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Los días volaron después de eso. La fui a dejar a su casa al atardecer, pero nos besamos en el auto, me invitó a pasar con la excusa de si quería cenar con ella y terminé en su cama mucho antes de que pudiéramos servir los platos en la mesa. Tuvimos que ser muy silenciosos, puesto que su hermana, quien reside con ella en Los Ángeles, se encontraba en casa.

Dicen que si la vida te da limones, tienes que hacer limonada. No quería ser el imbécil que guarda los limones hasta pudrirse. Además, no podía contenerme. Britt había cambiado bastante físicamente durante todos esos meses en los que estuvimos separados y, la última vez que nos vimos y yo la rechacé, no fui capaz de notarlo porque toda mi atención se la dedicaba a un hombre que no se atrevía a dejar a su novia por mí. A veces, creo que Thomas y yo fuimos tontos por igual: yo por creerle e intentar serle fiel y él por haberme perdido. Fue una pérdida equitativa, probablemente.

Habían trascurrido aproximadamente tres semanas y Britt y yo ya habíamos follado de todas las formas posibles, como si indirectamente hubiéramos decidido ponernos al día después de tanto tiempo alejados. Sexo de desayuno, almuerzo y cena. Sexo en mi departamento, sexo en su casa; la cama, la cocina, el comedor, la ducha y la sala. Tuve que comprar dos cajas de condones de las más grandes, porque parecíamos unos adolescentes que acababan de iniciar su vida sexual y no podíamos apartarnos ni por dos segundos. Algo en ella me encendía por dentro de nuevo y se sentía como una brisa de aire fresco. Gracias a ella, ya no recordaba mucho a Thomas, ya que me había dado cuenta de que ella y él son dos personas totalmente diferentes que yo no podía comparar ni mezclar en mi mente. No niego que sí extrañaba a Thomas y que, a veces, le pensaba. Sin embargo, hubo un cambio abrupto a medida disfrutaba de más horas diarias junto a Britt, ya fuera conversando, riéndonos o teniendo sexo. El cambio también influyó en mis hábitos nocturnos durante los pocos días que me encontraba solo: dejé de llorar pensando en él y empecé a tocarme pensando en ella, llamarla por FaceTime para tener cibersexo o, simplemente, dormir.

Estos sucesos acontecieron de manera muy veloz, pero la suma de todo resultaba en muy buenos polvos, entretenidas conversaciones, buena comida (Britt cocinaba delicioso), lindos momentos juntos y un corazón contento. Me sentía un poco más lleno que de costumbre, aunque a ratos me preguntaba si así como todo sucedía muy rápido, también se escaparía de mis manos del mismo modo.

Durante las tardes, los chicos de Maze Runner solían hablar por el chat del grupo que teníamos en WhatsApp, pláticas que yo leía cuando no tenía nada qué hacer y comentaba con risas o una que otra frase ingeniosa, dependiendo de lo que los demás enviaran.

Dos semanas atrás había decidido darle fin a mi desaparición, por lo que conversé con Will al respecto. Primero tuve en cuenta a Ki Hong, pero eso era entregarle información directa a Thomas por medio de Kaya y yo tenía un lado envenenado de resentimiento que no quería que él tuviera noticias sobre mí tan pronto. De todos modos, me equivoqué al creer que él sería el último en saber: Will le contó a Kaya y supongo que Kaya a Thomas, mientras que los demás se enteraron mediante el mismo chat cuando Kaya escribió «Dylan no estaba muerto, andaba de parranda». Ese día, el orgullo me ganó por casi media tarde porque Will había abierto la boca con quien menos debía. No obstante, entré en razón al darme cuenta de lo estúpido que me veía por olvidar que Will no tenía idea del gran problema que nos dividía a Thomas y a mí y que, asimismo, yo no soy el centro del universo. La conclusión de esta pequeña historia es que finalmente no hubo malentendidos y la amistad entre todos siguió su curso normal. Obviamente, lo que les conté fue una mentira piadosa para justificar mi ausencia en la despedida de las filmaciones: tuve que viajar para visitar a mi hermana que estaba mal y me necesitaba, o algo así.

