55
Thomas
Cuando salimos del hotel, el viento helado que corría esa noche nos recibió. No parecía una noche veraniega, sino que se asemejaba bastante a la del día anterior y deseé haber llevado una chaqueta conmigo en vez de una simple camiseta. Minutos antes de salir de mi habitación con la excusa de que iría a beber una cerveza con algunos de los chicos, Bella me había advertido que llevara una chaqueta conmigo porque el clima no era tan agradable como parecía. También me insistió incontables veces que no saliera con mis amigos (que en realidad solo era Dylan, y ni siquiera sabía si realmente lograría ir con él a algún lugar). Fue algo muy oportuno que, a pesar de no haberla invitado, ella no haya querido ir.
Dylan caminaba delante de mí con ambas manos dentro de los bolsillos de sus jeans. Sus pasos eran lentos y a veces daba un vistazo hacia atrás, como si necesitara saber que yo todavía estaba allí. Recorrimos un par de metros hasta que él se detuvo justo en frente de la fuente cercana a la puerta de entrada, sentándose allí con los brazos cruzados sobre su pecho. Permanecí de pie frente a él, dándome cuenta de que sus ojos estaban clavados en mi cara.
No sabía qué decir. Quería aparentar seguridad, pero mis nervios me traicionaban. Mi conciencia susurraba a mis espaldas todos mis errores, y podía jurar que cualquier acción iba a delatarme. Me sentía contento porque Dylan había accedido a salir conmigo y pasar un rato juntos, mas sabía que debería haberle dicho la razón por la que había estado tan distante. Pensaba en él, siempre lo hacía, pero existían momentos de egoísmo puro en los que ni siquiera pasaba por mi cabeza cómo se sentía él respecto a lo nuestro.
El problema era que necesitaba a Dylan conmigo tanto como necesitaba todo lo demás que ya tenía entre mis manos. Mi madre podía amenazarme más de una vez y eso no iba a significar que me rendiría tan fácilmente, no obstante, admitía que las dudas vagaban de un lado a otro dentro de mi cerebro a toda hora. Tal vez hubiera sido mucho más sencillo contarle a Dylan todo lo que sucedió en Inglaterra desde el principio, sin embargo, lo que vendría a continuación de mi historia no era muy difícil de predecir: él me observaría con los ojos brillantes y repletos de ilusión a la espera de que yo dijera que todo daba igual, porque me quedaría con él y lo dejaría todo sin mirar atrás. Si las circunstancias hubieran sido totalmente distintas y mi personalidad diferente, eso no habría tenido nada de malo, pero tenía la certeza de que yo no era capaz de ignorar las cosas que iba a perder por él.
Era un cobarde, lo reconocía. Quizás era demasiado para mí perder no solo a mi hermana, sino que a toda mi familia, ya que conocía perfectamente a mi mamá y sabía de lo que ella era capaz. Si ella intentaba alejarme de Ava, eso significaba que haría todo lo humanamente posible por alejarme de otros parientes cercanos; le lavaría el cerebro a cada uno de ellos con tal de hacerme pagar por no darle el gusto. Mi hermana no iba a ser tan fácil de convencer, mas existía la posibilidad de que ella también acabara despreciándome, y yo no tenía idea de cómo iba a lograr lidiar con eso. Luego estaba Isabella, a quien, después de todo, estimaba demasiado y no quería aceptar perderla como la amiga que estuvo junto a mí por años. Algo me decía que si Dylan hubiera estado en mi lugar, él sí lo habría dejado todo, y quizás mucho más, para estar conmigo, y detestaba admitir que tal vez yo no era ese tipo de persona, puesto que permitía que el miedo me controlara.
—¿Entonces? —me preguntó y yo escondí ambas manos en los bolsillos delanteros de mi pantalón.
—¿Entonces qué?
—¿Nos quedaremos aquí toda la noche o me llevarás a algún lugar? —replicó con una pequeña sonrisa, a lo que yo le sonreí de vuelta y me senté a su lado.
—Bueno... Se me ocurrió que podríamos ir a una disco —dije y me relamí los labios—, pero sería perfecto si vamos a una que no es tan frecuentada para no tener problemas con algún paparazzi o algo así.
