Capítulo 3. Desvergonzados.
Desperté al escuchar el rington del celular.
Me pesaba el cuerpo, costaba abrir los párpados, pero con entusiasmo desconocido tomé el aparato y atendí sin miramientos.
—¿Qué reto me tienes para hoy?— pregunté con voz ronca y seductora.
—Que te bañes— contestó mi hermano del otro lado de la línea.
Suspiré con pesadez y me dejé caer en la cama.
—Hola, Alex. ¿Cómo va todo por ahí?
Alexander, mi hermano menor, siempre se preocupaba por mí. Han cambiado los roles desde que me enteré de aquello...
—Por ahora bien. A pesar de todo, pudimos continuar con nuestras vidas.
—Lo siento.
—¿Que lo sientes, Wagner? No te tienes que lamentar. Son cosas imprevisibles. Nadie podría haberlo sabido.
—Lo sé— suspiré —. Pero, hubiese deseado haberlo sabido antes, ¿sabes?
—Creo que todos deseamos eso.— Hizo una pausa y prosiguió —: Tommy quiere hablar contigo, pero ahora está en clases. Por la noche te llamo para que hables con él. ¡Por cierto! ¿Cómo vas en tu primer día?
Rememoré los extraños sucesos como un veloz flashback.
—Bien.
—¿Bien?
—Sí, bien.
—¡Oh, no!— esbozó alarmado —. ¡Te quitaron los órganos! ¡¿Verdad?! Solo di "pendejo" si quieres que vaya a España a rescatarte.
—¡¿Qué?! ¡No, no seas pendejo!
—¡Lo sabía! Te vas a morir.
Entre las desesperanzas absurdas de mi hermano, el celular comenzó a vibrar advirtiendo una llamada entrante.
Cuando verifiqué el contacto me saltaba como "desconocido"...
—¡...y te van meter un escarpelo por el culo, y luego...!— seguía hablando Alexander pero lo interrumpí.
—Pendejo, me tengo que ir.
...corté su llamado para atender al otro.
—¿Hola?
—¿Ya estás despierto, Contador?
La voz dulcificada de Alicia provocó una correntada en mi cuerpo.
—¿Por qué tanta intriga? ¿Qué planeas?— pregunté mordiéndome el labio casi de modo inconsciente.
—Una actividad.
—¿Cuál?
—¿Te gusta pintar?
Emití una negación.
—¿No? Hoy te gustará. Lo verás. Te mandé la dirección por mensaje.
Cortó y me dejó colgado.
Tuve un momento de vacilación antes de saltar de la cama al baño en zancadas desesperadas.
¿Pelo?
Horrible.
¿Barba?
Sí, parecía que mi mandíbula se había pegado al cuello.
Todo lo que consta en cuestiones de estética lo tenía hecho un desastre. Pasaría por una barbería y luego iría al lugar acordado.
Me bañé, me vestí de lo más formal, y me retiré hacia la barbería más cercana.
Estando ya en acuas, tomé el Fiat y me moví en dirección saliente de la ciudad. Lo que me extrañó de todo esto es que el mapa virtual no indicaba ningún tipo de local, plazoleta o servicio disponible ni en el mismo punto marcado, ni kilómetros a la redonda. Pasando unos cuántos pueblos di con la dirección que Alicia había pasado.
Por fuera se veía como una casa, bastante extravagante, pero sin nada fuera de lo común.
¿Será que este es mi fin al fin?
—¡Hey, Contador!
Me volteé al escuchas sus pasos acelerarse hasta mí con una ligera desesperación. Vestía una blusa olgada y unos shorts de jean que dejaban sus largas y trabajadas piernas a la vista. Ella notó que no pude evitar mirarla con cierto deseo pero no emitió opinión al respecto.
—¿Vamos a entrar?
—¿De qué va esto?— pregunté con desconfianza ya conocida.
Sentimos una mujer gritar y mis sentidos "te van a dejar sin órganos" hicieron saltar las alarmas de mi interior. Pero, al ver a una pareja salir todos pinturrajeados y con esa dicha que solo el amor podía proporcionar, mi desconfianza se acrecentó aún más. Miré mi ropa de marca: los zapatos, el pantalón de vestir, la camisa y la corbata con tanta pena por que se mancharan, que estaba casi decidido a retirarme.
—¿Qué pasa, Contador? ¿Temes ensuciarte la ropa?— preguntó ella más como un reto que como una pregunta en sí.
