61

  A veces, cuando duermo, no sueño nada en absoluto. En realidad, sí sueño, eso está científicamente comprobado, pero es como si no lo hiciera, porque todo lo que veo tras mis párpados es oscuridad. Esto no es algo que me suceda muy a menudo, sin embargo, siempre que algo me acongoja por mucho tiempo, no consigo adentrarme a otro mundo que no sea uno en el que soy ciego y ni siquiera consciente del paso de las horas. Y esto me despierta sin previo aviso, como si hubiera un fantasma de pie junto a mi lecho velando mi sueño para no permitirme descansar.

Toda la vida me he dicho que es estrés. Despierto a las cinco de la madrugada porque estoy agotado... qué ironía, ¿no? No me gusta aceptar que muchas veces despierto a altas horas de la noche porque existe una tristeza intermitente en mi interior que debo remediar. Simplemente me desagrada sentarme en la cama y que el escozor en mis ojos brote tan pronto me percato de la soledad que me rodea en la habitación. Ya no puedo ir a la habitación de mamá para decirle que desperté de una horrible pesadilla en la que ella y papá me habían abandonado, y mucho menos tengo a otro ser humano al otro costado del colchón para abrazarme y contenerme. Es por eso que siempre me he dicho que es estrés: detesto resignarme a comprender la realidad de que soy un adulto y debo lidiar con los problemas que eso conlleva... Entre ellos, aceptar mi propia soledad.

Lo detesto tanto como cuando abrí los ojos repentinamente por la mañana, asustado al creer que Thomas no había dormido conmigo realmente. Que quizá lo había soñado todo y nada a la vez, y mi cerebro solo había creado la visión de una masa negra y espesa de inconsciencia de la que yo había escapado porque me decía a mí mismo que era estrés. Estrés, estrés y más estrés.

Observé a mi alrededor, incorporándome al recargar ambas palmas sobre el colchón. Las sábanas cubrían gran parte de mi cuerpo desnudo, a excepción de mi pie izquierdo, que de vez en cuando acaba de esta manera por las noches. Ni una sola lámpara del cuarto estaba encendida como yo recordaba al haberme dormido, pero el sol matutino se encargaba de iluminar cada rincón con sus primeros rayos del día.

Instintivamente, giré la cabeza hacia el balcón a mi izquierda, como si mi cerebro hubiera sabido que debía mirar ahí antes de sacar conclusiones, y me encontré con la figura de quien creía ausente. Una gran bocanada de alivio cruzó mis labios, acompañada por regaños silenciosos en los que me preguntaba a mí mismo por qué entraba en pánico al despertar sin Thomas a mi lado: si yo me encontraba en su habitación, ¿dónde más podía estar él si no era en el mismo lugar que yo?

Estás estresado, pensé. Thomas está aquí. Estás en su habitación. Deja de pensar tanto, Dylan. Thomas te debe amar tanto como tú a él, solo tienes que decírselo.

Él llevaba puestos unos pantalones de chándal gris y una camiseta blanca. Ambas prendas eran holgadas, por lo que, a pesar de que su altura sobrepasaba por muy poco a la mía, su complexión lucía más pequeña al estar oculta bajo toda esa tela. De una de sus manos colgaba un cigarrillo que emitía varias y constantes columnas de humo que seguían la dirección del viento. Cada vez que se lo llevaba a la boca, este se consumía mucho más rápido y se convertía en ceniza que no se molestaba en botar al suelo; no era un hábito de él, mas una que otra vez lo reprendí por haber hecho esto a sabiendas de que había un cenicero al alcance de su mano.

Me levanté de la cama en busca de mi ropa interior y mi visión se tornó ligeramente borrosa al haberme puesto de pie tan deprisa. Froté mis ojos para eliminar la sensación de mareo, aunque también apareció otro dolor en la zona inferior de mi cuerpo, razón por la que fruncí mis labios y cerré los ojos mientras aguardaba a que el malestar aminorara. Continué con mi objetivo intentando ignorar el dolor que se esparcía por la mayoría de los músculos de mi cuerpo, el cual había sido provocado debido a la noche anterior (no obstante, no tenía quejas al respecto). Luego, terminé vestido de manera similar a Thomas, a diferencia de que mucho menos de la mitad de mis piernas estaban cubiertas por mis bóxers y la camiseta, y me dirigí hacia el balcón.

