28
Es sábado, son las siete y media de la mañana. Thomas y yo estamos sentados dentro de un lindo Jeep blanco que acabo de arrendar a pesar de su insistencia por pagar la mitad de la renta; por supuesto que no se lo permití, ya que la invitación la hice yo y yo planeaba encargarme de todo lo que tenga relación con la palabra "dinero". Sin embargo, no quiere entenderlo.
No llevamos más de cinco minutos recorriendo las calles de Baton Rouge. Voy manejando con las manos firmes sobre el manubrio y la vista fija en el frente; mientras tanto, Thomas, quien está a mi lado en el asiento del copiloto, vuelve a quejarse por enésima vez después de haber permanecido en silencio con una cara de enfado bastante tierna, debo decir.
—¿Por qué no me dejaste pagar aunque sea la mitad? O solo una parte. —Lo miré de reojo y reprimí una sonrisa al ver su entrecejo arrugado y brazos cruzados por encima del pecho.
—Porque no quería que lo hicieras.
—Te dije que tengo dinero. También me pagan, ¿sabes?
—Por supuesto que lo sé, y no me importa —contesté con tranquilidad, mis ojos yendo de forma constante desde el parabrisas, espejo lateral, hasta el espejo retrovisor y, por un par de segundos, hacia Thomas.
—¡Por qué! Pagaste más de cincuenta dólares por el día y yo no aporté en nada. —Negué con la cabeza, riendo ante lo alterado que estaba.
—¿Y? No hay problema, yo quise hacerlo. Yo te invité, yo pago.
—Que me hayas invitado no significa que debas gastar una gran cantidad de dinero por los dos y yo siquiera pueda pagar un centavo.
—Thomas, yo quise hacerlo, ¿okay? No es una molestia ni obligación para mí, así que deja de enojarte tanto por esto.
Estaba calmado, de hecho, la situación llegaba a parecerme cómica; en cambio, Thomas seguía viendo el tema con seriedad y disgusto. Al parecer tenía un serio problema con que le quitaran su independencia económica o algo por el estilo.
El muchacho se reclinó y hundió en el asiento, cayendo con fuerza sobre el respaldo, los brazos todavía cruzados y ojos que contemplaban a través del parabrisas en forma continua. Resopló y volví a reír; juro que era como ver a un niño de cinco años haciendo una rabieta porque su mamá no le compró el juguete que vio en la tienda.
—¿Y de qué te ríes? —me preguntó a regañadientes, sin darme ni un solo vistazo.
—Y yo soy el menor aquí... —susurré.
—Te escuché.
—Genial, ahora deja de actuar como un niño y cambia esa cara.
—Es que... ¡Me molesta!
—Por Dios, Tommy. Tómalo como un regalo, nada más. Si quieres, después pagas por tu comida o lo que sea, pero deja de amargarte, ¿sí?
Me observó por un instante, puso los ojos en blanco y regresó la vista al frente.
—Bien. Puedes molestarte conmigo tooodo lo que quieras; yo no haré nada al respecto —repliqué con una sonrisa.
Minutos más tarde, el suave rugir del motor era el único sonido audible, en especial porque al ser tan temprano un día sábado, las calles de la ciudad se encontraban considerablemente vacías. La temperatura fue subiendo, así que bajé el vidrio a mi lado, sintiendo la fresca brisa chocar contra mi cara.
—Pondré un poco de música, ¿está bien? —anuncié queriendo saber si había problema con ello, aunque en realidad solo quería averiguar cuánto duraría sin hablar.
Ni una palabra. Me miró de reojo y luego a la ventana a su lado.
Prendí la radio en busca de alguna estación donde estuvieran tocando música de mi agrado, hasta que dejé de presionar el pequeño botón cuando escuché a Carly Rae Jepsen cantando, lo cual me hizo recordar que hace unas noches atrás Thomas mencionó cuánto detesta esta canción.
Esbocé una sonrisa malvada y subí el volumen del equipo casi hasta el máximo, para luego empezar a cantar y moverme como si fuera mi canción favorita.
—¡But here's my number, so call me maybe! And all the other boys try to chaseee me, but here's my number, ¡so call me maybe!
