39
Toc toc toc
Abrí los ojos lentamente y los restregué con mis manos, pero aun así se sentían pesados. Me senté en la cama e intenté despertar, mas los bostezos no cesaban y creo que mi cerebro seguía en un estado comatoso, porque al no oír más golpes en la puerta, me recosté y acurruqué bajo las sábanas otra vez, volviendo a caer dormido sin importar que hubiera alguien esperándome fuera de la habitación.
No tardé mucho en despertar de un susto gracias a los sucesivos golpazos del otro lado de la puerta. Ya mucho más lúcido que hace un rato, me senté en la cama y pasé una mano por mi cara, un gran bostezo escapando de mi boca. Golpearon de nuevo, esta vez más rápido y con un poco más de fuerza, y fruncí el ceño.
—¡Ya voy, ya voy! —exclamé.
—¡Más te vale que ya vengas, Sangster! Llevo más de 10 minutos golpeando tu maldita puerta —contestó desde el otro lado ni más ni menos que mi amiga, Kaya.
—¡Exagerada! —grité entre risas mientras frotaba mis ojos y bostezaba de nuevo.
—¡Lo mismo te dirá mi puño cuando salgas! —amenazó y yo reí.
Sin otra respuesta de mi parte, gruñí al no querer levantarme para enfrentar otro día. Suspiré resignado, deslicé mis dedos entre mi cabello despeinado y me puse de pie para dirigirme de inmediato a la entrada, descalzo, con la camiseta gris que suelo usar para dormir y bóxers, dándome igual porque solo es Kaya, y no es como si a ella le importara. Abrí la puerta y la observé: entrecejo fruncido, grandes ojos azules y llenos de seriedad, brazos cruzados y cabello negro cayendo en ondas desgreñadas por encima de sus hombros. Lo que me hacía un poco de gracia era que con esa forma de mirarme, parecía una niña pequeña.
—¿Qué? ¿Planeas quedarte ahí, tratando de asesinarme con la mirada? —pregunté riendo. Ella no lo hizo.
—Si pudiera, lo haría. En realidad, por dentro me estoy riendo de ti y tu cara de zombie. —Puse los ojos en blanco y por fin una sonrisa se formó en sus labios—. Ahora, ¿me invitarás a pasar o...?
—No —respondí sin expresión alguna. Juntó las cejas en confusión y solté una risa—. Es broma, pasa. —Me moví hacia un costado y cerré la puerta cuando ella ya había entrado—. No sé cómo caes tan fácil.
—Tú caíste —sentenció, sus brazos aún cruzados y su dedo índice apuntándome—. Tú creíste que yo creí lo que me dijiste.
—¿De qué mierda estás...? —Ella rodó los ojos y se echó a reír.
—Olvídalo.
—¿Y a qué viniste? —Inquirí entretanto caminaba hacia mi cama. Me senté a los pies de esta y la miré.
—Verás... Desperté temprano y no tenía nada qué hacer, así que se me ocurrió la gran idea de venir a tu habitación para molestarte hasta que te hartaras de mí —explicó con falsa seriedad, una ligera sonrisa haciendo paso en su boca.
—Hablo en serio, Kaya.
—Yo también hablo en serio, Thomas.
—Okay, entonces, ya me harté de ti: puedes irte. —Ella carcajeó y se sentó a mi lado.
—Nunca te hartarías de mí. Soy la mejor amiga que podrías tener, así que no me vengas con mentiras. —Enarqué una ceja y esbocé una sonrisa, mirándola fijamente.
—Sabes, siempre he admirado tu modestia —repuse de manera sarcástica y en segundos reímos al unísono—. Aunque sí, eres la mejor amiga que podría tener.
—Oh, qué dulce eres, Tom —me dijo con una sonrisa, la cual desapareció al instante—. Okay, muchas cursilerías por hoy. —Puse los ojos en blanco por enésima vez (al lado de Kaya, es una acción bastante repetitiva e incluso innata)—. La verdad es que vine para que desayunemos juntos, y porque quería decirte que hoy en la noche nos iremos de fiesta.
—¿Qué? Pero... es martes. —Arrugué el entrecejo, totalmente desorientado—. ¿A qué hora iremos si necesitamos grabar?
—Tranquilo, mientras no estabas, Wes nos contó algunas cosas y bueno... Da igual, después le pides que te cuente todo. Pero lo importante es que tenemos tiempo de sobra esta noche, así que, ¿qué dices? —Ella subía y bajaba las cejas de una forma bastante divertida, y cuando estuve a punto de hablar, me interrumpió—. Y no aceptaré un "no" por repuesta.
—Es que... Estoy cansado y...
—Agh, eres tan aburrido —habló, impidiendo que continuara mi oración—. Si es por Dylan, deja de dar tantos rodeos y habla con él de una buena vez. Hazlo hoy por la tarde o... cuando estemos allá en el pub.
—¿Él irá? —Kaya asintió—. Mmh...
—¡Vamos! ¡Di que sí! Sé que en el interior, muy adentro, quieres ir.
—Está bien, está bien —me rendí y exhalé con intensidad. Kaya empuñó su mano e hizo un movimiento victorioso con ella, cosa que me sacó una sonrisa.
—Genial. Y le hablarás a Dylan, ¿entendido? —Me levanté, dirigiéndome hacia uno de los muebles en donde he estado guardando algunas prendas de ropa.
—Ajá... Si es que él quiere escucharme esta vez.
—Lo hará —aseguró. Yo todavía le daba la espalda, buscando entre mis camisetas— . El sábado me preguntó por ti. —Tan pronto dijo eso, di media vuelta y la miré.
