46

Desperté mucho más temprano de lo que me levantaría en uno de mis días libres, ya que Thomas y yo acordamos vernos en el vestíbulo a las diez de la mañana. Siendo las ocho en punto, me tomé el tiempo suficiente para darme una ducha, vestirme y subir a desayunar a la terraza.

Regresé a mi habitación una media hora después para lavar mis dientes y arreglar solo un poco más mi cabello, sintiendo algo de inseguridad respecto a mi vestimenta o cómo Thomas me vería a través de sus ojos; sin embargo, me resigné a bajar al darme cuenta de que no tenía sentido preocuparme de eso y que, además, Thomas es demasiado puntual y yo acabaría llegando tarde al vestíbulo.

Apenas las puertas del ascensor se abrieron, lo encontré sentado en el sofá con su espalda hacia mí. Caminé hacia él, procurando no causar ruido al acercarme, cubrí sus ojos con ambas manos y me acerqué a su oído.

—¿Adivina quién?
—No lo sé... ¿Un secuestrador? —contestó entre risas que se mezclaron con la mía.
—No lo creo, Tommy —susurré en su oído, mi voz más ronca de lo habitual—, pero podría secuestrarte de todas formas. No me molestaría en absoluto.
—Muy bien, seré tu rehén. ¿Qué pedirás a cambio?
—Nada. Quiero tenerte conmigo por siempre, no creerás que planeo devolverte.
—Dyl, quita tus manos de mis ojos, me dejarás ciego y no creo que quieras secuestrar a un no vidente —pidió con una sonrisa, a lo que yo acaté y me desplacé alrededor del mueble, sentándome a su lado sobre los grandes cojines negros.
—Es imposible que te quedes ciego por eso, ¿sabes? La última vez que lo hice, dijiste lo mismo y si no me equivoco, puedes ver a la perfección.
—Lo sé, pero tienes una extraña tendencia a hacer eso —replicó sonriendo y me apuntó con su índice izquierdo— y debo admitir que no es algo que me fascine.
—Genial —dije con voz burlona, encogiéndome de hombros y esbozando una sonrisa—. Otra razón más para hacerlo.

Thomas puso los ojos en blanco y suspiró, aunque su sonrisa se mantenía intacta y sus ojos me observaron nuevamente. Esta vez era distinto, casi como si él deseara decir algo más, pero no hallaba la manera de pronunciar esas palabras. Se relamió los labios y volvió la vista hacia el frente, sus facciones esta vez un poco más serias.

—Así que... ¿adónde iremos? —pregunté y él tragó saliva. Me miró por unos segundos y fijó otra vez los ojos en el horizonte, mas bien, en las dos puertas y grandes ventanales de cristal que dejaban ver el estacionamiento, la calle y la acera con un par de personas transitando cada cierto rato.
—Ehm, tengo que... Tengo que ir a una sastrería para comprar un traje —respondió nervioso y relamió sus labios una vez más, sus cejas esta vez fruncidas y la mirada una vez más sobre mí.
—¿Un traje? —Asintió y esta vez fui yo quien tragó saliva, sacando conclusiones apresuradas que dudo sean inciertas.

Miré hacia el frente y apoyé las manos en mi regazo, retamboreando los dedos sobre cada muslo. Ninguno hablaba y yo esperaba a que él dijera algo al respecto, que me explicara a qué se debía la necesidad de comprar un traje, de esta forma acabaría descartando mis deducciones. Pero no abrió la boca, su voz no se volvió a oír entre los bajos sonidos de los trabajadores, pisadas y objetos en movimiento.

—Creí que no te casarías...
—Y no lo haré —repuso de inmediato, chasqueando la lengua y girándose hacia mí. Yo lo observé de nuevo y bajé la mirada al instante—. Solo... Necesito comprar el traje por si acaso. Bella me pidió que lo hiciera y es posible que cuando la visite me pida verlo o algo así. Pero no lo usaré.

Apreté mis labios inconscientemente, dándome cuenta de ello al sentir que los estaba presionando con demasiada fuerza, y solté un suspiro lleno de cansancio, otra vez contemplando la nada y dudando sobre mi siguiente acción.