Thomas se giró, sus facciones firmes y todavía expresando molestia, observando con enojo la forma en que cantaba tan animoso.
—You gave me nothing at all, but still you're in my way. I beg and borrow and...
—Dylan —habló severamente, bajándole el volumen a la radio por completo—, puedes concentrarte en manejar, por favor. Vas a hacer que choquemos.
—Hasta que decidiste dirigirme la palabra —respondí con una sonrisa—. Por cierto, gruñón, ¿podrías subirle? No sé si te has dado cuenta, pero no todos andamos de malas pulgas aquí y sé conducir mientras hago otras cosas.
Sí, quería hacerlo enfadar y sí, estaba funcionando a la perfección. Me gustaba verlo molestarse por cosas insignificantes.
Con un gruñido giró la perilla del volumen, luego regresó a su posición anterior de brazos cruzados y rostro con la palabra "enojo" escrita por todos lados.
La canción se reproducía y yo canturreaba lo que recordaba de la letra; lo que no, lo tarareaba o inventaba. Cada cierto rato miraba a Thomas, notando su rostro enrojecido, ceño arrugado, su lengua empujando por dentro de la mejilla derecha y disparándome miradas de odio. Estaba seguro de que en cualquier segundo explotaría.
—¡Before you came into my life I missed you so bad, I missed you so bad, I missed you so bad, I missed so so bad! Before you came into my life I missed you so bad and...
—¡Agh! ¡Cállate! —exclamó exasperado y se inclinó para cambiar la estación de radio.
Solté una carcajada, dándole una última ojeada antes de enfocarme de vuelta en el camino.
—Me caes mal —masculló mientras apretaba el botón con rapidez, distintas voces y melodías sonando de forma entrecortada.
—Sabes que no es así. Solo quería que me hablaras... No puedes estar molesto todo el viaje.
—Pero lo único que hiciste fue empeorarlo con esa jodida canción.
—Lo sé, mas cumplí mi cometido. —Continuó su búsqueda en silencio y proseguí—. Aparte, sé que dentro de ti estabas riendo.
—Nop.
—Admítelo. Querías reírte.
—No, Dylan.
—Okay. —Me encogí de hombros y no volví a abrir la boca.
Medio minuto pasó y Thomas todavía no dejaba la radio en paz, cambiando y cambiando de estación constantemente mientras yo aún hallaba divertido ver su semblante duro. Se rindió, apagando el equipo y acomodándose con un suspiro.
—¡Hey! Yo quería música —protesté.
—No hay nada bueno en la radio, solo mierda —contestó con voz monótona, pero mucho más calmada.
—Eso pasa cuando andas con un humor de mierda.
—Ja, ja. Muy gracioso, O'Brien.
Encendí el equipo, dando vueltas a través de las estaciones hasta parar en una canción que me parecía familiar y acababa de empezar.
"Your love is like a studded leather headlock, your kiss, it could put creases in the rain..."
—Eso está mejor —comentó Thomas, esta vez sonando un poco más alegre.
—¿Por qué siento que conozco esta canción? —Pensé en voz alta—. ¿Quién canta?
—Son los Arctic Monkeys.
—Oh, sí, sí los conozco. ¿Británicos? —Asintió—. Me gustan, son buenos.
Las comisuras de sus labios se elevaron con timidez y sentí que eso era suficiente como para que mi corazón diera un vuelco.
Escuchamos la melodía, la voz del vocalista con un marcado acento saliendo a través de los parlantes del vehículo. En el coro recordé parte de la letra y canté tal como lo había hecho con "Call Me Maybe"; casi gritando, con entusiasmo y lleno de desafinaciones.
—¡Be cruel to me 'cause I'm a fool for youuuu!
—Dyl, no arruines la canción —Me ordenó entre risas y negando con la cabeza.
—Canta conmigo, sé que te la sabes.
—Sí, pero no lo haré.
—No me digas que sigues enojado.
—Molesto —Me corrigió.
—Es lo mismo... —Volví a cantar—. That's not a skirt, girl that's a sawn off shotgun and I can only hope...