El único que jamás respondía a los mensajes del grupo desde el momento en que yo reaparecí, fue Thomas. Todavía guardaba su contacto, aunque un día le cambié el nombre a «T» por mero capricho. La parte más ilógica de mi cerebro pensó que me sería más fácil olvidarme de su existencia si no leía su nombre y solo veía su inicial. Fue un pensamiento muy absurdo si consideraba que él era la única persona de nuestro grupo de amigos con un nombre que empezaba con la letra T y que, para más remate, tenía una foto de perfil con su cara.

Había días en los que me preguntaba cómo estaba o si su relación seguía en pie. Quería saber si me extrañaba tanto como yo a él, ya que mantenía intacta un poco de la esperanza que me quedaba con la ilusión de que todavía me pensara. Era difícil padecer la incertidumbre, porque el amor no desaparecería con un simple chasquido de mis dedos.

Miren este meme, escribió Will y envió una foto de Leonardo DiCaprio vestido como su personaje más conocido, Jack Dawson, y un texto sobrepuesto que decía: «Gana boletos para el Titanic. Se muere».

--Wow, ese es el peor meme que he visto hasta el momento --pensé en voz alta al mismo tiempo que estiré ambos brazos y bostecé, para luego echarme hacia atrás sobre el sofá acolchado de ecocuero que tenía Britt en su sala.

Seguí leyendo el chat donde enviaban más de diez mensajes por minuto. Leer sus chismes, anécdotas o solo ver las ocurrentes fotos que mandaban a ciertas horas del día era entretención gratuita y de la buena. Los muchachos estaban muy parlanchines últimamente desde el momento en que volví a hacerme presente, pero lo que me molestaba cual mosca en el oído, era que Thomas ni siquiera enviaba un emoji para participar (y eso también comenzó desde que volví a escribir en el grupo). Era como si mi presencia le causara malestares estomacales o una simple repulsión. No quería darle tantas vueltas a ello porque solo conllevaba un sobreanalizar innecesario, pero era complicado aguantar su ausencia si la sentía como un problema personal. Thomas me importaba y se me disparaba el pulso al plantearme la idea de que en realidad era él quien me detestaba y no yo.

Siempre terminaba igual: me cuestionaba un par de cosas respecto a él, seleccionaba su contacto para observar su foto y estado, el cual era el mismo desde que lo conocí: «estoy durmiendo». Después releía viejas conversaciones que no me había atrevido a borrar. El solo considerar la idea de botar a la basura un fragmento cibérnetico –pero no por eso menos importante— de nuestra inexistente relación, me dolía. Podían ser mensajes bastante inservibles que con el tiempo me atrevería a borrar, porque ya no tendría sentido que me quitaran espacio en la memoria de mi teléfono, mas tenían un valor especial que me daba vergüenza reconocer. Los emojis de corazones, una selfie bastante cómica con mi gorra de los Mets que un día usé y me la robó por horas, o un «te quiero» que me escribió. Parte de él y nuestra efímera historia se hallaba en ese chat, y eliminarlo era soltar. No lo quería soltar; dejar de aferrarme a él era una decisión muy apresurada.

--¿Qué haces? --me preguntó Britt, que tenía en sus manos dos vasos de té verde helado con limón, hojas de menta y mucho hielo.

Britt dejó mi vaso sobre la mesa de centro y se sentó a mi lado a la espera de una respuesta, sus ojos sobre mi cara mientras empinaba el codo para tomar un sorbo de su bebida. El hecho de que ella apareciera me tomó por sorpresa. Lo más rápido que pude, justo antes de que se sentara a mi lado, seleccioné el botón para salir del chat de conversación con Thomas y entré otra vez al grupo del elenco de Maze Runner que tenía más de 25 mensajes en menos de cuatro minutos. Intenté parecer distraído mientras leía lo que ellos escribían con tal de responderle a ella como si no estuviera bajo ninguna presión.

