59
Wes gritó corte por enésima vez, y cuando vi la hora no pude sentirme más decepcionado de que solo fueran las tres de la tarde. No estaba seguro de la cantidad de tomas que habíamos hecho en tan pocas horas —sé que eran muchas—, pero ahora comprendía del todo por qué Kaya y yo debíamos estar en el set más temprano que el resto. La producción de la película estaba un poco retrasada con relación a escenas breves e importantes que deberían haber sido filmadas hace ya un tiempo, lo que preocupaba a todo quién estuviera involucrado en la realización del filme, entre ellos, Wes.
Todos lucíamos un poco extenuados. Aun así, hacíamos nuestro mejor esfuerzo para ayudar a Wes que, después de todo, era un novato en cuanto a dirección cinematográfica. Intentábamos cooperar y no equivocarnos demasiado, ya que no deseábamos desperdiciar ni un segundo del día con tal de terminar las grabaciones a tiempo. Sin embargo, yo, al igual que el resto, solo deseaba que el día acabara pronto.
La presión que caía sobre nuestro director, la cual acababa siendo traspasada hacia nosotros, se sumaba al clima desagradable y sofocante que siempre parecía empeorar. Nunca pensé que el verano en Louisiana podría ser tan desagradable. El sol ardía en el cielo y quemaba en segundos a todo quién se detuviera bajo él, añadiendo a eso la humedad que me hacía sudar de manera exuberante. Creo que todos teníamos un mal día, a excepción de los maquilladores; su trabajo había disminuido notoriamente desde el momento en que la fatiga comenzó a manifestarse en el semblante de todo el reparto de la película, lo que favorecía el aspecto que nuestros personajes debían tener y hacía que el maquillaje estuviera de más.
Mientras me dirigía hacia el sector de aperitivos y bebestibles que se hallaba bajo un toldo, a solo unos metros de las cámaras, me llevé una mano a la frente para enjugarme las pequeñas gotas de sudor que se habían formado allí. Moría por una bebida helada, así que escogí la botella de agua más fría que encontré dentro de la hielera. En ese mismo lugar, tomé asiento en la silla de género que tenía el nombre de mi personaje estampado sobre el respaldo y bebí un largo trago de agua, disfrutando de cada gota como si aquel líquido que corría por mi garganta hubiera sido lo más delicioso que jamás había probado.
Me recliné en la silla con un suspiro saturado de alivio y preocupación. Me sentía privilegiado al estar unos minutos bajo la sombra, sentado, bebiendo agua embotellada y descansando después de pasar horas en movimiento constante. No obstante, sabía que el descanso no tardaría en llegar a su fin cuando Wes hiciera su próxima llamada a través del megáfono. Amo mi trabajo, de verdad, pero en ese momento ni siquiera tenía el deseo de pensar en cuántas veces más diría los mismos diálogos o haría las mismas acciones frente a la cámara con tal de conseguir otras diez tomas diferentes de una misma escena.
Otro suspiro involuntario se escapó de mi boca y me recliné en la silla aún más, como si esperara que de pronto la tela cediera hasta tragarme y hacerme desaparecer. Observé alrededor de mí en busca de paz; tenía la necesidad de contrarrestar el desastre que había en mi cuerpo gracias a los nervios. Estaba estresado y agotado, pero comenzaba a notar que el cansancio físico era lo de menos. ¿Por qué? Porque incluso cuando tenía la oportunidad de hacer una pausa en un día atareado como el de hoy, estoy seguro de que a miles de kilómetros se podía escuchar cómo giraban los engranajes dentro de mi cabeza. Thomas no se marchaba de ahí, era como una plaga de la que ya me había contagiado sin remedio, y yo odiaba a mi cerebro por adquirir el mal hábito de pensar en él más de lo necesario. (Aunque quizás esta vez sí tenía razones para pensar en él más de lo necesario.)
Isabella ya no estaba con él, al menos no en la misma ubicación geográfica. Ella se hallaba en un avión con destino a Inglaterra y Thomas..., en algún lugar cercano a dónde yo estaba ahora. Pero eso no significaba nada. No significaba nada porque nunca supe qué fue exactamente lo que sucedió entre ellos, aunque logré comprender que él todavía tenía que contarle a ella la verdad sobre nosotros.
Ni siquiera era eso todo lo que me acongojaba. Siendo honesto, nunca sentía demasiada seguridad respecto a la relación que mantenía con Thomas. Daba igual cuántas veces me convenciera de lo contrario e intentara decirme que todo estaba bien, la inseguridad se había arraigado en mí y lo único que yo hacía al negarlo era estancarme en un círculo vicioso del que era muy consciente, aunque pretendía pasar por alto su existencia. Vivíamos atrapados en un futuro incierto que se alimentaba de promesas prolongadas —que para él a veces no parecían muy importantes— en las que yo no quería dejar de creer. Más bien, yo era el que se alimentaba de esas promesas y confiaba a ciegas en lo que poco a poco empezaba a lucir como un gran engaño. ¿Cómo es que había soportado, y todavía estaba dispuesto a soportar, tantos retrocesos y tanta incertidumbre? Siempre había un percance, un obstáculo que nos estancaba en el mismo sitio por días; hoy, ese obstáculo se había transformado en algo mayor, un daño dentro de nuestra relación más complejo que quedarnos atrapados sin salida.
Este nuevo obstáculo era la última conversación que tuvimos en el desayuno.
Por un instante la estabilidad había regresado. Veía una sonrisa real y capaz de tranquilizarme tan pronto apareció en sus labios, mas solo terminó siendo el inicio de un silencio ensordecedor que hacía crecer mi ansiedad. El aire era denso, e hice más de tres intentos para cambiar el tema de la conversación por uno más trivial, porque tal vez eso era lo que ambos necesitábamos. Pero todo lo que recibí fueron respuestas concisas, palabras breves que acarreaban más y más silencios. Y sí, un par de veces volvió a sonreírme en vez de hablar, como si tuviera la certeza de que con esos gestos conseguiría calmarme para que yo no pensara que todo estaba perdido; pero él estaba completamente equivocado, puesto que yo ya no creía poder confiar en su sonrisa como lo había hecho solo minutos antes.