Percibí su voz cantando por lo bajo y sonreí, aunque fingí no haberme dado cuenta.
No tuve que hacer algún comentario al respecto, ya que después del segundo coro, los dos cantábamos —gritábamos— la canción entre carcajadas. Agradecí mentalmente el hecho de que no hubieran autos en el camino, sino ya habría chocado contra uno.
(...)
—Guau —susurró contemplando los alrededores al bajarnos del auto.
—Lindo, ¿eh?
Me dirigí al maletero, sacando de este una mochila repleta de objetos variados que había preparado la noche anterior. La colgué en mi hombro derecho y aseguré el auto con alarma, yendo de vuelta al lado de Thomas que todavía no despegaba la vista del paisaje.
—Joder, es... Es espectacular. Es precioso —dijo, aún mirando el lugar con sus manos en las caderas.
Y sí, lo era, pero yo miraba mucho más al chico rubio a mi lado que el asombroso panorama.
—¿Estás seguro de que puedes dejarlo ahí? —Inquirió, apuntando el Jeep con su dedo índice.
Lo dejé a un costado del camino por donde habíamos llegado, otros vehículos estacionados cerca del nuestro.
—No lo sé —Me encogí de hombros—, esperemos que sí. Ahora, vamos.
Eché a andar hacia la izquierda, esperando a que Thomas me siguiera. Pasamos nuevamente delante del letrero que daba la bienvenida a todos los visitantes y Thomas leyó en voz alta.
—Cypremort Point State Park... Espera, ¿no que es una playa?
—Algo así. Es una playa, pero si te fijas también parece parque. Hay que caminar un poco más para llegar a la bahía—expliqué.
El camino que tomamos se hallaba cubierto de hierba verde, un color intenso y vivo. También se veían palmeras y un sendero de tierra al costado, lugar por donde los automóviles transitaban.
Unos pasos más y ya era visible la arena mezclándose con el verdoso pasto, haciendo paso a la playa gradualmente. Pequeños toldos se divisaban en ciertos sectores y por la derecha, al fondo, una fila de coloridas cabañas.
La gente visible es poca, posiblemente, todos los autos estacionados le pertenecen a personas que se quedaron en las cabañas y ahora duermen. Hay una pareja a metros de distancia y dos niños pequeños jugando en la arena.
Unos pasos más a la izquierda y deposité la mochila en la blanda superficie bajo mis pies. Me situé a un lado de Thomas, los dos mirando el agua en nuestra delantera.
—Todavía recuerdo que me dijiste que poseías dotes de guía turístico —murmuró, sus ojos posándose sobre mí.
—¿Qué quieres saber? —Sonreí.
—Sobre este lugar.
—Bueno, el agua en frente de nosotros es la Bahía Vermilion y... Ahm, leí que aquí se puede pescar, hacer picnic y... Ehm...
—Eres un maravilloso guía turístico, Dyl —Me interrumpió con ironía.
—Lo sé, me lo han dicho.
Reímos y me miró por unos segundos. Dios, mirarlo a los ojos es como perderse en otra dimensión; el tiempo se detiene súbitamente y nada hace sentido. Las ganas de inclinarme para besarlo brotaron y estuve a punto de hacerlo, mas volteó la cabeza y se aclaró la garganta.
—Bueno, ¿y qué haremos? Tenemos bastante tiempo para desperdiciar —dijo.
—¿Aún tienes hambre? Traje comida.
Con un movimiento afirmativo de su cabeza saqué un par de emparedados y comimos en silencio, las aguas calmas y el delicioso viento marino acompañándonos.
Empezamos a conversar de cosas simples, riéndonos de ciertas anécdotas que compartíamos el uno con el otro. A veces nuestros brazos descubiertos rozaban y el tumulto en mi estómago me hacía saber cuánto poder estaba ganando Thomas sobre mí.
Una hora más tarde, no recuerdo por qué razón, terminamos corriendo descalzos mientras lo perseguía por todo el lugar, él chillando cada vez que estaba a punto de atraparlo.
—¡Okay, okay, me rindo! —Jadeé, deteniéndome e inclinándome con las manos sobre mis rodillas.
