☂︎ 𝑨𝒇𝒕𝒆𝒓 𝒂𝒍𝒍 𝒕𝒉𝒊𝒔 𝒕𝒊𝒎𝒆 ❄︎
If our lives are just as inconstantly
bright as this overflowing tears
Then these days are just a
repetition of encounters and partings
—Prayer X, King Gnu
Título
After all this time
Personajes
Kirishima Eijiro y Bakugou Katsuki
Fandom
Boku no Hero Academia
Número de fase y temática
Primera fase, temática de seres mitológicos (Dullahan)
Sinopsis
Eijiro nació con un color de ojos inusual, y todos en su pueblo y alrededor le acusaban de ser el responsable de sus desgracias. Una noche de tormenta, decide acabar con todas esas infamias respecto a él y a su familia aceptando el reto: adentrarse en el bosque donde los Dullahan acechan cada noche.
Cantidad de palabras
1500 palabras.
Advertencias
Major Character Death (Muerte de personaje principal)
Opinión o interpretación la temática
Me ha resultado ciertamente complicado porque no es mi género habitual, y quería hacerlo lo más ceñido posible a la leyenda. Conocía a los Dullahan, y me encanta la mitología, pero ciertamente mi zona de confort hubiera sido un yokai japonés o una temática menos ¿tétrica podría decirse? Sin embargo, la idea me ha venido y ha tomado forma con relativa rapidez así que solo queda esperar que os guste.
Palabras clave
Histérico, estación, lágrimas.
Edit: No sabía si había que etiquetar a la editorial así que ahora que me lo han confirmado pues lo hago. EditorialBSD
So, what I'm supposed to believe in?
—Prayer X, King Gnu
Desde que era pequeño, todos le habían dicho las mismas dos cosas una y otra vez.
Uno: pasase lo que pasase, no debía ir más allá de los campos de arroz que hacía de frontera con el bosque, el más frondoso y profundo de la zona.
Dos: no era normal.
Más bien, sus ojos no eran normales. Cada vez que le miraban, preguntaban a su padre por qué tenía los ojos de ese color. No lo sabía, no conocían de ningún antepasado que tuviese ese extravagante color rojo. Cada vez que miraba su reflejo, él mismo se lo preguntaba.
Muchas veces, los chicos del pueblo le culpaban de las desgracias que sucedían —movimientos de tierra, malas cosechas...— y aunque le habían aceptado no dejaban de señalarle cada vez que algo malo ocurría. En el pueblo habían intentado darle una razón al por qué de ese color tan particular, pero la mayoría eran historias bizarras o extravagantes de hechiceros u otros mundos más allá de las estrellas. No había explicación, y habían aprendido a asumir que simplemente era así.
Sin embargo, últimamente se había empezado a divulgar otro rumor. Uno acerca de un caballero, un ser de las sombras que se había acercado a los pueblos vecinos en un caballo tan oscuro como su armadura y que, con su propia cabeza entre sus manos, iluminaba el camino hacia diversas personas. Personas que acababan siendo encontradas muertas al día siguiente.
Había testigos de ello, temblando como una hoja al viento y rogando que el caballero sin cabeza no les viese o serían su siguiente objetivo.
Eijiro no creía nada de eso. Ya había escuchado muchas veces antes esa misma historia y otras muy parecidas. Sin embargo, había personas que sí que las creían, como su padre. Eijiro sabía la historia detrás de ello, y no era precisamente agradable.
Cuando tenía un año recién cumplido, un rumor parecido circuló por las aldeas colindantes, llegando inevitablemente a la suya. Un caballero que usaba su cabeza como linterna para atravesar los campos de arroz y secuestrar mujeres hermosas que, si no querían ir con él, acababan muertas. Una variante de las tantas que circulaban acerca de ese jinete misterioso. Por aquel entonces, nadie creía en ello, usado más para que los muchachos no se escapase de noche a otros pueblos.
Nadie lo creía, hasta que la leyenda dejó una muerta: su madre.
Eijiro conocía los hechos por oírlo una noche en una conversación entre su padre a su abuelo. Su madre, a la cual pocas cosas le echaban atrás, decidió salir de noche, en invierno —la peor estación del año posible—, a comprar leche para el día siguiente para su hijo. No escuchó razones de nadie, ni de su padre, que aún con una pierna herida prefería ir antes que dejarle a ella.
Muchos vecinos aseguraban de que la vieron dirigirse al bosque que colinda con los campos de arroz, un campesino que volvía de la jornada con su hijo la vio adentrarse en la maleza. Nadie la vio regresar, pero sí aseguraban que habían escuchado cascos de caballo resonando contra la tierra aquella noche de lluvia.
Cuando se inició una búsqueda, encontraron a su madre muerta entre unos maizales. Desde entonces su padre, histérico y destrozado, le había prohibido entrar en las cercanías de los campos de arroz, y menos aún al bosque. Es decir, durante toda su vida.
Tiempo después, cuando Eijiro tenía unos ocho años, murió un muchacho joven. Entonces, la leyenda cambió de mujeres hermosas a cualquiera y la restricción se volvió aún más feroz. No tenía permitido siquiera entrar en los campos de arroz.
