✞︎ 𝑾𝒉𝒆𝒏 𝒘𝒆 𝒂𝒍𝒍 𝒇𝒂𝒍𝒍 𝒂𝒔𝒍𝒆𝒆𝒑, 𝒘𝒉𝒆𝒓𝒆 𝒅𝒐 𝒘𝒆 𝒈𝒐
Tell me can I really keep on living
this life?
Could I simply smile on and say
I'm fine?
Or are you simply gonna tell me that nobody knows all the answers, right? But I...
—Hitchcock, Yorushika
Título
When we all fall asleep, where do we go?
Personajes
Yugi Amane (Hanako), Yugi Tsukasa, Tsuchigomori
Fandom
Toilet-Bound Hanako-kun
Número de fase y temática
Segunda fase, temática songfic (canción: Bury a friend, Billie Eilish)
Sinopsis
Yugi Amane es un muchacho de trece años con pocos intereses, ningún sueño, muchas heridas y un secreto más grande que él mismo. Tsuchigomori, como su profesor, tan solo quiere ayudarle, pero no sabe que es algo que escapa a su control.
Cantidad de palabras
2998 palabras.
Advertencias
Major Character Death (Muerte de personaje principal)
Suicide.
Toxic love.
Little manga spoilers
Opinión o interpretación la temática
BUENO PUES HA SIDO COMPLICADÍSIMO. Siento si la sinopsis es mala, pero sinceramente no sé cómo describir esto. A ver, he tenido muchos problemas (con contaros que tuve que borrar una historia de ya 3000 palabras hechas porque NO ME CONVENCÍA) y pues se me ocurrió esta idea y la escribí.
Tengo que agradecer a mi mejor amiga por sus consejos, porque no sabía cómo abordar esta canción metiéndome en el terror. Me encantan los songfics, si alguien que me lee de normal está leyendo esto lo sabe, pero sinceramente el terror es mi peor género y la canción es muy buena para todo menos para esto JAJA. He intentado meter los lyrics pero, ¿habéis visto vosotros ese contador? Pues antes eran 3300. He tenido que recortar por donde no había, y no sé ni cómo he llegado a que sean menos. Entre la canción, el límite de palabras, la fecha y la temática de terror, casi me MUERO.
En fin, ya está hecho (y aunque no me convence a mí aún demasiado, no creo que nunca me convenza nada de lo que escriba JAJAJA). Solo espero que os guste, y bueno, de paso pasar de fase XD. Está escrito desde el punto de vista de Amane (el que borré, sí, ese de 3000 palabras, pues era del punto de vista de Tsukasa para que veáis), ubicado antes de todo el "canon" por así decirlo, asi que sería un poco canon-divergence o mi teoría conspiratoria.
Pongo una canción de Yorushika por aquí (escuchadla, que está muy bien) que me ayudó a inspirarme un poco mientras la alternaba con Bury a friend. No pongo los lyrics de esa porque me pasaría del límite de palabras si se llega a contabilizar a pesar de estar en las notas de autor, básicamente no lo sé asi que no me arriesgo :) Con todo, si lo léeis con la canción pega mucho. A la gente que le guste BSD (la mayoría si me léeis de normal JAJA) miraos el video de Bury a friend con escenas del anime hecho por Moonshadow en Youtube. Me encanta y me ha inspirado un montón porque tiene la canción JAJA.
¡Gracias por leer!
Mención: EditorialBSD
Just want to close my eyes within the summer light
Feel the calming wind that brings a peace to my mind
Or is it dumb to want to fly all alone into the blue sky?
—Hitchcock, Yorushika
10 de junio de 1969
Secundaria Kamome
Amane no lo entendía.
Durante trece años, había conseguido pasar inadvertido. Casi nadie le hablaba, nadie le veía. Como si no existiera. Como si fuera simplemente un fantasma, alguien que ocupaba un asiento en la clase sin más. No tenía notas muy altas, tampoco muy bajas y se dedicaba a mirar por la ventana mientras hablaba el profesor. No era nadie importante, nadie destacable hasta que una desgracia sucedía, y todos le señalaban entre susurros.
Muchos dirían que era incluso alguien a quien no acercarse, y hacían bien.
Entonces, ¿qué era diferente? ¿Qué había hecho mal? ¿Por qué ese profesor se interesaba por él? ¿Qué quería? ¿Por qué no fingía que era invisible, como sus compañeros, como todos los demás?