—Dudo que haya algún paparazzi a esta hora, Thomas —replicó con un ruedo de ojos y volvió la vista al frente. Comenzó a mover las piernas de arriba a abajo con cierta inquietud.
—Te sorprendería cuánta gente no duerme para conseguir las mejores fotos de las celebridades. Especialmente si están haciendo algo que cause polémica, porque eso significa más dinero.
—Lo sé, lo sé —contestó con un suspiro y apretó los labios, lo que dejó a la vista un pequeño hoyuelo en su mejilla izquierda. Después me miró con una sonrisa apagada que ni siquiera alcanzaba sus ojos—. Pero si hubiera alguno, te aseguro que no nos verá. No te preocupes por eso.
Otra vez me hallé en la misma situación de hace un minuto. No sabía qué responder y abría y cerraba la boca, pero ni un solo sonido salía de ella. Detestaba entristecerlo de esa forma y sabía que todo podía ser diferente, sin embargo, las consecuencias irreversibles que eso podría significar me presionaban y detenían.
Solté un suspiro y tomé una de sus manos, entrelazando nuestros dedos. Cada vez que tomaba su mano era como si al fin hubiera encontrado algo que añoré por años. El contacto de su palma tibia y suave contra la mía no tenía comparación con ninguna otra que alguna vez he sostenido. Me sentía en paz y mis temores se los llevaba el viento, dos cosas de las que estaba seguro que no volvería a encontrar en ninguna otra persona; simplemente era un cobarde por no me atreverme a tener algo así por cuánto tiempo me lo permitiera la vida. Contemplé la forma en que sus dedos se aferraban a los míos en un acto totalmente reconfortante, y quizás podría haberme quedado allí por horas, sentado a su lado mientras tomaba su mano y todo parecía volver a la normalidad. De pronto mi madre me aceptaba, yo le confesaba a Isabella la verdad y, finalmente, estaba con Dylan cada vez que quisiera, tomaba su mano y me sentía rebosante de paz cuántas veces quisiera, en vez de tener que actuar como si la llegada de improvisto de Isabella fue lo mejor que me pasó en meses.
Pero tenía que regresar a la realidad.
—No quise decir eso, Dyl —dije en voz baja después de un momento de silencio. Buscaba su mirada, que ahora estaba perdida en el piso, y mimaba el dorso de su mano—. Solo... no quiero que tengamos problemas.
—Está bien. Tienes razón —susurró y se relamió los labios, su vista yendo de vuelta a mi rostro. Luego añadió, en un tono más alto y no tan cargado de tristeza—: De todas formas, no creo que sea una buena idea que se enteren de que me gusta mi compañero de reparto por una foto en una disco gay, ¿no crees?
Las comisuras de sus labios se curvaron gradualmente hacia arriba y una risa suave se escuchó en medio del sonido de algunos vehículos que todavía transitaban por las calles. Cuando vi sus dientes perlados gracias a una amplia sonrisa que se había dibujado en su rostro, no pude evitar reír, aunque no sabía si era porque su comentario fue gracioso o verlo sonreír me causaba una alegría que hasta el día de hoy no comprendo por completo.
—Sí, es cierto —repliqué entre risas—. Creo que sería una mala idea.
Nos reímos por unos cuántos segundos y, de un momento a otro, guardamos silencio. Por primera vez en toda la noche no me sentía nervioso. Era como si hubiera olvidado que estábamos frente al hotel en el que Isabella me estaba esperando y nada me aterraba, algo que no sucedía muy seguido. Sus iris se asemejaban al whisky que había en el vaso que él bebía hace un rato y sus pupilas se dilataban mientras subían y bajaban desde mis ojos a mis labios. En su boca estaba plasmada una sonrisa mucho más tenue que no tardó en desaparecer tan pronto acorté el espacio que existía entre nuestros rostros.