A veces, creía que era un poco triste tener que esconder la mitad de mí en frente de ella.

--Ahm, nada. Solo hablo con los chicos por WhatsApp --ella asintió sin darle mucha importancia a mi respuesta y apretó los labios en una línea.

--Oh, por cierto. Te traje té helado --añadió señalando con su dedo índice el vaso restante.

--Gracias, corazón –repliqué, distraído. Me acerqué a ella para besarla en la mejilla y pude notar el sonrojo que se esparció en la piel pálida de su cara.

Ya se había vuelto algo común llamarla así, tanto que el apodo rodaba por mi lengua sin ningún pudor ni premeditación. Hasta el momento, lo pasábamos bien juntos; no quería arruinarlo con mi ansiedad, miedos ni mucho menos por creer que si continuaba con mi vida, Thomas se olvidaría totalmente de mí, pero yo no de él. En realidad, esto último era un pensamiento rumiante y muy temido, solo que me esforzaba por apartarlo y mantener la mente enfocada en otras cosas y personas. La vida era más simple así.

Britt me dedicó una sonrisa brillante y bebió un trago más largo de su vaso. Yo también cogí el mío y probé el refrescante té helado, a la vez que me metí un hielo pequeño a la boca y comencé a masticarlo. Era una tarde muy acalorada y éramos solo nosotros en casa. El ventanal que separaba la sala del patio trasero estaba abierto, el ventilador estaba prendido en su máxima potencia y ambos teníamos puestos nuestros trajes de baño para ir a nadar a la piscina dentro de un rato.

Britt no añadió nada más y reclinó la espalda en el sofá, dando un largo suspiro que, en verdad, se oía como si estuviera contenta. Creí que me preguntaría algo más, pero no fue así. Solo tomó su teléfono, que lo había dejado sobre el brazo del sofá antes de irse a la cocina, y vi como su pulgar subía y bajaba sobre la pantalla. Bebí otro sorbo de té antes de imitarla y echarme hacia atrás otra vez, con mi teléfono en una mano y, en la otra, mi bebida.

Creo que Will se supera cada vez más con sus memes, escribí en el chat con una sonrisa traviesa y ansiosa a la espera de ser secundado por los demás.

Will había enviado otro meme, mucho más aburrido que el anterior, pero aún así tenía un pequeño efecto cómico.

Así veo. Memes cada vez menos graciosos, respondió Kaya y yo reí en voz alta, lo que también simbolicé en la conversación a través de la carita que llora de la risa.

--¿De qué te ríes tanto?

Volteé la cabeza hacia Britt, que se había girado a verme con una ceja en alto y una mueca en su rostro que reflejaba cuánto se quería mofar de mí.

--Will está enviando unos memes que cree que son muy hilarantes --le respondí riendo. Luego, empiné el codo para beber más té y calmar el picor que tenía en la garganta después de reírme.

--¿A ver? Yo también quiero reírme --dijo ella y se acercó a mí para poder echarle una ojeada a lo que había en la pantalla de mi celular.

Dirigí la mirada al chat de WhatsApp y arrastré el índice hacia abajo sobre la pantalla para ir subiendo en la conversación y encontrar la primera imagen, que era el meme del Titanic. Britt solo rodó los ojos con un bufido, lo que significaba que no había sido lo suficientemente gracioso para soltar una carcajada.

--Dile a Will que mi hermano de diez años me manda esos memes --mencionó y volvió a acomodarse en los cojines blandos del sofá negro para prestarle atención a su teléfono.

Yo me reí un poco más de su respuesta y volví a retomar la conversación desde donde había quedado con la intención de escribir lo que Britt me había dicho. No obstante, mientras releía algunos de los mensajes nuevos que habían enviado los demás, me encontré con una frase escrita por aquel contacto que tenía una sola letra en su nombre.