Habría querido a evitarle, pero no era posible teniendo en cuenta que era su tutor y le daba clase cada día, pero lo intentaba. Siempre recogía sus cosas cinco minutos antes de que terminase la clase y se apuraba para salir lo antes posible del aula sin ser retenido, porque siempre intentaba hablar con él tras las clases. Llevaba ya dos meses así.
—Yugi Amane —dijo, y se levantó con un resorte—. Lee la página sesenta y nueve.
Asintió, pero su mente no estaba en lo que leía, sino llena de preguntas respecto a su profesor.
¿Qué quería? ¿Por qué se interesaba tanto en él? ¿Qué quería saber?
Y lo más importante, ¿qué sabía ya de él?
12 de junio de 1969
Secundaria Kamome
Amane iba con cuidado. Siempre lo había hecho. Pero nunca se le habría ocurrido que su profesor volvería a la clase fuera del horario escolar. ¿No tenía vida? ¿No tenía otro lugar donde estar que no fuera en el colegio?
¿Sabría que estaba ahí?
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en casa?
Intentó esconder las vendas y el algodón, pero era inútil. Era obvio que lo había visto, así que solamente agachó la cabeza.
—Te he visto rondar por aquí siempre lleno de vendas, y aunque he preguntado, nadie me ha dado una respuesta decente —se sentó en el pupitre que estaba en frente del suyo—. Todos me dicen lo mismo. Yo personalmente no me lo creo.
—Es la verdad. Me suelo caer —se encogió de hombros, mirando a la ventana—. No hay nada que se le pueda hacer.
Sintió un suave tirón en el brazo izquierdo y miró a su profesor, quien había cogido el algodón con alcohol y había empezado a curarle la herida.
—¿Cómo te has hecho esto?
—Me caí por las escaleras.
—Ya —rio secamente. No le creía—. Dime, ¿qué cosas te gustan?
Se sorprendió ante la pregunta, y el profesor se detuvo para mirarle ante su silencio.
—¿Y bien?
—Yo... No hay nada que me guste en particular.
—¿Cuántos años tienes?
—Trece.
—¿Y no hay nada que te guste? ¿Como los videojuegos, o los superhéroes?
¿Para qué le estaba preguntando eso? Amane no lo entendía. Pero no pasaba nada por responder, ¿verdad? Al final era algo irrelevante. Si no decía nada que no debía, estaría bien.
—Bueno... Me gustan las estrellas.
—Eso está bien —sonrió mientras le tapaba la herida con una venda—. ¿Qué quieres ser de mayor?
—Nada.
El profesor Tsuchigomori no se esperaba esa respuesta. Le miró con sorpresa.
—¿No querrías ser algo como...? No sé, ¿futbolista? ¿Policía? Esas son las cosas que os suelen gustar.
—No me interesa —se encogió de hombros.
La mirada que le dedicó era una a la que no estaba acostumbrado. Era una llena de pena por él. ¿Por qué le apenaba? No le conocía, solo era su alumno, ¿por qué se preocupaba por él? Amane no era nadie importante por el cual preocuparse.
—¿No tienes ningún sueño?
Realmente, no. Calló, simulando que estaba pensándolo porque no sabría cómo reaccionar si volvía a mirarle así.
¿Acaso servía de algo soñar? Amane nunca lo había visto como algo útil. Al final, cuando soñaba, ¿a dónde iba? A ninguna parte. Solo se creaba ilusiones en el mismo lugar donde estaba.
Y la mayoría de sus sueños eran pesadillas.
Tsuchigomori no pareció esperar una respuesta. Simplemente volvió a su trabajo, con un poco más de fuerza le apretó el vendaje y le sonrió de nuevo.
—Si necesitas hablar con alguien, no dudes en venir a verme —dijo, levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. Al fin y al cabo, soy tu profesor.
Y se fue sin más. Amane quedó desconcertado, y miró el vendaje que cruzaba su brazo. Estaba perfectamente atado, como si lo hubiera hecho muchas veces antes.
¿Qué pretendía? Amane nunca había confiado en nadie que no fuese en sí mismo. Tenía que ser así si quería seguir a flote en su día a día. Y aunque Tsuchigomori no parecía una mala persona, no sabía lo que quería. No sabía qué pensaba.
No sabía lo él que podía saber.
Los siguientes días le analizó. Durante esa semana estuvo pendiente de cada uno de sus movimientos, de las veces por día que le miraba a él o a su hermano. Después de clases ya no huía, sino que se quedaba más tiempo del necesario, como hacía antes de que Tsuchigomori apareciese en su vida, pero ahora conversando con él sobre astronomía.