—Creo que vencí al corredor estrella —habló en un tono burlesco, acercándose a mí.
—Sí, no está mal para alguien que fuma más de un paquete de cigarrillos al día.
—No fumo tanto, Dyl, hoy no he fumado, ¿o sí?
Permanecí en silencio, todavía en la misma posición entretanto regulaba mi respiración. Cuando vi sus piernas cerca de mí, sonreí y lo agarré por sorpresa, lanzándolo encima de mi hombro derecho.
—¡Dylan!
Sin importar todo lo que se quejaba y pateaba, troté hasta la orilla, el agua helada llegando a mis tobillos cubiertos por mis pantalones y causándome un escalofrío de pies a cabeza.
—¡Oh, no! ¡Ni se te ocurra, O'Brien!
—¿Traes algo de valor en tus bolsillos? —pregunté.
—No, dejé todo en el auto, pero...
—Genial.
Aceleré, sumergiéndome hasta la cintura y sintiendo como el frío me calaba hasta los huesos. Mis pies tocaban la tierra firme bajo el agua y los de Thomas se humedecían al patalear, salpicando por doquier.
—Dylan, te juro por Dios que si me tiras aquí, personalmente te... te...
—¿Te?
—¡No lo sé! Pero haré algo horrible si no regresas ahora mismo.
—Okay, puedo soportarlo —repliqué con desinterés.
—¡¿Qué?!
—Lo siento, esto es necesario —dije entre risas, adentrándome un poco más. Antes de que Thomas dijera otra cosa, lo dejé caer al agua.
Me reí a carcajadas, viendo cómo salía hacia la superficie y flotaba recuperando el aliento. Se pasaba las manos por el rostro y cabello, abriendo y cerrando los ojos con fuerza hasta ponerse de pie con el apoyo de la arena firme bajo nosotros, el agua llegándole al pecho.
Se acercó a mí con facciones tensas y una mirada que podría matarme si así él lo quisiera.
—¿Estás enojado?
No respondió y se aproximó a mi rostro, quedando tan cerca que el tibio aliento de su boca me hacía cosquillas en la piel.
Y una sonrisa se dibujó en sus perfectos labios.
—Nop. Estoy bien. —Arrugué el entrecejo.
—¿Seguro? Porque pareciera que hace un rato esta...
Su boca me interrumpió, besándome con pausa y delicadeza; inhalé profundo, mis párpados cayeron al instante y le correspondí.
—Total y absolutamente seguro —afirmó cuando nos separamos, para luego capturar mis labios una vez más.
Me dejé llevar, siendo todo una instancia de ensueño, mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho. Sus manos me acariciaban el rostro y una bajó a mi hombro izquierdo; entonces, sin previo aviso, hizo presión allí y con una de sus piernas consiguió lograr que perdiera el equilibrio, haciéndome caer al agua y hundiéndome un poco más con su peso encima de mí.
Conseguí emerger por debajo de él y tosí, oyendo sus risotadas a mi lado.
—Yo te advertí de que haría algo horrible —se excusó con una sonrisa traviesa y las manos en alto.
—Sí, mas no pensé que me querrías ahogar —contesté, frotando mis ojos con una mano y parándome—. Y engatusándome de esa forma, Thomas. Caíste bajo. —Rió.
Me acerqué más a él y lo agarré por la cintura, atrayéndolo a mí y susurrando en sus labios.
—Debo admitir que me gusta.
—¿Sí?
Sonreí y lo besé, mis labios permaneciendo quietos sobre los suyos por un momento, acto seguido de movimientos decididos y caricias extremadamente gratas.
Creo que era la segunda vez en que nos besábamos así, de forma inocente, sin tener otro tipo de intención más que saborear los labios del otro. Sus dedos se enredaban en mi chorreante cabellera, mientras tanto, yo mimaba la tersa, suave y ahora húmeda piel de su cara con extremo cuidado.
Recargué mi frente en la suya, todavía no abriendo los ojos e inhalando con calma, procesando todas las emociones que me causaba y sintiendo el repiqueteo del miedo al rechazo en el fondo de mi cerebro.