Quién le quita el Internet a Will, por favor. Si nadie más lo hace, yo me ofrezco, comentó Thomas.

Después de eso, la lluvia de mensajes se veía venir. Algunos comentaban «¡Bu! Creo que apareció un fantasma» o «Dónde estabas, Thomas. Ya estábamos pensando en realizar una reunión para hablar sobre eliminarte del grupo». Todos hablaban como si realmente ninguno de ellos hubiera tenido noticias de él hace tiempo, lo que me produjo un sinfín de dudas. ¿Entonces yo no era el único que no tenía idea sobre su existencia hace varias semanas? No lo creía. Hace dos días, Will me había mencionado un dato irrelevante sobre la vida actual de Thomas en medio de una conversación telefónica y, para saber eso, tendría que haber conversado con él recientemente. Además, Kaya era su mejor amiga, probablemente estaban en contacto, y Kaya era novia de Ki Hong y Thomas su amigo en común; por supuesto que más de uno de ellos sabía cómo le iba a Thomas en su vida. Claro, todos menos yo.

De inmediato, bloqueé el teléfono, lo lancé sin cuidado a mi lado y solté una bocanada de aire debido a mi frustración. No pensé que me afectaría tanto el solo leer un mensaje que él había escrito; pero, si lo pensaba bien, era casi tan parecido a como si estuviéramos todos juntos, conversando cara a cara, y él hablara tan feliz y tranquilo restándole importancia a mi presencia. Entonces, caí en cuenta de que tal vez la razón por la que no hablaba en el chat no era yo, porque mi ego normalmente me decía que mi existencia le era una de las cosas más importantes (daba igual si él mintiera sobre ello) y cuando reflexionaba con respecto a esa teoría, me regocijaba pensando que por idiota se quedó con nada más que mi recuerdo y mi contacto telefónico. Ahora comprendía que a lo mejor el idiota era otro. Cuando se trataba de Thomas, me costaba entender que el mundo no gira en torno a mí y que yo tenía que asimilar que cada uno decidió seguir caminos separados, cosa que para él no parecía ser gran problema. No obstante, asumía que resignarse era doloroso y la herida a veces sangraba.

Caer al suelo después de estar meses sobre las nubes, es un dolor que ni siquiera el tiempo se lleva tan fácilmente.

Britt no se percató de nada. Tampoco podía esperar mucho: que Thomas haya hablado nuevamente dentro de un chat grupal de Whatsapp que teníamos en común, era un drama casi intangible que existía en mi interior y yo mismo permitía que me afectara. Por fuera, quizás solo lucía fatigado gracias al maldito calor de California.

Le di otro sorbo al té y me recliné en el sofá en total silencio. El viento frío del ventilador soplaba directamente sobre mi rostro sudado y tibio, lo cual era una sensación deliciosa si le sumaba a ello el bebestible gélido y dulce que bajaba por mi garganta. Saqué otro hielo justo cuando bebía y lo mastiqué mientras acercaba el vaso de vidrio a cada una de mis mejillas para bajarme un poco la temperatura. Luego, apoyé el vaso en mi abdomen desnudo y cerré los ojos, todavía triturando el hielo con mis dientes y sintiéndome satisfecho por el ruido que ocasionaba. Britt soltó una risita aguda seguida por el sonido del teclado de su IPhone que iba a la velocidad de la luz. El sonido de un mensaje de texto enviado fue lo último que escuché, puesto que perdí el conocimiento por un instante muy breve y regresé a la realidad con sus labios en mi mandíbula.

--Oye, dormilón, vas a terminar botando tu vaso –susurró en mi oído, a lo que abrí un ojo y me encontré con los suyos. A pesar de esto, hice caso omiso a su comentario y solo reforcé el agarre del vaso entre mis manos al mismo tiempo que decidí reanudar mi siesta.