—Dyl —agregó y posó una mano sobre la mía, sus dedos aprisionándola con delicadeza—, ya te lo dije hace unos días: por favor, confía en mí. No quiero hacerte daño, no quiero jugar contigo y terminaré con todo tan pronto sea posible. No utilizaré ese traje para la boda, porque no habrá boda. ¿Está bien?

Mis ojos descendieron hacia nuestras manos por un momento. Se sentía como si fuera lo correcto, como si nada ni nadie más me hiciera falta, pues con él ya tenía lo necesario. Bosquejé una ligera sonrisa con mis labios cerrados y moví mi mano, entrelazando nuestros dedos sin importarme que alguien más pudiera alcanzar a divisar este gesto.

—Okay. —Suspiré una vez más y lo miré, viendo cómo la felicidad regresaba a su cara y abría la boca para hablar, por lo que me adelanté y añadí—. Pero deberás invitarme a comer si quieres que te crea al cien por ciento.
—Bueno, con eso no hay problema —aseguró y los dos reímos al mismo tiempo.

Me mordí el labio inferior, intentando convencerme de que todo estaba bien, que él era sincero y que yo debía creerle. No obstante, hay una pregunta en mi cabeza: ¿cuánto tiempo debo esperar? No quiero presionarlo, no quiero ser una persona insistente, por que me aterra pensar que solo conseguiré extenuarlo y alejarlo. También quiero pensar en mí, en mi propio bienestar, pero ya no me sorprende el darme cuenta de que cada una de mis acciones es realizada pensando en él. A veces creo que podría soportar un poco de dolor, aguantaría el saber que no me pertenece por completo y que le da su amor a alguien más; lo haría por él, por no querer perderlo, por esperarlo, por tener esperanzas... por quererlo.

—Entonces, ¿a qué lugar iremos? —inquirí con una sonrisa mucho más amplia en comparación a la anterior.

(...)

—Son treinta dolares —anunció el conductor y yo le di a Thomas una mirada molesta.
—Te dije que utilizáramos el transporte público —lo regañé y él rió, negando con la cabeza y extrayendo dos billetes de su billetera.
—Tranquilo, tengo el dinero suficiente —confirmó con una sonrisa, razón por la que rodé los ojos y comencé a buscar mi billetera dentro de los bolsillos de mi pantalón—. Dylan, calma. Baja, te alcanzo enseguida.
—Oh, no. No pagarás tú solo. —Continué palpando mis jeans, mas no encontraba nada más que mi teléfono—. Mierda —mascullé.
—Creo que sí pagaré solo. Baja, ya voy.

Con un rezongo abrí la puerta a mi derecha y descendí del auto, apoyándome en un poste eléctrico con los brazos cruzados. Thomas salió segundos más tarde, esa sonrisa socarrona en sus labios que solo conseguía molestarme, mas no de una mala manera.

—Entonces, ¿qué quieres hacer primero? Podemos ir a comer, si quieres.
—No lo sé. Lo que tú quieras —respondí indiferente, encogiéndome de hombros y mordiéndome el labio.
—¿Quién es el infantil ahora? —Contemplé mis pies, los cuales movía de un lado a otro, y me mantuve cabizbajo con los brazos cruzados encima mi pecho, mordiendo mi labio inferior e ignorando a Thomas—. ¡Hey, no es mi culpa que hayas olvidado tu billetera! —exclamó riendo y rodé los ojos, pese a que también quería reír.
—Okay, como sea. Solo hagamos algo pronto —repliqué, intentando parecer fastidiado.

Thomas negó con la cabeza y una risita escapó de sus labios. No se burlaba de mí esta vez, sino que me miraba... diferente, y era un diferente totalmente opuesto a la palabra "desagradable". Dio unos cuántos pasos hacia adelante, la distancia entre ambos a punto de desaparecer, y mientras yo comenzaba a preocuparme sobre las personas que caminaban a nuestro lado, creyendo que podrían reconocernos o solo decir algo al respecto, sus pupilas se habían hincado en las mías y recorrían ese familiar sendero hasta mis labios. Creí que iba a besarme, pero solo pasó la lengua por sus labios y articuló una oración.