Después llegó el momento más desagradable de todos, ese momento en que sabes que no hay más remedio que aceptar la derrota y darte por vencido, así que dejas de intentar arreglar la situación con comentarios irrelevantes acerca del clima o la comida. Thomas todavía se encontraba sentado a mi lado debido a que yo había cambiado mi asiento de lugar cuando quise calmarlo por lo de las fotografías. Solo me dediqué a observarlo, aunque por supuesto que él no se daba cuenta. No estoy seguro de si él se percató de que pasé la mayor parte del tiempo con la mirada fija en sus facciones o su mano izquierda, que descansaba encima de la mesa con dedos inquietos repicando la superficie cubierta por el mantel. Inclusive, pienso que quizás no le hubiera importado demasiado si de repente yo decidía marcharme sin decir adiós, porque rara vez me dedicó un segundo de su tiempo para darme un vistazo antes de volver a mover la mirada a través del salón.
Lo único que yo quería era un poco más de un segundo. Deseaba con todo mi ser que, en vez de mirar a las personas presentes en el comedor, posara por tan solo un instante sus ojos sobre los míos, sobre mis labios o mis manos, todo con tal de sentir de nuevo el revoloteo en mi estómago que tanto extrañaba. Pero todo lo que sentía era un diminuto dolor en el pecho al percatarme de que él no notaba mi presencia; luego me pregunté acaso esa indiferencia me habría importado menos si yo no lo hubiera querido tanto.
Al cabo de un rato, me encontré mirando mi plato. Mis waffles seguían ahí, intactos, y una risa muda atravesó mis labios, como si me burlara de mí mismo y mi patético ser. Después suspiré ante el hecho que no quería aceptar: hiciera lo que hiciera, él no hablaría, ya que quizá no me quería tener cerca. Incluso me habría herido mucho menos que solo volviera a recordarme por enésima vez que yo tendría que esperar solo un poco más para al fin estar juntos. No sabía si pensar que esa promesa recurrente era una mentira cruel o solo una franqueza demasiado utilizada, pero creo que comenzaba a preferir nuestra realidad «normal» de querernos a escondidas antes que la verdadera realidad que emergía lentamente, esa que nos distanciaba cada día más.
Si hubiera podido elegir, habría elegido mil veces que nos volviéramos a querer dentro del baño del set, procurando que nadie se enteraría. Necesitaba aquella familiaridad, ese amor prohibido que se sentía mucho mejor cuando una puerta cerrada bajo llave nos protegía de todo lo demás. Necesitaba nuestros encuentros a escondidas, las muestras de cariño mezcladas con risas genuinas e infantiles y hacernos callar el uno al otro para no ser atrapados. Ansiaba quitarme de encima la horripilante sensación de que lo nuestro se estaba cayendo a pedazos; sin embargo, yo no tenía el poder de elegir lo que Thomas hacía y, en cierto modo, eso era bueno, porque me demostraba lo que él realmente quería.
Lo que sí podía elegir era lo que pasaría después del peor desayuno de mi vida, así que eso hice. No estoy seguro de la cantidad de veces que suspiré o miré a Thomas, creo que necesito más que solo los dedos de mis manos para contarlas, mas lo hice una última vez con la esperanza subyacente de que eso sería una señal de alerta para él. Pero no hizo nada en absoluto, y yo tomé su mano bajo la mesa como último recurso. Fue ahí cuando giró la cabeza hacia mí con las cejas ligeramente elevadas, tal vez sorprendido por el repentino tacto de mi piel contra la suya. Me hubiera gustado percibir gozo, calma o cualquier emoción positiva que mi tacto hubiera ocasionado, mas todo lo que me transmitió su postura rígida y su mano prácticamente paralizada bajo la mía fue inseguridad de lo que hacíamos. Era evidente: no quería que nos vieran juntos de ese modo, porque las fotografías publicadas ya habían sido suficiente.
En ese instante, quizás era él quién aguardaba a que yo dijera algo, pero qué más podía decir si ya había utilizado todas mis palabras y ninguna había dado resultado. Le sonreí con los labios cerrados y, a pesar de que sus dedos jamás se entrelazaron con los míos como solía ser, acaricié el dorso de su mano con movimientos circulares antes de ponerme de pie. Farfullé, sin mirarlo a los ojos, la excusa de que tenía que irme o llegaría tarde y en tiempo récord salí del comedor. Creo que esa fue la primera vez que le mentí.
Ahora me hallaba observando la nada, cayendo en cuenta de que en mi mente no dejaba de dar vueltas lo devastado que me sentía. Solitario, sentado en una silla bajo la sombra, con una botella de agua que solo aliviaba mi sed. ¿De qué me servía eso si solo pensaba en cuánto me habría gustado que Thomas estuviera ahí? Me entristecía el presentimiento de que lo que fuera que él sintiese por mí desaparecía día tras día, o que quizá nunca sintió nada por mí y se alejaba para no tener que decírmelo a la cara. Aún así, quería que se apareciera de pronto en el set solo por mí, para disculparse una vez más y retornar a lo que yo ya creía que había llegado a su fin. Porque, maldita sea, le perdonaba cada falta, cada error, y para mí eso estaba bien si significaba tenerlo por un día más a mi lado.
—Dylan.
Por segunda vez en el día alcé la mirada, exaltado al ser sacado repentinamente de mi ensimismamiento. Esta vez era Ki Hong el que estaba frente a mí, mirándome con una sonrisa que se hallaba entre lo burlesco y confuso.
—¿Qué... Qué pasó?
—Amigo, hace cinco minutos Wes dijo que podíamos ir a almorzar y tú sigues aquí —replicó—. Pensé que te habían hipnotizado o algo.
—¿Qué? —pregunté con el ceño fruncido. Todavía no lograba enfocarme completamente en lo que Ki Hong decía, así que prácticamente lo único que escuché fue un balbuceo de palabras sin sentido.
Él rodó los ojos.
—¿Estás bien?
—Sí... sí. ¿Acaso no debería estarlo? —respondí con una risa seca que creí que serviría para evadir sus preguntas, aunque solo conseguí dar inicio a un cuestionario.