A pesar de esto, Britt tenía otros planes. Ella volvió a besarme, ahora muy cerca de mi lóbulo. Su respiración chocó justo en mi oreja y el cosquilleo tuvo un efecto notorio en mi entrepierna. Esbocé una sonrisa pícara y, todavía sin mirar, hablé:

--¿No nos vamos a bañar en la piscina?

--Si no te duermes –respondió entre besos que depositaba en mi cuello--, podemos ir a bañarnos ahora.

--Bueno, dudo mucho que me pueda dormir si haces eso.

--¿Qué cosa? --dijo riendo y enterró con mucho cuidado sus dientes en mi cuello, a lo que yo solté un gemido tenue. No tardé en abrir los ojos para sentarme derecho y tomarla por las muñecas en un impulso por dominar la situación.

El vaso de vidrio hizo un eco sonoro en la sala al caer al piso. Tuvimos mucha suerte de que haya rebotado en vez de quebrarse, aunque todo el líquido restante se esparció en los azulejos y salpicó la alfombra y nuestros pies. Asustado, miré el desastre que causé sin poder recordar qué era lo que iba a hacer. Britt se rió a carcajadas de mí: probablemente mi expresión era imposible de pasar por alto.

Solté sus manos con la intención de agacharme a recoger el vaso y empezar a pedir perdón por no pensar antes de actuar, mas ella fue mucho más rápida y capturó mis labios en un beso profundo y desenfrenado. Le seguí el juego un rato, aunque mi lado racional no me permitía usar mis manos para explorar su cuerpo, puesto que tenía la necesidad de limpiar antes de hacer otra cosa.

--Déjalo ahí, después limpiamos –murmuró entre besos.

Tardé un poco en ceder, pero al final esa oración se convirtió en un pase libre para empezar a comerle la boca y deshacer el amarre del sostén de su bikini.

Admito que no fue la mejor idea tener sexo en un sofá tapizado de ecocuero, pero cuando la carne es débil, las circunstancias no logran vencer tus ganas. Estuvimos un par de horas comiéndonos la boca y el cuerpo completo, cambiando posiciones, sudorosos, gimiendo e, incluso, riendo. A veces, ella me daba la mano y entrelazaba nuestros dedos; sin embargo, esta acción me ocasionaba una incomodidad un poco rara e imprevista. Supuse que solo tenía que dejarme llevar por el placer del momento e ignorar la sensación, que en mi mente podía definirla como un signo de interrogación rojo y gigante.

Una vez logré que ella alcanzara su orgasmo, yo llegué al mío y caí jadeante encima de su pecho. Ella respiraba tan agitada como yo y me acariciaba el cabello húmedo con sus dedos largos y finos mientras ambos nos reponíamos de la actividad física tan intensa que realizamos. Sus uñas largas me provocaron un par de escalofríos muy pequeños, pero agradables, aunque esas mismas uñas eran la razón por la que la espalda me ardía.

--Creo que esta vez nos excedimos un poco –habló después de un rato de silencio y soltó una risita.

No presté tanta atención a sus palabras, puesto que, lentamente, había comenzado a dormirme. El placer posterior a una buena sesión de sexo desenfrenado dejaba exhausto a cualquiera, inclusive a mí, y a eso le sumaba las caricias delicadas de Britt en mi cabeza que me hacían sentir como si estuviera en el oasis, recostado en una hamaca bajo la sombra de una palmera.

--Mmhmm…

Ese fue el único sonido afirmativo que realicé para expresar que concordaba con ella. Modular más palabras implicaba un esfuerzo excesivo en ese momento.

--¿Dyl?

--¿Mmm?

--¿Solo me responderás con sonidos?

--Así parece –contesté con voz ronca y adormilada. Luego, exhalé y volví a sentir que el sueño se apoderaba de mí. Ella cesó el movimiento de sus dedos y su mano permaneció recargada en mi mollera.