Cuando abrí la ventana corrediza, el ruido emitido por esta llamó la atención de Thomas. Se volteó y me miró de pies a cabeza con ojeras oscuras y el cabello todavía despeinado por la almohada, como si hubiera despertado hace solo unos instantes. Después, me saludó con una sonrisa demasiado débil. No vi sus dientes ni sus ojos brillar. Sí noté cariño y cierta chispa familiar para mí que renacía en él al verme, pero algo mucho más grande abarcaba su vista, como si aquello lo cegara por completo.

Me acerqué sintiendo la cerámica fría bajo mis pies descalzos. La mañana en Baton Rouge era preciosa y muy parecida al atardecer del día anterior, ya que los colores que pintaban las nubes eran similares. A esa hora, el sol iluminaba nuestro lado del edificio, por lo que solo había algunos lugares del balcón que la sombra podía tocar. El silencio reinaba; a la distancia oía el motor de uno que otro vehículo recorriendo las calles de la ciudad, pero el sonido que predominaba era el apacible canto de las aves y el viento que mecía las copas de los árboles.

Ya a su lado, le devolví la sonrisa antes de besarlo en la mejilla. Su respuesta fue una mirada que sacudió algo dentro de mi pecho y despertó el miedo al que yo había ordenado dormirse por siempre. Miedo, estrés y un nudo en el estómago. Otra sonrisa de Thomas. Sus ojos. Sus malditos ojos cafés que decían tanto, mas yo no podía escucharlos.

Tragué saliva y evité fruncir el ceño para no demostrar cuán preocupado estaba. Sin embargo, no pude morderme la lengua por tanto tiempo.

—¿Sucede algo? —pregunté de inmediato.

—Hum, no —contestó, inseguro, aunque noté que se esforzó bastante para que su respuesta fuera verosímil—. ¿Por qué preguntas?

—No lo sé. Creí que quizá algo no andaba bien y...

Mi voz perdió toda su fuerza al mismo tiempo que Thomas se giró hacia el frente para darle una calada profunda a su cigarrillo antes de lanzar la colilla al suelo, al lado contrario de dónde yo me hallaba. Después, apoyó ambos brazos sobre la baranda con su espalda un poco encorvada y bajó la cabeza relamiéndose los labios, una acción que imité. Me pasé las manos por el cabello y, cuando cerré los ojos por una milésima de segundo, percibí un suspiro que era propio de una persona exhausta..., aquel suspiro que ya había oído antes. No obstante, no presté atención a ello y me dije a mí mismo que todo estaba bien, sin importar si acababa de darme cuenta de que no era así.

—Bueno, da igual. Solo estoy imaginando cosas —agregué con una risa nerviosa que intentaba encubrir lo que era el comienzo de mi desaliento.

—Dyl... —me llamó, pero, sin siquiera pensarlo, lo interrumpí y continué con mis divagaciones.

—Creo que estoy tan cansado que incluso veo cosas donde no las hay. No debería haberte preguntado eso. Lo siento.

Finalmente callé, y él también lo hizo. Creí que haberlo interrumpido no sería suficiente y que daba igual cuánto hablara, porque sus palabras eran inminentes. Pero él no dijo nada y volvió a sonreír al mismo tiempo que yo empezaba a preguntarme si en realidad deseaba escuchar lo que él me había querido decir o era mejor jamás saberlo.

—Está bien, Dyl —fue su contestación.

Y, tal como él lo dijo, debería haber estado bien. Es una oración que a cualquier persona le brinda tranquilidad, mucho más si le sumamos a ello que mi nombre pronunciado por él era uno de los sonidos que yo más anhelaba. Sin embargo, nada se sentía bien. Nada en absoluto.

Me volteé hacia el horizonte con mis labios presionados entre sí. De soslayo, lo vi erguirse, mas mantuvo sus brazos encima de la baranda. Uno de mis brazos rozó el suyo cuando nos encontramos uno junto al otro, y yo, adoptando una posición similar a la de Thomas con mis antebrazos cruzados encima de la baranda, bajé la vista hacia nuestras manos. Primero observé las mías, que tenían rasgos más duros y parecían ser enormes, y luego las suyas, que a pesar de tener el toque justo de masculinidad, al estar entre las mías no eran tan grandes ni demasiado rasposas. Tampoco eran manos femeninas ni pequeñas, pero eran las manos que yo quería tocar y tenía la necesidad de sostener. Las manos que quería sostener no solo cuando una puerta nos protegiera del resto del mundo.