—No lo sé. Solo que es bastante raro que no hayas escuchado a Wes gritar con su megáfono que tenemos una hora para almorzar, ¿no crees?
Ahora era yo quién rodaba los ojos y a la vez suspiraba cansado ante su sarcasmo, que, a pesar de ser una de las cualidades que siempre me han agradado de él, en ese momento era lo menos adecuado para mi estado anímico.
—Solo pensaba —dije encogiéndome de hombros y poniéndome de pie.
Comencé a caminar a paso apresurado hacia la mesa de catering, en la que la mayoría del equipo de producción había formado una fila que avanzaba a medida cada uno recibía su comida y escogía algo para beber. Ki Hong iba atrás de mí intentando alcanzarme, y yo no quería comportarme como un imbécil que trata mal a la primera persona que se cruza en su camino solo porque no está de buen humor, por lo que hice lo posible para no terminar diciendo una estupidez de la que me podía arrepentir.
—¿Estás seguro?
—Ajá —contesté y bebí un poco más de agua. Él logró caminar a mi ritmo después de unos segundos, y lo miré de reojo con la botella todavía empinada.
—¿Completamente seguro? Esto no se trata de esa chica, ¿cierto? —preguntó con el ceño fruncido. Yo me abstuve de poner los ojos en blanco mientras me enfocaba en rodar la tapa plástica de la botella para cerrarla—. ¿Cómo se llama? Siempre olvido su nombre…
—Ki Hong, mira —me detuve en seco, lo que lo obligó a girarse hacia mí. No podía permitirle empezar esa conversación tan familiar; lo que menos necesitaba era hablar de Thomas utilizando el nombre de mi exnovia—, no quiero ser grosero. Mucho menos quiero que pienses que esto es personal, pero, por favor, no sigas haciéndome preguntas. Estoy bien, ¿sí? Estoy muy bien. De hecho, estoy de maravilla, y no quiero hablar ni de Britt ni de nadie. Solo pensaba, es todo. Creo que no tiene nada de raro que haya estado pensando un rato.
Ki Hong bajó la mirada y apretó los labios. Un silencio incómodo se hizo presente y el remordimiento hacía ruido dentro de mí. Por supuesto que mi esfuerzo por no comportarme como un idiota no fue exitoso, ya que solo acabé descargando mi rabia con él, uno de mis amigos más cercanos y de las pocas personas que demostraba verdadera preocupación por mí.
Chasqueé la lengua y, exhalando profundamente, me pasé la mano que tenía libre por el rostro.
—Lo siento, yo no quise...
—Dylan, está bien. No pasa nada —me aseguró esbozando una sonrisa que no iba para nada acorde a la situación.
Parecía comprensivo, y sus ojos llenos de empatía me decían que no se había ofendido ni una pizca con mi pequeño discurso.
—¿Está bien? Acabo de tratarte pésimo, ¿cómo va a estar bien?
—Sé que estás un poco estresado —me explicó, encogiéndose levemente de hombros como si se tratara de algo obvio—. Todos lo estamos, en realidad. Quizás tus razones no son iguales a las del resto, pero, de todos modos, yo no debería haberte hecho tantas preguntas.
—¡No, no! Está bien que me hayas hecho preguntas, en serio. Solo te preocupabas por mí y yo fui un idiota, y lo siento mucho.
—Oye, amigo, da igual. No te disculpes. —Puso su mano en mi hombro, dándome un apretón suave y amistoso que intentaba probarme que no me mentía—. Hablo en serio. Todos estamos cansados, lo entiendo. No tienes de qué preocuparte.
No me esperaba una reacción tan positiva, menos un amigo tan increíble como Ki Hong. Tenía la certeza de que si se hubiera tratado de otra persona a la que le hablé de esa forma, la dirección que habría tomado la conversación sería muy distinta. Estaba sorprendido, y quería darle las gracias por ser la persona que más necesitaba sin siquiera pedírselo, pero mi perplejidad solo me obligaba a permanecer callado como un estúpido.
—Creo que solo necesitas comer algo —agregó después de que yo no dijera nada—. Tener el estómago vacío te pone gruñón.
—Sí, puede que sea eso —contesté entre risas tímidas. Él me dió un par de palmadas en el hombro antes de dar media vuelta para retomar el camino.
Al llegar a la mesa de catering, nos pusimos detrás de la última persona que estaba en la fila y el silencio entre ambos se mantuvo intacto. Yo no paraba de pensar en que tenía que decir algo, hacerle saber a Ki Hong que apreciaba infinitamente tener a alguien como él en una situación así, pero las palabras no siempre han sido mi fuerte, y solo esperaba que él supiera cuánto le agradecía.
Cuando todavía había cuatro personas antes de que fuera nuestro turno, Ki Hong, que se encontraba delante de mí, se giró sobre sus talones y me habló.
—Dylan... sea cual sea la razón por la que estás así, solo quiero que sepas que estoy aquí. Y no solo yo, Kaya también lo está. Will, Dex, Chris, Thomas... todos. Si algo anda mal, puedes decirnos, ¿de acuerdo?
Dudo que pueda contar con Thomas ahora, pensé. No obstante, si fingía que Thomas no había sido nombrado, todo estaba bien. Me sentía agradecido por la preocupación que Ki Hong me demostraba, y no sabía cómo expresarme para que lo supiera. Así que me limité a asentir con una sonrisa de labios cerrados, que parecía simple pero era una de las sonrisas más honestas que alguna vez pude haber esbozado. Solo esperaba que ese gesto reflejara todo lo que yo tenía en mente.
Ki Hong me sonrió de vuelta, respuesta suficiente para saber que sí había captado mi mensaje.
El almuerzo fue un instante repleto de una alegría contagiosa que necesitaba con urgencia. Una parte de mí revivió, aquella felicidad que creía perdida o tal vez adormecida hasta nuevo aviso, y al menos por un rato olvidé lo triste que realmente estaba. Me había privado más de lo debido de mis amigos solo para sumirme en todos los problemas que Thomas me traía; sin embargo, ahora que comía en la misma mesa que Kaya, Will y Ki, escuchando sus anécdotas o chistes graciosos que me tenían riendo a carcajadas, notaba cuánto extrañaba esa emoción tan sencilla y grata.