--Dylan, te quiero. ¿Lo sabes, cierto?

Involuntariamente, fruncí el ceño. Al parecer no había forma de que pudiera dormir una siesta, y mucho menos si le tomaba el peso a las palabras que salían de la boca de Britt. No era una simple demostración de cariño --o al menos no parecía serla--, así que no tardé en moverme de encima de ella para poder tener mayor comodidad en caso de que su intención fuera conversar. Ella también cambió de posición y se sentó con las piernas flexionadas contra su pecho y la espalda recargada en el brazo del sofá.

--Sí, creo que sí lo sé… --respondí sin tener plena consciencia de si este diálogo llegaría a buen puerto o terminaría siendo un dolor de cabeza que destruyera el momento maravilloso que acabábamos de crear.

--¿Puedo confiar en ti?

--Britt –reí por los nervios--, ¡obvio que puedes! Obvio que puedes confiar en mí, ¿desde cuándo dudas sobre eso?

Ella calló y puso el mentón sobre sus rodillas, suspirando y mirando de un lado a otro, menos a mí. En seguida, me aproximé unos centímetros más a ella y la observé con dulzura para inspirarle confianza, aunque traté de disimular que me asustaba lo que pudiera suceder ahora. Supuse que si me preguntó algo que tenía una respuesta tan evidente, era porque tal vez mis actitudes habían demostrado lo contrario últimamente. O quizás solo se trataba de problemas de confianza y autoestima ajenos a mí… Pero dentro de mí yo sabía que podía ser el culpable. Quizás había alimentado un poco esos miedos al no aclarar completamente cuáles eran mis intenciones con ella o qué esperaba de lo nuestro. Era muy consciente de que la relación no podía basarse en sexo y nada más durante toda la vida; alguna meta teníamos que proponernos a atravesar, ya fuera juntos o cada uno por su lado.

--¿Britt?

Ella alzó la vista y no consiguió mantener sus ojos fijos en mí por mucho rato, ya que estaban cristalizados y normalmente le avergonzaba que le vieran en un estado tan vulnerable. Especialmente ahora, donde la vulnerabilidad era extrema: literalmente estábamos desnudos y, además de eso, ella hacía el intento por desnudar su alma frente a mí. Pese a todo, fui paciente mientras ella buscaba la manera de sacar lo que tenía dentro. Entendía lo difícil que es abrir tu corazón frente a otro para expresar tus deseos o pensamientos más ocultos, más que nada porque había estado en su lugar no mucho tiempo atrás.

--¿Qué pasará con lo nuestro cuando tengas que promocionar la película? –preguntó con una voz tan diminuta y frágil que temí decir cualquier cosa que no fuera lo correcto.

--Pero todavía falta para e…

--Dyl, no trates de endulzar la situación –me interrumpió. Tan rápido como parecía estar a punto de quebrarse, enderezó su postura y me miró con la frente arrugada--. Me dijiste que la próxima semana tienes que ir a San Diego.

Me sentí atrapado. No era el momento para justificarme con estupideces o evadir conversaciones sobre sentimientos, pero no estaba preparado para esto. Solo le rogué al cielo que me enviara algún tipo de manual para saber qué responder sin arruinar las cosas entre los dos.

Britt tenía un carácter muy fuerte que afloraba enormemente cuando discutíamos, era imposible olvidar eso de su personalidad. Así fue en el pasado y así era ahora. Sin embargo, ¿qué le podía decir? Yo no estaba seguro de desear realmente lo que ella quería escuchar. Necesitaba tiempo. ¿Cómo íbamos a apresurarnos tanto sin siquiera saber si lo que sea que intentábamos retomar tenía futuro? Además, yo tenía miedo a comprometerme siendo consciente de que alguien más ocupaba un espacio en mi mente. Todo lo anterior me hacía mantenerme firme en la idea de que no era una opción empeñarme en hacer funcionar una relación nueva solo para olvidar otra que falló.