A diferencia de los besos en el ascensor, esta vez no teníamos prisa. No contábamos los segundos que pasaban para asegurarnos de que nadie nos vería de manera inesperada, aunque sabía que alguna persona podía caminar frente a nosotros y reconocernos. Besaba sus labios y mi corazón latía con fuerza mientras apretaba un poco más el agarre de nuestras manos, que todavía se sostenían la una a la otra. Sus labios se movían con lentitud y sutileza, y no había ninguna insinuación sexual o algún intento por tocarme bajo la ropa. Él tomaba mi mano y me permitía saborear sus labios hasta el punto en que nuestros pulmones nos rogaban por un poco de oxígeno, y eso era todo lo que necesitaba.
Abrí los ojos y volví a chocar con los suyos, que ahora se volvían pequeños debido a la sonrisa que estaba esbozando. También sonreí, pero no tardé en fruncir el ceño al que recordar lo que dijo antes de besarnos.
—Espera, ¿dijiste... disco gay?
—Sí, eso dije —afirmó con sus labios todavía curvados, esta vez en una sonrisa que ocultaba su dentadura.
—No recuerdo haber mencionado que iríamos a...
—Es que... Okay. Hace unas semanas quería salir contigo a algún lugar, y pensé por un tiempo en dónde ir. Encontré una disco gay no tan lejos de aquí y consideré que no sería una mala idea porque no es tan concurrida. Además, cierran cerca de las cuatro de la madrugada, y... ¿Te gustaría ir?
—Hum... No lo sé, Dyl. Es que...
—Thomas, por favor —me interrumpió con una risa irónica y un ruedo de ojos—. No es como si fueras heterosexual.
—Bueno... supongo que está bien, pero ¿qué hay de ti?
—¿Qué hay de mí? —repitió la pregunta con ligera confusión.
—Sí. Ya sabes... Nunca me has dicho si eres gay o...
—Thomas, primero que todo, es solo una disco. Creo que da igual si eres gay, heterosexual, o lo que sea. Segundo... nunca te lo he dicho porque no tengo idea.
—¿De verdad no sabes?
—No —contestó casualmente mientras se encogía de hombros—. Nunca había estado con un hombre, Thomas. Y, créeme, todavía estoy tratando de entender cómo pasó y por qué, pero... Solo sé que me gustas tú. Supongo que eso es suficiente para poder entrar, ¿no?
Me quedé mirándolo fijamente con la boca entreabierta y sus palabras flotando en mi mente. Él me hablaba como si lo más importante fuera poder entrar a la disco, pero mi cerebro retenía la información que para él no parecía tener tanta importancia. Mi frecuencia cardíaca era similar a la de un colibrí cada vez que él me recordaba en voz alta lo que sentía por mí, y un peso sobre mi pecho oprimía mi tranquilidad debido a que yo era el primer hombre en la vida de Dylan. Esperaba estar exagerando, mas claramente eso podía tratarse de algo de suma importancia en la vida de una persona. Las primeras veces son importantes y te marcan de cierto modo, por lo tanto, no podía evitar pensar en la persona repugnante que era al no hacer algo para que Dylan tuviera un buen recuerdo de esta época o nosotros. Acabaría consiguiendo que el mal que le había hecho, y estaba por hacer, pesara más que todo lo bueno que vivimos juntos.
—¿Tommy?
—Eh... Sí, sí —repliqué de inmediato; había caído dentro de un trance del que no me di cuenta—. Tienes razón. Vamos ahí.
No dio otra respuesta, solo bosquejó una sonrisa brillante y besó mi mejilla antes de soltar mi mano para sacar su celular de un bolsillo. Tecleó algo en la pantalla y lo acercó a su oído, a lo que yo arqueé una ceja a la espera de que me explicara qué hacía. Levantó su dedo índice en señal de que aguardara un segundo y habló:
—¿Hola? Buenas noches, quiero pedir un taxi.
***
Había una fila corta de personas en la entrada de la discoteca, todos hombres. Nos acabábamos de bajar del taxi y yo permanecí en el mismo lugar observando cómo todos entraban a medida la inseguridad me ganaba en esta batalla. Era tonto. Solo se trataba de una disco. La posibilidad de que alguien nos reconociera era remota, pero aún así el temor me acechaba. Quizás para Dylan no era demasiado relevante que alguien nos reconociera o tomara una foto sin nuestro consentimiento, mas sí se daba cuenta de que para mí importaba bastante.