Thomas podía entregarme ese tipo de felicidad, jamás lo negaré porque es cierto, no obstante, siempre se la llevaba consigo al marcharse, y tengo la certeza de que ese es el por qué yo siempre regresaba a él de algún modo u otro: le había permitido convertirse en mi mayor felicidad, algo indispensable para mi bienestar.
—¡Me habría encantado ver eso! —exclamó Will a mi lado. Su boca estaba llena de spaghetti e intentaba masticar y hablar al mismo tiempo, lo cual terminó en un desastre.
Ki Hong se percató de ese detalle, ya que comenzó a reír y respondió:
—Sí, Will, lo mismo digo, aunque sería mejor si primero tragas la comida que tienes en la boca.
El rostro de Will se transformó en un ceño fruncido que a todos nos causó gracia, aunque Kaya intentó ocultar su risa tras una mirada molesta y un golpe que le dio a Ki en el brazo.
—¡Ki Hong! —le reprendió ella con la frente arrugada, mas todos podíamos ver la sonrisa que comenzaba a mezclarse con su semblante serio— Por favor, no hables de modales si tú eres quién menos los tiene.
Reímos al unísono, a excepción de Ki Hong que rodó los ojos al mismo tiempo que sus mejillas se tiñeron de un rosado brillante. Will tomó ventaja de esto y prácticamente se mofó de Ki, riendo con fuertes carcajadas mientras se limpiaba la boca con una servilleta. Ki miró a Kaya de reojo, molesto, pero ella solo bosquejó una sonrisa y besó su mejilla, susurrándole algo al oído.
De esta forma, el almuerzo continuó su curso normal. Fue una hora que transcurrió con lentitud y no quería que terminara. Una hora en la que me libré de mis tormentos y olvidé lo enamorado que estaba e, irónicamente, lo triste que eso era. Mis amigos estaban ahí, presentes y dispuestos a hacerme sonreír de cualquier manera posible, lo cual era tranquilizador, puesto que un momento como este me brindaba la esperanza de que, pasara lo que pasara con Thomas, yo sería capaz de superarlo.
Quince minutos para las cuatro y media de la tarde, me percaté de que el receso estaba a minutos de terminar. Me levanté de la mesa, excusándome para ir al baño a refrescarme y continuar con lo que restaba del día. A pesar de que en algunas zonas había lodo bajo el césped que no me permitía caminar tan rápido, intenté apresurarme, ya que no quería ser la causa de que toda la filmación se retrasara. Es por esto que preferí usar el baño individual que se hallaba dentro de la construcción dónde estaban los vestidores, pues era el más cercano.
Al entrar, el lugar estaba vacío. No rondaba ni una sola alma en el largo pasillo que conducía hacia la puerta del fondo, por lo que deduje que dentro del baño tampoco había alguien. Prácticamente di zancadas hasta la puerta del baño y miré la hora en mi teléfono para asegurarme de que todavía podía regresar a tiempo.
No tardé más de dos minutos. Lavé mis manos y rostro con agua fría, suponiendo que eso me mantendría despierto y alerta ante cualquier situación que se me pudiera presentar, como alguna sugerencia o reprimenda de Wes. Observé mi reflejo bajo una que otra mancha que el espejo poseía debido al agua salpicada del lavabo cada vez que alguien lo utilizaba, y comencé a notar las señales de que necesitaba con urgencia una siesta de mil días. Podría haber lavado mi cara incontables veces con agua tan gélida que me entumeciera las manos y me calara los huesos de solo tocarla, y aun así no despertaría del todo. Es decir, por supuesto que estaba despierto, pero mi mente se sentía somnolienta, agotada de luchar contra Thomas y toda la situación en la que estábamos involucrados.
Apoyé ambas manos a cada costado del lavabo y apreté los labios, cerrando los ojos. No quería abrirlos, porque de repente fui consciente del lugar dónde me hallaba y cada vez que estaba dentro de esas cuatro paredes cubiertas de azulejos los recuerdos me consumían. Si esta era la parte horrible en que todos mis alrededores me traían a Thomas de vuelta, no me gustaba imaginar cómo sería cuando oficialmente ya no existiera un nosotros. No quería pensar en el dolor o las heridas que se abrirían día tras día. Me gustaba creer que podría volver a ser tan feliz como lo era hace un rato junto a mis amigos, no obstante, con toda franqueza, eran estos momentos de soledad los que me demostraban que no podría superar tan fácilmente algún tipo de ruptura con Thomas, y me sentía patético de solo pensar así.
Abrí los ojos y, como último recurso, decidí que no perdería nada si humedecía mi rostro de nuevo. Lo hice un par de veces, acercando mis palmas repletas de agua fría a mi piel, hasta que el ruido sonoro de la puerta de entrada abriéndose me detuvo. Cerré la llave de agua y sequé mi cara con un par de hojas de toalla de papel, mientras escuchaba los pasos que se acercaban a la puerta. Supuse que era alguno de los muchachos, así que no le di mayor importancia y tomé una profunda bocanada de aire, preparado para salir de ahí y enfrentar lo que quedaba del día.
Giré la manilla de la puerta con los ojos fijos en mis zapatos, mas me paralicé bajo el umbral al percatarme de que las zapatillas deportivas que se hallaban en frente de mis pies no le pertenecían a ninguno de los chicos con los que había almorzado hace un rato. Levanté la vista a una velocidad sorprendente y, a pesar de que sabía perfectamente quién era el dueño de ese calzado, di un saltito en mi lugar, como si jamás hubiera esperado encontrarme con él.
Thomas soltó una carcajada, demasiado alegre y despreocupado en comparación a su actitud por la mañana. No sabía si mi estómago dolía de buena o mala manera, pero sí sabía que se me iba a salir el corazón por la boca cuando fui testigo de las arrugas que se formaron a los costados de sus ojos, esas minúsculas marcas de expresión que reaparecieron después de un largo tiempo sin verlo sonreírme como lo hacía ahora. Su risa era algo que, para mi desgracia, me hacía mucha falta. Lo escuché reír y fui consciente de que las comisuras de mi boca se elevaron en cuestión de segundos, aunque también escuché a mi mente lamentarse una y otra vez, maldiciendo y preguntándose en qué momento fue que me convertí en alguien tan dependiente de él.