—Te propongo algo: vamos a almorzar, comemos lo que tú quieras y después regresamos a la sastrería —sugirió. Su mano descansaba a un costado de mi torso, mas lo hacía de forma sutil, dejándome sentir una pequeña parte del peso de su palma por encima de mi camiseta negra.
—¿Y crees que podrás comprarme con comida? —inquirí con el ceño fruncido—. Olvídalo, Sangster.
—Claro que sí. ¿Sabes por qué? Porque ni siquiera estás molesto conmigo, no veo ni una pizca de enojo en ti. Además, tú querías comida. —dijo, encogiéndose de hombros.
—No sabes cuánto te odio —repuse con una sonrisa.
—Tal vez sí lo sé.

《Jamás podría odiarte.》

Me zafé de su débil agarre para emprender mi camino hacia la izquierda con Thomas a mis espaldas. Luego, giré sobre mis talones y caminé en reversa, sonriendo y hablándole a la vez.

—Quiero nuggets. O algo que sea pollo —anuncié, apuntándolo con mi índice derecho—. Esa es mi única condición.
—Lo que tú quieras, Dyl. Ya te dije que no tengo problema con eso.

La temperatura en mis mejillas aumentó y di media vuelta, retomando una caminata normal y encontrando a Thomas a mi lado derecho.

—Sabes, deberías sonrojarte más seguido —comentó con ambas manos dentro de los bolsillos de sus jeans, causando que rodara los ojos y sonriera.
—Dios, Thomas, no empieces con tus cursilerías.
—Está bien, está bien. —Puso las manos en alto como una señal de rendición—. Estoy seguro de que después extrañarás mis cumplidos.
—No estés tan seguro, Tommy —sentencié, guiñando un ojo y enfocándome en el camino.

(...)

—¿Así que... vienes aquí siempre? —preguntó Thomas con comida en su boca y un tono encantador, aunque, obviamente, era todo un chiste.

Un montón de carcajadas escaparon de mi boca y le di un largo trago a mi vaso lleno de Coca-Cola, tratando de calmarme mientras él también reía junto a mí, sus mejillas adquiriendo un tinte rosa y sus dientes quedando a la vista.

—¿Qué es esto? ¿Buscas reconquistarme con frases cliché?
—Busco romper el hielo, ya que estás tan silencioso.
—Thomas, estoy comiendo —expliqué y señalé mi plato—. Deberás acostumbrarte a que esté callado mientras como.
—Creo que estoy más acostumbrado al Dylan ruidoso y parlanchín —aclaró con una mueca y se encogió de hombros, echándose un trozo de carne a la boca.
—¿Soy ruidoso?
—Sí, a veces lo eres. Pero me gusta.
—Dudo que estés diciendo la verdad.
—Te conocí así, Dyl —refutó con el ceño fruncido—. No veo por qué habría de estar mintiendo.

Su mano izquierda, que se encontraba sobre la mesa, se deslizó hasta alcanzar la mía que también reposaba allí. Miró hacia todos los lados, asegurándose de que nadie tuviese su atención puesta sobre nosotros, y su pulgar acarició el dorzo de mi mano en patrones circulares, el tan conocido tacto de su yema incitándome a observar tal gesto y esbozar una sonrisa, sintiendo una locura total dentro de mi estómago.

—Entonces, te dejaré comer en paz y no diré más frases clichés —añadió un minuto más tarde. Negué con la cabeza y comencé a picar más trozos de pollo en silencio.

(...)

—Sabes, a veces me gustaría pasar más días así —expresé mientras caminábamos de vuelta a la sastrería, mis ojos fijos en el suelo y manos en los bolsillos de mi pantalón. Thomas volteó la cabeza para mirarme, su frente arrugada en un ademán confuso, y bastante adorable—. Me refiero a... Estar así, contigo. Ya sabes, no suelo tener el tiempo suficiente para este tipo de salidas, pero se siente bien poder hacer esto... contigo.

