Capítulo 2. Excéntrica.


¡Primer día en Madrid!

Me perdí, me robaron, meé en una botella, y ahora voy a ser víctima del tráfico de órganos. Alex me lo había advertido:

—Hermano, vas a ser víctima del tráfico de órganos.

Y ahora voy derecho a darle el gusto para que vaya a mi tumba un día y me diga "El pendejo eras tú".

El Hachazo, lugar al que me dirigía, es una sala de tiro especial para lanzar hachas a una diana. Te dan un curso previo y demás. Mi única preocupación era mi destino en este lugar. Si la loca esa planeaba usar un hacha para asesinarme, tendría que correr lo que mis piernas me dieran, porque no pensaba enfrentar a una multiloca hipster y morir en el intento.

Estuve media hora para encontrar un lugar dónde estacionar; y otra media hora para encontrar El Hachazo. ¡Puta, que me pierdo siempre! En lugar de esta belleza enceguecedora por el resplandor que emanaba mi ser, podría haber heredado el sentido de ubicación que Alex poseía.

Antes de ingresar al lugar, una chica me paró y preguntó si tenía reservación, yo negué con un gesto de la cabeza para luego sacar la billetera con resignación espiritual.

Pague doce euros, ¡doce euros!, e ingresé a la sala donde se encontraban las dianas. El olor a aserrín y el sonido del choque del metal rebotando o introduciéndose en las dianas de la sala, me resultó bastante estimulante.

—¿Qué hacha va a usar, señor?— preguntó la misma voz de la chica que retenía mis pertenencias.

Giré para enfrentarla, pero terminé riendo al ver su uniforme.

—¿Trabajas aquí?— pregunté con burla despectiva.

—Solo temporalmente. ¿Qué hacha va a elegir?

—¿Hacha? No quiero ningún hacha. Quiero mis documentos— exigí con vehemencia.

—No. Si haces esto, te devolveré la licencia de conducir hoy. Sino, pues, ¡suerte!— La maldita se cruzó de brazos mientras esbozaba una sonrisa desafiante.

Pasé la mano por mi cara como intentando quitar todo sentimiento agresivo que pudiese hacerme perder el control.

—Bien, dame una grande.

Ella se carcajeó.

—¿Una grande? ¿Qué tipo de complejos tienes?

Yo le correspondí con una risa por lo absurdo de su insinuación.

—Tengo muchos tipos de complejos, linda. Pero ese seguro no es uno— expliqué con soberbia.

—¿"Linda"? Pensé que no era tu tipo— indagó con un cinismo tan coqueto que se me removió algo dentro.

—Para empezar, puedes ser la mujer más hermosa del mundo, y no ser mi tipo— expliqué con sarcasmo tratando de esquivar el tema—. Segundo, ¿qué quieres lograr con todo esto? ¿Por qué no me das un hacha y ya?

—Tienes una coraza tan fuerte de resentimiento que no te permites a ti mismo disfrutar.

Dijo algo tan cierto que me dolió en el orgullo; me dolió en lo personal; me dolió en lo más íntimo de mi ser.

La tensión en todo mi cuerpo fue tal que ella manifestó respeto a mi privacidad con un expresivo cambio de tema.

—No necesitas un hacha grande, necesitas un hacha precisa, pero como veo en tus delicadas manos de Contador que nunca habías usado una, te recomiendo la Gringa Pequeña.

Alzó la pequeña herramienta y tomó mi mano derecha para ponerla en la palma. Era un tanto pesada pero no algo que no pudiese manejar. Me encaminó a una diana próxima y sostuvo mi mano a lo alto.

—Tienes que aprender a maniobrarla. Es importante que practiques con tu presición.

—¿Enseñas esto? ¿Cómo aprendiste?

—Es una larga historia. Ahora, tira.

Lancé el hacha con fuerza y le atiné al blanco. La descarga de adrenalina provocó que comenzara a reírme de los nervios y la euforia.

—¡¿Viste lo que hice?! Me siento un vikingo.

Ella escupió otra carcajada.

—¿Vickingo? Fue suerte de principiante, Wagner.

Yo negué con un gesto de la cabeza sin quitar la sonrisa estúpida del rostro.

—No me niegues que no hay nada nórdico en mí, solo mira mis facciones, y mi físico escandinavo.

Ambos reíamos al unísono de forma casi desacatada.

—¿Esa arrogancia es única de ti, o la suelen utilizar de donde provienes?

《...donde provengo.》

Sonreí con cierta melancolía y luego desvié la mirada.

—Perdón— se disculpó ella —. ¿Dije algo malo?

Negué con un gesto de la cabeza para luego asumir un rol más confiado.

—¿Sabes? Dejaré de ser un cretino— dije con sinceridad —. Sé que no me he comportado bien. Es que estoy en otra sintonía de vida, y pensé que viniendo a otro continente podía despejar toda las dudas que tenía dentro de mí.

—¡Wow!— dijo ella haciendo un gesto de sorpresa exacerbado —. ¡Me alegra que haya un ápice de confianza hacia mí! De veras.

Comenzó a aplaudir asintiendo con un gesto bastante gracioso en su rostro.

—Espera, espera...— La detuve levantando la mano —. Aún no te conozco ni sé que quieres de mí, ni porqué tienes mis cosas.

—Eso lo sabrás con el tiempo, Wagner.— Guiñó un ojo y sacó del bolsillo del mameluco la licencia de conducir —. Por hoy pretendo dejarte ir. Creo que tienes demasiado conmigo. Mañana será otro día.

—Oye, no sé qué pretendes pero de verdad necesito mis cosas— volví a exigir pero con firmesa.

—Tranquilo, Wagner. Tómatelo con calma. Mañana por la mañana hablamos. Tienes mi número.

—¡Alicia!— llamó un muchacho joven a la chica que aún desconocía, pero que ahora sabría su nombre.

—¿Alicia?— pregunté en voz alta para mí.

—Sí— dijo con una sonrisa y se marchó con el joven hacia otro cliente.

Podría haberme quedado allí hasta que me devolviera las cosas; podría haberla hecho perder el empleo para conseguirlas; podría haber hecho ciento de cosas para recuperarlas, pero ¿qué creen? Me había enganchado en su juego extraño, y, por alguna razón, ella me hacía sentir cómodo y especial.

—Hasta mañana, Alicia— susurré.

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