Lo miré, mis pupilas captando esa hermosa sonrisa que dejaba a la vista sus dientes, y dirigí mis ojos a los suyos.
—¿Salgamos? Tengo frío —Propuso.
Ya en la orilla, tomé mi mochila y extraje una sudadera, tendiéndosela a Thomas.
—¿Qué? —preguntó confundido.
—Anda, póntela.
—¿Qué hay de ti?
—Yo estoy bien y tú dijiste que tenías frío, así que, toma.
—Pero...
—No, no. Nada de peros.
Puso los ojos en blanco y recibió la prenda de ropa. Se quitó la camiseta blanca y humedecida, me pidió que la sostuviera y yo no pude evitar dar un vistazo a su torso desnudo. Luego de ya haber subido la cremallera de mi sudadera color burdeos, le devolví la camiseta y quité la mía.
—¿Andas con ganas de provocarme?
Sentí que el oxígeno que estaba a punto de exhalar quedó atrapado en mis pulmones y mis mejillas ganaron un calor notable. Thomas puede ser tímido, mas a veces demuestra todo lo contrario, dejándome a mí sin saber qué decir.
—¿D-de qué hablas? —titubeé y él rió ante ello.
—Nada, Dyl.
Bosquejé una sonrisa algo retraída y él dio un paso hacia mí; para mi sorpresa, Thomas era quien estaba tomando la mayoría de las iniciativas el día de hoy, lo cual me daba esperanza.
Ni una palabra, solo el contacto de su boca con la mía. Siempre se siente como si fuera el primer beso, con la excepción de que pareciera ir mejorando más y más y con el tiempo va adquiriendo un efecto diferente; algún tipo de sedante para mi agitada mente.
Sus dedos tanteaban la piel desnuda en mi pecho, desplazándose desde ahí hasta los costados de mi cintura y luego, mi espalda. Lamí su labio inferior, a lo que él me permitió entrar y hacer la usual expedición con mi lengua. Suspiró con intensidad, posé mis manos en sus caderas y después las introduje por debajo de la tela, palpando la gélida y todavía mojada piel.
Rompí la contigüidad con una mordida a su labio inferior y me dedicó una sonrisa. Dio un paso hacia atrás, escondiendo las manos dentro de los bolsillos de la sudadera, y habló.
—No sé qué hora es, pero ¿podemos ir al Jeep un poco? Deje mi teléfono ahí y será mejor si lo tengo a mi alcance.
—Claro, y, ahm... —Busqué mi celular en la mochila, vi la hora y lo guardé nuevamente—. Son las doce de la tarde. ¿Quieres ir a almorzar algo o...?
—No, después. —Asentí.
Posterior a la caminata hacia el automóvil, dejé la mochila en el maletero junto a nuestros zapatos y calcetas, guardando en los bolsillos de mi pantalón mi billetera y teléfono. Regresamos a la playa, mi camiseta humedecida en la mano izquierda mientras que la otra a veces tocaba la de Thomas, enviando pequeñas corrientes de electricidad por todo mi cuerpo.
Caminamos por la orilla, decidiendo emprender un breve paseo para conocer el lugar. No había mucho de qué hablar, mas no importaba demasiado; es más, a mí ni siquiera me incomodaba. A veces él comentaba ciertas cosas o planteaba preguntas que yo contestaba, luego me miraba a los ojos y hallaba esa particular sonrisa pintada en su faz.
Dieron las una de la tarde, el apetito hizo su aparición y fuimos en busca de algo para comer en la zona de picnic. Para variar, comimos sándwiches una vez más, ya que en vez de planearlo mejor y haber traído comida lista, me confié en que encontraría algún sitio donde vendieran alimentos mucho más preparados y contundentes. Sin embargo, a pesar de todo, a Thomas no parecía importarle.
Nos encontrábamos sentados en una mesita de madera, uno al lado del otro, él disfrutaba de los trozos de pan relleno con tomate y queso y le daba igual tener que compartir un vaso de jugo conmigo porque la muchacha que nos vendió los alimentos no tenía más; yo le miraba y mordisqueaba lo que era mi almuerzo, aún lamentándome por no haber pensado las cosas mejor.
