60
La van, en comparación a viajes anteriores, iba casi vacía. En la segunda fila de asientos Ki Hong y Will conversaban sin mucho entusiasmo. Escuchaba sus voces detrás de mí; a veces reían, mas la mayoría de los temas que abarcaban no eran de mi interés ni el de ellos, puesto que no tardaron en guardar silencio después de suspirar agotados, como si hablar requiriera gastar más energía de la que ya tenían. Kaya, que también iba sentada junto a ellos, no había hablado desde que entró al vehículo. La vi durmiendo profundamente por el espejo retrovisor, con la cabeza recargada en el hombro de Ki y algunos mechones de su cabello, que parecía recogido de forma rápida y descuidada, cayendo sobre su frente.
Diez minutos de viaje y ya eran las ocho y media de la noche, por lo que el característico color celeste que había pintado el cielo de ese día veraniego se desvaneció paulatinamente hasta ser reemplazado por una gama de rosas, naranjas y, con el paso de los minutos, violetas que gradualmente se convirtieron en un fondo azul, adornado por diminutas estrellas titilantes. Lo único que no daba señales de aparecer en algún momento era la luna, que hace tan solo unos días había brillado resplandeciente.
Hace un rato había bajado el alzavidrios a mi lado para contemplar el paisaje con mayor claridad, ya que los vidrios polarizados no me permitían admirar los colores. El viento frío chocaba contra mi piel y me alborotaba el cabello, pero eso era lo que menos podía importarme. Observé por otro minuto cómo el horizonte terminaba de transformarse en una oscuridad que caía sobre la maleza verde, volviéndola poco a poco menos visible, hasta que, de pronto, el vehículo dobló a la izquierda y el sendero de tierra por el que transitábamos se convirtió en asfalto. La maleza del paisaje disminuyó con cada kilómetro recorrido y divisé casas a través del parabrisas, una señal de que no tardaríamos más de cinco minutos en llegar a Baton Rouge.
Me recliné en el asiento y cerré los ojos, inhalando y exhalando considerables cantidades de oxígeno para permitirle a mi cuerpo relajarse y liberar cualquier tipo de tensión que pudiera quedar dentro de él. En mi cabeza surgió el pensamiento repentino de que un masaje no me vendría mal después de un día tan extenuante, especialmente si mis hombros y espalda dolían debido al estrés acumulado en cada uno de mis músculos. Entonces, recordé que pasaría la noche con Thomas, así que no pareció una mala idea pedirle un favor como ese.
Así fue como aquel pensamiento conllevó otro, creando una cadena de ideas en mi mente que me guiaban hacia Thomas. No solo consideré preguntarle si estaría dispuesto a darme un masaje (el solo pensarlo me hizo sonrojar), sino que mi memoria despertó gracias a eso, obligándome a regresar a los eventos ocurridos por la tarde. Inevitablemente recordé el destello de su piel cubierta por diminutas gotas de sudor y reviví la manera en que me hizo estremecer al hincar sus uñas en mi espalda o cómo mis labios se entumecieron después de besos interminables que susurraban una promesa oída anteriormente. Pero me decía a mí mismo que esta vez no habían sido solo palabras: vi y sentí acciones, hechos que demostraron un afecto que nadie jamás podría negar. Era amor lo que él me había regalado de manera incondicional mientras me sostenía entre sus brazos como si yo fuera lo más preciado que sus manos alguna vez habían tocado. No se trataba de mi imaginación. Había sido correspondido con un cariño que, sin duda alguna, era tan desmesurado como el mío.
Una mano se posó sobre la mía, interrumpiendo de golpe mis reminiscencias. No obstante, no me sorprendí demasiado, puesto que sabía perfectamente de quién se trataba. Había sido consciente todo el camino de vuelta al hotel de que Thomas iba sentado a mi lado, tan retraído e inseguro como yo tal vez lo estaba. Ni siquiera tuve que mirar para saber que sus acciones rebosaban de timidez, quizá por miedo a que yo alejara mi mano y expresara rechazo. Imaginé tras mis párpados la forma en que sus dedos se deslizaban sobre los míos hasta alcanzar mis nudillos y me sumergí en los pequeños roces de sus yemas callosas, pero contradictoriamente suaves. Se movía sobre mi piel con un temor irrefutable. Mi mano era la tierra inexplorada y peligrosa que él se había arriesgado a recorrer con testigos presentes, personas que, a pesar de conocernos, eran capaces de darnos miradas repulsivas y juzgarnos sin ningún tipo de tacto; o, por otro lado, quizá tocar mi mano era un límite inquebrantable que él se había atrevido a romper y se moría de miedo al no saber qué sucedería a continuación.
Una sonrisa involuntaria se plasmó en mis labios, aunque intenté resistirme a ella presionándolos entre sí. Luego, de manera juguetona, abrí solo mi ojo derecho para darle un vistazo a nuestras manos unidas y, eventualmente, dar con su rostro.
Thomas me miró con el labio inferior atrapado entre sus dientes. Tenía los ojos mucho más abiertos de lo normal, las cejas un poco elevadas y las mejillas pintadas de un rojo que se extendía hasta sus orejas. Pensé que era gracioso verlo así, como si lo hubiera atrapado en medio de un crimen del cual se avergonzaba. Fue gracias a esto que logré saber que su actitud no tenía relación con el miedo que le provocaba estar dándome la mano en frente de las personas con las que trabajábamos a diario, principalmente Wes y el chófer que todos los días nos trasladaba desde el hotel a nuestro lugar de trabajo y viceversa. No se habría sonrojado de ese modo si así fuera, menos me habría observado con pasmo absoluto en la mirada. Thomas simplemente había sucumbido a la timidez por no saber qué reacción obtendría de mí, tal como yo lo había predecido en el instante que nuestras manos entraron en contacto.
Desde que nos habíamos subido a la van que Thomas y yo no intercambiamos ninguna palabra y, aunque para mí no pareció una mala señal, posiblemente él tenía un punto de vista diferente. Después de habernos reconciliado en el baño por la tarde, supe de inmediato que nuestro breve encuentro no había concluido en su totalidad. A lo largo del día lo vi una que otra vez desde una distancia considerable, ya sea mientras yo caminaba hacia algún lugar al que debía ir o me encontraba sentado bajo la sombra bebiendo agua o comiendo un bocadillo. Las miradas iban y venían durante las grabaciones, siempre correspondidas junto a una sonrisa o solo una conversación momentánea de nuestras pupilas. No había tiempo para cuchicheos, ya que si no era yo el que estaba grabando una escena, él o ambos nos encontrábamos tras las cámaras. Por lo tanto, nuestra comunicación se efectuó a través de las miradas, de muecas y gestos que poseían una mezcla de ternura y, a veces, picardía, o solo simples jugarretas inmaduras como sacarnos la lengua y reír. Como dije, para mí todo lo anterior era una buena señal: todo lo que no habíamos podido decir ni hacer en horas de trabajo sería compensado en el hotel, tan pronto estuviéramos de regreso a nuestro mundo de cuatro paredes y cientos de recuerdos. Pero quizá para él querer tomar mi mano después de no haber tenido la oportunidad de acercarnos mucho más durante el resto del día le causaba ansiedad, porque significaba romper el hielo sin saber si eso era lo que yo realmente quería (a pesar de esto, admito que nunca entendí por qué Thomas dudaba tanto cuando se trataba de descubrir mis reacciones ante sus acciones o palabras de afecto. Si yo hubiera estado en su lugar, habría tenido la certeza de que el rechazo no era una respuesta que recibiría de mí. Thomas me tenía en la palma de su mano, y eso era evidente).
Ahora, Thomas estaba allí, sentado a mi lado con el brazo izquierdo estirado un poco más de lo normal para alcanzar mi mano, la cual descansaba sobre el tapiz color crema, dentro del espacio considerable que había entre ambos. No sé por qué simplemente no nos habíamos sentado juntos. En cada fila cabían tres personas y, a pesar de que acordamos implícitamente dejar el asiento del medio vacío, yo esperaba que él, al ver que yo había escogido el lugar del fondo, junto a la ventana, se sentaría a mi lado. Supuse que se debía a su personalidad, la cual se alternaba entre la confianza en sí mismo y la indecisión absoluta. A veces, Thomas actuaba como si supiera perfectamente lo que hacía; otras veces, como ahora, solo me lanzaba miradas temerosas, sonrojado mientras tartamudeaba y reía con nervios que nadie era capaz de pasar por alto.
Abrí los dos ojos y reacomodé mi postura con el cuidado de no mover mi mano. Giré la cabeza hacia él y le sonreí nuevamente, sin enseñar mi dentadura. Él esbozó una sonrisa que enmarcó sus pómulos, deslizando la mano unos centímetros más a la izquierda hasta tener un agarre firme de mi mano. Su pulgar calzaba perfecto dentro del espacio que había entre mi pulgar e índice, y yo bajé la mirada hacia nuestras extremidades superiores, ahora unidas. Mis cuatro dedos debajo de su palma recibían calor y mi pulgar jugaba con el suyo mientras que el resto de sus dedos me mimaba la piel.
El viaje avanzó en sus últimos minutos con el peso ligero de su mano aferrándose a la mía de un modo tan posesivo como delicado. Entretanto, parte de mi atención regresó al paisaje nocturno que veía a través de la ventana del vehículo, aunque mi cerebro solo podía concentrarse en la felicidad establecida en mi pecho que difícilmente se desvanecería.
El conductor frenó frente a la entrada y el motor se detuvo, abriéndole paso al silencio que fue cortado por la voz de Ki Hong despertando a Kaya. Giré la mirada hacia Thomas, que, con cierta culpa en sus ojos, bosquejó una dulce sonrisa al mismo tiempo que su pulgar me acarició el dorso de la mano por última vez como un acto de despedida. Luego apartó su mano y la posicionó en su regazo, algo vacilante al empuñarla de una forma que me hacía pensar que extrañaba, al igual que yo, lo que hace tan solo segundos había llenado el espacio ahora vacío entre sus dedos.
—¿Qué…? —comenzó Kaya, interrumpida por su propio bostezo—. ¿Qué pasó? ¿Dónde estamos?
Me volteé para mirar a Kaya, que se encontraba sentada detrás de mí, y puse mi brazo derecho sobre el respaldo del asiento. Su cabeza era una mata de cabello negro, mechones que caían encima de su rostro y hombros entre otros que estaban recogidos en lo que ahora parecía un nudo imposible de desatar. Tenía las mejillas sonrosadas y, mientras se llevaba ambas manos a su cabellera para quitarse la coleta e intentar domar el desastre que allí había, todos soltamos una risita alegre ante su pregunta.
—¿Dije algo gracioso? —preguntó ella nuevamente, esta vez frunciendo el ceño. Sus ojos grandes y azules denotaban desorientación y cansancio, esto último visible en los párpados caídos que ocultaban sus iris junto a pestañas oscuras y tupidas.
—No, nada en absoluto —le respondió Thomas, que, al igual que yo, se había girado hacia Kaya con una sonrisa burlona en los labios—. Solo nos sorprende que haber dormido unos minutos te haya desorientado tanto. Y, respondiendo a tu primera pregunta, estamos en el hotel.
Kaya abrió la boca para hacer lo que sin duda era un comentario sarcástico, sin embargo, dirigí la vista hacia el muchacho sentado a mi lado y de pronto las palabras, que hace un momento escuchaba sin problemas, pasaron a ser simples sonidos que mi cerebro no podía, ni quería, comprender. La luz de cortesía instalada en el techo del vehículo se encendió al mismo tiempo que oí una de las puertas delanteras abriéndose; Thomas, con su cabellera rubia peinada sin demasiada meticulosidad, reía, todavía mirando a Kaya, que probablemente seguía molesta porque se habían mofado de ella, pero yo solo lo contemplaba a él bajo la luz de color amarillo pálido. Y él también me contempló a mí sin ni una sola advertencia.
Se volteó hacia mí en medio de una carcajada suave que se mezclaba con las del resto y permaneció con la mirada fija sobre la mía por lo que se sintió como horas, pero es probable que ni siquiera alcanzaron a ser segundos. La luz de cortesía le iluminaba los ojos y creo que jamás había visto que sus iris brillaran de tal forma. El café de siempre se transformó en un castaño intenso, muy similar al color del té que varias veces lo había visto beber por la mañana. Era una mirada dulce, repleta de ternura que me estremecía hasta las entrañas.
—Chicos, ya es hora de bajar —dijo Wes desde el asiento del copiloto, sacándome de mi trance y llamando mi atención. Parecía estar divertido con la conversación que los demás llevaban a cabo—. David tiene que irse. Pueden seguir discutiendo afuera del auto.
Miré de nuevo a Thomas, quien también volvió a mirarme, y pude oír fuerte y claro los latidos de mi corazón.
—Yo creo que tengo cosas más importantes que hacer que seguir discutiendo con Kaya —comentó Thomas casi en un murmullo y con picardía indiscutible.
No parecía dirigirse a nadie en particular, incluso los demás no daban señales de haberlo oído, pero me miraba a mí y a nadie más, y yo había escuchado cada sílaba que pronunciaron sus rosados labios como si esas fueran las únicas palabras que yo conocía en el planeta entero.