—Espera, ¿qué?
—Síp —afirmó Kaya, su cabeza haciendo un movimiento positivo de arriba a abajo—. Quería saber cuándo regresabas y si estabas bien.
—¿Y qué le dijiste?
—Lo obvio. Le dije que te encuentras bien, en general.
Asentí y no agregué otra palabra a la conversación, regresando a lo de la ropa, y una pequeña sonrisa se hizo presente en mi cara al darme cuenta de que Dylan había querido saber de mí. Entonces, en mi estómago surgió esa sensación tan conocida para mí este último tiempo, y era agradable.
Es como si de repente el mundo se detuviera para cambiar la dirección de su rotación y, finalmente, fuera a mi favor. Se siente bien, me da esperanza saber que, pese a lo que me dijo en nuestra última conversación, le importo. Quiero creer que le importo de la misma forma que a mí me importa.
—Thomas, oye. —Oí a Kaya, su voz sacándome de mi trance. Giré la cabeza para mirarla por sobre mi hombro—. No es por apurarte, en serio, pero ¡te puedes apurar, por favor! Nos quedaremos sin desayuno.
Reí y agarré una camiseta, ropa interior y jeans. Me dirigí hacia el baño y, antes de entrar, permanecí de pie bajo el marco de la puerta abierta para añadir una contestación algo atrasada.
—Kaya, no sé si alguien te lo ha dicho antes, pero a veces eres un gran dolor de cabeza. —Ella me disparó una mirada molesta, sin embargo, sé que por dentro deseaba romper en risotadas.
Entré al baño, cerré la puerta tras mi espalda y fue justo ahí cuando la escuché gritar desde el otro cuarto.
—¡Tú no te quedas atrás, Sangster!
(...)
Resulta que en los dos días que me ausenté, Will tuvo una gran idea: arrendar un autobus de fiesta, de esos que tienen luces, comida y un montón de cosas ridículas, pero geniales, para entretenerse en los viajes hacia algunos lugares. Íbamos camino a Nueva Orleans, música electrónica y bailable sonando dentro del vehículo. Dexter había apagado las luces para encender otras mucho más coloridas, estas brillando, titilando y moviéndose en distintos tonos y direcciones. Había un espacio vacío al fondo, supongo que para bailar o algo por el estilo, y los asientos se encontraban en la parte delantera, lugar en donde también me hallaba yo. Observé a mi alrededor, mis pupilas analizando el sector cercano a mí, y solo divisé a Ki Hong y Kaya, los dos besándose tal como si nadie los viera. Negué con la cabeza y sonreí para mí mismo.
Mi asiento estaba al lado del pasillo y desde allí podía ver a los idiotas de mis amigos bailando con pasos desastrosos, y fuera de ritmo. Con una sonrisa en mi rostro, busqué entre todos ellos a Dylan, mas no obvtuve éxito. Volví a revisar los asientos desde el mío, dando rápidos vistazos al no ver a nadie más que a Ki Hong y Kaya, quienes seguían en su apasionada sesión de besos. Me puse de pie, mis cejas juntas y boca entreabierta, y caminé por el pasillo a pasos lentos con las manos en los bolsillos de mis jeans, fingiendo que solo me dirigía hacia el fondo para unirme a los demás; no obstante, mis ojos divagaban entre cada silla, esperando toparme con el muchacho de cabellos castaños y lindos ojos. Y así fue.
Hallé a Dylan en la última fila a mi izquierda, sentado a un lado de la ventana, un codo descansando en el marco de esta y la cabeza apoyada sobre su mano. Contemplaba a través de la transparente superficie las calles iluminadas por los semáforos, los reflejos de las luces plasmados en el oscuro pavimento, y eso era lo único que hacía. Ni siquiera sé si se percató de mi presencia o si solo disimulaba no haber notado que estaba de pie frente a él, mirándolo fijamente, tratando de descubrir cuál sería el siguiente paso ahora que por fin apareció ante mí.
Decidí sentarme en el asiento vacío junto a él y, apenas percibió mi presencia, me dirigió la mirada. Conseguí distinguir ese color pardo en sus iris, el cual se escondía bajo los tonos rojizos de las luces que iban de un lado a otro, pasando por encima de su cuerpo. No había sonrisa en sus labios, mas tampoco poseía una expresión enojada o incómoda, y menos aun articuló palabra alguna. Regresó la vista al vidrio rectangular y continuó tal como si yo no estuviera presente.
Posicioné mis brazos en los de la silla, mis manos aferrándose con firmeza al plástico negro en busca de calma, ya que por dentro mi mente era un alboroto. El corazón me latía cada vez más rápido, el estómago se me apretaba, un nudo gigante creándose en su interior, y sentí la boca seca de un segundo a otro.
—Ehm, Dyl... Dylan, me preguntaba si podríamos... si podemos... ¿hablar? —trastabillé y maldije para mis adentros por demostrarme tan nervioso.
Devolvió sus ojos hacia mí, su semblante tan neutro que me causaba una ansiedad insoportable. Por un momento temí que esta era la razón de mis sueños, puesto que las circunstancias eran tan similares que podía jurar que él no tardaría demasiado en reírse de mí e irse.
Si bien mis temores evocaron gracias a esto, se hundieron de nuevo en un pozo sin fondo cuando él pronunció palabras tan sencillas, su voz suave y tranquilizadora, su mirada emitiendo una emoción indecifrable para mi cerebro.
—Sí, claro.
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