—Deja de preocuparte, Dyl. Está bien.
—Esperaba que pudieras comer algo más... rico, ¿sabes? —expresé.
—Dyl, no es necesario. Estoy bien así, e incluso si tuviera que comer basura, estaría bien. Estoy contigo y hasta ahora hemos pasado un lindo día; con eso me basta.
Y comí en silencio, convenciéndome de que el revoloteo en mi estómago se debe al hambre y todo sería aplacado por la comida.
Terminamos el almuerzo y fuimos a dar otra vuelta por la playa, esta vez yendo al lado contrario de hace un rato.
—¿Piensas andar sin camiseta todo el día?
—Mmh, ¿no te gusta? —dije en un tono picaresco. Él rió— Okay, me pondré la camiseta solo porque no quiero sostenerla en mi mano todo el día.
Continuamos el camino hasta llegar a la fila de cabañas, la mayoría de sus ventanas mirando hacia el océano.
Recorriendo y observando con detención, noté a un par de ellas deshabitadas. Lucían descoloridas, viejas, descuidadas y no se percibía rastro de uso, ya que ni cortinas había en las grandes y sucias ventanas.
—Tengo una idea —le informé.
Thomas enarcó una ceja y esperó a que prosiguiera, mas solo cogí su mano y nos encaminé en dirección a una de las pequeñas casas de madera.
—Dyl, ¿qué...?
—Confía en mí, es una idea genial.
Verifiqué que no hubiera gente cerca y me acerqué a la puerta. Solté la mano de Thomas, intentando abrir la puerta que se hallaba con llave, hasta que pensé en las ventanas; intenté abrir las dos de adelante, no obteniendo resultado alguno con ellas.
—Dyl... Dylan. Dylan, escúchame.
Ignoré sus llamados, dando pasos a través del pórtico y apoyándome en el barandal de madera para echar una ojeada a la pared consiguiente. Divisé una ventana cubierta de algún material endeble y salté la corta distancia por sobre la baranda.
Al acercarme a la ventana, la analicé y me percaté de que era un trozo de cartón café, húmedo, manchado y rugoso lo que la cubría. Al empujar, este cayó dentro de la vivienda con un ruido imperceptible, dejando a la vista un gran rectángulo en vertical y, a la vez, una entrada. Con un salto me escabullí dentro y fui a abrir la puerta, viendo que era un simple seguro lo que nos retenía afuera.
—¿Te das cuenta de que esto es un delito? —gritó en un susurro.
—Entonces, sé mi cómplice y pasa.
Con un movimiento negativo de su cabeza, lo jalé del brazo y cerré la puerta tras nosotros. No parecía ser una casa tan pequeña a como se veía por fuera, incluso era una morada bastante espaciosa y hogareña, dejando de lado el hecho de que estaba cubierta de polvo, algunos muebles se veían desgastados y el pequeño sofá situado al medio de la sala de estar tenía agujeros y manchas en los cojines. Dábamos unos pasos y nos topábamos con la cocina; menos de cinco pasos a la derecha, una habitación con una cama doble.
—¿Quieres quedarte aquí?
—Sí. O sea, no huele mal, eso es bueno —respondí y él rió.
—No sé por qué acepto todas tus locuras —comentó.
—Ni yo. Creo que deberías averiguarlo y después me cuentas.
Me dirigí hacia la habitación para ver qué había dentro de esta. Sentándome en la cama con mucho cuidado, el colchón crujió bajo mi peso, mas no había nada extraño, solo una sábana con estampados de flores y polvorienta. Un tocador con un gran espejo estaba apoyado contra una de las paredes de madera, dejándome ver mi reflejo. La luz del sol llegaba directo a través del vidrio de la única ventana en la habitación, proyectando dos rayos anaranjados de forma rectangular, uno al lado del otro encima del piso.
Thomas apareció a mi lado, sentándose con la misma precaución que yo empleé hace unos segundos, y contemplándome con expresión neutral.
—¿Qué?
—No lo sé —contestó, su voz dulce y acogedora—. Creo que me gusta mirarte.