Mis mejillas ardieron y, por primera vez en todo el viaje, sentí que la timidez se apoderaba de mí cual virus fulminante que Thomas acababa de transmitirme y al que ahora él era inmune. Bajé la mirada hacia el tapiz del asiento y tragué saliva mientras escuchaba quejas, entre otras cosas como «¡Thomas, ya abre la maldita puerta!» y «¡queremos irnos a dormir, Thomas!». El ruido que emitió la puerta deslizante de la van los hizo enmudecer y Thomas bajó de un salto, lo que fue mi señal para descender y así permitir que los demás también pudieran salir.
Cuando ya nos encontrábamos todos afuera del auto, le dijimos adiós a nuestro conductor, David, con ademanes y palabras de despedida. Caminamos juntos hacia la puerta de entrada y entramos uno tras otro, yo quedando último después de Thomas. Todos se reunieron en el vestíbulo para conversar por unos minutos más, aunque nadie parecía tener la intención de quedarse ahí por más tiempo del necesario.
Me limité a permanecer bastante alejado del círculo que habían formado a un lado del sofá más grande. En realidad, yo me había autoexcluido y ellos solo contribuyeron a mi exclusión al cerrar el círculo y darme la espalda, mas no era algo que me entristeciera o molestara, puesto que solo quería salir de ahí. Así que, mientras el resto hablaba con Wes, preguntándole qué nos depararían los próximos días, que eran los últimos, me acerqué a Thomas por detrás y toqué su hombro para llamar su atención. Él se volteó, la comisuras de sus labios curvándose ligeramente hacia arriba como solía suceder cada vez que me miraba. Yo iba a formular mi pregunta con la idea de que sería cauteloso, pero no sabía realmente cómo; además de eso, noté que Ki Hong nos observó por un instante al ver que Thomas se había girado para prestarme atención tan repentinamente. Tal vez todo estaba en mi mente y en realidad había imaginado que nos lanzó una mirada recelosa, pues no podía dejar de pensar en cómo preguntarle a Thomas qué haríamos ahora. ¿Subiría yo primero a mi habitación e iría más tarde a la suya, o subiríamos todos juntos y después él iría a la mía? ¿O lo había olvidado y simplemente cada uno se iría a su cuarto?
—Dyl, ¿te sientes bien? —me preguntó Thomas. Tragué saliva y me relamí los labios antes de acercarme un poco más a él con la intención de que nadie más me oyera, pero a la vez intentando no realizar algún gesto que pudiera atraer atención innecesaria.
—¿Qué…? —aclaré mi garganta al darme cuenta de que mi voz tembló por los nervios— ¿Qué es lo que haremos?
—¿Mmm? —contestó con el ceño fruncido, sin entender nada— ¿De qué hablas?
Puse los ojos en blanco e inhalé profundo mientras ignoraba las ganas de decirle que dejara de ser tan tonto y no me obligara a decirlo en voz alta.
—¡Oh! Ya, entiendo. Lo siento, es solo que…
—¿Lo habías olvidado? —lo interrumpí, molesto y seguro de que tenía la razón. Creí que él se vería en aprietos al percatarse de mi actitud, pero solo soltó una leve risa silenciosa antes de responder.
—¿Qué? ¿Crees que me olvidaría de algo así? Solo necesitaba que fueras un poco más… ¿específico? Pero comprendo que no podías serlo. Lo siento.
Quería volver a rodar los ojos, sin embargo, solo acabé riendo con la cabeza gacha, bastante consciente de que mi rostro comenzaba a teñirse de rojo. Me pasé la lengua por los labios y alcé la vista, esta vez con una sonrisa mucho más discreta que era correspondida por él.
Lo vi llevarse una mano al bolsillo trasero de sus jeans, para luego extraer de ahí la llave de su habitación. Yo esperaba alguna especie de prudencia en sus movimientos, pero Thomas ni siquiera trató de ocultar el hecho de que lo que estaba entregándome era la entrada a su habitación, lo cual para los demás se traducía, sin duda, en que yo entraría allí cuando normalmente todos nos reuníamos en la habitación de alguno con un acuerdo previo. La única excepción a esto era que Kaya a veces se iba a la habitación de Ki o viceversa, pero ellos no tenían por qué dar explicaciones; me habría gustado pensar que nosotros tampoco teníamos por qué dar explicaciones.
—Tu camiseta está sobre la cama, la dejé ahí porque creí que así no olvidaría que debía llevártela hoy —explicó Thomas con expresión relajada, al mismo tiempo que me tendía la llave. Me hablaba en un volumen moderado y audible para el resto del grupo que se hallaba detrás de los dos, y noté en su actuar la fe que me tenía respecto de que yo entendería sus planes; no obstante, todo lo que yo hacía era contemplarlo a él y al pequeño objeto metálico con la boca entreabierta y el ceño demasiado fruncido—. De todos modos, fue un método para nada efectivo y lo olvidé. Pero gracias por habérmela prestado.
Me dedicó una sonrisa al terminar de recitar ese breve discurso que, al parecer, contenía palabras claves para enviarme un mensaje oculto o era parte de un plan demasiado astuto como para que mi cerebro pudiera comprenderlo.
¿Camiseta? ¿Sobre su cama? ¿Esta es su manera de decirme que quiere que vaya a su habitación y lo espere recostado en su cama o de verdad hay una camiseta ahí que yo no recuerdo haberle prestado? ¿Qué mier…?
—Dylan —me llamó, persistente. Su objetivo era obvio: quería sacarme de mis pensamientos y hacerme reaccionar.
Tragué saliva y eché un vistazo a los demás. Esperaba que todos, incluso Kaya, estuvieran mirando, sospechosos de lo que ocurría entre Thomas y yo. Inclusive temí haber arruinado todo por mi reacción tan lenta y haber logrado que los demás se preguntaran por qué Thomas llevaba tanto tiempo esperando a que yo recibiera la llave. Sin embargo, lo único que me encontré fue espaldas y cabelleras que le probaban lo contrario a mi ansiedad, ya que todos tenían su atención enfocada en Wes.
—Dyl —murmuró Thomas, ahora sin ese tono despreocupado de hace unos segundos. Inclinó la cabeza unos centímetros hacia mí, como si eso nos otorgara privacidad instantánea cuando los demás se hallaban a solo pasos de distancia—, supongo que entiendes que tienes que ir ahora, antes de que el resto suba. Ese es el plan.
Al oírlo decir esto último, el propósito de lo que había dicho hace un rato tuvo más sentido, pero todavía me sonaba un poco extraño. Lo miré a los ojos, para luego bajar la vista hacia la llave dorada que aún yacía entre su índice y pulgar. La recibí de inmediato con mi mano derecha y la guardé en el bolsillo de mi pantalón, asintiendo avergonzado por lo estúpido que era al no saber actuar natural cuando más lo necesitaba (bastante raro y contradictorio si se tiene en cuenta que soy actor). Después de eso, iba a dar media vuelta para al fin marcharme, mas creí que sería demasiado extraño no decir nada en absoluto y no podía sacarme de la cabeza que la vista y audición de los muchachos detrás de nosotros estaban enfocados en nuestra conversación; daba igual si podía probarme lo contrario mil veces con mis propios ojos. Así que comencé a pensar, diciéndome que tenía que ser rápido en encontrar la respuesta y despedida adecuada.
Thomas no tardó en percatarse de mi nerviosismo y todo el esfuerzo mental que estaba realizando. Una sonrisa se dibujó en sus labios y negó con la cabeza, seguido de una divertida mirada que prácticamente se podía leer como «déjate de estupideces y vete de una vez» mientras señalaba con la cabeza hacia el ascensor.
Nuevamente me sonrojé y acabé por ir deprisa hacia los ascensores. Durante la espera a que el ascensor frente a mí bajara, crucé los brazos encima de mi pecho y no me atreví a mirar atrás, porque pensaba que posiblemente las preguntas abundaban a mis espaldas al no haber siquiera dicho adiós. Entré tan pronto las puertas metálicas se abrieron y seleccioné el botón número seis, bajando la mirada para evitar hacer contacto visual con cualquiera de los otros. No obstante, justo al presionar el botón para cerrar las puertas, alcé la vista y divisé a Kaya diciéndome adiós con un movimiento de su mano derecha y una sonrisa en el rostro, acompañada de un guiño. La sugestión de que el resto se había dado cuenta de lo que acababa de suceder seguía más viva que nunca, pero de todos modos sonreí y rodé los ojos antes de que las puertas cerraran por completo y el ascensor comenzara a subir.
Suspiré y apoyé la espalda en la pared a mi costado, reclinando la cabeza con los ojos cerrados. Por supuesto que Kaya entendía todo y veía más allá de lo que Thomas y yo intentábamos aparentar; después de todo, Thomas era su mejor amigo. Entonces, al considerar ese hecho, me pregunté si era una buena señal que ella pareciera querer molestarme sin malas intenciones. Quizás ella sabía algo que yo no respecto a mi relación con Thomas, algo que él le había confiado con anticipación, y eso tenía que ser una buena señal, ¿no? O tal vez no era nada en absoluto y solo era Kaya intentando fastidiarme de manera inofensiva.
Con los ojos aún cerrados, llevé la mano al bolsillo donde había guardado la llave del cuarto de Thomas. La sostuve entre mis dedos, mas la mantuve ahí dentro, como si solo hubiera querido sentir el metal frío para cersiorarme de que, de alguna forma totalmente imposible, la llave no se había caído del bolsillo sin darme cuenta. Porque tenía miedo de que si perdía la llave, alguien más la encontraría; se descubriría que su dueño era Thomas y todo quién nos conociera empezaría a rumorear al igual que con las fotografías, lo que nos obligaría a mentir. Mentira tras mentira, la verdad aparecería. La verdad de que a mí se me había caído la llave cuando yo iba de camino a su habitación para esperarlo adentro, con la más pura intención de amarlo, de demostrarle cuán fuerte latía mi corazón por él. El mundo se enteraría de la verdad de la forma menos deseada por Thomas y yo, y ya no habría cómo negarlo. Incluso imaginaba cómo tal vez Kaya confirmaría cada rumor y sospecha a los muchachos, a pesar de que yo no tenía razones para desconfiar de ella si se supone que es la mejor amiga de Thomas, y muy probablemente no lo traicionaría así. Y también era mi amiga, o al menos creía poder decir que lo era.
El sonido de una campanilla reverberó en el elevador junto a una sola vibración de mi celular dentro del otro bolsillo delantero de mi pantalón, lo cual me hizo abrir los ojos. No tardé en erguirme y quitar mi mano del bolsillo donde se hallaba la llave para revisar el celular.
Sabes que la camiseta que me prestaste no existe y que solo era una excusa para que pudieras subir antes del resto, ¿cierto?
Leí en un murmullo el mensaje de texto que provenía de Thomas. Primero fruncí el ceño, tan despistado por su mensaje que nuevamente me sentí como hace un rato, mas no tardé en unir las piezas y soltar una carcajada cuando tuvo sentido lo que me había dicho en el vestíbulo. El calor se acumuló en mis mejillas y me llevé una mano al rostro, cubriéndolo por completo ante la vergüenza de que no había sido capaz de comprender su plan, que claramente era a prueba de tontos. Pero ¿qué se puede esperar de mí, un tonto al que le disminuía el coeficiente intelectual cada vez que tenía a Thomas cerca?
No sabía qué responderle, aunque sí pensé en preguntarle qué le dijo a los demás respecto a nuestra conversación y por qué me fui de ahí con una despedida tan indiferente, una acción bastante impropia de mí, que, por lo general, saludo y me despido de todos, incluso de gente que jamás he visto en mi vida.
Una vez más me estaba obsesionando con los mismos pensamientos. Quería saber qué podrían haber dicho Ki Hong, Will, Dexter y todos los demás al ver nuestras fotografías, puesto que yo imaginaba que ya las habían visto si había cientos de publicaciones en internet. ¿Se lo habían creído o solo pensaron que era otro rumor estúpido de la prensa rosa, que ya no se les ocurría qué noticia podría llamar la atención de aquellos que adoran leer sobre la vida del resto? ¿Lo habían comentado entre ellos? ¿Habían considerado comentarlo conmigo y Thomas, y pedirnos explicaciones? ¿O solo con Thomas? ¿Lo de hace minutos atrás en el vestíbulo había reforzado la idea de que algo extraño ocurría frente a sus ojos y ellos todavía no lo sabían? Ninguno de ellos había actuado de manera extraña conmigo últimamente, pero desde la publicación de las fotografías Ki Hong sí me había lanzado miradas suspicaces que eran casi idénticas a las que vi en medio de mi conversación con Thomas en el vestíbulo, lo que conseguía que la incertidumbre emergiera: ¿solo era mi imaginación o en realidad la verdad estaba a punto de saberse?