Una sonrisa se dibujó en sus labios y sus iris cafés iban de un lado a otro por sobre mi rostro, quizás escarbando en su mente para encontrar alguna respuesta. Yo no esperaba contestación y si soy sincero, muy pocas veces quiero recibir una. Solo me gusta hacerle saber lo que pienso sobre él y nosotros, no existen intenciones que vayan más allá de el gusto de contarle mis pensamientos y ver que le causo felicidad; es un cariño recíproco y eso me hace perder la usual necesidad de pedir algo a cambio, porque sé que dentro de él hay pensamientos similares a los míos.

—Si tan solo pudiera besarte ahora, O'Brien —respondió, mordiéndose el labio inferior y sonrojándose tanto que ya no era un rosa suave el que cubría su cara.
—No tenía idea de que existía una prohibición para eso, Sangster —sentencié de forma burlona, pero una simple mueca fue lo que apareció en su cara y mi sonrisa fue esfumándose lentamente hasta no quedar rastro de ella—. Oh... Bueno, ahm... ¿Creo que no hay prohibición para eso cuando nadie nos ve?

Las comisuras de Thomas se elevaron otra vez y la alegría regresó a mí, cierto alivio situándose en mi interior. Se aproximó hasta que su brazo rozó el mío, provocando leves cosquilleos y sensaciones variadas.

—Haré que no exista ninguna prohibición para nosotros, ¿está bien?

Afirmé con un movimiento de cabeza y el silencio volvió, ese silencio que quiere quedarse y a mí no me molesta. Thomas suspiraba a ratos, sus manos de vuelta en sus bolsillos y la cabeza gacha, pateando algunas de las piedrecillas con las que se topaba en el camino. Concluí que la conversación se estancó en su cerebro y no conseguía detener los pensamientos en torno a aquello, pues sé lo consciente que es de que todo es decisión suya. Admito que estoy de su lado, siempre lo estaría, mas en algún lugar recóndito sé que el culpable es él y... en parte yo también lo soy. Pero no hay mucho que hacer para remediarlo, no se puede regresar el tiempo o buscar otras circunstancias para que todo lo acontecido entre ambos se repita y resulte diferente, sin problemas u obstáculos. Creo que es mejor mirar el lado positivo, verlo como algún tipo de prueba para él... para mí. Todo que tenga que pasar me demostrará si realmente valió la pena la espera.

—Dylan —me llamó Thomas en un volumen mucho más alto. Volteé y me percaté de que ya estábamos en la sastrería, al menos él lo estaba, porque al parecer yo había seguido caminando inconscientemente—. ¿Adónde ibas?
—Y-yo, eh... —trastabillé avergonzado y me rasqué la nuca.
—Vamos, tonto. Es acá —Me sonrió y yo asentí, mi rostro ardiendo y, probablemente, de un color carmín.

Me devolví hacia donde se encontraba de pie, sus labios presionados y sus comisuras un poco elevadas, tal vez conteniendo la risa debida a mis ridículas acciones. Abrí la puerta y una campanilla encima de esta tintineó, dando aviso al dueño sobre los clientes acababan de entrar al local.

Thomas caminó a mi lado y de inmediato inspeccionó cada traje posicionado estructuradamente, clasificados por colores y tallas en diferentes percheros metálicos. En las paredes color crema había percheros clavados, corbatas de diseños surtidos colgadas en cada uno. También se veían vestidos de fiesta y otras prendas formales, por lo que parecía difícil la posibilidad de no encontrar nada acorde al gusto de cada persona.

—Buenas tardes, caballeros —saludó un hombre de cuarenta años, aproximadamente, con un acento peculiar. Su tez era morena y su cabello negro y corto, unas cuántas canas aquí y allá—. ¿Qué desean?
—Buenas tardes —contestó Thomas—. Busco un traje.
—¿Para qué tipo de ocasión?
—Ahm, matrimonio... Soy el, eh... Soy el novio —enunció nervioso, cruzando un brazo por sobre su pecho y dándome un vistazo como si esperara una reacción negativa de mi parte.
—¿Y usted? —inquirió, dirigiéndose esta vez hacia mí con las cejas elevadas.
—Oh, no. No, yo... —Tragué saliva—. Solo lo acompañé para ayudarlo a elegir.