—Thomas —tan pronto escuché a Dylan pronunciando mi nombre, giré la cabeza hacia él—, ¿estás bien?
—Sí. Claro que sí. —En realidad estaba al borde de una mini crisis nerviosa, pero no quería responderle algo como eso.
Mientras le hablaba, continuaba mirando la fila que avanzaba a unos metros de nosotros. Humedecí mis labios y un apretón suave en mi mano me despertó. Bajé la mirada, encontrándome con su mano sobre la mía, y esbocé una sonrisa débil ante tal imagen.
—Oye, sé que te preocupa que alguien nos reconozca o algo así, pero... —Caminó un par de pasos hasta quedar frente a mí y tomó mi otra mano, mirándome de una forma que siempre conseguía poner mi mundo al revés— aquí no hay nadie, y adentro tampoco habrá mil fotógrafos a la espera de conseguir un nuevo titular para sus revistas basura. Solo deja de pensar en eso, ¿okay?
Le contesté al mover mi cabeza de arriba a abajo, esta vez con una sonrisa mucho más genuina. Supuse que era lo mínimo que podía hacer por él si no planeaba armarme de valor para dar un último paso e ir más allá. Quería hacerlo la persona más feliz del mundo, honestamente era lo que más quería, por lo que, al saber que no tendría mucho tiempo para hacer algo así, mi meta de esa noche fue ser la razón por la que él me sonreía con los ojos llenos de vida. Y eso fue lo que hizo: me dedicó una sonrisa que intenté grabar en mi memoria con cada detalle y besó mis labios por un par de segundos. Luego soltó mi mano izquierda y me jaló de la que todavía sostenía hacia la fila de la entrada.
***
Había luces encandilantes frente a mí. Blanco, rojo, azul y verde eran algunos de los colores que brillaban con fuerza y titilaban sin descanso. Quizás era el alcohol o la escasez de iluminación, pero estaba seguro de que a veces él se perdía en medio de los focos que caían sobre cada una de las personas dentro del recinto, y titilaba de la misma forma, apareciendo y desapareciendo ante mis ojos. Su cuerpo se movía al compás de un ritmo acelerado y, a veces, sus pies sufrían de una descoordinación fatal que me hacía morir de la risa. Y las luces de los focos lo seguían de la misma forma que lo hacían mis ojos, casi como si estos hubieran sido hechos para estar fijados en él.
A veces, sus brazos se escabullían en el espacio vacío que quedaba alrededor de mi torso cuando yo levantaba un poco los míos, ya sea para bailar o pasar una de mis manos por mi cara sudada o mi cabello. Abrazaba mi cintura y me atraía hacia él, provocando un choque entre nuestros cuerpos. Cuando esto sucedía, sus pies olvidaban que la canción era rápida y animada y llevaba una mano a mi mejilla con una amplia sonrisa que cubría su rostro. Podía sentir su pecho subir y bajar al mismo tiempo que su tibio aliento chocaba contra mis labios, los cuales eran humedecidos por su lengua y me tentaban en silencio. Entonces, yo apoyaba ambos brazos sobre sus hombros y me inclinaba para besarlo como si hubiera sido la primera vez que lo hacía, aunque en realidad ya no recordaba cuántas veces lo había besado en una sola hora.
Así fue como avanzó gran parte de la noche entre risas, baile y besos, hasta que fuimos a la barra y me senté en uno de los taburetes mientras murmuraba que la cerveza que había pedido sería la última que bebería esa noche. Dylan me observaba y yo mantenía mi palma recargada en el mesón del bar para mantener mi equilibrio, de este modo la sensación de que el mundo da vueltas no sería tan fuerte una vez me incorporara para irnos al hotel. Cuando bebí la botella por completo, Dylan obtuvo toda mi atención: todavía me contemplaba y, bajo una suave y cálida luz que estaba presente en toda la zona de la barra, sonreía. No le permití beber nada más, puesto que él ya había bebido antes que yo y estaba bastante borracho como para continuar ingiriendo alcohol.
—¿Por qué sonríes tanto? —le pregunté de pronto. Percibí mi voz lenta y la forma en que mi lengua se enredaba con las palabras recién articuladas.