Lentamente, moví mi mano izquierda hacia una de las suyas, que era la más cercana. Al tocar la punta de sus dedos, su mirada se dirigió a nuestras manos y una sonrisa se formó en su boca; no quería interpretar su rostro, pero aún así me percaté de cierta melancolía en él. Entrelacé nuestros dedos y le acaricié el dorso de la mano con el pulgar durante unos minutos, minutos en los que nuestros cuerpos cada vez estuvieron más cerca y nuestras respiraciones se aceleraron. Instantes en los que todo volvió al inicio y terminamos frente a frente, con sabor a nicotina en mi boca y sus yemas enterradas en mi cabellera, mejillas o cintura.

Quería quedarme así para siempre. Sostener su mano. Mantener el amor que sentía por él vivo y a salvo, porque creía, sin duda alguna, que eso era lo único que hacía que la sangre fluyera por mis venas y que mi corazón todavía palpitáse sin importar cuánto tiempo podría pasar. Quería besarlo. Solo besarlo. Primero, nada más que rozar sus labios como si ambos temiéramos que un solo toque pudiera ser la causa de un apocalipsis. Luego, arriesgarnos y comernos la boca con pasión fervorosa y sempiterna. Y así pasar mis días, porque nada más me hacía falta.

Tardamos en separarnos el uno del otro, como si fuera la tarea más difícil que alguna vez tuvimos que realizar. Nuestras respiraciones desacompasadas se habían enredado, y yo permanecí un momento con los ojos cerrados y mi frente apoyada en la suya mientras los dos recuperábamos el aliento. Me tomó tiempo ser consciente de la sonrisa diminuta e involuntaria que esbocé, y en mi mente surgieron cientos de pensamientos que me rogaban ser manifestados. Decidí no ocultarlos, sin embargo, aunque sabía que no era mi culpa, después de hablar me sentí como si acabase de cometer el error más grande de toda mi vida.

—Me encantaría que siempre pudiera ser así —susurré mientras mis manos, una a cada lado de su cara, le acariciaban las mejillas. Me relamí los labios antes de tragar saliva y abrí los ojos. Thomas posó una de sus manos sobre la mía, con un agarre firme y contradictoriamente vacilante, mas todavía no me miraba—. Solo tú y yo, sin tener que ocultarnos. No tener que preocuparnos de nada más que estar juntos y que...

—Dylan —su voz tembló al igual que su mano, que estrechó la mía aún más a la vez que abrió los ojos. Ojos húmedos y enrojecidos. Tristes, asustados... Arrepentidos—. Eso no sucederá. No... No podemos. Sabes que no puede ser.

Al pronunciar estas palabras, Thomas dio un par de pasos hacia atrás y se pasó la mano por el rostro. Luego se giró un poco, casi dándome la espalda, mientras que yo permanecí inmóvil en el mismo sitio de hace un segundo. Las emociones eran tantas que se filtraban por mis poros a toda velocidad; yo no sabía cuál expresar ni si todas ellas eran válidas. No sabía qué pensar o cómo entender. Solo sabía que la sangre bombeaba en mis oídos y que, después de tanto tiempo creyendo en una promesa hecha con tanta honestidad, me hallaba frente a uno de mis mayores temores: aquella promesa rota en la que, desde el primer día, jamás debí creer.

—¿No podemos? —repetí—¿De qué estás hablando? Hace unas semanas me dijiste que...

—Sea lo que sea que dije, no era para que te lo tomaras en serio —aseguró con voz nerviosa. Todavía no estaba cien por ciento de frente hacia mí, tenía una mano en la cintura y no mantenía el contacto visual por demasiado tiempo, como si no fuera capaz de mirarme a los ojos para decir lo que acababa de salir de su boca.