—¡No vuelvas a hacer eso! —exclamé. Fruncí el ceño con la intención de manifestar enojo, pero la maldita sonrisa que Thomas me había provocado hacía cualquier cosa, menos permitir que él me tomara en serio.
—¿Qué cosa? —preguntó cruzando los brazos sobre su pecho.
—Eso, ya sabes. Asustarme así.
—Lo siento, no creí que te asustaría —replicó encogiéndose de hombros.
Hubo un segundo o dos en los que ninguno dijo nada. Reparé otra vez en sus ojos, que de alegría pasaron a reflejar nerviosismo y cierta incertidumbre, como si temiera a lo que yo diría a continuación. Esta vez, las ojeras oscuras que había visto en él por la mañana se habían ido, y me pregunté si acaso lo acababan de maquillar para filmar algunas escenas o solo durmió una siesta bastante reparadora. Entonces surgió otra duda.
—¿Qué haces aquí? —Él elevó las cejas, algo sorprendido por la dureza de mi voz.
No había querido hablarle en un tono tan severo, pero creo que, si tenía en cuenta que todavía estaba un poco herido por lo que había pasado en la mañana, no existía una forma más dulce de formular la pregunta.
—¿Que qué hago aquí? Pues... ¿quiero usar el baño?
Decir que mis mejillas hervían era poco. No sabía si su respuesta era sarcasmo o hablaba en serio, mas una sonrisa socarrona se dibujó en sus rosados labios en medio de su respuesta y yo me sentí un poco idiota apenas procesé aquella información. Por supuesto que si él estaba ahí, frente a la puerta del baño, era para usarlo.
No está aquí por ti, Dylan. No seas estúpido.
—Oh. Claro —contesté, bajando la mirada. Esta vez no sé si lo que oí en mi voz fue un rastro de vergüenza o decepción.
Di un paso hacia la izquierda para esquivarlo, y luego al frente, emprendiendo mi camino hacia la salida del lugar. No obstante, dos cosas no me permitieron seguir: la primera fue la mano de Thomas agarrando mi muñeca a tal velocidad que no di más de dos pisadas; la segunda, su risa, dulces carcajadas que conseguían acelerarme el corazón más de lo que yo hubiera querido.
—No pensaste que de verdad quería usar el baño, ¿cierto? —Di media vuelta, observándolo hablar mientras lanzaba vistazos hacia los dedos delgados y suaves que rodeaban mi antebrazo—. Si así hubiera sido, habría usado cualquier otro porque sabía que este estaba ocupado. Hay una razón por la que no construyeron un solo baño dentro de esta hectárea, Dyl.
Solté una risa que fue más bien una bocanada de aire. Si hubiera habido más gente ahí dentro, él jamás se habría enterado de que me reí de lo que dijo y solo me habría visto sonreír. Aunque no sé si era peor que él se enterara de que me hacía reír o que tenía la habilidad de alegrarme con tan solo unas palabras.
—Me llamaron hace unas horas para venir —añadió—, pero, por sobre todo, quería verte. Tenía que verte. Pregunté por ti en cuanto llegué y me dijeron que te habían visto entrar aquí, así que... aquí estoy.
Me relamí los labios un par de veces, aunque seguían sintiéndose tan secos como mi boca. Mis ojos estaban sobre Thomas, sobre su cabello rubio ligeramente despeinado y sus ojos cafés que se desviaban hacia mi boca. Y yo miré la suya, labios finos y carnosos a la vez, con un sabor tan delicioso que ya podía saborear sin haberlo besado todavía. Ninguno de los dos se encontraba demasiado lejos del otro, sin embargo, él no perdió el tiempo y se acercó aún más a mí. Su mano, que descansaba en mi muñeca derecha, descendió con lentitud hacia la mía para sostenerla.
Tragué saliva, a punto de darme por vencido ante lo que mi subconsciente ansiaba tener, e intenté expresar mis dudas; si no hablaba ahora, las olvidaría apenas Thomas me besara sin advertencia alguna.
—Yo... —Subí la mirada hacia sus ojos nuevamente y volví a humedecer mis labios—. Yo creí que tú...
—Hoy te dejé ir sin decir nada —me interrumpió—, y me arrepiento mucho. Estaba muy asustado por lo de las fotografías y entré en pánico. Reaccioné de la peor manera. Solo... No quería dejar las cosas así, ¿sabes? No quiero que pienses que como me comporté contigo esta mañana significa algo, por eso estoy aquí.
—¿A qué te refieres con eso?
—¿Qué cosa?
—Que no quieres que piense que tu comportamiento de esta mañana significa algo. ¿Algo como qué?
—Como que lo nuestro se terminó, porque es lo que menos quiero.
Normalmente, cuando uno de verdad quiere que algo suceda, la imaginación vuela y soñamos despiertos incontables veces la forma en que ese momento tan anhelado podría suceder. Me pasé la tarde fantaseando sobre cómo sería si Thomas decidía aparecer de repente en el set solo para hablar conmigo. Jamás escogí un lugar exacto, solo intenté contestar mis dudas sobre qué sucedería cuando él me dijera que quería perdirme perdón. También imaginé qué diría o haría, y la mayor parte de esos sueños se había hecho realidad ahora. Quería que, posterior a sus disculpas, me besara como la prueba más grande de que sus palabras eran honestas. Que me empujara hacia dentro del baño y cerrara la puerta tras nosotros mientras sostenía mi rostro con una delicadeza que estaba al borde de convertirse en brutalidad.
Lo había imaginado todo de mil formas diferentes, con oraciones distintas y un beso para finalizar. Sin embargo, ahora que una gran parte de mis idealizaciones se había hecho realidad, olvidé cuánto quería que él me besara y lo atraje hacia mí por las caderas, pensando en el deseo de que nuestras bocas se unieran solo para hacerle saber que lo perdonaba. Lo perdonaba nuevamente mientras sentía la esperanza floreciendo junto a los latidos desaforados de mi corazón.