El ascensor se detuvo con un movimiento abrupto y guardé mi teléfono para bajarme en aquel piso que, irónicamente, conocía mucho más que el mío. Si lo pensaba bien, durante los meses de grabación pasé más de la mitad de mis noches y mañanas en este piso, por lo que, a veces, entrar a mi habitación se sentía como si estuviera de visita en un hogar ajeno. En cambio, la habitación de Thomas ya se había convertido en la mía, de algún modo. El pasillo había adquirido recuerdos, absorbido palabras y había sido marcado con pisadas, uñas, espaldas, manos, respiraciones que todavía rondaban en el aire. No me importaba cuántas personas se habían hospedado en el hotel; daba igual si había diez parejas más con una historia similar a la nuestra y que también conocían de memoria cada una de las superficies que ahora me rodeaban: todo lo que yo veía era lo que Thomas y yo habíamos escrito ahí, como si hubiéramos sido los únicos que decidieron hospedarse en el hotel desde su apertura, y esas mismas marcas que dejamos en este lugar sin duda también se habían grabado en mi mente.
La iluminación sutil del pasillo era lo contrario del intenso burdeos de la alfombra. El tapiz beige, decorado por lo que jamás sabría si eran flores o garabatos sin sentido, tenía detalles dorados y burdeos, al igual que la alfombra. Las lámparas colgaban de ambas paredes, una frente a otra, tres bombillas de un tono anaranjado, cubiertas por pantallas de cristal opaco que debilitaban la intensidad de la luz y transmitían una sensación de calidez y hospitalidad que se volvía mucho más fácil de percibir cuando la luz caía sobre los iris de Thomas.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco. Cinco pasos y había una lámpara a mi lado. Cinco pasos más y me encontraba con otra más. Mis pies continuaron su rumbo al mismo tiempo que me apegué más hacia la muralla a mi derecha y deslicé los dedos a lo largo de esta; en cierta parte, deseé que la superficie me devolviera los sentimientos que me dieron vida cada vez que terminé en este piso, dentro de la misma habitación y sobre la cama de siempre. Las yemas de mis dedos apenas rozaban el tapiz a medida me acercaba a la puerta dónde el número 505 era claramente visible desde la distancia. Me detuve a pasos de la puerta, sonriendo al divisar una mancha ya casi imperceptible con la forma de mi zapatilla a la altura de mis rodillas. Llevaba semanas ahí desde la noche en que, mientras esperaba a que Thomas abriera la puerta, recargué la espalda en la muralla y doblé mi pierna derecha, lo que terminó conmigo ignorando la suciedad bajo mi calzado cuando la planta de mi pie se halló apoyada en la pared.
Solo unos centímetros más a la izquierda de esta huella, pero mucho más arriba, a la altura de mi cabeza, vi la ruptura del tapiz, diminuta pero indiscutible, que nunca pasaba desapercibida para mí desde su creación. Recordé cómo Thomas había enterrado sus uñas en la pared sin ser consciente de ello mientras me besaba como si no supiera qué más podía conseguir de mí al posar sus labios sobre los míos. Cuando ambos nos dimos cuenta de lo que él había hecho al poner una mano a un costado de mi cabeza, me culpó con una de sus risitas —que siempre se oían más inocentes de lo que eran— diciéndome que yo tenía que parar de hacerle perder el control tan fácilmente.
No fue hasta estar de pie frente a la puerta de Thomas que bajé mi brazo y llevé la misma mano con la que había trazado la pared de vuelta al bolsillo de mi pantalón, otra vez en busca de la llave. Observé el objeto entre mis dedos mientras me preguntaba por qué me sentía repentinamente tan nostálgico; por primera vez recorría ese pasillo como si todo cobrara vida con cada pisada. Además, por primera vez me dirigía a la habitación de Thomas sin su compañía, y eso me hacía percibir un miedo aún más intenso a perderlo; yo sabía que ese miedo había existido desde el momento en que reconocí mis sentimientos por él, pero ahora que yo no lo acompañaba a su puerta y me hallaba solo y rodeado de objetos tan inertes como rebosantes de vida debido a los recuerdos, el miedo estaba tras mi espalda susurrando y persiguiéndome constantemente.
Se sentía como si fuera la última vez, debido a que todavía rondaba en mi mente la idea de que los demás habían sospechado y se habían enterado de la verdad o habían visto las fotografías. Presentía problemas avecinándose y a Thomas negándome ante el planeta entero porque, según él, era lo correcto. Lo imaginaba pidiéndome darle fin definitivo a lo que teníamos. Oía sus disculpas y veía su rostro arrepentido al darse cuenta de que, después de todo lo que habíamos pasado, yo no sería jamás lo que ella era. Yo no era ni sería nada de lo que él necesitaba o quería.
Introduje la llave en la cerradura, con un suspiro cansado atravesando mis labios. No podía seguir permitiendo que lo que ni siquiera era real me atormentara ni se volviera una obsesión, por lo que me dije a mí mismo que el temor era válido, pero no tenía por qué considerarlo un hecho si Thomas estaría conmigo dentro de unos instantes.
Tal vez todo tendrá un final feliz, pensé en un intento por consolarme. Te estás asustando por cosas tontas que no han sucedido, Dylan. Quizás nunca sucederán.
Cerré la puerta y caminé lentamente sobre el piso alfombrado, encendiendo los interruptores de luz a mi paso hasta llegar a la cama. Esta se hallaba intacta, o al menos así lucía ante mis ojos, porque probablemente la habían hecho hace un rato. El color del cobertor y las sábanas tenían algo que desde siempre me había disgustado, y no necesariamente de esta cama; cada centímetro de tela era blanco y, en contraste con el cuarto completo, que estaba repleto de colores cálidos y acogedores, la cama parecía fría. Lo único que me invitaba a querer dormir ahí era lo acolchada y suave que lucía, y cuando se trataba de la cama en la habitación de Thomas (porque, según lo que yo sabía y había comprobado, la mayoría de las habitaciones en el hotel fueron diseñadas y decoradas de manera idéntica), era él mismo quien me hacía querer dormir en ella.
Cubrí mi boca al bostezar y me encaminé hacia la cama para sentarme a los pies. Mis ojos se sentían un poco más pesados, puesto que el cansancio comenzaba a tener efecto en mi cuerpo, así que pensé que dormir hasta que Thomas llegara a la habitación no era una mala idea. Otro bostezo salió de mi boca y me pasé ambas manos por la cara al sentir que se habían acumulado lágrimas en mis ojos cansados. Luego dejé caer mi cuerpo sobre el colchón, emitiendo un sonido casi inaudible de gozo al hundirme en la comodidad del edredón. Crucé mis manos sobre mi abdomen y observé el techo, blanco y sin un solo rastro de desgaste en la pintura, mientras mis ojos se cerraban un poco más con cada segundo transcurrido.
Escuché la campanilla de una notificación en mi teléfono, lo que me despertó antes de que el sueño me venciera, pero no le presté atención. Solo me senté en la cama nuevamente para quitarme las zapatillas al mismo tiempo que bostecé dos veces seguidas. Después de eso, me subí a la cama para tumbarme de lado, con ambas piernas encogidas y mirando hacia el ventanal. Solo dormiría hasta que Thomas entrara y me despertara, y eso sería todo.
Se plasmaron imágenes vívidas en mi mente, aunque eran un poco borrosas y divertidas ya que no tenían sentido. Ya no veía el ventanal, solo lo que yacía tras mis párpados, y entonces me pregunté en medio de esa nebulosa si es que acaso dormía o no. Continué haciéndome la misma pregunta cuando, durante una conversación muy rara con mi hermana mayor, el sonido atronador de una puerta abriéndose me distrajo. No veía a nadie, sin embargo, escuchaba una voz masculina y reconfortante que reconocía dónde fuera. Y después el mundo se convirtió en el colchón que se movía con el peso de alguien más a mi lado, lo que me ayudó a distinguir mis sueños de la realidad.
Un brazo me rodeó la cintura y el calor me envolvió cuando el torso de la persona se halló presionado contra mi espalda. Inconscientemente, puse mi mano encima de la suya y con mi pulgar acaricié su piel, tibia, suave e inconfundible. Entonces, abrí los ojos y pestañeé un par de veces más para que la somnolencia al fin me permitiera ver sin impedimentos. Luego giré la cabeza hacia él, topándome con una mirada dulce que me hizo desfallecer.
—¿Acabas de llegar? —pregunté con voz ronca, prueba clara de que recién había despertado.
Thomas asintió con una sonrisa que me sorprendió. Su dentadura no estaba a la vista, pero sus ojos resplandecían con un amor nuevo, pero conocido por mí. Hace tiempo que no recibía tal mirada o sonrisa, ambos gestos que yo había empezado a creer que estaban estrictamente reservados para Isabella.
—Veo que no leíste mi mensaje —dijo ignorando mi pregunta, a lo que yo arrugué el entrecejo y reacomodé mi posición para poder mirarlo de frente. Su brazo permaneció encima de mi cintura, esta vez sin un agarre tan firme.
—¿Mensaje? Sí leí tu mensaje cuando estaba en el ascen… —callé al darme cuenta de que el sonido de mi teléfono antes de dormirme había sido el mensaje del que él hablaba— Oh. Ese mensaje.
—Te avisé que subiría a la habitación —replicó mientras yo extraía mi celular del bolsillo y leía, escrito en palabras similares, lo que él acababa de contarme.
—Lo siento —me disculpé sonriéndole con inocencia—, creo que tenía mucho sueño como para leer.
—Así parece —contestó con sus cejas enarcadas, haciendo una mueca que me pareció graciosa.
No esperé más tiempo para atraerlo hacia mí por el cuello, besando sus labios con ternura. Su brazo me sostuvo con mayor firmeza y su mano se empuñó en mi camiseta sin tanta brutalidad a diferencia de otras veces. Un dejo de dulzura y un tenue rastro de tabaco se abrieron paso dentro de mi boca; lo último era producto de un cigarrillo que probablemente había fumado antes de ir a la habitación.
—¿Comiste algo dulce antes de subir? —inquirí, mirándolo a los ojos.
—Es chicle, solo que de un sabor distinto al de siempre —respondió de manera casual y yo esbocé una sonrisa, entretenido.
—Pensé que solo te gustaban los chicles de menta.
—Sí, pero antes de venir acá, Kaya me invitó a fumar un cigarrillo y me di cuenta de que mi paquete de chicles se había acabado, así que ella me ofreció unos que tenía. Creo que eran de sabor a frutas o algo parecido.
Thomas tenía una especie de ritual que usualmente cumplía a la hora de fumar un cigarrillo. A veces, no llevaba a cabo este hábito porque lo olvidaba o solo no quería, no obstante, casi siempre masticaba chicle después de fumar, y el único sabor que de verdad le gustaba era menta. En una de nuestras conversaciones nocturnas me contó más sobre ello y yo lo escuché atento, soltando una que otra carcajada por la que recibí un golpe inofensivo en uno de mis brazos. Sin embargo, me hacía gracia pensar en lo contradictorio que era que me dijera que le encantaba el sabor de los cigarrillos, pero cuánto detestaba que permaneciera en su boca después de haber terminado uno.
—Tu boca sabe mejor de lo normal —le comenté después de un momento de silencio.
Un rosado brillante se manifestó en sus pómulos, bajando por el resto de sus mejillas hasta llegar a su cuello. Y me sonrió, ahora con los dientes a la vista.
—Bueno, creo que te agradezco por el cumplido —respondió antes de apretar aún más mi cuerpo contra el suyo. Yo, siguiendo el juego, le guiñé un ojo con la esperanza de que eso lo pondría nervioso.
Pero no hubo nerviosismo de su parte, o tal vez sí lo hubo y yo fui incapaz de percatarme. Mi sonrisa se desvaneció junto a la suya y sus ojos jamás decidían si fijarse en mi boca o mi mirada; no obstante, parecía ser que su única intención era observarme y dejarme sin aliento. Después de haber tenido mis labios entreabiertos sin saber qué decir, cerré la boca y fui consciente de la sequedad dentro de ella, por lo que tragué saliva mientras pensaba en si preferiría contemplar su mirada o saborearle los labios eternamente.
Esbozó una sonrisa pequeña y me dio un beso casto antes de besarme la frente y abrazarme con sus brazos sobre los míos. Yo rodeé su cintura firmemente, ahogándome en una felicidad plena mientras hundía mi cabeza en su pecho y su perfume se infiltraba en cada fibra de mi ser. Escuchaba su corazón palpitar, cada latido más lento que el otro hasta que un ritmo regular y absolutamente calmante se mantuvo. Había cerrado mis ojos apenas él me sostuvo entre sus brazos, pero ahora no quería volver a abrirlos: una vez más, el sueño me vencía. Me sentía en casa, seguro y dichoso de tener a la persona que amaba junto a mí.
Oí un suspiro que cortó el silencio, aunque dudé si realmente lo había oído o solo era parte de mi subconsciente que había empezado a funcionar. Aquel suspiro cargaba cierto descontento, como si Thomas tuviera razones para no sentirse bien, y el solo pensarlo me consternaba. Sin embargo, me dije a mí mismo que no había de qué preocuparse porque solo era un producto de mi imaginación.
***
Al abrir los ojos me encontré con el cielo oscuro y repleto de estrellas chispeantes. Las cortinas del ventanal seguían abiertas y alcanzaba a divisar encima de la baranda del balcón las luces encendidas de hogares u otros edificios convertidas en diminutos puntos anaranjados o amarillentos. Ninguna de las extremidades de Thomas se hallaba sobre mí y yo aún mantenía la misma posición en la que me había dormido, pero solo una de mis piernas estaba encogida. Una leve cantidad de saliva había caído sobre mi almohada y la comisura de mi boca, por lo que la sequé con el dorso de mi mano antes de recostarme boca arriba y frotar mis ojos, seguido de un bostezo.