Había muchas cosas que sabía, muchas que él no. No era de extrañar, puesto que era su profesor de ciencias al fin y al cabo. Al principio no hablaban demasiado, solo algún comentario y después silencio, en el que Amane hacía sus deberes y Tsuchigomori corregía.
Amane había esperado sacar en claro algo acerca de su profesor. Hacerle cometer un error, hacerle decir por qué estaba tan interesado en él en concreto, qué era exactamente lo que buscaba. Sin embargo, el paso del tiempo hizo el efecto contrario. Cada vez hablaban más mientras Tsuchigomori le curaba las heridas, mientras le regañaba por no atender en clase o intentando hacerle preguntas acerca de su vida personal.
Tsuchigomori era bueno en lo que hacía. Cuando se quiso dar cuenta, Amane ya había confesado que, como su profesor ya suponía, las heridas no eran provocadas por accidentes.
Fue entonces cuando se dio cuenta, mientras volvía a casa de que se había acostumbrado tanto a su profesor que sin quererlo se había metido de lleno en la perfecta telaraña que Tsuchigomori había elaborado para él.
Y lo peor era que no quería salir de ella, porque era la primera vez en años que se sentía tan protegido.
12 de julio de 1969
Academia Kamome
Había pasado un mes exacto desde ese primer encontronazo con su profesor, y las vacaciones estaban cercanas.
A Amane nunca le habían hecho especial ilusión. Y eran días como esos, esos en los que su vida se veía cada vez más y más oscura que era cuando veía atractiva la posibilidad de acabar con todo.
La ventana del tercer piso, esa por la que miraba a todas horas durante las clases, se hacía particularmente llamativa.
—¿No te gustan las vacaciones de verano?
Tsuchigomori terminó de curar la herida de uno de sus dedos con una tirita.
—No mucho, la verdad —rio, rascándose la mejilla con su mano buena y apartando rápidamente la que su profesor había curado.
Tsuchigomori era bueno con él, y quizá era lo peor que podía hacer. Solo hacía que Amane, que no merecía esa bondad, la absorbiese como un parásito.
—¿Por qué?
—Bueno, no me gusta pasar mucho tiempo en casa.
—Ni con tu hermano, por lo que veo.
—¿Eh? No, yo...
—Siempre te quedas dentro del aula en vez de salir con los demás. Tu hermano sale, pero tú no. Y te quedas mucho tiempo aquí cuando deberías ir a casa —sonrió con tristeza—. ¿Al menos comes algo?
Amane negó con la cabeza.
—Me lo suponía. ¿Por qué no me cuentas lo que pasa? Podría ayudarte. Podría hablar con tus...
—¡No!
Se levantó bruscamente, con las manos temblando sobre el pupitre.
No, no podía hacer eso. No podía hablar con nadie, no podía meterse en eso. Solo empeoraría las cosas. Solo provocaría más desgracias.
—Amane, tranqui... ¡Amane!
Sin querer escuchar más, salió corriendo del aula. Escuchó los pasos de su profesor persiguiéndole, y eso solo le animó a ir más rápido y meterse dentro del primer aula con la puerta abierta que vio. La cerró tras de sí, y se dio cuenta entonces de que era un baño. El baño de las chicas, para ser exactos.
Suspiró aliviado mientras se dirigía a los grifos. Seguramente no le buscaría en un lugar así.
Tras lavarse la cara con agua, se miró en el espejo. Sus ojos ámbar le devolvieron la mirada. Su pelo castaño estaba hecho un desastre, su uniforme estaba con la corbata mal hecha, pero era él.
Hasta que dejó de serlo.
Siempre pasaba cuando se miraba un largo tiempo en su reflejo. Dejaba de ser él y se convertía en otro. En alguien muy parecido, pero completamente opuesto.
Su reflejo empezó a sonreír, y Amane se alejó todo lo que pudo. Chocó contra la puerta de los lavabos, pero su reflejo no le devolvió la mirada asustada. Solo sonreía más y más, y sus ojos se oscurecían mientras su ropa iba manchándose de sangre.
«Tú. Tú tienes la culpa».
Se tapó los oídos, aunque sabía que la voz no era de su reflejo.
No era verdad. No había sido él.
«¡Está muerto por tu culpa!»
Se recogió sobre sí mismo. No era cierto. No había sido el culpable.
No lo era, ¿verdad?
Su reflejo, ese que ya no era él, salió del espejo y se acercó, poniéndole una mano sobre el hombro. Intentaba reconfortarle, pero Amane solo quería que se alejase. Que no se acercase más.