Así, cada vez que se escuchaban cascos de caballo en noches lluviosas y una luz misteriosa iluminaba los campos, los aldeanos permanecían en sus casas, aterrados y rogando a los dioses que el caballero no se acercase ni a ellos ni a sus allegados, porque ninguna cerradura le detendría.
El caballero incluso recibió un nombre traído desde más allá de China: Dullahan.
Esto era porque se decía que venía del este, cruzando mares, montañas y grandes tierras para encontrar lo que alguna vez perdió. Algunos no encontraban su cabeza, e iban a ciegas o con una que no les pertenecía alumbrando los campos de las zonas más rurales. Con una hilera de huesos que no eran suyos arreaba a su poderoso caballo hecho de sombras con aliento de fuego para cruzar los lugares más inimaginables y durante las noches de lluvia se hacía más poderoso.
Se decía que los Dullahan seleccionaba sus víctimas, y teniendo en cuenta de que las dos únicas veces en las que había aparecido fue durante el período de vida de Eijiro, no era de extrañar que la aldea entera relacionase esos hechos con su nacimiento. Su padre, un influyente comerciante, disipó esas sospechas para que no le entregasen como sacrificio a los dioses o al Emperador, pero no podía protegerle por siempre.
No cuando Eijiro, ya con dieciséis años, estaba cansado de que todas las desgracias se achacasen a su mera existencia solamente por tener un color de ojos algo diferente al resto.
Si vuelves con vida del bosque, entonces nos creeremos que no eres hijo de un demonio.
Eso le habían dicho tras la reunión de muchachos de las aldeas cercanas. Dos reglas: volver con vida y nada de adultos. Esa clase de pactos eran normales entre chicos de su edad y eran respetados por todos. Era como una ley no escrita.
Así, confiado en ello, Eijiro se armó de valor como siempre había hecho y, tras despedir a su padre con una flor al lado de su cuerpo dormido, emprendió la marcha hacia el bosque. Lo único que llevaba era una lámpara de aceite y un pequeño contenedor de agua junto a su sombrero y capa para protegerse de la lluvia. No era una misión muy complicada, solamente tendría que traer una fruta que crecía en el interior del bosque para certificar que había entrado y salir por las mismas.
Un grupo le acompañó hasta la entrada del bosque. Denki le dio una palmada en la espalda a modo de apoyo y Sero levantó un dedo en señal de buena suerte. Sus dos mejores amigos, los únicos que nunca se creyeron los cuentos del pueblo. Sonrió para ellos y se adentró en el bosque, tan sólo pensando en volver rápidamente para abrazar a su padre y decirle que no tenía nada de lo que preocuparse, porque los rumores sobre él y su familia desaparecerían finalmente.
La lámpara alumbraba demasiado poco, creando aún más sombras que sin ella, pero Eijiro no tenía miedo, solo prisa. Prisa porque dejasen de correr rumores, prisa por ser aceptado, prisa por ser feliz.
Sus pies correspondieron a ese entusiasmo, y en cuanto encontró la baya amarilla del bosque, sintió alivio y la arrancó para guardarla en su bolsillo.
Fue entonces cuando, más que ver, escuchó un rayo partir un árbol cercano a él. Cerró los ojos por instinto, y cuando los abrió pudo escuchar el sonido de cascos de caballo chocar contra la madera de árboles caídos, contra piedras y tierra cubiertas de lluvia. Escuchó el alarido del caballo al ser arreado con fuerza, vio una luz amarilla como el sol entre la maleza, y entonces empezó a correr.
Si eres el objetivo del jinete, no tienes salvación.
Por más que corría, la luz se acercaba más y más. El barro se enredaba en la madera de sus zapatos, las raíces parecían aparecer de cualquier parte, la lámpara chocó contra un tronco y se rompió en mil pedazos... Y, en un momento dado, él también cayó.
Estaba perdido.
Una fuerza abrumadora le obligó a darse la vuelta, y entonces lo vio: una figura humana cubierta de negro, mezclándose con la noche. El caballo, que había retrocedido, le miraba con ojos brillantes por la luz de la cabeza que el jinete sostenía y a la que apenas podía distinguir pocas cosas. Veía tan solo el rastro de cabellos rubios y lo que posiblemente fuese lo peor: unos ojos tan rojos como los suyos.
Estaba paralizado. No podía moverse, no podía pensar en nada que no fuera su padre y en que esos ojos ya los había visto antes. ¿En su reflejo en los charcos de agua? ¿En un sueño? No lo sabía.
Pero tampoco tuvo tiempo de pensarlo demasiado. La cabeza, sin dejar de brillar, habló.
—Después de todo tiempo, al fin te he encontrado —sonrió, y aunque Eijiro no entendía a qué se refería, prosiguió—. Lo siento, Eijiro, pero tengo que hacerlo.
Y, aunque no entendía esas palabras, el miedo desapareció. Quizá porque ya sabía que iba a morir. Tal vez porque lo último que vio antes de perder la consciencia fueron unos ojos como los suyos, unos ojos llenos de lágrimas que en su corazón había visto antes.
Lo último que escuchó antes de que otro rayo impactase contra la tierra fue un te quiero que, quizá, había escuchado antes...
En otra vida.
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