Ya no había miedo. No había temor, solo ganas de derretirme bajo su tacto. Una de sus manos se movió hacia mi nuca, yemas enterrándose en mi cabellera con cierto descontrol, y yo solo pensaba en cuánto extrañaba besarlo de ese modo, a pesar de que no había transcurrido demasiado tiempo desde la última vez. Supongo que el tiempo no posee tanta relevancia cuando estás enamorado como un imbécil.
Thomas dio un paso hacia adelante, empujándome sin demasiada brusquedad y obligándome a caminar hacia atrás con cada uno de sus pasos. Nos separábamos por instantes, segundos en los que yo, en vez de respirar, solo pensaba en unir nuevamente nuestras bocas, que parecían haber sido diseñadas para nada más que besarnos como si nuestras vidas dependieran de ello.
Cuando nos hallábamos dentro del baño, la puerta seguía abierta. Thomas de alguna forma logró girarnos a ambos, por lo que ahora yo me encontraba de espaldas a la entrada. Nuevamente comenzó a caminar hacia delante, lo que no me daba otra alternativa más que dar pasos hacia atrás como si de un baile se tratara. Luego él se separó de mí y estiró un brazo encima de mi hombro, cerrando la puerta con cierta dificultad mientras ambos seguíamos avanzando y él me besaba a duras penas, fallando en casi todos sus intentos. Mi espalda chocó contra la puerta al mismo tiempo que el clic de la cerradura hizo eco, y sus manos se posaron en mi rostro, sosteniéndolo como si fuera una pieza de cristal que no planeaba dejar caer por nada en el universo. Mis manos estaban en su cintura, una de ellas bajo la camiseta negra que él llevaba puesta, y pude sentir su piel tersa y aterciopelada con cada uno de mis dedos. Con su pulgar trazaba círculos en mi mejilla, y estaba seguro de que mi piel ya no se sentía tan fría como minutos atrás. Esbozó una sonrisa de labios cerrados y sus ojos empequeñecieron mientras me miraba con un sentimiento que me habría encantado comprender. Era una especie de aprecio, un brillo deslumbrante colmado de cariño y algo más que, sin importar cuánto observara, no lograba entender del todo; era una emoción similar a la nostalgia o tristeza, pero no calzaba dentro de las circunstancias, por lo que decidí pensar que solo estaba malinterpretando su mirada y en realidad solo se dedicaba a observarme al igual que yo a él: con amor puro e indescriptible.
De pronto, me di cuenta de lo vulnerable que me sentía a su lado, especialmente ahora. Él volvió a inclinarse para iniciar otra ronda de besos que bordeaban la lujuria, y fui consciente de que, dentro de todos nuestros encuentros, las veces en las que yo cedía el control y le permitía quererme eran muy escasas. Y se sentía extremadamente bien ser querido en exceso después de varios intentos por hacer lo mismo sin reciprocidad alguna. No estaba acostumbrado a que esa vulnerabilidad emergiera de mí, sin embargo, era lo que necesitaba; estaba cansado de querer sin ser querido y ahora solo deseaba entregarme a los brazos de Thomas para que otra vez, después de tanto tiempo, me desmostrara que sí, también me quería.
Daba igual si había parecido lo contrario hace un par de horas o unos días. Ahora me quería, jamás había dejado de hacerlo, y no existía una sensación similar a ser querido por el hombre que yo amaba.
Su cuerpo estaba completamente presionado contra el mío, y el calor irradiaba por debajo de la tela delgada de su camiseta. Una de sus manos descendió por mi torso, alcanzando el borde de la camiseta Henley que vestía para mi papel en la película para escabullir sus manos bajo ella con ímpetu. Sus dedos se deslizaron por mi abdomen, una sensación fría que dejó tenues cosquilleos debajo de cada toque, y su boca se desplazó lentamente a lo largo de mi mandíbula, bajando por mi cuello con besos húmedos y una que otra suave mordida que no podría haber dejado marca ni aunque él así lo quisiera. Yo cerré los ojos y eché la cabeza hacia atrás, topando con la puerta mientras mi respiración se aceleraba y en mi estómago se formaba un nudo lleno de placer tan conocido por mi cuerpo. Mis manos se aferraban a su espalda firmemente, por lo que mis uñas se hundieron en su piel cada vez más, a lo que él respondió con uno que otro gemido que se perdía en mi cuello con cada beso recibido.
Mordí mi labio inferior con el propósito de que, en caso de que comenzara a ser mucho más ruidoso de lo normal, no pudieran oírme (a pesar de que no había nadie en los vestidores, pero era mejor prevenir.) Thomas depositó un último beso en la unión de mi cuello y hombro izquierdo y volvió a besarme en los labios, esta vez de manera apasionada y casi violenta. Nuestras respiraciones se mezclaban, agitadas y cálidas, y su lengua exploró mi boca sin advertencia. Sentí un tirón en mi camiseta y una brisa fría rozando mi torso sudado, entonces comprendí sus intenciones y levanté ambos brazos mientras él ponía una pausa en nuestro beso para deshacerse de la prenda de ropa que le molestaba. La dejó caer en el piso, junto a nuestros pies, y esta vez, apenas prosiguió a besarme, no se abstuvo de mover sus manos a lo largo de mi espalda y cintura, mucho menos mi vientre.
Mis manos no fueron la excepción. Pese a que hace un rato pensaba que su camiseta negra lucía genial en él y el color le sentaba muy bien, lo único que ahora tenía en mente era quitar de mi camino dicha prenda. Ni siquiera era el hecho de que yo era el único semidesnudo y eso reforzaba aún más mi estado de vulnerabilidad, del cual era sumamente consciente. Solo necesitaba tocarlo, sentirlo lo más cerca de mí posible y que nada se interpusiera entre ambos. Así que con mis dos manos jalé hacia arriba de los bordes de su camiseta, descubriendo sus caderas y la parte inferior de su abdomen. Él no tardó en captar mis acciones y se alejó, empuñando ambas manos en la tela negra para quitársela de encima.
La camiseta tuvo su lugar sobre la mía, ambas arrugadas en el suelo. Sus ojos pasaron de estar posados en los míos a terminar viajando por mi torso desnudo como si fuera la primera vez que me veía de ese modo. La verdad es que yo también hacía lo mismo, pero él no se sonrojaba al igual que yo. Y nuevamente la vulnerabilidad estaba presente. Él podía hacer de mí lo que se le placiera, y en vez de causarme daño o alimentar mis miedos, lo único que hizo fue quererme y llenar mi corazón de felicidad.