—Es ropa cara— quise justificar.
—¿Y por qué viniste con ropa cara? ¿A quién pretendías impresionar?
Vacilé. Para evitar dar cualquier tipo de contestación me atreví a ingresar a la casona casi en un trote. Ella me siguió intentando pararme. Cuando ingresé, un hombre nos recibió en la entrada con una sonrisa bastante artificial.
—¡Bienvenidos a Couplepaint! ¿Tienen reservación?
—Sí— contestó ella chocando con mi espalda —. Aquí tiene.
Extendió una carta y el muchacho la tomó.
He de admitir que el contacto de sus pechos en mi espalda baja se sentía entre reconfortante y excitante.
El muchacho nos volvió a sonreír e hizo una seña para que pasáramos.
Desde el pasillo en horizontal de la entrada principal, ingresamos por un marco de dos puertas con cortina, hasta una inmensa sala separada con paneles. Cada panel tenía un diseño temático y una cámara fotográfica sobre un trípode. En las esquinas de cada cubículo había pinturas en bote, aerosol, brillantina, y toda suerte de artículos del tipo artísticos.
Tragué saliva mirando mi camisa como por última vez, al ver a varias parejas pintarse a sí mismas como método de diversión.
—¡Por favor, Contador! ¿A qué le temes?— aseguró ella tomándome de la corbata —. Sígueme.
Me sujetó y sostuvo de la mano, hasta uno de los cubículos cuya temática era "libre". Con un fondo y un piso de papel azúl grisáceo.
Ella tomó un pincel y, sin que yo lo pudiese prevenir, me pintó la cara. Quedé estupefacto de la sorpresa, pero sentí que debía tomar las cartas en el asunto. Cuando ella volteó y se encuclilló para tomar un aerosol, yo me remangué, puse la palma de mi mano dentro de un pote de pintura rosa fluorescente y lo estampé en su nalga de un golpe suave. Ella se levantó sin dirigirme la mirada, estaba casi seguro que lo que vendría a continuación iba a ser un azote en el rostro o algo similar. Cerré los ojos esperando una agresión física de su parte, pero en su lugar recibí un baldazo de pintura que me empapó de la cintura para abajo.
—¡Pero qué hija de...!— grité entre risas viendo que se regocijaba con una carcajada de satisfacción —. Me la voy a vengar.
—¡A que no!
Alicia quiso tomar otro bote de pintura pero yo logré apretarla de la cintura para luego rociarla con un aerosol verde.
Las risas eufóricas aumentaban mientras seguíamos con nuestro jugueteo que se estaba transformando en algo más que una actividad nueva con una extraña. Los sinchones, los vaivenes, el pinturrajeo, era algo a lo que no estaba acostumbrado y no recordaba haber experimentado jamás.
En cierto momento, ella chocó con la cabeza en mi pecho estando de espaldas a mí. Nuestras respiraciones agitadas se entrecortaron, y un calor gratificante comenzó a subir desde mi zona más íntima.
La rodeé con mis brazos esperando algún tipo de rechazo o negación de su parte. Al no obtener ese tipo de objeción, le brindé un beso en su mejilla, apretándola un poco para descargar un cúmulo de adrenalina que me estaba ahogando por los estímulos.
Ella suspiró y se entregó ante la situación. Y, por un momento que no iba a ser el último pero sí el primero de muchos, quedamos unificados por una situación particularmente romántica.
Comencé a temblar involuntariamente entre convulsivos movimientos. Tuve que apartarme por lo vergonzoso que me pareció el hecho de que una persona de mi estirpe prontuario se pusiera como niño en su primer beso; nervioso a más no poder.
—¿Estás bien?— preguntó ella con extrañeza en su semblante.
—Sí, sí— aseguré, o intenté de mostrarme seguro, asintiendo extremadamente robótico
El celular comenzó a sonar en plena incomodidad. Le hice un gesto a ella para que me esperara y me ericé al ver el contacto en la pantalla.
Me disculpé, salí de allí y hablé con ella. La persona a la que le había estado esperando la llamada.
No les aburriré con muchos detalles.
Solo diré que luego de eso, todo se tornó incómodo y silencioso. Arrimé a Alicia hasta un punto cercano a su trabajo y yo me retiré hasta mi hogar temporario.
Un día esplendoroso se había arruinado por mis frescas inseguridades.
Un día esplendoroso se había arruinado porque yo soy Wagner, y Wagner es así.
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