Giré la cabeza y allí estaba Thomas, durmiendo plácidamente boca arriba, con la cabeza ladeada sobre un hombro, los labios entreabiertos y todas sus extremidades en distintas posiciones. Tenía un brazo encima del abdomen y el otro sobre la cama con la mano semiabierta, mientras que su pierna derecha estaba doblada de costado y la izquierda estirada encima del pie contrario, ambos pies descalzos al igual que yo. Me acerqué un poco más a él con el cuidado de no despertarlo —aún—, puesto que mi objetivo era otro.
Recargué todo mi peso en mi brazo derecho y me incliné hacia él, besándolo una sola vez. Él arrugó la frente y frunció los labios con un quejido.
—Tommy —susurré cerca de su oreja y le besé la mejilla—. Oye, bello durmiente, despierta.
Nuevamente se quejó, ahora con un gimoteo mucho más sonoro y ronco. Sus facciones eran la personificación pura del fastidio, y solo se volteó para darme la espalda.
—¡Thomaaaaas! —exclamé alargando la última sílaba, sintiéndome como un niño mimado y caprichoso que no había obtenido lo que quería. Me arrodillé en la cama para acercarme más a él y, con ambas manos en su brazo, sacudí su cuerpo suavemente.
—Mm… Dyl, ¿qué pasa? —preguntó, girando la cabeza ligeramente hacia mí y mirándome con un solo ojo abierto.
—Solo quería que despertaras —respondí con mi entrecejo fruncido y los brazos cruzados sobre mi pecho.
Él se comenzó a voltear para poder mirarme y yo me alejé un poco, sentándome con las piernas cruzadas en mi lado de la cama. Descansé la cabeza en la palma de mi mano, serio y a la espera de que Thomas hiciera algo más además de no querer despertar. Lo observé mientras se frotaba ambos ojos y bostezaba, estirando sus brazos y piernas para después sentarse y utilizar el respaldo de la cama como apoyo.
—¿Así que solo querías despertarme?
—Sí —contesté con falsa indiferencia, encogiéndome de hombros con el mentón aún en mi mano.
—Dyl, son las… —Su vista se dirigió hacia el reloj en la muralla— tres y media de la madrugada. ¿Creí que querías dormir?
—Yo nunca dije eso —respondí con un ruedo de ojos.
—Pero cuando llegué estabas durmiendo.
—Me quedé dormido, es cierto, pero eso no significa que yo haya dicho que quería dormir —argumenté y una de las comisuras de los labios de Thomas pareció haberse curvado por un segundo.
—Yo pienso que es lo mismo. Lo hayas dicho o no, querías dormir.
—No es lo mismo. Además, hemos dormido cuánto… ¿ocho horas?
—Cuatro —me corrigió.
—Bueno, cuatro horas para mí son suficiente. —Thomas no ocultó su sonrisa esta vez.
—¿Lo dices en serio?
Asentí y tragué saliva, bajando al instante la vista hacia el edredón. Busqué algo con qué entretenerme para ignorar la timidez repentina que sentía, así que comencé a enrollar en mis dedos un hilo descosido que sobresalía de la tela.
—Creí que lo sabías, pero… yo no vine aquí exactamente a dormir.
No sé de dónde surgía tal timidez cuando quería decirle lo que en realidad quería hacer con él. Quería ser descarado, no tener vergüenza a la hora de hablar acerca de cuánto lo deseaba, no solo de manera romántica. Pero ahora, debido a los profundos sentimientos ocasionados por él, pasaba todo el tiempo a su lado sonrojado, riendo nervioso y agachando la cabeza.
Escuché a Thomas reír ante lo dicho y alcé la vista para mirarlo, encontrándome con una de sus cejas arqueadas de un modo casi caricaturesco. Con sus brazos se impulsó para acercarse a mí un poco más y se sentó en la cama con ambas piernas dobladas hacia un solo lado.
—¿Ah, sí? —replicó, su voz mucho más grave.
Si soy sincero, no sé si intentaba burlarse o solo me seguía la corriente, pero la verdad es que me daba igual. Me relamí los labios y le respondí con un movimiento afirmativo de mi cabeza.
—Vine a pasar tiempo contigo, Tommy.
—¡Pero dormir conmigo es pasar tiempo juntos! —me contestó entre risas. Ahora no era una burla, sino que parecía reír porque comprendía cuál era mi punto.
—Eres un aguafiestas —dije aparentando seriedad, cuando en realidad solo bromeaba.
—Oye, tú te dormiste —se defendió con ambas manos en alto y una sonrisa socarrona en su rostro—. Creo que el aguafiestas aquí es otro.
—Solo iba a dormir hasta que llegaras y después haríamos el amor. Ese era el plan —le expliqué, hallando la manera de dejar la timidez de lado gracias a nuestra conversación, que era una mezcla de seriedad y jugarretas.
—¿El plan? —repitió con los ojos más abiertos y las cejas elevadas, pero la sorpresa reflejada en su cara no era negativa, en absoluto.
Chasqueé la lengua y puse los ojos en blanco.
—Bueno, mi plan. Tu plan era fingir que yo te había prestado una camiseta que nadie jamás te vio usar porque nunca te he prestado una, y mi plan era dormir mientras subías a la habitación y después tú me despertarías para tener sexo, y después de eso, dormiríamos. Si te fijas bien, nos estamos saltando la parte más importante de mi plan.
—Entonces, ¿quieres tener sexo? ¿No hacer el amor?
—Creo que cualquiera de las dos estaría bien, aunque… en nuestro caso, ambos conceptos significan lo mismo.
—Está bien. Entonces… ¿Quieres tener sexo y hacer el amor? —formuló la pregunta, esta vez con picardía en su voz.
—Um… ¿Sí? —respondí como si se tratara de algo obvio— ¿Tú no?
—Por supuesto que sí.
—Genial —dije juntando mis manos en un aplauso que hizo eco dentro del cuarto—. Entonces… Tengamos sexo.
—Y hagamos el amor.
—Sí.
—No sé por qué seguimos hablando —murmuró y se aproximó a mí, tomando mi rostro con una mano para besarme. Sin embargo, yo corrí mi cara antes de que nuestras bocas se tocaran—. ¿Sucede algo?
—Tengo una idea.
De inmediato me puse de pie con una sonrisa y empecé a buscar sobre la cama mi teléfono, puesto que este no estaba en los bolsillos de mi pantalón desde la última vez que lo había revisado antes de dormirme de nuevo.
—Oh, okay. Una idea… —dijo en voz baja, procesando la información recibida. Yo lo miré al oírlo hablar: tenía la vista perdida en el cobertor, el ceño fruncido y se pasó la lengua por los labios un par de veces, hasta que segundos más tarde alzó la mirada como si al fin hubiera comprendido— Espera, ¿qué?
Reí al ver su confusión, apoyando mis dos manos sobre el colchón y bajando la mirada. Al levantarla, divisé parte de mi celular bajo la almohada con la que yo había dormido, por lo que lo tomé entre mis manos y deprisa lo desbloqueé.
—Solo mira —le ordené apuntándolo con mi índice izquierdo, mientras que con mi mano derecha presionaba botones en la pantalla táctil.
No sabía con total certeza qué era lo que tenía planeado. Solo me dejé llevar por mis instintos e improvisé, lo cual no siempre era una buena idea, pero improvisar era uno de mis fuertes. Sabía que lo que haría a continuación tal vez se clasificaría dentro de la categoría de lo ridículo, pero solo quería que lo que normalmente hacíamos dentro del cuarto fuera un poco más memorable que otras veces.
Deslicé mi pulgar hacia arriba en mi lista de canciones, buscando la canción de Aerosmith que hace días había escuchado y era, según yo, perfecta para la ocasión.
—Dyl, ¿qué mierda estás…?
Thomas calló cuando la música sonó en cada rincón de la habitación. Los parlantes de mi celular no tenían mucha potencia, mas la canción sonaba lo suficientemente fuerte para que los dos pudiéramos oírla. Mis ojos pasaron de mirar la pantalla del aparato en mi mano a ver el desconcierto en la cara de Thomas, que tenía la boca semiabierta, pero no decía nada. Mientras tanto, yo lo contemplaba con una sonrisa de labios cerrados, esperando una reacción más concreta.
—¿Es en serio? ¿Crazy? —dijo al fin en un tono que me hacía pensar que creía que yo bromeaba.
—Es una buena canción, ¿no crees?
—¿Para un stripper? —replicó con una pregunta retórica— Sí.
—¡No, Tommy! Me refiero a que es una linda canción. Ya sabes, hace que el ambiente sea más romántico y toda esa mierda.
Thomas rió y se llevó una mano a la cara, suspirando como si pensara que no tenía remedio debatir contra mí y mis ideas. Yo solo le sonreí con alegría al darme cuenta de que su reacción frente mi propuesta había sido positiva.
—Okay, puede que estés en lo cierto —razonó, estirando las piernas y moviéndose a lo largo del colchón hasta sentarse a los pies de la cama. Luego, mirándome con la mitad superior de su cuerpo volteada hacia mí, continuó—. Pero sigo pensando que es la canción de un stripper.
—¡Oh, vamos! —insistí— Es una linda canción. Aerosmith hace lindas canciones para tener sexo, ¿cierto?
—Y ¿cuál es tu idea? ¿Hacerme un baile de striptease?
Su última pregunta fue pronunciada de manera diferente; no era el simple tono divertido con el que había hablado anteriormente. Las comisuras de mis labios se elevaron involuntariamente y caminé con lentitud alrededor de la cama hasta detenerme frente a él, utilizando una rodilla para separar un poco más sus piernas, así me podría posicionar entre ellas.
—A decir verdad… —comencé y acaricié su mejilla con mi pulgar, inclinándome ligeramente sobre él debido a la diferencia de altura— esperaba que tú me hicieras uno.
La lujuria en sus pupilas se ocultó tan pronto Thomas rodó los ojos y, con sarcasmo, respondió:
—¡Por supuesto, Dylan! Y después si quieres también hago un espectáculo completo al estilo Moulin Rouge solo para ti.
—No suena mal —comenté, haciendo una mueca mientras me encogía de hombros y jugaba con un mechón de cabello que caía sobre su frente.
—No sé en qué momento esto se convirtió en un juego de roles, pero… ¿qué tal si tú me bailas? ¿Mm?
—¿Yo?
—Sí, tú. Yo no sirvo para estas cosas —explicó, moviendo su palma desde mi abdomen hasta ascender a mi pecho, casi pretendiendo solo alisar los pliegues de mi camiseta, pero provocándome escalofríos con su tacto—. En cambio, estoy seguro de que tú fuiste hecho para esto.
—Mm… no lo sé, Tommy. Si así fuera, no me habría dedicado a la actuación —contesté, mi mano ahora descansando en su hombro y la otra a un costado de su torso—. Pero ¿sabe qué, señor Sangster? Por ser usted, haré una excepción. Aunque un espectáculo privado posee cierto precio…
—Pagaré lo que sea por un espectáculo de calidad —afirmó dentro de lo que, al parecer, ahora era su rol, aunque detrás de su voz seductora había un rostro sonrojado y una sonrisa algo avergonzada que él había cubierto con otra mucho más segura.
Al igual que él, yo no tenía certeza de lo que hacíamos, no obstante, ambos continuamos lo que ya habíamos empezado con acciones que no nos incomodaban. Antes de proseguir, me incliné unos centímetros más, por lo que debí apoyar las manos (una de ellas todavía sosteniendo el celular) en sus muslos para mantener el equilibrio. Cuando nuestros rostros se encontraron tan cerca que nuestros labios rozaban, susurré:
—Ten, pon la canción de nuevo y te bailo cuántas veces quieras. —Él bajó la mirada hacia el teléfono que le estaba tendiendo con mi mano izquierda y lo recibió. Justo en ese momento, yo tomé distancia y di media vuelta para ir al baño, cuya puerta se hallaba frente a nosotros.
Abrí la puerta y me oculté tras la pared para esperar a que la canción se reprodujera desde el principio. Entretanto, todo el atrevimiento y poder de seducción que creí tener antes de atravesar el umbral se quedó allá afuera, dejándome con un rostro que ardía y un estómago apretado por los nervios que me producía el hacer una ridiculez como la de ahora.
—O’Brien, te estoy esperando —canturreó Thomas. Fue entonces cuando me percaté de que la canción había comenzado de nuevo.
Antes de quedar a la vista e indefenso ante él, reí por lo bajo sin una razón en específico y respiré profundo. Me paré justo bajo el umbral de la puerta, recargándome en este con ambos brazos cruzados sobre mi pecho y una pierna cruzada sobre la otra. Luego bosquejé una sonrisa ladeada que tenía el objetivo de parecer seductora, mas, francamente, sentía que la situación en sí era absurda y solo quería estallar en carcajadas junto a Thomas, quien también demostraba estar aguantando las ganas de reírse de mí.
—De acuerdo, ehm… ¿Y ahora qué? —pregunté entre risas.
—No lo sé, creí que tú eras el experto. Te recuerdo que yo solo soy un cliente.