Pero estaba paralizado.
«Te quiero, Amane»
Sonrió. Y lo peor era que no podía negarlo, no podía decir que mentía, porque no lo hacía.
Tsukasa le quería. Le quería a su manera, pero nadie más lo hacía de manera tan genuina. Nadie más le quería como su hermano. Y Amane, como el gemelo mayor, tenía que protegerle. Fuera como fuese, tenía que hacerlo. Tsukasa era un niño, no tenía culpa de nada, todo era su culpa. Por no haberlo cuidado bien, por no haberlo guiado bien.
Amane quería a su hermano. Y haría lo que fuera para defenderlo. Ya hacía todo lo que podía para cumplir con su deber. Le quería, quería lo mejor para él, y por eso nadie debía descubrir la verdad. Ni siquiera Tsuchigomori.
Tsukasa logró sin mucha dificultad deshacer la barrera que había hecho con los brazos en un intento inútil de protegerse de su hermano. ¿Por qué quería defenderse? Tsukasa no le haría daño.
No a él.
«Amane...»
Se acercó aún más y le dio un abrazo al que no se pudo negar. No podía negarle nada a su hermano. Tenía que consentirle, porque era el mayor. Tenía que cuidarle. Tenía que...
—¡Amane!
Tsukasa se disipó en el aire y Amane miró a la puerta abierta. Lo último que vio fue a su profesor acercarse con una expresión preocupada mientras su cuerpo caía por completo al suelo.
Lo primero que se preguntó al despertar en la enfermería fue por qué alguien como Tsuchigomori se preocupaba tanto por alguien como él.
22 de julio de 1969
Secundaria Kamome
—Otra vez...
—¿Él otra vez?
—¿De qué habláis?
—¿No lo sabes? Ha pasado otra vez.
Amane no se detuvo a escuchar el resto. Tampoco le era necesario. Sabía a lo que se referían, y aunque no lo supiera, todo el instituto estaba hablando de ello.
Todos le señalaban abiertamente, pero no le importaba. Había dejado de importarle desde la primaria. Los rumores parecían ser particularmente poderosos en la secundaria Kamome, así que no le sorprendía demasiado el hecho de que ya hubieran llegado ahí incluso cuando no había pasado ni medio año desde su ingreso.
—Es ese niño... —escuchó a una profesora.
—Dicen que todo el que se acerca a él...
Sonrió, pero la alegría no le llegó a los ojos. Ya volvía a ser todo como debía ser. Así, Tsuchigomori dejaría de insistir, porque valoraba más su propia vida que la de un niño que posiblemente no volvería a ver.
De repente, sintió un agarre en su brazo. No hacía falta mirar para saber quién era.
—¡Amane, Amane! —la voz de su hermano, infantil como siempre, no se hizo esperar—. ¡Juguemos juntos!
A Amane no le gustaba jugar con su hermano, sus juegos no eran divertidos. Sus juegos dolían, hacían daño, pero no tenía opción. No podía negarse, o Tsukasa se enfadaría. Y cuando Tsukasa se enfadaba, siempre ocurría algo terrible.
Ambos se cruzaron con Tsuchigomori, quien les miró fijamente. Amane ni siquiera levantó la vista del suelo, y pasó más rápido para evitar que Tsukasa se fijase en él más, o lo apuntaría en su lista. Y ser apuntado en la lista de su hermano no era bueno.
«Dicen que todos los que se acercan a él...»
—Amane, ese profesor, ¿no nos mira demasiado?
Amane negó con la cabeza, sin detener su paso, pero Tsukasa giró la cabeza para seguir mirando.
—¿Crees que quiera jugar con nosotros?
—No creo.
Entonces se cruzaron con ella. Una chica muy bonita y muy parecida a la que se encontró un año antes, en el festival de verano, y le dio todos sus papeles de tanabata. Seguramente estaba en otra clase, pero parecía ser de su curso, o al menos eso deducía de lo poco que había hablado con ella en algún recreo.
Quiso hablarle, pero el tirón que su hermano le dio le hizo recordar con quién estaba.
Y que lo que había hecho al quedarse mirándola había sido firmar su sentencia de muerte.
23 de julio de 1969
Secundaria Kamome
«Te quiero, Amane...»
Recordó las palabras de su hermano, esas que siempre decía en sus sueños, en sus pesadillas, en los momentos en los que la sangre manchaba su rostro con una sonrisa.
Amane también quería a Tsukasa, pero no quería eso.