—Y yo era el cursi —bromeé.
—A veces me pregunto qué mierda es lo que me estás haciendo, Dylan.
—Créeme, yo me cuestiono lo mismo día a día sobre ti —murmuré en medio de un suspiro y bajé la mirada.
—¿En serio?
Esperé un momento, meditando lo que diría a continuación.
—Si te dijera que te olvidaras del mundo por un rato, de toda esa realidad que hay allá afuera esperándonos, ¿lo harías? —pregunté aún cabizbajo.
No oí respuesta de su parte, mas puso su mano bajo mi barbilla, levantando mi cabeza y haciendo que lo mirara a los ojos. Asintió, sonriendo con la boca cerrada, y me besó.
Tal vez no es necesario declararse o confesar mis sentimientos. Tal vez él lo entiende todo a la perfección y puede ver las palabras dentro de mis ojos y, tal vez, no es necesario que me diga lo que siente, porque lo demuestra con acciones y eso es suficiente como para creerle. No quiero pensar que Thomas es una mala persona y que me está elevando para dejarme caer sin previo aviso; solo confío en él. No es mucho el tiempo de conocernos, pero sé que puedo confiar, sabiendo que es honesto conmigo.
Lo tomé por la nuca, profundizando mucho más el beso, nuestras lenguas batallando entre sí, nuestras respiraciones combinándose y algunos suspiros deslizándose en medio de los movimientos pausados. Poco a poco fuimos recostándonos sobre la cama, su cuerpo encima de mí y sus manos mimando mi cara. Nos giré, yo quedando arriba y besando su cuello con frenesí, el ruido de mis besos en su piel resonando por el silencioso cuarto. Gimió en mi oído, estimulando todos mis sentidos con algo tan sencillo, e inserté mis manos bajo la sudadera, mis yemas rozando la piel tibia y aterciopelada.
Al alejarme, me besó con vehemencia y volvió a estar encima de mi cuerpo. Distribuyó besos desde mi mandíbula hasta mi cuello, succionó el lóbulo de mi oreja izquierda y descendió hasta la clavícula, mordiendo con sumo cuidado el hueso sobresaliente. Exhalé y gimoteé, mis manos apretando sus escápulas bajo la ropa. Con una mano corrió el cuello de mi camiseta gris, dejando mucho más a la vista mi pecho, y posó sus labios tiernamente en mi carne, la cual se ha de sentir fría por la camiseta todavía empapada.
Sus manos sobaban mi torso, causando hormigueos y alegría pura. Ascendió de vuelta a mis labios y me dio un casto beso, para después dejarse caer sobre mi cuerpo y apoyar su cabeza en mi pecho. Enterré mis dedos en su rubia cabellera, jugando con los mechones suaves y algo húmedos, y cerré los ojos, sintiendo que nada podría arruinarme el día.
(...)
—Así que vives con tus padres aún.
—Solo mi mamá y hermana —corrigió.
—¿Y tu papá?
—Están separados. El novio de mi mamá vive con nosotros hace unos años, pero todavía hablo con mi papá y tenemos una buena relación.
—¿Y qué hay de...? —Iba a preguntar sobre Isabella, queriendo extraer un poco más de información, no obstante, una melodía inundó el tranquilo lugar.
—Es mi celular —comentó quitándose de mí y sentándose en el lado vacío de la cama. Sacó su teléfono de el bolsillo de su pantalón y miró la pantalla—. Hablando del Rey de Roma, es mi mamá.
—Contesta, quizás es importante.
—Nah, no lo creo, de seguro es para saludar. La llamaré más tarde. —Presionó un botón y dejó el aparato en el colchón, regresando a acostarse en mis brazos.
Lo abracé y pasamos a tener otra sesión de besos, los dos llenos de regocijo dentro de la diminuta cabaña de madera. Podría tener los labios hinchados y mucho más rojizos, hasta adoloridos de tanto repetir la misma acción una y otra vez, sin embargo, no era algo que me cansara o aburriera, lo haría por horas y sería feliz así.