Todavía con la vista sobre mí, Dylan reemplazó su sonrisa con una mueca confundida e intentó ponerse de pie, a lo que reaccioné de manera instintiva e hice lo mismo para acercarme a él en caso de que tropezara gracias a su poca lucidez. Por suerte nada de esto sucedió y solo se tambaleó un poco al dar un paso hacia adelante, algo que para él parecía ser divertido y yo pensé que era adorable. Al instante me di cuenta de que alcohol no me provocó una gran borrachera como creí que sucedería; fue un alivio saber que sería capaz de cuidar de Dylan y llevarlo de vuelta al hotel sano y salvo.
—No era necesario que te acercaras a mí para responderme —le dije entre risas y lo sostuve por la cintura—. Pudiste haber tropezado.
Sus ojos pardos y cansados estaban cercados por algunas arrugas, producto de la risita que soltó, y su cara se aproximó a la mía, tanto que creí que nuestras cabezas chocarían debido a lo ebrio que él estaba. Pero solo carcajeaba como un niño y yo atesoraba esa imagen en mi memoria.
Y entre risas encantadoras, sus ojos me atravesaban el alma. Todo parecía ser la perfección encarnada en un momento, algo tan simple y perfecto. Quería ponerle pausa al tiempo como en las películas para poder aferrarme a esa felicidad. Sin embargo, no sé si de pronto todo lo que se veía tan colorido se destiñó o solo se tornó borroso y confuso. La risa de Dylan era más suave, casi convirtiéndose en silencio, y comenzó a titubear por unos segundos, hasta que leí sus labios al mismo tiempo que lo escuché susurrar algo para lo que yo no estaba preparado.
—Te amo.
Tenía una sonrisa resplandeciente en los labios, mientras que la mía se desvaneció tan pronto pronunció tales palabras. Jamás había sentido que el mundo se detenía tan rápido como en ese momento. No estaba seguro de si mi corazón había dejado de latir o solo lo hacía a una velocidad que podría haberme matado. El aire se había vuelto denso, las personas del local se veían fuera de foco, casi inexistentes, y Dylan estaba allí, otra vez riendo lleno de gozo, una emoción que yo también deseaba sentir. Sus palabras habían sonado tan casuales, como si se tratara de estar diciéndole la hora a la persona que te preguntó en la calle, y yo no sabía qué creer. No sabía si fingir que no había escuchado nada en absoluto (a pesar de que en el sector que nos encontrábamos el volumen de la música estaba a un nivel moderado) o solo reírme, porque tal vez él estaba tan borracho que ni siquiera recordaba lo que había dicho o hecho hace un minuto.
No hice nada. Dylan volvió a mirarme y no parecía darse cuenta de que me había quedado atrapado en el tiempo. Su mano derecha se posó en mi mejilla y sus labios me besaron por enésima vez esa noche, dejando un sabor amargo en medio de tanta dulzura; la razón no era el dejo que pudieron haber causado todos los tragos que bebió, sino que mi mente aprisionaba sus palabras y las repetía sin descanso mientras que un par de manos se enredaban en mi cabello. Eran movimientos torpes y, sorprendentemente, delicados, y yo vacilé un par de veces antes de corresponderle.
La culpa me perseguía. Él me besaba pasión y, en menos de tres parpadeos, estábamos entrando al baño de hombres que se hallaba a unos metros a la izquierda. Mi cuerpo estaba atrapado entre el suyo y la puerta, la música retumbaba afuera y yo no sabía si pensar en lo que Dylan había dicho hace un rato o solo dejarme llevar. Mi respiración estaba agitada y el olor a alcohol que emanaba de su boca se mezclaba con el aroma de su perfume que entraba a mis fosas nasales cada vez que pegaba mis labios a su cuello. Y a medida los minutos transcurrían, yo me encontraba sentado sobre un lavamanos con la espalda recargada en un espejo frío y algo sucio, sintiendo cómo el calor incrementaba y sus palabras resonaban en forma de ecos dentro de mi cabeza.
Está borracho. No sabe lo que dice, pensaba. Me costaba trabajo creer en que era algo cierto. No podía amarme. No podía. Era imposible. Era simplemente desastroso y...
Tal vez era cierto.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top