El hombre asintió con una sonrisa un poco forzada en su rostro y se acercó a Thomas, diciéndole que su nombre era Danny y que le daría unas cuántas sugerencias antes de permitirle probarse algo. Luego de oírlo hablar y hablar entretanto Thomas decía "sí" y "okay" de vez en cuando, decidí tomar asiento en un pequeño sofá negro que había al fondo de la habitación. El lugar era, prácticamente, una casa acodicionada para recibir clientes, vender trajes y realizar costuras, y donde estábamos nosotros parecía haber sido la sala de estar, aunque mantenía un toque hogareño gracias al piso de madera, una alfombra y el mueble en donde me senté, un par de vestidos estirados en uno de los acolchados brazos. Me crucé de brazos y le di un vistazo al lugar, viendo dos probadores con cortinas en vez de puertas, una de ellas abiertas, un gran espejo quedando a la vista.

Regresé la mirada a Thomas, quien parecía aburrido de escuchar al señor extranjero dar un completo discurso con cierta dificultad, equivocándose en algunos usos de los artículos como también géneros. Relamí mis labios y comencé a reír en silencio al notar que Thomas observaba en mi dirección y ponía los ojos en blanco cada vez que el sastre le daba la espalda, indagando entre distintos trajes y aún hablando sobre qué vestimenta se debería usar en un matrimonio conforme el vestido de la novia y el lugar. Y, finalmente, después de más de diez minutos, el caballero desapareció, indicándole a Thomas que se tomara el tiempo necesario hasta hallar el traje perfecto y que él estaría en la habitación contigua.

—Veo que acabas de recibir una clase de vestuario, así que espero elijas un buen esmoquin o lo decepcionarás —bromeé tan pronto el sastre desapareció.
—Cállate —me ordenó riendo—. Preferiría que me ayudaras a escoger algo en vez de reírte de mí.
—Muy bien —repliqué, juntando mis manos en un aplauso e inclinándome para recargar los codos sobre mi regazo—. Será así: eliges algo, llevas tu lindo trasero a uno de esos probadores y luego, yo opino.
—¿Mi lindo trasero? —repitió, citando mis palabras con una sonrisa de suficiencia.
—Okay. Si quieres, quita el "lindo" —Hice comillas con mis dedos y Thomas echó la cabeza hacia atrás entre risas.
—Okay. Entonces...
—Entonces imaginaré cómo me gustaría verte el día de nuestro matrimonio cada vez que salgas del probador. Será fácil.

Dicho esto, Thomas tragó saliva, su manzana de Adán subiendo y bajando y sus ojos observando el piso. No dijo nada, solo vi su cómo su boca se curvó un poco y empezó a caminar a través del cuarto, moviendo y sosteniendo distintos trajes. Me pasé ambas manos por el rostro y exhalé, arrepintiéndome de decir una broma como aquella; aunque quizás no tenía demasiadas intenciones de hacerlo reír, sino que el filtro entre mi cerebro y boca detuvo su funcionamiento y me impulsó a expresar pensamientos precipitados, cosas que me gusta imaginar para algún futuro ni muy lejano o cercano. Increíblemente, mi imaginación crea tantas situaciones que ni siquiera deben haber cruzado la mente de Thomas, no obstante, supongo que existen dos razones que lo explican todo: quiero estar en el lugar de esa muchacha, Isabella, y que la boda sí se efectúe, vivo deseando que nos hubiéramos conocido de forma distinta y... puede que el amor no conozca medidas, por lo que no me importa demasiado que nos conozcamos hace casi dos meses si mi amor se va tornando más y más grande.

—¿Este? —habló, enseñándome un esmoquin de tela grisácea que asía entre sus manos. Yo me encogí de hombros y me recliné de nuevo en el sofá.
—Escoge muchos y te los pruebas. Después te digo qué pienso.