—Sí, sí. Solo bromeaba —le aseguré en una pose mucho más relajada con un guiño de mi ojo derecho.
Lentamente y al ritmo de la música, me acerqué a él mientras empuñaba las manos en los bordes de mi camiseta, levantándolos una que otra vez de manera insinuante. Sin embargo, Thomas se cubrió la boca con una mano, como si así pudiera esconder sus carcajadas. De todos modos, no era su culpa que mi «baile» en realidad no fuera otra cosa más que movimientos desastrosos y descoordinados de manos y pies.
No aguantó ni un minuto más para ponerse de pie con una sonrisa y sus ojos cristalizados debido a las lágrimas que le habían brotado al reír. Yo me detuve en mi lugar, también riendo, pero menos que él, y le permití agarrarme por las caderas para tenerme aún más cerca.
—¿Sabes? —susurró en mi oído, para después besarme bajo el lóbulo de mi oreja, justo donde estaba mi pulso, que posiblemente no se encontraba dentro de los rangos normales— Quizás es mejor si dejamos el striptease de lado y tenemos sexo con una linda canción de Aerosmith que fue hecha para eso. ¿Te parece?
Su cara todavía seguía a un lado de la mía. Su aliento chocaba contra la piel de mi oreja y cuello, lo que me ponía los pelos de punta sin la necesidad de que me pusiera una mano encima. Volvió a besar la misma zona, aunque ahora se esmeró en prolongar la acción al lamer mi piel. Yo iba a responder a su pregunta, pero todo lo que hice fue asentir y morderme el labio mientras mis manos se colaban por debajo de su camiseta.
Él continuó con los besos a lo largo de mi cuello, deslizándose por mi mandíbula hasta que su boca llegó al lugar que yo más deseaba tenerla. Entonces, lo besé con ímpetu. Mis manos recorrían su espalda en busca de algo incierto; sin importar cuántas veces habíamos hecho el amor y si ya me sabía cada parte de su complexión como si fuera la mía, quería volver a conocer su cuerpo. Quería conocer cada lugar de él, marcar mis huellas dactilares y labios sobre su carne, morderle la boca y que nadie más tuviera la capacidad de provocar en él lo que yo hacía.
Poco a poco fuimos moviéndonos hasta que Thomas chocó contra la cama, por lo que él cayó sentado sobre esta y yo me lancé encima, sentándome a horcajadas en su regazo. Él introdujo su lengua dentro de mi boca y yo lo imité, desatando un beso mucho más ferviente y hambriento que era interrumpido por sus gemidos o los míos cada vez que yo movía mis caderas y frotaba su entrepierna con la mía. Cada sonido, toque y movimiento me incitaba a desear más y más a medida mi erección aumentaba y se volvía molesta con el pasar de los minutos al estar aprisionada por mis pantalones.
Con minuciosidad, jalé de su camiseta para quitársela, pero cuando él alzó los brazos e intenté levantarla, algo no permitió que esta pasara más allá de su cuello. Thomas empezó a reír, pero a mí me dominó la impaciencia y comencé a forcejear y jalar de la tela hasta que se oyó un crujido y por fin logré deshacerme de la prenda. Cuando la tuve entre mis manos, ambos pudimos ver que algunos hilos en el cuello de la camiseta se habían descosido y había un pequeño agujero en medio de la costura.
—Me debes una camiseta —gruñó Thomas en mi boca. Sin mirar, lancé la camiseta al piso y reí, mordiéndole el labio inferior.
—Todas las que quieras, Tommy.
Continué con mi labor de recorrer su torso, ahora desnudo. Me dediqué a palpar su estómago, tomándome mi tiempo para ascender desde la línea de vellos que se formaba hasta su ombligo, hasta parar en su pecho y jugar con uno de sus pezones. Sus dulces gemidos fueron amortiguados uno tras otro por mi boca, mientras que yo utilizaba mi índice y pulgar para rodar el pequeño y endurecido botón de carne o solo presionarlo, alternándome entre sus dos pezones para averiguar qué era lo que más le causaba placer.
Después de un momento, me abalancé cuidadosamente encima de Thomas, que movía sus manos por mi espalda y abdomen y subía la tela de mi camiseta hasta la cintura; no me la quité ni le ayudé, puesto que deseaba complacerlo por un poco más de tiempo antes de que fuera mi turno. Arrastré los labios por su pecho desnudo y deposité diminutos besos en su piel blanca y cubierta de vellos del mismo color de su cabellera, tan finos que a simple vista no se podían distinguir. Succioné un pezón y un cosquilleo apareció en mi vientre al oír sus gemidos y sentir cómo sus dedos jalaban y acariciaban mi cabellera. Luego lamí un sendero a lo largo de su abdomen hasta terminar en su vientre bajo, encontrándome con la pretina de sus jeans que cortaba el camino de vellos rubios con dirección a su miembro.
Desabroché el botón metálico en cuestión de segundos y bajé la cremallera, jalando de la ajustada prenda hasta que esta se atascó en la mitad de sus muslos, justo debajo de su trasero. No entendía por qué justo ahora me era tan difícil desnudarlo, y mucho menos cómo lo hacía él para ponerse esos pantalones en cada pierna, subirlos y abrochar el botón sin inconvenientes.
—¿Algún problema, Dyl?
Alcé la mirada y me encontré con su sonrisa burlona, haciéndome sentir inútil por no poder realizar una tarea tan sencilla como quitarle el pantalón a una persona.
—Creo que hoy tu ropa me odia —expresé, molesto—. Nunca entenderé por qué usas jeans ajustados. ¿Por qué solo no usas Levi's o... no lo sé, caquis?
—¡No son tan ajustados! Solo exageras. Además, no sé por qué te quejas si te gustan de todos modos.
Rodé los ojos y, cuando por fin conseguí remover la prenda de sus muslos, estos se deslizaron con facilidad a lo largo de sus pantorrillas. De manera simultánea, mis labios tantearon sus piernas como si las estuviera midiendo con cada beso dado. Los jeans pasaron a formar parte de la alfombra al igual que sus calcetas, y yo me devolví por sus piernas largas y eternas hasta alcanzar sus muslos, besando todo lo que no estuviera cubierto por sus bóxers.
Cogí su erección con una mano y masajeé el bulto atrapado dentro de su ropa interior. Después regresé siguiendo el mismo rastro húmedo de besos que había dejado sobre su estómago; mis labios se movieron por su esternón hasta llegar sus clavículas, lugar que mordí deliberadamente al igual que su cuello, ocasionando gimoteos que me hicieron soltar gruñidos como respuesta.
—I need your love, honeyyyy! I need your looooove —canté contra su piel en un volumen bajo pero no inaudible, puesto que mi boca estaba cerca de su oreja— Craaazy! Craaazy, crazy for you, baabyyy.
—En una sola noche, descubrimos que ni el striptease ni el canto son parte de tus talentos —susurró él con una risita, a lo que yo sonreí, mirándolo a los ojos.
—Eres malvado, Sangster.
—¡Solo digo la verdad! —se defendió entre carcajadas que fueron acalladas rápidamente cuando lo mordí en la zona donde el cuello y hombro se unen.
Percibí la forma en que inhaló tan repentinamente y me enterró las uñas alrededor de las escápulas. Succioné su piel con el propósito de marcarla por unas horas, dándole el toque final con una lamida encima del rastro temporal que dejaron mis dientes y labios.
Me abrí paso con otro camino de besos en su mandíbula para hacer una parada en lo que ya conocía como su punto débil. Lamí bajo su oreja, mordiendo y besando el lóbulo con tanta delicadeza que no podía pasar inadvertida la forma en que se retorcía de placer debajo de mi cuerpo. Los gemidos resonaban dentro del cuarto, suaves y combinados con jadeos y lapsos silenciosos. Él me apretaba el trasero con una mano y con la otra recorría mi espalda sudada bajo la camiseta, la ternura y lujuria mezclada en sus caricias.
—Quítate la ropa —susurró suplicante cuando lo besé en la boca—. Dylan… quítate la ropa.
Planeaba ignorar sus palabras por unos minutos más antes de desvestirme y darle el gusto, por lo que mi concentración se mantuvo en la mano que escabullí entre nuestros cuerpos para acariciar su erección, prominente y ansioso por recibir toda mi atención. Utilicé mi pulgar para hallar las zonas que, con un solo toque, lo hacían gemir involuntariamente y con el resto de mis dedos toqué todo lo que estaba a mi alcance, aunque, lógicamente, nada era suficiente si su ropa interior estaba en medio.
—Por favor, amor—rogó antes de volver a gemir, cerrando los ojos.
Mis movimientos pausaron al oír esa palabra, aquel sobrenombre que jamás había usado conmigo. La parte de mi cerebro que siempre está repleta de pánico y ansiedad me alertaba que en realidad Thomas imaginaba a alguien más —Isabella, por supuesto— y me había llamado así por equivocación; la otra parte, mucho más sensata y calmada, me explicaba que no era más que otra demostración de cariño que yo debía aceptar y apreciar. No podía comenzar a dudar ahora, cuando prácticamente estábamos en medio de algo importante.
—¿Por favor qué? —pregunté, meloso y sonriente, besando su cuello y reanudando la atención que le estaba prestando a su entrepierna.
—Quítate la ropa —gimió y su mano apretó una de mis nalgas con más fuerza; a pesar de que mis jeans las cubrían, solté un gemido ruidoso y similar a los suyos—. Esto es injusto.
Finalmente, acaté y terminé lo que para él parecía una verdadera tortura. Nuevamente me senté a horcajadas, sin embargo, ahora su pene entraba en contacto mucho más con mi trasero que con mi propia erección, algo que, siendo honesto, normalmente él hacía y me volvía loco. Pero a medida me despojaba de mi camiseta y desabrochaba el botón de mi pantalón, él intentaba ayudarme y producía movimientos de mis caderas que yo no podía evitar, los que desencadenaban sensaciones nuevas y deliciosas. Sabía que con esto me estaba aventurando en una experiencia que podría terminar tanto bien como mal, pero el solo hecho de que ya había comenzado de buena manera era el incentivo que necesitaba para seguir adelante y averiguar qué era lo que me esperaba.
Sus manos asieron mis caderas desnudas cuando los jeans solo me cubrían la mitad del trasero y dejaban mis bóxers grises a la vista. Volví a inclinarme sobre su cuerpo y tomé su cara entre mis manos para besarlo en los labios al mismo tiempo que el vaivén de mis caderas no cesaba. Su erección y la mía a veces rozaban, al igual que mi trasero también producía una sensación agradable tanto para él como para mí, lo que convertía el nudo creciente en mi abdomen cada vez más insoportable.
Cuando creí que ya había sido suficiente para ambos, y que yo extrañamente comenzaba a necesitar de mucho más tacto que él, me quité de encima y me deshice con agilidad de mis pantalones negros y calcetas. Al detenerme por un instante, percibí que, debido al calor, se habían acumulado gotas de sudor en mi cara y que de pronto el ambiente se sentía mucho más frío y refrescante a diferencia de mi temperatura corporal. Me pasé una mano por la frente para enjugar las gotitas que estaban a punto de caer por mi sien y vi a Thomas incorporándose sobre la cama, apoyándose en su codo izquierdo para contemplarme cual persona hambrienta contempla un banquete con las tripas rugiendo.
—¿Qué esperas? —preguntó y yo regresé a la cama sin vacilar.
Percibí cómo su respiración poco a poco iba mucho más deprisa mientras mi corazón golpeaba sin parar dentro de mis costillas. Nuestras lenguas jugueteaban entre sí y el sabor a frutas y tabaco aún danzaba sobre mis papilas gustativas, un dulce abismo en el que me perdí sin escapatoria.
Sus piernas rodearon mi torso y sus manos vagaron por mi pecho y vientre a un ritmo gradual que aumentó al estar cerca del bulto en mi ropa interior. Entonces, tomó en una palma mi pene todavía cubierto por la tela de los bóxers y los espasmos corrieron a través de cada terminación nerviosa que mi cuerpo posee. Fruncí el ceño, disfrutando de las caricias rebosantes de placer, pero confundido porque había algo que faltaba y hace un rato había sentido, algo que yo sabía que podía pedir, pero no estaba seguro de qué era. Tampoco tenía la certeza de qué era precisamente lo que quería, mas no podía saberlo si ni siquiera tenía una idea concreta en mi mente.
Él sonrió al besarme entre mis gemidos y jadeos, cada vez más fuertes y seguidos. Sin embargo, su mano cesó todo movimiento de forma repentina, como también me sorprendió al girarnos abruptamente, quedando yo debajo de él. La sangre bombeaba en mis oídos al ver la sonrisa traviesa dibujada en su boca, la cual desapareció junto a su rostro cuando él descendió a lo largo de mi torso hasta el elástico de mis bóxers. Me incorporé, recargándome en ambos brazos sobre el colchón, y observé a Thomas remover la prenda de ropa restante en mi cuerpo mientras que yo elevaba mis caderas para facilitarle el trabajo.