Solté una carcajada incrédula mientras echaba la cabeza hacia atrás con ambas manos en mis caderas. No entendía, y mi mente tampoco quería hacerlo. Él mentía, eso era claro, pero mi cerebro no encontraba el por qué, ya que, pese a que había pasado meses con este miedo, esto no era parte de los planes. El ardor de las lágrimas que comenzaron a brotar en mis ojos aumentó, sin embargo, los cerré con fuerza y tomé una larga bocanada de aire. Después, enfrenté nuevamente a Thomas.

—¿Me puedes explicar por qué me estás diciendo esto? —pregunté intentando no exclamar. Podía sentir la rabia y decepción burbujeando en mi interior, hirviendo y a punto a de hacerme estallar—. No lo entiendo, Thomas. Hace no mucho tiempo me prometiste que esto acabaría pronto... ¿Qué mierda es lo que te pasa? ¿Es por las fotografías? ¿O es Isabella?

La respuesta que obtuve fue nada más que silencio, seguido de un par de vistazos y sus labios unidos con nervio mientras se dedicaba a contemplar el suelo. Desde mi lugar lograba divisar algún tipo de amargura en su mirada. Nunca pude leer su mente, pero había momentos, como ahora, en los que sus ojos se volvían tan cristalinos como el agua y dejaban ver cada idea que cruzaba su cabeza; no obstante, apenas alzó la vista, no vi nada. Su rasgos endurecieron: el ceño y los labios fruncidos y la mirada fría, tan fría como el hielo. Era una mirada que había visto antes en él, pero quería saber si acaso ahora era solo una actuación como la vez pasada o simplemente algo había provocado que me mirara así.

—¿Sientes algo por mí? —inquirió, sus pupilas fijas en mi cara como dardos, afilados y lacerantes.

Enmudecí ante su pregunta, no solo porque no era la contestación que yo esperaba, sino porque era algo que yo jamás creí necesario preguntar. Era evidente, incluso obvio. Podía ser que nunca se lo había dicho, mas mis acciones hablaban por sí solas. Y yo pensaba que las suyas también, aunque en ese momento empezaba a creer que tal vez era una equivocación verlo de ese modo.

—¿Qué? —contesté en un tono frágil y desolado.

—Que si sientes algo por... —reiteró hablando un poco más lento, casi como si pensara que soy un idiota incapaz de comprender una simple pregunta.

—¿Qué tipo de pregunta es esa? —repliqué con enojo indiscutible—¿Acaso no es obvio?

—¿Debería serlo?

Busqué en su cara algún punto débil. Notar si su labio inferior tiritaba o si sus ojos terminaban ahogados en inmensos charcos de lágrimas que quebraban aquel apariencia insensible, inclusive cruel. O quizás una acción que lo delatara. Tal vez el repiqueteo momentáneo de sus dedos sobre su muslo o el sacar y meter una mano en el bolsillo sin ser consciente de ello. Necesitaba una señal, una bandera blanca que dejara atrás la actuación y me trajera de vuelta al Thomas de siempre.

Pero yo no podía luchar contra el Thomas que tenía frente a mí, que me juzgaba con aquellos ojos indiferentes y opuestos a lo que él realmente era. Yo tenía mis armas, y él las suyas; era hora de utilizar las mías en conjunto al ápice de esperanza que había logrado sobrevivir y el dolor, la rabia y pena que me llenaban el cuerpo.

—Sí, debería serlo —afirmé. Luego, inhalé profundamente, dispuesto a confesar lo que hace demasiado tiempo debería haber dicho—. Debería serlo hace semanas... tal vez meses. Te he enseñado cada parte de mí como a ninguna otra persona. Me conoces mejor que nadie, Thomas, y... también creo haber tenido la oportunidad de conocerte en muchas facetas distintas. Puede que esto haya comenzado como una simple aventura, pero los dos sabemos que ya no es así; incluso me prometiste que muy pronto todo acabaría y al fin podríamos estar juntos sin preocuparnos de nada ni de nadie, y yo te creí. Y todavía quiero creerte, porque sé que la persona que estoy viendo ahora no eres tú y que solo me estás mintiendo porque tienes miedo.

»No sé... No sé a qué le temes exactamente, pero sea lo que sea, yo estaré aquí. Siempre he estado aquí. Quizás no es mucho tiempo el que hemos pasado juntos, pero me atrevo a decir que estoy enamorado de ti, Thomas. Completamente enamorado de ti. Te amo, eso es lo que siento por ti. Me tomó tiempo entenderlo y fue un sentimiento al que siempre le temí mientras crecía en mi interior... pero ya no tengo miedo, por eso quiero que lo sepas. Porque quiero que sepas que estoy dispuesto a enfrentar lo que sea contigo.