Con un gesto afirmativo, tomó cinco trajes y se dirigió hacia uno de los probadores. Salió de allí cinco veces y en cada una de ellas disentí con comentarios negativos hacia cada vestimenta puesta. Volvió a rebuscar y seleccionó en mayor cantidad, retornando al diminuto cuarto y cerrando las cortinas tras él. Cinco trajes más, cinco rechazos por mí parte. A decir verdad, no sé si se debía a que yo tenía un gusto diferente al suyo o la ropa no le lucía bien al no ser lo suficientemente entallada para él, pero todavía no aparecía el traje que debería dejarme deslumbrado o algo similar, así que recurría a mi honestidad. Cerca de la novena vez en que volvía a probarse algo, exhalé y me puse de pie, rebuscando entre todas esas prendas alguna que fuese favorable para él.

Entonces, encontré colgando en medio de uno de los percheros un traje completamente negro, de tela fina y de la talla de Thomas, o al menos no parecía necesitar demasiados ajustes. Lo colgué en mi antebrazo derecho y me senté de nuevo, aguardando a que Thomas me mostrara su penúltima tenida para yo reiterar que no me gusta.

—¿Qué hay de este? —inquirió al salir del probador con un pantalón y chaqueta de vestir color blanco.
—Si quieres ser un muñeco de nieve, es perfecto —opiné con mis pulgares en alto.
Si quieres ser un muñeco de nieve —me remedó con voz graciosa y se observó en el espejo dentro del cuartito, sus manos alisando la tela y su semblante algo preocupado—. Sabes, creo que tendré que hacer esto otro día. Me cambiaré de ropa y...
—Oh, no. No lo creo. —Me puse de pie y di un par de pasos hacia él, extendiendo mi brazo y entregándole el traje que escogí hace un rato—. Nunca lo elegiste y cuando lo vi pensé en el día de la premiere y... creo que te vendrá bien.

Lo contempló a través de la bolsa plástica que lo cubría como protección y luego alzó la mirada, sus ojos, arrugados gracias a la genuina sonrisa en su boca, chocando con los míos.

—Anda, pruébatelo —lo animé y permanecí afuera, esperándolo.

Un minuto transcurrió y lo único que oía eran los sonidos de una máquina de coser en la habitación de al lado, las pisadas de Thomas y el típico ruido que de ropa en movimiento, cayendo al piso o siendo sacudida. No tardó mucho en salir, sus mejillas sonrosadas y una expresión vergonzosa.

—Tenía razón —dije, esbozando una sonrisa—. Te ves bien de negro.

Él inhaló una bocanada de aire y giró para mirarse en el espejo, alisando la chaqueta del esmoquin al igual que las veces anteriores, sus ojos subiendo y bajando, analizando su reflejo con detención. Me aproximé hacia él sin antes haberme cerciorado de que el sastre no estuviera aquí y aprovechando que ningún otro cliente había llegado. Luego, lo abracé por la espalda, apoyando la barbilla en su hombro izquierdo y admirando su rostro de cerca, una de sus cejas arqueada. Suspiré contento al ver nuestro reflejo en el espejo y sentirme mejor que nunca.

—¿Y qué dices, Tommy? ¿Lo llevarás?

Las manos de Thomas se posicionaron sobre las mías, las cuales estaban cruzadas entre sí, y las mimó con su pulgar. Posteriormente, asintió y yo besé su mejilla, tratando de aguantar esas ganas de sentir sus labios sobre los míos.

—Oye —susurró y mantuve el contacto visual, dándole a entender que tenía toda mi atención—. ¿Te diste cuenta de que en este momento no hay prohibiciones?
—¿Qué? ¿De qué...? —Y un beso fue lo que me obligó a callar, mis facciones tensas relajándose a medida sus labios se movían contra los míos. Se volteó, haciéndome deshacer el agarre que tenía en su cintura, y tomó mi cara entre sus manos. Al separarnos, exhalé profundamente y solté una risita—. Bueno... Creo que ahora entiendo.
—Llamaré al sastre para que revise el traje y después nos vamos—informó Thomas, seguido de un beso mucho más corto y una bella sonrisa.

Mis ojos siguieron su cuerpo dirigiéndose a la entrada de la otra habitación y yo solo podía pensar en una sola cosa: si todo esto se trataba de incontables mentiras, no me importaría escuchar más con tal de evitar el dolor de la realidad.

*****
Casi lo olvido: este era mi regalo cumpleaños para @jennlovebelieber (no pude etiquetarte ;-;)

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