Cuando los bóxers ya no eran un obstáculo, sus labios se posaron en los huesos sobresalientes de mi pelvis. Su lengua iba y venía de un lado a otro, logrando que yo elevara las caderas instintivamente. Luego de esto, separó mis piernas con ambas manos para besar la parte interior de mis muslos, pero sin dar ni un solo toque a mi entrepierna. Yo lo contemplaba, atento a cada acción y todavía preguntándome si debía decir algo o era mejor permitir que mi cuerpo hablara por sí solo; solo sabía que si precisaba de algo más, debía descubrirlo pronto, sino solo me quedaría dejar de pensar tanto y sucumbir al placer que Thomas me entregaba.
Mis ojos siguieron aquella vista privilegiada que tenía en frente de mí. Se relamió los labios y con una mano sostuvo mi pene erecto para comenzar a subir y bajar la mano en un movimiento constante. Cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás al sentir que lamía mi miembro y se lo engullía una y otra vez; no necesitaba mirar para imaginar lo que ocurría, y eso alimentaba al nudo en mi abdomen que no paraba de crecer y solo pedía ser desatado pronto, pero no así. No hacía más que gemir y, al sentir que mis brazos enflaquecían, me recosté por un segundo y busqué dentro de todo el placer y la lujuria la forma de comunicarle a Thomas lo que ahora creía entender.
—Thom- Thomas… —tartamudeé, gimoteando y tragando saliva para recuperar la compostura.
—¿Mm?
—Para… —le supliqué, a lo que él no tardó en obedecer. Yo solté una bocanada de aire y me volví a incorporar con el peso de la parte superior de mi cuerpo recargado en mis brazos.
—¿Qué? ¿Tan pronto? —preguntó incrédulo. Tenía los labios brillantes de saliva y los ojos demasiado grandes y abiertos, expresando temor— ¿Hice… Hice algo mal?
—¡No! No, para nada —respondí, entrando en un mini estado de pánico al darme cuenta de que lo había hecho pensar que él era el culpable de algo que no hizo—. Hiciste todo perfecto, de verdad. Es solo que…
—¿Dyl? Es en serio —me interrumpió y se movió a un lado para subir a gatas hasta que nuestros rostros se encontraron a la misma altura—. No quiero que me mientas diciendo que yo no hice nada mal si es que en realidad hice algo que te molestó o incomodó. Si quieres, podemos dejarlo hasta aquí y...
—¡Agh, no! ¡No es eso! —exclamé y me cubrí la cara con una mano, frustrado al no hallar las palabras para expresarme— No sé cómo decirlo y… y creo que acabo de arruinarlo todo. Lo siento.
Después de disculparme, me acosté otra vez en la cama y cerré los ojos, resignado al hecho de que eso sería todo y simplemente no tendríamos sexo esa noche. No obstante, escuché la risa de Thomas haciendo eco en medio del silencio nocturno. Una carcajada suave, cálida y que me brindaba seguridad, algo que escaseaba bastante en mi vida últimamente.
—Dyl, no arruinaste nada. De verdad. No creas que por esto yo ya no quiero tener sexo contigo.
—¿Estás seguro? —pregunté, abriendo los ojos para contemplar su silueta en contraste con el ventanal y la luz, que todavía estaba encendida.
—Sí.
—¿Cien por ciento seguro?
Thomas reafirmó su respuesta al asentir con la cabeza.
—Puedes decirme lo que sea, Dyl. Yo no te juzgaré y, si es algo que no entiendo del todo, de verdad intentaré hacerlo.
Ahora yo asentía ante su confirmación de complicidad entre los dos. Me senté en la cama, acomodándome para comenzar a explicar qué me había sucedido.
—Hace un rato… Cuando me estaba quitando la camiseta, yo… —traté de explicar, aunque todo lo que conseguía pronunciar eran oraciones sin cohesión ni coherencia— Sentí algo raro, cuando estaba sentado encima de ti y… se sintió bien, pero… recordé que normalmente eso lo haces tú. Lo que quiero decir es… Yo siempre soy el que hace ciertas cosas y admito que a veces me gustaría probar… intentar cosas nuevas y… o sea, lo que yo… —suspiré, aún más frustrado que antes, y callé.
Me pasé una mano por el cabello y agaché la cabeza, hasta que me obligó a alzar la mirada al poner su mano bajo mi mentón. Con el pulgar trazó delicadas caricias a la vez que me dedicaba una sonrisa demasiado tierna y encantadora para ser real.
—Dyl, dime qué es lo que quieres. Dímelo, y lo haré.
La forma en que me dio aquella orden no era severa ni me dejaba sin alternativas. Es más, yo entendía perfectamente que si no quería contarle, no era necesario. Sin embargo, obviamente esa no era la opción ideal para ninguno de los dos. Thomas solo me pedía honestidad en este momento, nada más que eso, y, a decir verdad, la manera en que se expresó logró que mi libido, que yo ya creía opacada por otros sentimientos de angustia, aumentara aún más.
Me humedecí los labios y tragué saliva, inhalando una gran bocanada de aire antes de pronunciar en pocas palabras lo que nunca antes se había pasado por mi mente.
—Quiero… Quiero que me hagas el amor.
Mi voz tiritó al expresar tal deseo y otra vez tragué saliva, aguardando impaciente la reacción de Thomas. Pensé que tal vez me diría que estaba loco y que cuando se refería a que él haría lo que yo quería, eso no estaba incluido. Ya podía imaginar sus carcajadas burlescas seguidas por un silencio y la típica pregunta sorprendida: «ah, ¿no bromeabas?» No obstante, el brillo en su mirada me contestó junto a la sonrisa mucho más amplia que apareció en su rostro.
—Solo tenías que pedirlo —susurró sobre mis labios.
Sus ojos casi se habían convertido en uno solo debido a lo cerca que se encontraba su rostro del mío. Una de sus manos reposaba en mi cara, tibia y tranquila mientras me acariciaba las mejillas con sus nudillos y pulgar. Nuestros labios rozaron por breves instantes, sintiéndose entre sí con paciencia y sin apuro. Luego, se alejó un par de centímetros para recorrer cada parte de mi cara con la mirada. Mi frente, mis ojos, mi nariz, mi boca. Me observaba con detención absoluta, reparando en cada detalle como si emprendiera una búsqueda sin principio ni fin. Se relamió los labios al regresar a mis ojos, y yo sentí que mi corazón acababa de ser encerrado en un calabozo bajo cientos de llaves, todas escondidas en un lugar impensable del que yo no estaba seguro si quería saber. Pero, a pesar de que mi corazón estaba cautivo, latía con alegría, lo que instintivamente me hizo apretar el torso de Thomas solo un poco más fuerte para convencerme de que el hombre frente a mí y todo lo que él me provocaba era real.
Una sonrisa se extendió en mis labios, la cual fue respondida por una menos expresiva, pero que sí alcanzaba las comisuras de sus ojos. No era hasta ahora que lo contemplaba atentamente que veía cómo una emoción conocida por mis sentidos, pero que todavía no era concreta, tomaba forma. Aquel suspiro entristecido que había oído antes de caer dormido no era un simple producto de mi subconsciente; tenía sentido, pero era contradictoriamente ilógico. Solo quería comprender de dónde provenía la repentina aparición de esas pupilas tan felices como ensombrecidas que me miraban y avivaban mis inseguridades.
Mi sonrisa flaqueó de inmediato, sin embargo, la suya se volvió tres veces más grande que la mía, como si de un momento a otro me hubiera robado las razones para ser feliz. La pesadumbre de la que acababa de ser testigo se empapó de amor, por lo que dudé un par de veces, preguntándome en silencio si acaso debía escuchar de su propia boca que todo estaba bien para al fin poder estar en paz. Pero Thomas ni siquiera me dio la oportunidad de hacerle saber mis inquietudes, puesto que su boca no me lo permitió. Mis párpados se cerraron con lentitud y percibí los sonidos que se producían cada vez que inhalábamos, un ritmo que era exactamente lo contrario del movimiento suave y pausado de nuestras bocas.
El tiempo nunca sabía de qué lado estar y el reloj era tan cambiante que, a veces, un minuto bastaba para sentir que lo había besado por un día entero; otras veces, la noche era efímera y en un abrir y cerrar de ojos se marchaba llevándose a Thomas consigo. Ahora, en este preciso instante, los segundos corrían con lentitud. El tiempo se había inmovilizado y yo de una sola cosa estaba seguro: solo me importaba que el tacto de Thomas se impregnara por siempre en mi piel, que sus besos se inmortalizaran en mi cuerpo y que su amor hiciera de mi alma su hogar eterno.
Su pulgar delineaba mis pómulos con caricias suaves. Incliné la cabeza hacia su mano, dejándome llevar por el cariño inocente y el dulzor a punto de extinguirse del chicle que había estado en su boca horas atrás. Nuestros pechos, unidos, subían y bajaban, y yo solo me apegaba mucho más a él estrechándolo por la cintura hasta alcanzar el punto en que no existía la manera de conseguir una mayor proximidad que esa. Mis manos se mantuvieron en la parte baja de su espalda, quietas y sin la intención de acabar con la parsimonia que rondaba en el ambiente. No obstante, una mordida delicada en mi labio inferior me hizo cambiar de opinión.
Era difícil para mí descifrar lo que deseaba, a pesar de que había sido bastante claro al contárselo a Thomas. Porque quería que Thomas me hiciera el amor, mas no sabía si esperaba una copia exacta de todas las veces en las que yo estuve en su lugar actual o si tenía que averiguar junto a él qué es lo que sucedería a continuación, puesto que entre ambos no existía una diferencia demasiado considerable en cuanto a experiencia.
Con el pasar de los minutos, Thomas sí comenzó a dar indicios de que la diferencia de experiencias sexuales entre los dos no era una brecha tan angosta como yo pensaba. Y tenía sentido si tomaba en cuenta que él era el primer hombre con el que yo mantenía una relación tanto sexual como romántica, mientras que para él hace años que esto no era una gran novedad. Así que simplemente atiné a besarlo con el mismo nivel de control con el que él hundía sus dedos en mis caderas. Quería esto, yo mismo le había pedido a Thomas que lo hiciera, pero un pequeño temor salió a la superficie al darme cuenta de las probabilidades de decepcionarlo.
No sabía precisamente qué hacer con mis manos y, aunque intentaba guiarme por mis impulsos, solo pensaba en lo que haría a continuación para que todo resultara bien y que él también disfrutara. Los huesos de mi pelvis chocaron contra los suyos, haciendo que nuestras erecciones rozaran y un gemido saliera de los labios hinchados y rojizos de Thomas. Sus manos asieron aún más mis caderas, moviéndose un poco más hacia mi trasero y marcando cada huella dactilar en él. Imaginaba cada pinta roja que resaltaba en medio de un mar de carne pálida y lunares, adornado por media lunas de tonos carmines realizadas por sus uñas. El placer se diseminó por todo mi cuerpo con cada toque de sus manos inquietas, y lo que más quería era dejarme llevar, pero no podía apartar los nervios que me producía el no tener idea de lo que yo tenía que hacer. Incluso la situación me recordaba a mi primera vez —aunque, de cierto modo, sí se podría decir que era mi primera vez—, la cual acabó siendo, más que un desastre, una decepción debido a mis altas expectativas respecto al sexo, todas creadas por mi mente de 17 años.
Todavía gozaba de sus besos intensos, los que exigían más con cada roce. Mis labios se sentían hinchados, pero su boca poseía tal adicción que no habría culpado a nadie por querer estar en mi lugar. Llevé una de mis manos a su trasero, mientras que la otra la escabullí en medio de ambos para tomar mi pene y frotarlo contra el suyo, masturbándonos así mutuamente.
Tragué saliva con mis ojos cerrados al experimentar un gran placer en cada parte de mi cuerpo. De manera simultánea, el cuerpo de Thomas tembló acompañado de un gemido, sonido que fue una invitación para ver su rostro como si se tratara de un espectáculo. Cada gesto me incitaba a continuar con lo que ya había empezado y me entregaba satisfacción: la vulnerabilidad de hace un rato se había desvanecido junto al muchacho inexperto (que, en realidad, todavía era) que se había apoderado de mí.
Él reposó la cabeza en mi hombro y sus dedos se hincaron con tanta fuerza en mi espalda que creí que me atravesarían la piel. Luego, me dio un beso rápido, esbozando una sonrisa camuflada por la forma en que se mordía el labio inferior mientras gemía con los ojos cerrados. Yo también cerré los míos, expresando vocalmente que esto me encantaba tanto como a él, y, al mirarlo otra vez, solté una risa jadeante y ligera.
Mi risa se desvaneció junto al placer cuando Thomas estrelló sus labios contra los míos y tomó mi muñeca para detener el movimiento de mi mano y luego girarnos de manera que yo me encontrara bajo él.
—Si seguías haciendo eso, iba a ser imposible para mí aguantar por mucho tiempo —me informó tan pronto se alejó de mí, entre risas e intentando recuperar el aliento.
—Oh, hum… Lo siento, no quise…
—¿Por qué te disculpas? —me interrumpió, frunciendo el ceño.
Se pasó la lengua por los labios y me observó atento, aguardando pacientemente por una respuesta entretanto sus nudillos pintaban suaves patrones circulares en mi cara. Su otro brazo se hallaba a un lado de mi cabeza, apoyado en la cama para no cargar todo el peso de su cuerpo sobre el mío. Y yo lo miraba en silencio. Ahora mis manos yacían estrechadas encima de su espalda baja, rodeando su torso, y no sabía qué contestar, puesto que no quería que pensara que era absurdo que me disculpaba por pensar que había hecho algo mal.