--No entiendo qué es lo que quieres, Britt --repliqué un poco a la defensiva--. Yo pensé que estábamos bien así.

--Sí, lo estamos, pero ¿vamos a seguir así para siempre?

Reí con cierto sarcasmo. Me sentía atacado, aunque no tenía certeza de la razón. Tal vez era el desdén inexplicable con el que se dirigía a mí que me obligaba a defenderme.

--¡Britt, solo han pasado tres semanas! –levanté un poco la voz, moviendo uno de mis brazos acorde al nivel de enfado que sentía.

--¡Solo quiero saber qué quieres, Dylan! –exclamó de vuelta con la vista fija en mí y una pequeña vena en su frente sobresalió apenas alzó el volumen de su voz-- Nada más. ¿Es mucho pedir que me lo digas?

Entonces, pude notar que no era enojo. Las lágrimas que se esforzaba por ocultar alteraron el color de sus iris azules y su voz se oyó quebradiza al pronunciar dicha pregunta. Pero... qué podía contestar. No tenía la respuesta a lo que ella me pedía saber y tampoco se me iluminarían las ideas en menos de cinco minutos.

Me contempló, atenta y expectante, mas terminé presenciando cómo la frustración supuró por sus poros. Con un gesto negativo de su cabeza, cogió el sostén de su bikini para cubrirse el busto.

--Obvio que no tienes ni una jodida idea de lo que quieres –masculló al terminar de atar las amarras en su espalda.

Luego, se puso de pie y recogió la pieza inferior que se hallaba sobre la pequeña alfombra bajo la mesita de centro, a un costado de mí. Yo no me atreví a mirarle. Permanecí en silencio con los labios apretados y la vista pegada en un muro frente a mí, del cual colgaba un cuadro pequeño de Britt a los 18 años en su graduación junto a otras fotografías, todas ordenadas a modo de collage. Su cuerpo obstruyó mi visión momentáneamente al pasar por ahí en dirección al pasillo que llevaba a las habitaciones, por lo que me levanté del sofá, cogí mi pantaloncillo de baño del piso y metí las piernas en ellos tan rápido como pude para así poder alcanzarla.

--Britt, podemos hablar por favor –la llamé a sus espaldas, aunque ella me hizo caso omiso y continuó sus pasos largos y determinados hasta el fondo del pasillo--. Las cosas no tienen por qué ser así. Britt, oye, corazón…

Algo de lo que dije fue un detonante para que ella se detuviera sin previo aviso para enfrentarme, y no me quedó de otra que frenar o sino chocaríamos. Si las circunstancias hubieran sido distintas, me habría hecho gracia la diferencia de estatura entre ambos y que ella se mostrara ante mí tan amenazante. No obstante, su postura y gestos sí me intimidaban. Asimismo, mi relación con Britt y sus sentimientos me importaban mucho como para creer que era el momento perfecto para bromear.

--Mira, Dylan. Primero que todo, no me vuelvas a llamar así –me señaló con el dedo índice--. Y segundo, yo no estoy para juegos. Tú lo sabes, o al menos ahora lo sabes. Sabes lo que quiero en una relación, así que si tú no estás seguro o simplemente no pensamos igual, allá está la puerta. Si algún día maduras y puedes ofrecerme lo que necesito, búscame. Sino, no te molestes.

Impactado debido a la declaración, abrí la boca para excusarme y hacer un intento muy pobre y sin sentido por solucionar el problema tan gigante que de pronto terminó todo entre los dos, pero ella no mostró ningún interés en escucharme. Simplemente me dejó solo y se encaminó decidida hacia el baño, cerrando la puerta de un portazo.

--¡Y no pienses en quedarte un rato más! --gritó al rato desde el otro lado de la puerta.

Lo supuse, pensé al mismo tiempo que suspiré abatido y con mis nuevas ilusiones hechas añicos.

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