Acabó con los centímetros que nos distanciaban para besarme con hambre, como si necesitara de mucho más para saciarse. Otra vez nuestras manos se deslizaban por doquier, con ganas alocadas de tocar la piel cálida que tanto extrañaban del otro. Le besé la comisura de la boca antes de darle atención a su cuello. Él gimió con aprobación y una de sus manos se movió hacia mi trasero mientras ladeaba la cabeza hacia el lado contrario de dónde se hallaba la mía. Utilicé mis labios y lengua como mejor sabía hacerlo, y la excitación se acumulaba en mi cuerpo con cada sonido que Thomas hacía.
Después, abrí los ojos y noté la marca amoratada que resaltaba cerca de sus clavículas, con rastros de maquillaje para disimular el color. Me relamí los labios y tragué saliva en un intento por ignorar mis dudas y conclusiones. ¿Era obra mía o de Isabella? No recordaba que Isabella acostumbrara a hacerle chupones a Thomas como si tuviera la necesidad de marcarlo ante el resto del mundo. La camiseta de Thomas tenía el cuello lo suficientemente alto para encubrir un poco más de la mitad esa marca, y no lo culpo, porque son muy pocas las personas que gustan de lucir sin vergüenza chupones en su piel, por lo general hechos por sus parejas. No obstante, me preguntaba quién había sido el que decidió marcarlo de esa forma. No recordaba ser yo el que lo hizo, puesto que, con el paso del tiempo, ambos nos dimos cuenta, y acordamos sin la necesidad de conversar sobre ello, de que era preferible evitar cualquier marca en la piel que durara más de unas horas, en especial si se trataba de una zona del cuerpo totalmente visible.
O tal vez sí había sido yo. Después de todo, me había emborrachado hace un día en nuestra salida juntos y quizá, dentro de todo lo que yo no recordaba, en algún momento de esa noche decidí besarle el cuello con el objetivo de hacerle un chupón. Y quizá por eso Thomas no se quedó conmigo esa noche, porque no supo cómo reaccionar ante eso y… No, qué estupidez. No tenía sentido. Lo más probable es que hubiera sido ella, mas odiaba el solo imaginar que ella tenía aquella oportunidad. La oportunidad de besarlo cuántas veces quisiera y dónde se le diera la gana, sin importar las circunstancias. Ella había marcado a Thomas como si me estuviera gritando a todo pulmón que le pertenecía, y yo ahora me encontraba ahí, percatándome de ello.
—¿Dyl? —susurró en mi oído y llevó una mano a mi mejilla, a lo que yo desperté de mi trance y me erguí para mirarlo a los ojos.
¿Cuánto tiempo me había quedado quieto, contemplando la mancha temporal en su piel? Supuse que solo fueron segundos, pero él me miraba confundido, como si yo hubiera dejado de moverme por una hora entera.
—¿Q-Qué?
—¿Pasa algo? —dijo acariciando mi mejilla con el pulgar.
No era importante. No tenía que ser importante preguntarle al respecto. Daba igual quién había sido, o si probablemente Isabella le había hecho ese chupón que él intentaba ocultar. Daba igual si me recordaba que siempre que lo tenía en mis manos, ella acabaría arrancándolo de mi agarre y él no se resistiría ni un poco.
—¿Por qué? No, ¿qué podría…?
La puerta de la entrada rechinó y me paralicé por completo.
—¿Dylan? —llamó una voz masculina del otro lado de la habitación, haciendo eco en el silencioso pasillo.
Se escucharon pasos que se dirigían lentamente hacia el baño y Thomas suspiró, rodando los ojos. Me recordó a las incontables veces que casi nos atraparon allí mismo, lo que nos obligaba a poner fin momentáneo a nuestros pequeños encuentros diarios en el baño. Puede ser que por la misma razón él reaccionaba así ahora, porque odiaba que nos interrumpieran y tuviéramos que volver al set antes de lo planeado para no levantar sospechas.
Era gracioso volver a verlo tan irritado por una interrupción como esa, y no pude contener la sonrisa que se formó en mis labios, que de inmediato presioné entre sí para reír en silencio. Thomas frunció el ceño al verme reír, aunque en su boca ví una sonrisa ladeada y dudosa de si la situación en realidad era graciosa.
—Dylan —una vez más, Ki Hong dijo mi nombre. Golpeó la puerta tres veces y yo me alejé de esta al instante, sorprendido por el ruido y el moviento repentino de la superficie en la que había recargado mi cuerpo—. ¿Estás ahí?
Miré a Thomas, que ahora sí reía con carcajadas silenciosas y una mano sobre la boca. Arrugué la frente, molesto de que se riera de mí, y después me giré hacia la puerta.
—Ya voy, ¡un momento! —exclamé, esperando haber sonado natural.
—Oh, no, no. Tranquilo. Solo quería saber si estabas aquí. Estabas tardando mucho y ya comenzamos a grabar, así que…
—¿Ya comenzaron? —lo interrumpí, y esta vez me oí genuinamente sorprendido. Seguramente tenía los ojos más abiertos de lo normal ante la sorpresa de que había olvidado por completo estar a tiempo para comenzar a grabar.
—Hum… sí —contestó Ki, inseguro. Fue gracias a eso que me di cuenta de que la pregunta que había hecho era tonta—. Hace quince minutos. Wes quería saber dónde estabas.
—Dile que… que ya voy. Ahora voy.
—Dylan, ¿estás seguro de que te sientes bien? Sé que ya lo hablamos, pero... tómate tu tiempo. En serio. Tal vez podrías hablar con Wes si sientes que hoy no es tu día…
—¿Y atrasar aún más la producción de la película? Ni pensarlo. Estoy bien, Ki. Iré de inmediato.
Ki Hong tardó un poco en responder.
—Okay, como digas.
—¡Gracias! —dije mientras sus pisadas sonaban cada vez más lejanas.
