí—, y creo que olvidas que amo a Isabella. No voy a permitir que lo que pasó anoche vuelva a pasar, no puedo.

—¿Estás seguro de eso? —debería haber respondido con certeza que sí, no obstante, estaba bastante lejos de estar seguro de lo que decía— ¿Ves?

—Kaya, me voy a casar. Si me voy a casar con ella es porque la amo, ¿no?

—No lo sé, Tom. No todos los matrimonios se aman realmente. Además, piensa esto: llevan años juntos y siempre sentiste lo mismo, ¿por qué ahora no es así?

—¿Y quién ha dicho que no es así?

—A lo que me refiero es que siempre has tenido solo ojos para ella, supongo. ¿No te has preguntado qué es lo que cambió ahora?

—No lo sé. Dylan tiene algo, pero... no me gusta. No es nada romántico, estoy seguro de eso.

—Te atrae —aseveró con una sonrisa socarrona—. ¿Tendrías sexo con él?

  Otra vez bajé la mirada a mi plato y sentí el calor aumentar en mis mejillas cuando asentí en señal de afirmación.

—Insisto, bésalo. Bésalo y... que suceda lo que tenga que suceder. Y si no quieres que nada pase, no lo permitirás.

—¿Te das cuenta de que me estás sugiriendo engañar a Isabella, algo que no haré?

—Técnicamente, ya la engañas —contestó encogiéndose de hombros y bebió un sorbo de lo que quedaba de su café. Sentí que mis palabras escaseaban como resultado de escuchar la verdad saliendo de su boca—. Thomas, lo que pasó anoche fue algo. No puedes fingir que no es así y que en realidad no lo habrías hecho. Tuviste fuerza de voluntad, lo cual es admirable, pero solo lo hiciste porque para ti es un deber serle fiel a Isabella y... eso no es lo correcto. Si amas a alguien, le eres fiel porque quieres, no porque sientes que es tu trabajo. Además, todavía piensas en Dylan, lo acabas de admitir, y... solo hazlo. Quítate las ganas y sal de la duda.

  Dejé salir un suspiro largo y sonoro y me pasé una mano por el rostro. Kaya me observaba con cierta empatía a la espera de una respuesta de mi parte, sus labios ligeramente fruncidos.

—Solo... ¿Podemos hablar de algo más? —Ella asintió.

  Apoyé un codo en la mesa y descansé mi cabeza en la palma de mi mano, mirando a Kaya mientras ella sacaba una cajetilla de cigarrillos del bolsillo de la chaqueta que llevaba puesta. Cuando se dio cuenta de que mi atención estaba enfocada en ella, sus ojos se dirigieron a mí y me acercó la cajetilla.

—¿Quieres?

  La última vez que había fumado era hace un mes y medio. Le había prometido a Bella que dejaría de fumar, ya que, cada vez que me veía con un cigarrillo en la mano, se disgustaba y me recordaba que tenía que deshacerme de ese mal hábito. También me nombraba una gran cantidad de malestares y enfermedades que el contenido de cada cigarrillo podía provocarme. Sabía que solo se preocupaba por mí y mi bienestar, y que su intención no era fastidiarme, así que decidí escucharla y empecé a disminuir las veces en las que fumaba. Si me sentía estresado o bajo mucha presión, intentaba recurrir a masticar chicle u otra cosa que me mantuviera ocupado. Si mis ganas de fumar persistían, fumaba un solo cigarrillo y procuraba que ese sería el último, a pesar de que siempre acababa fumando uno más al día siguiente. Finalmente logré dejarlo con éxito, aunque todos los días luchaba contra el deseo de saborear el humo en mi boca o sentir la nicotina en mi cuerpo.

  Me pareció irónico que dentro de tan poco tiempo otra tentación se haya presentado frente a mis ojos. Contemplé el paquete de Lucky Strike por un instante y me humedecí los labios. Fue todavía más irónico cuando me rendí y acepté pensando que un solo cigarrillo no le hace daño a nadie.

  Me levanté de la mesa sin haber comido demasiado. Mi apetito se había desvanecido y no tenía sentido intentar seguir comiendo. Nos acercamos a la baranda, que tenía una pared de vidrio bajo ella, y vi a Kaya encendiendo su cigarrillo antes de mí. Cuando hice lo mismo y el humo alcanzó mis pulmones, fue un alivio que me hizo cerrar los ojos por un segundo; después se convirtió en un malestar temporal, puesto que tres caladas más tarde, mi cuerpo intentaba rechazar los químicos tóxicos que habían estado fuera de él por tanto tiempo. Otra calada más y ya había logrado acostumbrarme al sabor fuerte del humo que rodaba por mi lengua y recorría mis vías respiratorias, disfrutando así de la sensación relajante que me proporcionaba.

  Fumamos en silencio y observamos el hermoso paisaje que teníamos en frente.  Escuchaba las voces de los huéspedes del hotel, cubiertos que chocaban y raspaban platos y el sonidos de los vehículos que recorrían las calles. Sin embargo, hubo una voz que se distinguió entre todo el ruido (o al menos mi cerebro era el único que la distinguía) y no me resistí a voltearme para comprobar si estaba en lo correcto. Justo en ese momento, Dylan iba entrando a la terraza al lado de un sonriente Ki Hong, que le hablaba animado mientras hacía gestos con una de sus manos, porque en la otra sostenía una bandeja de comida. Dylan, que momentos atrás parecía interesado en la conversación, me dio un vistazo que se sintió como si me hubiera mirado por mil horas. Yo le di una última calada a mi cigarrillo, la sensación de que mi estómago estaba siendo estrangulado haciéndose presente, y no me atreví a romper el contacto visual. Mis ojos siguieron el rastro de Dylan a medida él se alejaba; no veía su rostro, así que fue inevitable enfocarme en su cuerpo, su espalda fornida, sus brazos o su trasero y... Maldita sea, ¿qué mierda podía hacer si todo lo que veía en él era un pecado encarnado en el cuerpo de la persona más atractiva que jamás había conocido?

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