Me humedecí los labios, mucho más consciente de que la saliva escaseaba en mi boca y que, pese a que en un principio mi declaración pareció tener la habilidad de afectar a Thomas, el silencio era demasiado denso para mi gusto. En sus facciones yacían restos de conmoción que pausadamente desaparecían y daban paso a la prevalencia de una mueca de reflexión y tal vez... disgusto. Entonces, realmente pude sentir mi pecho subiendo y bajando al compás de mi corazón.

—¿Thomas? —hablé dejando la rabia de lado y permitiendo que la desesperación afluyera. Él bajó la mirada mientras su mano derecha se movía a lo largo de su barbilla y nuca, pensativo, lo que hizo que me preguntara cómo lograba mantener la compostura; lo único que yo quería era gritar al darme cuenta de que sería testigo de cómo todas mis ilusiones se desvanecían—. Por favor, di— di algo. Aunque sea dime que... dime que los últimos meses significaron algo para ti. Es así, ¿no?

Thomas me observó con atención, demasiada atención. Era como si me estuviera analizando, o tal vez disfrutando de cada minuto del espectáculo que yo le ofrecía al haberle entregado mi corazón sin considerar las consecuencias. No quería ser humillado ni seguir siendo pisoteado por él, porque acababa de comprender cuántas veces le había dado permiso para que traspasara los límites e hiciera lo que se le diera la gana conmigo. No obstante, ya era tarde. Su mirada calculadora se burlaba de mí y mi angustia. Quizás él no podía creer que yo, un joven actor que conoció hace casi dos meses durante el rodaje de una película y que accedió a tener sexo casual con él porque nos atraíamos el uno al otro, me había enamorado de él. En su cabeza había de estar riéndose a carcajadas de mí hasta el punto en que su estómago dolía porque era ridículo lo que él veía y escuchaba. Era totalmente ridículo.

Una corazonada me decía que yo pedía lo imposible, mas aún confiaba en que, cuando Thomas enderezara un poco más su postura y nos encontráramos cara a cara, su mirada congelada se derretiría y no habría nada más por decir, solo besarnos. Besarnos y besarnos sin parar. Sostener nuestras manos, rostros y cuerpos. Hacer el amor otra vez. Estar juntos. Ser felices.

No entiendo por qué mi corazón es tan desdichado de poseer el don de anhelar todo lo que no puede tener.

—¿Lo de anoche significó algo para ti? —insistí, mi propia voz revelando el daño ya hecho por Thomas sin mover ni un dedo. En mi garganta se formó un nudo que se nutría con cada segundo de silencio transcurrido; no podía desatarlo ni digerirlo, solo podía aceptarlo con cada lágrima que me opacaba la visión—. ¡¿Thomas, lo de anoche significó algo para ti?!

Fue inevitable exclamar, mucho menos llorar. Una lágrima cayó por mi mejilla rápidamente, dejando detrás su marca húmeda que enjugué con el dorso de mi mano.

—Tuvimos sexo —contestó encogiéndose de hombros—. ¿Qué más podría significar para mí si solo tuvimos sexo?

Se me heló la sangre al oírlo. La manera en que se expresaba era devastadora: su rostro imparcial me comunicaba su forma de ver la situación y cómo esperaba que yo utilizara mi sentido común para estar de acuerdo con él. Pero yo no podía estar de acuerdo con él si, de mil maneras distintas, su amor ya había sido declarado a mí. Quizás lo que él sentía por mí no se equiparaba a mis sentimientos, mas yo sabía que el amor que compartíamos era parecido y eso era lo que importaba. No había forma de que Thomas lo negara, pese a que él insistía en ocultarlo y hundirse en sus engaños por un razón desconocida para mí, y eso era lo que más dolía.