Mantuvimos una conversación amena por otra media hora, la iluminación de la habitación disminuyendo con el paso del tiempo y la serenidad del lugar dándome la sensación de que estaba soñando. Un rato después, él estaba con sus ojos cerrados y yo hice lo mismo, nunca dejando de peinar su cabello con mis dedos, el sueño llevándome a la oscuridad.
(...)
—¿Hola? —Escuché su voz ronca.
Me apoyé en mis codos para incorporarme, frotándome los ojos con el lado frontal de una mano y bostezando. Thomas no había vuelto a hablar, el teléfono en su oreja derecha y el ceño cada vez más fruncido mientras estaba sentado sobre sus rodillas. Sus ojos estaban perdidos, reflejando algo similar a la preocupación, y se mordió el labio inferior.
—Okay, okay. Está bien, mamá. Tranquila. Gracias por avisarme... Sí, sí, haré lo posible por ir pronto. Te amo, adiós.
Colgó la llamada y me miró con el entrecejo muy arrugado y los labios entreabiertos, intentando formular algún tipo de oración.
—¿Thomas? ¿Qué pasó?
—Tenemos que irnos. Ahora —me respondió en un tono severo.
Se puso de pie de forma acelerada y caminó con la misma velocidad hacia la puerta de entrada.
—¿Thomas? ¡Thomas, espera! —exclamé, siguiéndolo con rapidez y sin entender nada.
Cerré la puerta atrás de mí y troté para alcanzarlo, viendo que había avanzado bastante en tan poco tiempo.
—Thomas, espera. Qué pasó, no entiendo.
—Por la mierda, dónde queda la salida de este lugar —refunfuñó y apresuró el paso, mirando a todos lados menos a mí.
No sabía qué hacer para que me prestara un poco de atención y me explicara qué sucedía, así que impulsivamente me interpuse en su camino, mi mano en su pecho para frenarlo.
—Dylan, no tengo tiempo para esto, de verdad...
—¿Me puedes decir qué sucede?, es lo único que necesito saber. —Lo interrumpí.
—¡Tengo que irme! ¡¿No te entra eso en la cabeza o eres idiota?!
Se veía fuera de sí y debo admitir que me hería al hablarme de esa forma, aunque no sabía cómo justificar sus actos cuando siquiera me contaba qué lo hacía reaccionar así. Tragué saliva y seguí mi camino sin darle ni una sola mirada. Lo escuché suspirar y después decir mi nombre a mis espaldas.
—Dylan... Lo siento, es solo que...
—Da igual, vamos —repliqué entre dientes.
Al llegar al Jeep, subimos en silencio, me puse los zapatos al igual que él y emprendimos un viaje que parecía ser engorroso e incómodo.
Subía y bajaba las piernas a un ritmo indefinido, sus dedos repicando en sus piernas. A ratos sacaba su teléfono y escribía, probablemente, hablando por mensaje con alguien. No obstante, no me dirigió la palabra y así fue constantemente todo el trayecto.
Ni la música de la radio lograba aliviar mis nervios o la tensión a nuestro alrededor, además, él estaba perdido en su mundo, por lo que supongo que yo no habré pasado nunca por su mente y tenía cosas más importantes de las que preocuparse.
Era como un quiebre, como si me hubieran despertado en medio de un sueño y quisiera regresar a dormir solo para continuarlo. Mas la situación parecía tenerlo sin cuidado; yo era quien no dejaba de darle vueltas al asunto y sentirse fastidiado por ello.
Cuando llegamos al hotel, estaba anocheciendo. Se bajó de inmediato; no me miró, no se despidió, nada en absoluto. Cerró la puerta y caminó rápido hacia la entrada, mientras tanto, yo permanecí sentado, exhalando agotado y apoyando mi cabeza en el volante.
No tenía más remedio que ir a devolver el vehículo y tragarme la molestia debida a mi día arruinado por la misma persona que lo alegró.
****
Hasta ahora es el capítulo más largo que he escrito. Y sí, a eso es a lo que en inglés se le llama "plot twist" dksjhf (no me odien). Por cierto, habrá una considerable cantidad de capítulos desde el punto de vista de Dylan, solo para que lo sepan. Y eso, ojalá les haya gustado. Los amo. xx
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