«Solo quiero a Amane para mí».
Miró los ojos grises de la chica, fijos en la luna. No parpadeaban, no se movían, no brillaban. Solo miraban a la luna, como si quisiera estar con la tripulación que había partido hacia allá.
—¿Amane? —llamó, y le miró tratando de ignorar el rojo en su mejilla—. ¿Me ayudas?
Algo crujió por debajo del zapato de Tsukasa, y vio que había pasado por encima de un cristal, roto debido a la batalla que había presentado la muchacha en vano. Tsukasa era más rápido, más agil, estaba más acostumbrado, y ella era tan frágil como ese trozo de cristal ante él.
«Por favor, ayúdame... Somos amigos... ¿verdad?»
Eso había sido lo último que había dicho, mirándole a los ojos, rogándole por su vida antes de que un cuchillo se interpusiese entre ella y su hermano.
Incapaz de hablar, como si su lengua se hubiese grapado en su boca mientras veía a la muchacha, solo fue capaz de asentir mientras cogía la pala destinada a jardinería y empezar a cavar.
«Somos amigos.... ¿verdad?»
No debería haber dicho eso. Era lo peor que podría haber hecho.
Todos sus amigos acababan siendo enterrados.
25 de julio de 1969
Secundaria Kamome
—¿Quién te hace estas heridas?
Tsuchigomori siempre hacía la misma pregunta, y Amane nunca respondía sinceramente.
—Nadie.
—¿Por qué no me lo dices?
—¿Sabías que los americanos han llegado a la luna? —cambió de tema—. ¡Es impresionante! ¿Sabes a cuántos kilómetros está? —se levantó de un salto y escribió sobre la pizarra un número—. ¡A trecientos ochenta mil! ¿No es asombroso?
Tsuchigomori sonrió y asintió. Amane, emocionado, sacó de su bolsillo su más preciado tesoro.
—¿Qué es eso? —se acercó.
—¿Me creerías si te digo que es una roca lunar? ¡Cayó directamente de la luna! Es mi mayor tesoro.
Había sido como un milagro. Amane, mirando la televisión, vio brillar de repente una piedra de su jardín. Salió de la sala y se la encontró, brillando solo para él. Desde entonces la había guardado.
—Podría serlo.
Se subió a la ventana y miró a la luna, comparándola con su pequeña roca.
—¡Amane!
Miró a su profesor, quien estaba preocupado porque se cayera. Sonrió y bajó.
—Estoy bien.
Se acercó a él y le extendió la mano. Cuando le imitó, le dio la roca.
—Puedes quedártela.
—¿Estás seguro? Pensé que habías dicho que era tu mayor tesoro.
—No creo que la necesite más.
Solo podía confiar en Tsuchigomori para cuidarla.
—Amane, escucha, sé que llegarás lejos. Yo... lo sé.
—¿Me prometes que la cuidarás? —Tsuchigomori asintió.
—Gracias —volvió a mirarla una última vez antes de volver a la ventana.
Ya no la necesitaría más. La llegada a la luna había sido su señal, el indicio que necesitaba para saber que tenía que acabar con todo de una vez. No podía negarse a su destino.
«Te quiero, Amane...»
Eso había sido lo último que había dicho Tsukasa mientras le abrazaba, esa misma madrugada, mientras Amane sostenía el cuchillo, ese que tantas veces había visto en la manos de Tsukasa.
Tenía que pagar por todo lo que había hecho. Él tenía la culpa de que Tsukasa se hubiese vuelto así. De que su padre hubiera muerto por protegerle de aquel coche. Su madre tenía razón, todo era su culpa.
Cuando supo que había humanos en la luna, supo que era su señal para acabar con todo. Con el sufrimiento de su madre, con el amor que no le hacía nada bueno a su hermano...
Y consigo mismo.
—Tsuchigomori... —llamó, sentado en el alféizar de la ventana.
—Dime.
—¿Sabes a dónde vamos cuando dormimos?
El profesor parpadeó sorprendido ante la pregunta.
—Físicamente, a ninguna parte. ¿Por?
Amane sonrió.
—Yo creo que podría ir a la luna. ¿Tú no?
Sus manos se despegaron del borde de la ventana.
—¡AMANE!
En su caída, vio la luna. Redonda, blanca, perfecta, y sintió paz.
Quizá, cuando durmiese para siempre, podía llegar a superar esos trescientos ochenta mil kilómetros de distancia.
Aunque tan solo fuese en una ilusión.
En un sueño eterno.
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