—Dyl, solo fue sexo —reiteró su idea, esta vez con una sonrisa que expresaba cuán simple era todo esto para él y que, posiblemente, no mentía ni pretendía como yo pensaba—. Nuestra relación se basa en eso y lo sabes. Nos vemos seguido para tener sexo alucinante porque los dos nos atraemos físicamente y ya está. Todo lo que me dijiste... Es muy lindo, pero... tú eres mi amigo, Dylan. Sí te tengo cariño, eso lo reconozco; no creas que no tengo corazón. Pero nosotros nos acostamos de vez en cuando y ya. Yo amo a otra persona y eso también lo sabes desde el comienzo. Sabes que estoy enamorado de...

Ni siquiera me tomé el tiempo de pensar antes de actuar. Mis pies se movieron por sí solos para trasladarme de vuelta a la habitación, como si se tratara de un mecanismo de defensa que se activó desde el momento en que las palabras de Thomas dolieron cual aguja clavada en lo más profundo de mi piel. No podía continuar siendo degradado de ese modo. Daba igual cuánto amase a Thomas; ya había sido suficiente. Tal vez me mentía, tal vez no, pero fuera cual fuera la verdad, mi corazón había sido roto por él tantas veces que yo ya no estaba en condiciones de soportar otra herida.

Fui afortunado de haber encontrado rápidamente mis pantalones en el suelo, puesto que no deseaba prolongar mi estadía dentro de aquella habitación que acababa de convertirse en el lugar que yo más odiaba. Escuché el ventanal cerrarse tras mi espalda y pasos acelerados sobre el suelo alfombrado, por lo que yo empecé a buscar mis zapatillas.

En medio de mi búsqueda, Thomas me habló de nuevo, esta vez alzando un poco más la voz.

—Dylan, escúchame. Siempre has sabido por qué hacemos esto y no es nueva información la que te estoy contando. Nunca pensé que tú podrías sentir algo por mí, y lo siento, pero tú sabes cómo son las cosas y sabes lo que yo pienso al respecto.

Quería fingir sordera. Ser incapaz de escucharlo a él y a nadie más que él. Sin embargo, era imposible pasar por alto lo confundido y desconcertado que Thomas sonaba al hablarme. ¿De verdad no esperaba esa reacción de mí? Tal vez no suponía que yo lloraría y saldría corriendo para hallar la salida más rápida con tal de disminuir aunque sea un poco mi dolor, sino que pensaba que yo entendería y le diría que tenía razón, porque eso era lo más sensato y correcto. Porque nosotros no podíamos estar juntos y lo que yo sentía no tenía sentido. Lo que yo sentía por él era una pequeñez sin importancia a un lado de lo que él sentía por Isabella. Y eso era lo que más alimentaba mi llanto y enojo, ambas cosas por las que me esforzaba para mantener en secreto hasta salir por la puerta. No quería otorgarle el privilegio de verme llorar ni que supiera cuánto dolor había infligido en mí. No quería verlo a los ojos, mucho menos saber que una persona, la persona que más amaba, era capaz de ser tan cruel y jugar con mis sentimientos.

—Esto fue solo una aventura —agregó justo en el momento que yo había encontrado mi calzado—, y ambos sabemos que no duraría para siempre. Todo se acabaría cuando me casara con...

—Vete a la mierda, Thomas —lo interrumpí sin pensarlo dos veces. Mis palabras rebosaban de veneno que nunca creí ser capaz de escupir, y mis ojos se convirtieron en cascadas descontroladas—. Tal vez me equivoco, pero algo me dice que no estás siendo sincero y no entiendo por qué. No entiendo cómo no puedes enfrentar tu propia realidad y aceptarla. ¿Por qué no puedes dejar de ser un maldito cobarde que no sabe pensar en nadie más que él?

—No sé de qué hablas con eso de no ser sincero. Te acabo de decir la verdad —aseveró con seriedad.

Una carcajada agria y fatigada salió de mi garganta en medio del llanto que no podía detener. Ya había oído suficiente, y no necesitaba de más pruebas para saber que no se podía razonar con él ni traspasar sus barreras, si es que realmente existían. Porque quizá no existían barreras y este era su verdadero yo, no el Thomas que yo había conocido durante los momentos que compartimos juntos.

Me sorbí la nariz y pasé una mano por mis mejillas en un intento por eliminar los restos de tristeza y humillación exhibidos en mi cara. Luego, con mis zapatillas entre las manos, caminé hacia él, pero evité que la distancia se acortara completamente.