Cuando corrí la mirada, él volvió a hablar.
—Dyl, sé que… sé que dijiste que querías esto, pero... ¿creo que estoy comenzando a creer que quizás no es tan así? —expresó, confundido.
—¿Por qué pensarías eso? —repliqué, retomando el contacto visual— Por supuesto que quiero esto, por eso te lo pedí.
—Entonces, ¿qué es lo que te incomoda? Porque es evidente que hay algo que no me has dicho.
—No es nada, Tommy. Solo déjalo así.
—Dylan, estás tenso —me contestó, casi como si me estuviera regañando—. No puedes decirme que no es nada.
—Solo estoy un poco nervioso, nada más.
—¿Por qué? ¿Porque es tu primera vez?
Mi rostro enrojeció.
—No es mi primera vez —refuté con la frente arrugada y Thomas rodó los ojos.
—Sabes a lo que me refiero.
—Es solo que… —suspiré, intentando hallar las palabras correctas para explicarme— No sé qué hacer. No sé si debería hacer algo con mis manos o si solo debería dejar de pensar tanto y permitir que simplemente suceda. No quiero que pienses que porque nunca he hecho esto soy frágil y que tienes que tratarme con cuidado porque no tengo experiencia y… no quiero decepcionarte.
Thomas no apartó la mirada después de que guardé silencio. Sus pupilas, oscuras y dilatadas, no tenían un punto fijo en el que posarse, por lo que se movían afanadas por mi cara, dejando un rastro invisible que yo era capaz de sentir en la piel. Luego, esbozó una sonrisa repleta de una especie de adoración y pasó una mano por mi cabello.
—De acuerdo, aclaremos dos cosas —dijo mientras sus dedos intentaban amansar los cabellos rebeldes que caían sobre mi frente una y otra vez—. Número uno: tú jamás me decepcionarías por algo así, ¿de acuerdo? Jamás. Punto número dos: puede que, en tu lugar, esta sí sea tu primera vez, pero si has tenido sexo antes, entonces no…
—Pero no es lo mismo —lo interrumpí con un ruedo de ojos, sin embargo, fui callado de inmediato.
—No es tan diferente, Dyl. ¿Acaso cuando tienes sexo calculas fríamente cada acción?
—No, pero…
—No tienes que hacer nada más que dejarte llevar —me aseguró en un susurro, seguido de un beso—. Eso es lo único que tienes que hacer.
Fue ahí cuando la conversación terminó. La última pregunta se hallaba dentro de sus ojos, que aguardaban mi aprobación con toda la paciencia que el mundo podía otorgarle. En ese momento, solo utilicé mi boca para besarlo repetidas veces, a pesar de que a veces mis propios labios me rogaban un descanso. Y el sentimiento era mutuo, puesto que por cada instante en que yo me detenía a respirar, él se disponía a continuar con la misión de obtener hasta la última pizca de sabor en mi boca.
Los sonidos y suspiros emitidos por el placer se inculcaban en mi memoria. Su amor se almacenaba dentro de recovecos de mi cerebro, lugares que él todavía no había descubierto hasta ese preciso instante. Repartía besos por todo mi cuello y pecho, intercambiando toques suaves con lamidas mucho más entusiastas, razón por la que yo cerraba los ojos y enterraba mis uñas en una de sus escápulas. Después, con ambas manos, sostuvo mi trasero y amasó cada nalga, consiguiendo que el placer me recorriera de pies a cabeza.
Le permití quererme como le apeteciera. Que volviera a conocer mi anatomía y me hiciera creer firmemente que, por muy imposible que se oyera, nunca nadie había sido tan amado como yo. No quise torturame al pensar en la poca exclusividad que existía entre Thomas y yo. En cuántas veces Thomas había querido a Isabella del mismo modo o si él la trataba con exactamente el mismo equilibrio de delicadeza e ímpetu al hacerle el amor. En este momento, me convencía de que solo yo tenía el privilegio de disfrutar de sus besos y caricias, solo porque sabía que en unas horas más tendría que aceptar que la realidad era otra.
El camino que pintó con su boca alcanzó mis caderas y se extendió hasta mis muslos con lentitud, desplazándose un beso a la vez. Instintivamente llevé una mano a su cabeza para hundir las yemas de mis dedos en su cabellera, la cual se había humedecido con el sudor que comenzaba a hacerse visible en su frente. Separó mis piernas para seguir besando y lamiendo la parte interior de mis muslos; cuando sus dedos se movieron en medio de mis glúteos y se devolvieron a mi entrepierna, un gemido quedó preso en mi garganta al morderme el labio.
Sus dedos regresaron a mi trasero mientras le daba lamidas pausadas a mi erección, y luego volvía a esmerarse en besar toda la zona que la rodeaba. Masajeaba mis nalgas y, a veces, introducía uno o dos dedos en medio de ellas sin la intención de ir más allá de eso. Me tentaba con distintos tipos de caricias, cada una más excitante que la anterior, mientras que mi respiración se aceleraba y las sensaciones se centraban en la parte baja de mi vientre.
Quería más. Necesitaba más.
—Gírate —me ordenó con dulzura, acercándose a mi rostro para besarme rápidamente y levantarse de la cama.
Antes de obedecer a Thomas, me incorporé utilizando los codos como soporte debido a la curiosidad de saber dónde se había ido. Su cuerpo desapareció tras la puerta del baño, pero la sombra en el piso copiaba sus acciones y me informaba sus planes. Escuché un par de objetos en movimiento, por lo que deduje que hurgaba dentro de un mueble en busca de algo. Un cajón se cerró y regresó con una diminuta botella plástica y transparente, lo que inmediatamente me hizo elevar las cejas con cierta sorpresa.
—¿Es lo que creo que es? —pregunté riendo.
—¿Qué crees que es? —contestó y se sentó junto a mí en la cama, una de sus manos acariciando mi pierna. Yo volví a recostarme al sentir mis brazos cansados.
—No lo sé, ¿comida? —negó con la cabeza mientras reía.
—Creí haberte dicho que te tumbaras boca abajo.
—No creí que todavía tendrías la botella de lubricante —comenté casualmente a la vez que me volteaba hasta quedar boca abajo, descansando la cabeza encima de mis brazos cruzados—. Ya ha pasado mucho tiempo desde la última vez que la usamos.
Cerré los ojos y suspiré con una pequeña risa. No obstante, tuve que inhalar profundamente cuando la voz de Thomas me tomó por sorpresa justo a un lado de mi oído y su aliento se sintió como terciopelo sobre mi cuello.
—Todavía queda, por eso la guardé. Además, sabía que la volveríamos a utilizar en algún momento —murmuró antes de besar mi nuca, a la vez que sostenía los costados de mi cuerpo con ambas manos.
Me relamí los labios e involuntariamente mis suspiros se transformaron en gemidos minúsculos que solo él y yo escuchábamos. Su lengua y boca se encargaron de humedecer mi piel sin ningún tipo de mesura, y sus pulgares ejercían movimientos circulares. Jamás había descubierto que tan solo en mi espalda existían un sinfín de terminaciones nerviosas, y podría hasta haber creído que Thomas poseía un mapa con el que se guiaba para brindarme placer de la manera correcta. Finalmente, llegó a mi coxis. Sus besos se posaron en cada hoyuelo de mi espalda baja y concluyó en mis glúteos con unas cuantas caricias.
La tapa plástica de la botella emitió un sonido agudo que me comunicaba que había sido abierta. De pronto, varias capas de nervios y ansiedad enterraron casi por completo a la lujuria y el deseo. Giré un poco la cabeza para intentar ver lo que Thomas hacía, a lo que él también me miró, con la mano izquierda empuñada en la botella transparente como si mi mirada hubiera interrumpido el proceso al que él acababa de dar inicio.
—Dyl —me habló con una sonrisa comprensiva: se había dado cuenta de lo que sucedía—, ¿estás seguro? Todavía podemos parar si no…
—Sí —confirmé antes de que él pudiera terminar la oración—. Sí, lo estoy.
Thomas se inclinó sobre mí usando un brazo para no aplastarme con todo su peso y yo esbocé una sonrisa cuando su cara estuvo justo frente a mí, la cual fue respondida con otra totalmente reluciente. Era una sonrisa sincera, y por primera vez creí que de verdad mis pulmones ya no eran capaces de funcionar a la normalidad. Fui consciente de cómo las comisuras de mi boca regresaron a su posición habitual y se camuflaron con mis labios, los cuales adoptaron un gesto neutro.
Algo se había detonado en mi interior sin la necesidad de su tacto ni besos. Para otra persona podría haber sido incomprensible, mas yo no precisaba de una explicación detallada y minuciosa para entender que ya no había remedio ni escapatoria. Me había capturado entre sus brazos y no hice nada más que dejarme empapar por la aceptación de que el camino ya no tenía salida. Thomas me había atrapado, pese a las cientos de veces que me prometí no llegar a este punto sin retorno. Porque no podía rendirme y ceder ante la posibilidad de solo ser una segunda opción en su vida, pero eso hacía: accedía a ser la segunda opción en su vida con tal de que él estuviera en la mía.
Besó mis labios con tal sutilidad que parecía desear no herirme por nada en el mundo. Mis dedos crearon un fuerte agarre en su brazo de manera involuntaria y, a medida su boca se arrastraba nuevamente a lo largo de mi espalda desnuda, yo me hundí en el éxtasis del momento. Volví a cerrar los ojos y afiné mis sentidos para adivinar qué es lo que hacía mientras yo no miraba.
Sus dedos, húmedos y fríos, rozaron mis nalgas con el propósito de relajarme y no llevar a cabo cualquier intromisión mientras yo estuviera desprevenido. Me concentré en las sensaciones: sus manos tibias en contraste con el lubricante frío, el sudor de su palma que descansaba en mi espalda baja y el sudor de mi cuerpo y rostro que me resfrescaba la piel en contacto con la temperatura de la habitación; los instintos que me controlaban y pedían más de lo que ya estaba recibiendo, los nervios que se apoderaban de mis brazos y piernas, los cuales a veces tiritaban u hormigueaban y, finalmente, el dolor agudo y foráneo que opacó todo lo anterior.
Introdujo el dedo índice en mí sin decir nada al mismo tiempo que distribuyó besos en mi nuca, hombros y la parte superior de mi espalda, como si deseara mitigar el dolor que yo no quería vocalizar, mas era visible en mis facciones. Era un dolor que a veces se convertía en placer, así que no estaba muy seguro por cuál de las dos razones gimoteaba; aunque, cuando su dedo pasó a ser acompañado por otro, tuve la certeza de que se trataba de mucho más dolor e incomodidad. No obstante, su boca parecía ser un calmante al entrar en contacto con mi piel; sus labios ligeramente resecos y su tibia respiración ocasionaban cosquilleos momentáneos, al igual que sus húmedos besos, los cuales me entregaban nada más que afecto.
—¿Estás bien? —me preguntó por lo bajo.
Inhalé profundo y me volteé un poco para mirarlo, asintiendo con los labios algo fruncidos. Una sonrisa se dibujó en su rostro y me besó, sorprendiéndome con un nuevo y agradable movimiento circular de sus dedos que se asemejaba a los que yo usualmente empleaba en él. Un gemido sonoro fue apresado por sus besos y tragué saliva al sentir mi boca seca gracias al calor repentino que comenzó a sofocarme.
—Mm… Me gusta eso —le comenté sin razón aparente en lo que se oyó más como un balbuceo, ya que su boca no me permitía pronunciar del todo.
Él rió, complacido, y yo también reí entre gemidos provocados por la sensación que ahora era mucho más grata que antes. Agregó un tercer dedo que no tardó en ser parte del efecto delicioso que surtió junto a sus besos. Yo elevaba mis caderas automáticamente y frotaba mi pene contra la tela arrugada del edredón sin pensar en lo que hacía, solo dejándome llevar por el momento. Y parecía que no era el único que disfrutaba de ello.
—Thomas… —suspiré e intenté quitar las hebras de cabello húmedo que se habían adherido a mi frente, a la vez que me pasé la lengua por mis labios agrietados—. Por favor.
—¿Qué cosa, amor?
No tenía idea de qué era lo que le pedía y volver a escuchar que me llamaba así no me ayudaba a pensar con claridad. Mis ruegos fueron impensados e incluso yo me sorprendí al percatarme de lo que acababa de decir. Cerré los ojos y uní mis labios, sumergiéndome en otro arremetimiento delicioso de sus dedos que consiguió que las puntas de mis pies se curvaran.
—Dylan —me llamó, despertándome tenuemente del deleite en el que me encontraba inmerso—, tú puedes decirme cuándo. Yo solo estoy esperando tu señal.
Otro gimoteo y Thomas paró, esperando en silencio en medio de nuestras respiraciones que parecían competir por quién jadeaba más que el otro. Contemplé la posibilidad de pedirle que siguiera haciendo lo mismo por un rato más, no obstante, necesitaba más que un tacto tan simple como ese y la desesperación me decía que no podía esperar más tiempo. Entonces, con mi cabeza dije el «sí» que sacó una sonrisa de su boca y me besó por última vez antes de proseguir a remover sus dedos para reemplazarlos por la erección pulsante que chocaba contra su estómago.