Permanecí con la vista en la puerta mientras aguardaba a oír el chirrido de la puerta metálica de la entrada al abrirse, seguida por el estruendo que hacía al cerrarse. Después me encaminé hacia las camisetas que yacían en el piso en un charco de tela celeste y negra. Recogí ambas y di media vuelta hacia Thomas, que todavía no decía nada, para tenderle la suya. Él vaciló antes de recibirla, su distintivo ceño fruncido demostrándome que una duda había surgido en su mente.
—¿Por qué Ki Hong te dijo eso? —preguntó mientras yo estiraba la camiseta entre mis manos antes de meter la cabeza, y después los brazos, en ella.
—¿Qué cosa? —repliqué alisando las arrugas de la tela.
—Te preguntó si estabas seguro de que te encuentras bien y que…
—Sí, tuvimos una conversación antes de almorzar y… Eso da igual. Estoy bien, esa es la verdad.
—¿Lo estás? —Dio un par de pasos hacia mí, lo que me hizo alzar la mirada después de verificiar que mi camiseta estaba libre de arrugas o manchas que antes no existían.
Solté un suspiro al percatarme hacia dónde se dirigía la conversación.
—Dyl, antes de que Ki Hong apareciera, ¿qué era lo…?
—No era nada. Solo pensaba y él lo malinterpretó —mentí.
—Dylan —me reprochó—, hablo en serio.
—¡Y yo también hablo en serio! —contesté con una sonrisa, como si quisiera demostrarle que era cierto lo que decía.
—Solo me preocupo por ti. Si Ki Hong te hizo esas preguntas, no fue porque sí. Da igual si no sabe por qué realmente te tardaste tanto acá adentro, de todas formas está preocupado por ti y tiene razones para estarlo.
—Pero no debería estarlo, y tú tampoco —me aproximé a él, rodeando su cintura con ambos brazos. Ahora que nuestros rostros estaban otra vez cerca, disminuí el volumen de mi voz y le hablé con una sonrisa pequeña e inevitable—. Tú más que nadie deberías saber que, especialmente ahora, estoy bien. ¿Acaso no se nota?
En los labios de Thomas se formó una sonrisa. Rodó los ojos y negó con la cabeza, lo que me hizo soltar una risita. Sus mejillas todavía estaban sonrosadas debido al acalorado encuentro que habíamos llevado a cabo solo unos instantes atrás y la piel en su espalda había comenzado a enfriarse tras estar tanto tiempo desnuda. Él tenía un brazo alrededor de mi cintura, su mano empuñada en su camiseta, y con la otra mano me acariciaba la cara.
—De acuerdo —respondió y me dio un beso dulce y breve—. Te creo.
Esta vez lo besé yo, aunque no planeaba que fuera más que un gesto inocente. Solté un suspiro largo, al fin pudiendo relajarme después de tanta tensión, y con ambos brazos lo atraje aún más hacia mí, a pesar de que no había manera de que eso fuera posible. Fue él quien se apartó de mí y me dio un beso casto antes de que yo apoyara la cabeza en su hombro.
—Creo que ya deberíamos salir. Seguramente también notaron tu ausencia —murmuré.
—No sospecharán demasiado. De todos modos, yo tenía que cambiarme en los vestidores, así que solo sería coincidencia si salimos del mismo lugar.
—Aunque no saldremos al mismo tiempo porque todavía tienes que ir a cambiarte.
—Cierto —respondió. Luego dejé un beso en su hombro y deshice el agarre que tenía en su torso para dar un paso hacia atrás.
Con ambas manos, Thomas estiró su camiseta y se la puso, mientras tanto, yo lo observaba esperando a que estuviera listo.
—¿A qué hora se supone que terminas hoy? —me preguntó, alisando los pliegues que se habían formado en la tela de la prenda de ropa.
—A las ocho. Quizá un poco más tarde debido al retraso de ahora, pero yo creo que a las nueve de la noche ya podré irme.
—Creo que Wes solo me mantendrá ocupado por un rato. Me dijo algo de que podía irme temprano y pensé que, tal vez, podríamos irnos juntos y te quedas en mi habitación.
Isabella no está, me recordó una vocecita en mi cabeza. Si ella estuviera, tal vez esto no estaría pasando. Fue ahí cuando le grité a lo que sea que me que me hablaba que se callara, tal como ignoré el chupón en el cuello de Thomas, que tenía que haber sido hecho por Isabella y no yo.
—Oh. Eh… Sí, me gustaría eso —dije, esbozando una sonrisa, y me humedecí los labios—. ¿No importa si tienes que esperarme?
—Da exactamente igual —afirmó con una sonrisa mucho más grande que la mía—. Solo quiero pasar esta noche contigo, así que esperaré lo necesario. Además, mientras espero podré verte desde lejos y entretenerme con eso.
—No te quejes si termino de grabar a las doce de la noche —le advertí de manera juguetona, apuntándole con el dedo, para después girarme y dirigirme hacia la puerta. Antes de abrirla, lo miré sobre el hombro y hablé—. Nos vemos afuera.
Abrí la puerta y la cerré atrás de mí. Una gran bocanada de aire salió de mi boca y volví a inhalar profundamente para continuar mi camino con ambas manos en los bolsillos. Mi corazón volvía a retumbar en mis oídos, gozoso mientras recapitulaba lo sucedido, y esta vez solo me preguntaba cómo fue que, en cuestión de segundos, una sola persona me había hecho tan feliz sin una pizca de esfuerzo.
*****
Hiiiiii! Han pasado 84 años, lo sé. Bueno, la mayoría sabe mis razones. Han sido meses difíciles, y todavía es complicado, pero logré escribir. Lo siento por hacerlos esperar tanto, pero no podía obligarme a hacer algo que no quería ni se sentía bien. Solo esperé a tener ganas de escribir, poder hacerlo y ser feliz haciéndolo, y me pasó eso el otro día.
Como sea, ¿cómo están ustedes? Espero que les guste el capítulo. A mí me gustó bastante, especialmente porque nos lleva al capítulo más importante, que es el siguiente. Es como la bomba djkdk.
En fin, me encantaría leer sus opiniones, teorías o lo que sea que quieran comentar.
Los adoro y gracias por todo. x
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