—Entonces, ¿por qué hiciste parecer todo tan especial si la amas a ella? —pregunté con dureza, pero ahora sin elevar el volumen de mi voz— Si solo era sexo, ¿por qué mierda me trataste como si fuera mucho más? Hubiera sido más fácil que me dijeras que somos amigos y ya. O mejor aún, podrías haber dejado de buscarme cada maldita vez que yo intenté alejarte.

—Dylan, yo no...

—Me prometiste algo que siempre supiste que no cumplirías... -dije con voz quebrada, casi susurrando. Ni siquiera le hablé directamente a él, sino que se trataba de un pensamiento que había emitido en voz alta. Después de eso, solté una risa amarga que expresó la tristeza que me ocasionaba el darme cuenta de lo patético que era estar en mi lugar. Bajé la mirada por un momento, sintiéndome totalmente expuesto ante él, pero, aún así, lo volví a mirar a la cara y continué—. ¿Qué fue lo que hice para que me hicieras algo así? ¿O eres realmente tan cruel, Thomas, que ni siquiera te detuviste a pensar por un segundo en cómo me sentiría yo después de que me dijeras todo esto?

Esperaba una interrupción de su parte. Explicaciones y justificaciones que después yo refutaría; no obstante, su silencio contestó cada una de mis preguntas. Su boca entreabierta exhalaba aire más rápido que antes y su labio inferior tembló ligeramente antes de ver cómo su manzana de Adán subió y bajó cuando tragó saliva. Luego, vi lo que había sospechado durante todo este tiempo: ojos cafés, dulces, penetrantes... pesarosos. Fue una vista que desapareció de inmediato al bajar el rostro, lo que confirmó mi teoría de que lo sucedido solo era una fachada que él intentaba convencerme de ser cierta, pero que, por la misma razón, terminó por destrozarme el alma.

—Sabes —hablé, a lo que él alzó la mirada—, entiendo que quizás le temes a lo que dirá el resto. Yo también le temo a lo mismo, pero tampoco puedes ser un cobarde toda la vida. Puedes mentirle a todo el mundo por cuánto tiempo quieras. Miénteme a mí y a quién quieras, da igual. Pero ¿adivina qué? Jamás podrás mentirte a ti mismo, Thomas. Jamás.

Di media vuelta y caminé con determinación hacia la puerta sin aguardar una respuesta; después de todo, no había nada más que escuchar ni decir, al menos no para mí. Cerré la puerta tras mi espalda con el pesar de aquel nudo en la garganta que no se marchaba y solo crecía cada vez que daba un paso hacia delante a lo largo del pasillo que no quería volver a visitar.

Algo se había quebrado en mí, como cuando rompes un objeto y sabes que el daño es irreversible. Había perdido a alguien que pensé que era mío, pero en realidad nunca tuve, y esa misma persona se había llevado consigo un pedazo de mí que yo nunca recuperaría. Y solo Dios sabe cuánto dolió correr hacia el ascensor con la mente funcionando a máxima velocidad y queriendo escapar de los recuerdos que alguna vez quisiste atesorar.

Entré al ascensor y permití que las puertas se cerraran sin presionar ningún botón. Debido a que eran alrededor de las seis de la mañana, muy poca gente en el hotel estaba despierta y la mayoría no salía de sus cuartos, por lo que el ascensor se mantuvo detenido a la espera de que yo indicara el piso al que me dirigía. Recargué mi espalda en la pared del fondo, echando mi cabeza hacia atrás y cerrando los ojos con todas mis fuerzas; las lágrimas salían de ellos y descendían por mis mejillas una tras otra, pero yo no quería llorar más, solo quería que el tiempo retrocediera para despertar nuevamente en la habitación de Thomas, así los dos tendríamos una segunda oportunidad en la que podríamos cambiar el final de nuestra historia.

Me cubrí la cara con ambas manos como si eso pudiese ayudarme a cesar mi llanto, mas el único resultado que obtuve fueron sollozos sonoros y lastimeros que sacudían mi cuerpo y se originaban de mi sufrimiento. Me di cuenta de que ahora todo lo que tenía era ese pequeño odio que se había asentado en mi alma, justo en medio de todo el amor que guardaba para Thomas. Un odio que, por mucho que no quisiera prestarle atención, me era inevitable ignorar.

Tenía eso y sollozos que hacían eco dentro de un ascensor vacío.

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