Se posicionó detrás de mí y sus manos se pegaron a mis caderas como si tuvieran algún adhesivo permanente. Acercó a él mi trasero, obligándome a levantarlo un poco y utilizar mis rodillas como soporte. Sin embargo, otra vez los nervios hicieron lo suyo. Mis piernas temblaron al recordar lo nuevo que era todo esto para mí y el dolor que había experimentado recién, el cual otra vez se avecinaba.
—No, no —dije, incorporándome con ambas palmas en el colchón. Lo observé arrodillado, mis manos bajando lentamente hacia mi regazo—. No quiero que esto sea así. Quiero verte.
Thomas esbozó una dulce sonrisa.
—Está bien.
Me recosté en la cama, esta vez boca arriba, y él nuevamente asió mis caderas con una firmeza que estaba a punto de traspasar los límites entre las caricias amorosas y sensuales y las violentas e impetuosas. Su boca se encontró con la mía de la misma forma: deseosas por quererse, sentirse y nunca separarse. Con una mano apretujó mis nalgas y con la otra me masturbó por un par de minutos en los que se tragaba con cada beso mis gemidos, como si no quisiera que nadie más tuviera el honor de escucharme. Después, cuando decidió que era suficiente, se acomodó sobre mí y yo rodeé su torso aún más con mis piernas para entregarle mayor acceso, pues supuse que era necesario. Él acarició mis pantorrillas y muslos con toques demasiado suaves y ligeros, y me dió una última mirada antes de dirigir su atención a las partes inferiores de nuestros cuerpos durante unos instantes.
Si creía haber sentido dolor hace un momento, ahora aquel dolor era un oasis en comparación al sufrimiento en el que me encontraba. Una punzada aguda logró que mis ojos se cerraran con fuerza de manera instintiva y mis uñas se clavaran en los costados de Thomas (lo oí quejarse por los posibles rasguños que después habría de dejar en su piel). Fue cuidadoso y se tomó su tiempo para avanzar, aguardando lo que fuera necesario para que el dolor apaciguara hasta ser tolerable. Entretanto, sus besos en mi cuello intentaban ser mi alivio, los cuales fueron eventualmente exitosos.
Luego de varios minutos, solté un alarido cuando se halló totalmente dentro de mí, por lo que se mantuvo quieto. Abrí los ojos, respirando agitado mientras que mi rostro todavía reflejaba el dolor que disminuía con demasiada lentitud. Ahora su atención estaba fija en mí, y en mi mente no cabía la idea de que esos ojos cafés se preocupaban por mí y me querían a mí y que, probablemente, ahora los dos compartíamos los mismos sentimientos y las mismas emociones.
Me percaté de que esperaba mi aprobación para continuar, por lo que tragué saliva e inhalé profundo, asintiendo con una sonrisa pequeña y sincera. Él reacomodó sus brazos a los costados de mi cabeza y sus caderas dieron inicio a las embestidas, un vaivén lento por el que presioné mis labios entre sí y volví a cerrar los ojos. En un principio, el dolor persistió, aunque no era un calvario. No obstante, a ratos, las sensaciones cambiaban. Era imposible ocultar el placer que reaparecía con mayor frecuencia, parecido al de antes e incluso más intenso. Mis jadeos se transformaron en gemidos y me sujeté de la espalda de Thomas con todas mis fuerzas; los gruñidos que emitió como respuesta a mis arañazos fueron lo que encendió la chispa faltante para ambos, especialmente para mí.
Me penetró nuevamente, esta vez sin tanta delicadeza ni el incuestionable temor a herirme plasmado en sus rasgos. La lujuria era una flama ardiente que le cubría la mirada y yo podía sentir sus efectos en mi interior, sacudiendo cada uno de mis huesos y consiguiendo que perdiera el control sobre mi cuerpo. Eché la cabeza hacia atrás cuando Thomas tocó una zona dentro de mí que me hizo morderme el labio al recordar que había personas en las habitaciones consiguientes. Con una mano empuñé las sábanas y la otra se mantuvo en la cadera de Thomas, mientras que él tomó ventaja de mi postura y me besó el cuello sin descanso.
Su resistencia física no tenía límites, o eso parecía. Su cabello rubio había comenzado a pegarse a su frente y lucía totalmente mojado con gotas de sudor que de vez en cuando bajaban por sus sienes. Su piel brillaba y sus mejillas rojas hervían mientras se relamía los labios y me miraba, como si, pese a todo, su mayor prioridad fuera yo.
Con una mano lo atraje hacia mí por la nuca para besarlo. No era un beso romántico ni lindo; era dientes, lenguas, saliva y labios que no calzaban, puesto que ninguno se esforzaba mucho. Era la dulzura a punto de extinguirse del chicle que Thomas había masticado hace horas, el tabaco que se hallaba presente en todo momento y el sudor de su rostro y cuerpo. Era la pasión y la brutalidad de sus acciones, y también la forma en que se apartaba de mí y reía en medio de sus gemidos al darse cuenta de que mi boca seguía a la suya para poder estar otro segundo más en contacto con ella.
Al ver que Thomas no permitió que reanudaramos el beso, me acerqué lo más que pude a su cuello para lamer y succionar con el objetivo de marcarlo, aunque fuera por unos minutos. Sin embargo, fue bastante complicado cuando él tomó una de mis piernas y la sostuvo mucho más arriba, a la altura de su pecho, para después empezar a embestirme con agilidad a un ritmo sorpresivamente rápido.
Debido a que sus rodillas eran lo que lo mantenían firme en su posición, Thomas se hallaba fuera de mi alcance y eso me frustraba un poco. No quería parecer desesperado por tenerlo a mi lado, pero sí añoraba el cariño, a pesar de ser una situación sexual. Sabía que Thomas no trataba esto como sexo casual: estábamos haciendo el amor, de eso ambos éramos conscientes, sin embargo, odiaba que se alejara de mí como si tener el menor contacto posible fuera la mejor opción. Y yo entendía que no lo hacía a propósito, pero necesitaba que entendiera que lo quería más cerca de mí, daba igual qué tan imposible aquello podía ser si tenemos en cuenta la intimidad que ya existía entre los dos. Así que intenté coger su mano libre, acto que él aceptó, sonriéndome. Luego, los dedos alrededor de mis muslos se aflojaron y sus caderas cesaron por un breve instante.
Se abalanzó encima de mí cuidadosamente, una de sus manos todavía entrelazada con la mía. Su otro brazo terminó otra vez a un lado de mi cabeza y me besó, retomando el movimiento constante de sus caderas para rozar cada punto en mi interior hasta arrastrarme al borde de la locura. El arremetimiento fue tortuosamente lento, razón por la que llevé una mano a mi erección pulsante para aliviar la impaciencia, pero su propia mano me detuvo.
—De eso me encargo yo —murmuró, y yo me derretí cual mantequilla sobre pan tostado.
Jadeante y agotado, pero sin ninguna intención de ponerle fin a esto, tragué saliva y correspondí a sus besos. Sus embestidas fueron imitadas por las mías, la mayoría involuntarias y a una velocidad que aumentaba. Él me masturbaba al mismo tiempo que me entregaba todo de sí y yo apretaba sus nalgas, espalda y cada parte de su cuerpo que estuviera al alcance de mis manos. La presión en mi vientre se intensificó y no se me ocurría qué más podía obtener además de esto, puesto que ya lo creía tener todo. Amor, lujuria, pasión… ¿qué más podía pedir?
Finalmente, con un gimoteo, mis ojos cerrados y sin la oportunidad de hablar, acabé. Mis piernas entumecidas, que hace un rato se aferraban firmes a su cintura, bajaron paulatinamente por sus caderas, mas se sostuvieron de su trasero debido a que Thomas todavía no terminaba de penetrarme, cada vez más ágil en busca de su propio placer. Estas sensaciones ayudaron a que mi orgasmo se prolongara y durase lo que parecía un tobogán larguísimo en el que yo me deslizaba y disfrutaba hasta hundirme en la piscina, en la que nadé, inhalé profundo al emerger del agua y floté de espalda con mis ojos cerrados para tranquilizar a mi corazón, que todavía palpitaba fuerte gracias a la adrenalina.
Thomas me embistió por última vez y sus gemidos reverberaron dentro de las cuatro paredes que nos encerraban. El movimiento de sus caderas se ralentizó hasta que salió de mí, acostándose a mi lado con las piernas sobre las mías. Nuestros cuerpos desnudos yacían sobre las sábanas y el cobertor revueltos, ahora sucios y desastrosos, y yo abrí los ojos, girando mi rostro para ver el suyo.
Él tenía los ojos cerrados. Sus pestañas largas chocaban contra sus mejillas, cada una pintada con un círculo rosa producto de la actividad física. Admito que, después de verlo tan seguido con el ceño fruncido, me sorprendía que sus cejas hubieran adoptado un gesto tan pacífico que estaba en armonía con el resto de sus facciones. Su pecho subía y bajaba tan rápido como su respiración, la cual poco a poco se iba regularizando, y yo me volteé para tocar su abdomen con las yemas de mis dedos, pequeños roces que no tenían otra intención más que apreciar su cuerpo y hacerle saber cuánto lo amaba. Él me miró y una sonrisa apareció en sus labios carnosos y siempre tan apetecibles a la vista.
Quise decir aquello que dentro de mi cerebro había tardado demasiado en aceptar. Quería que lo oyera y, ojalá, me respondiera lo mismo. Y si no era así, que su reacción no fuera negativa. Pero solo callé y lo besé en los labios, exhalando profundo al separarnos y pensando en el típico «¿qué habría pasado si le hubiera dicho?».
—¿Todo bien? —preguntó Thomas, con cierta curiosidad en su voz. Yo lo contemplé, mi entrecejo arrugado de manera inconsciente ante su pregunta.
¿Se habrá dado cuenta?, pensé. No obstante, luego me golpeé imaginariamente en la cabeza al darme cuenta de que en realidad su pregunta se debía a lo que acababa de suceder. Si yo de verdad le importaba como me lo había dicho y demostrado cientos de veces, su pregunta era lógica y razonable.
—Sí, todo bien —contesté sonriendo con mi boca cerrada. No era una total mentira, después de todo—. De maravilla.
Thomas arqueó una sola ceja y entornó los ojos, creando una expresión caricaturesca que me hizo soltar carcajadas. Él no se resistió por mucho tiempo a compartir mis risas y tomar mi cara entre sus manos para unir nuestras bocas en un beso dulce y puro, tan sencillo y al mismo tiempo capaz de causar revuelo en mí.
—De acuerdo, te creeré.
Asentí y me humedecí los labios, esbozando una sonrisa que le permitía ver parte de mis dientes. Thomas me acercó más a él, sus brazos aprisionándome contra su pecho mientras los dos nos encontrábamos recostados de costado, frente a frente. Él depositó un beso en mi frente que duró más de lo esperado, como si dudara sobre permanecer así por cuánto tiempo pudiese o solo abrazarme hasta caer dormidos. Optó por lo segundo, razón por la que yo me hice un ovillo en su pecho con mi cabeza escondida bajo la suya. Sus dedos acariciaban a lo largo de mi espalda para palpar cada hueso y músculo, cada lunar de los que, probablemente, muy pocos he logrado ver en el espejo y cada defecto que se había asentado en mi piel con el pasar de los años. Sin embargo, la grata sensación de sus caricias y la seguridad de sus brazos no eran suficientes para eclipsar el hecho de que mis pensamientos hablaban más fuerte. Todavía existía aquel suspiro triste y atormentado saliendo de su boca, advirtiéndome que no podía bajar la guardia, pero suponía que él creía que yo no me percataba de ello.
Me había llamado amor. Dos veces había sucedido, y yo me preguntaba si era solo el resultado del éxtasis que tener sexo provoca o una genuina muestra de cariño que había expresado con el propósito de que yo lo supiera. Quizá si le decía ahora que lo amaba, nada malo sucedería, ¿cierto? ¿Qué tan malo podía ser confesar mis sentimientos por él después de todo lo que ya habíamos vivido? ¿Qué tan malo podía ser admitir en voz alta y reconocer que para mí él también era mi amor? Porque tal vez no era el amor de mi vida, no lo podía confirmar con certeza, pero sí era el amor de mis días vividos a su lado, porque nadie más había tenido la capacidad de obtener mi total y absoluta atención desde el primer día y solo dando un paso frente a mí sin siquiera dirigirme la palabra.
Al igual que Thomas, suspiré apesadumbrado, aunque evité que fuera demasiado notorio. Luego lo abracé aún más fuerte por la cintura para ahuyentar al constante miedo a perderlo que me invadía. Tenía que convencerme de que eso no sucedería, porque Thomas se encontraba allí, en carne y hueso, respirando, sosteniéndome, queriéndome y, en mi mente, estando completamente enamorado de mí.
Fue de esta manera que me rendí en los brazos de Morfeo: vulnerable y desnudo en cuerpo y alma, y confiando plenamente en que el hombre que yacía a mi lado jamás se atrevería a utilizar en mi contra la lista de mil formas distintas de hacerme daño que yo le había entregado.
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