Capítulo 1. Choque de egos.


Me perdí.

¡No les voy a mentir!

Me perdí y perdí las llaves del auto.

Trato de no entrar en pánico porque se supone que soy una persona adulta funcional. Pero hace horas que ando vagando cerca de un estanque en busca de indicaciones por parte de los transeúntes. Dejé el celular en el automóvil, y el automóvil no sé dónde verga pueda estar.

Hasta ahora, lo único que pude averiguar es que la estatua que se encuentra a lo alto de un pedestal es la representación de Alfonso XII, hecha en bronce y diseñada por un tal Mariano Benlliure.

Preguntarán, "¿Y a este qué le importa que la estatua esté diseñada por Mariano Benlliure?"

Bueno... ¡No me importa una mierda! Pero el señor que me lo explicó, oriundo de Madrid, profesor de Historia, sentía la necesidad de decírmelo y yo me perdí luego de diez minutos de explicaciones innecesarias sobre el Estanque Grande y su historia arquitectónica.

Lo último que me preguntó fue: "¿Entendiste dónde estamos?".

"Sí, sí" fue mi respuesta.

Me terminé asomando a la orilla del estanque mientras comía un pan catalán como método de autoflagelarme por haberme extraviado de una manera tan tonta. Y lo peor es que seguía con ganas de mear.

Unos peces, cuyo nombre no recuerdo, se asomaron por la superficie como esperando que les diera algo de mi mísero pan. Suspiré y les arrojé unas cuántas migas gruesas.

—Coman lo que me queda de comida— expresé con resentida mansedumbre —. Si algún día me encuentro el automóvil, en el cual se encuentra mi billetera, les compraré más pan. Y yo iré a comer salmón para homenajearlos.

—No pensarás orinar el estanque, ¿no?

Me voleé para dar con la voz femenina que emitía semejante cinismo. Mi vista se encontro con una especie de mujer, que a primera impresión me recordaba a una hipster poser súper "yo soy única y detergente". Rubia oxigenada a más no poder, con mechones en rosa y azúl; su cabello estaba sumamente descuidado; el corte era una especie de Wob, pero sin definición; su vestimenta era rara y sin sentido, envuelta en un enterito de jean holgado; botas tipo jordon negras, y debajo un sostén tipo top negro. ¿Por qué me fijé en tanto detalle? Pues, porque ¡se le veía la braga!

Se sentó a mi lado, tomó mi pan— imagínense que hago énfasis en la palabra "mi" en modo indignado —, y lo lanzó al agua.

—¡¿Pero qué verga haces, mujer?! ¡Acabas de lanzar al agua un pan de seis euros!

—Ese pan le hará más feliz a los peces que a ti.

—¡Por Dios!— vociferé mirando al cielo—. ¿Por qué me mandas ambientalistas hipster?

Ella rió casi en una escupida.

—Y tú eres un desubicado que vienes a España a ensuciar.

—Tú ni siquiera eres española. Ni el acento tienes.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué utilizas esa postura agresivo pasiva?

Sentía que uno de mis ojos iba a explotar de la presión.

—¿Pe-pe-Perdón?

—Hey, orinador-de-parques, vine a traerte esto.— Sacó de su bolsillo las llaves del Fiat.

Quedé estupefacto. ¿Cómo las tenía ella? ¿Y por qué, si sabía que eran mías, no me las había dado antes? Abrí la boca para preguntarle pero la imprudente me interrumpió.

—Te vi. Te vi bajar del Fiat rojo. Ibas a orinar pero el guardia pasó y te preguntó qué hacías allí. Tú le dijiste que estabas admirando las vistas y te quisiste ir, pero él comenzó a seguirte.

Negué con un gesto de la cabeza por la incredulidad.

—¿Y tú dónde estabas? Yo me aseguré que nadie me estuviese viendo— expresé con indignación ya suponiendo que estaba tratando con una ratera.

—Estaba escondida entre los arbustos.

—¿Qué hacías allí?

—Estaba cagando.

—Ah.

Se hizo un silencio que a mí me resultó incómodo pero que a ella pareció no importarle. Me levanté le hice un gesto para saludarla y retirarme sin decir más.

—¡Espera!

Me detuve en seco suspirando... había entendido que algo más había, pero no quise seguirle a su juego extraño.

—¿Sí?— le pregunté con desconfianza.

—¿No me vas a preguntar dónde está el coche?

Cerré los ojos y sonreí con resignación.

—¿Dónde está el coche?— pregunté pausado.

—Yo te llevo.

—¡No! Ni vergas. Me quieres asaltar. ¡Policía!

Un guardia que se encontraba cruzando el estanque se paró en seco al escucharme.

—Serás idiota. Quería invitarte a salir.

Se levantó para enfrentarme.

—Ah.

—¿"Ah"?

—Sí, bueno... Te seré sincero: no eres mi tipo.

—Ah— dijo con ironía—. ¿Y cómo es tu tipo?

—Acosadoras seguro no.

—Yo no soy una acosadora.

Reí coqueto.

—¿No? Hace horas que te percibí rondando el lugar y mirándome.— La tipa quedó en silencio y con la mirada perdida—. Eres una mujer relativamente alta, que destaca entre las otras personas por lo hipster ambientalista. Ahora, dime dónde está el Fiat para que pueda seguir mi camino.

En silencio señaló con la mano en dirección a la estatua de Alfonsito.

—Imposible. Ya busqué ahí.

—Lo estacioné ahí.

Quedé extrañado. Si lo había estacionado seguramente había estado tocando mis cosas. No dije más. Ni siquiera me despedí. Tomé camino rápido hasta mi objetivo y eché a andar.

Me metí estremeciéndime de las ganas de orinar. Tomé una botella que tenía en el asiento del copiloto y la vacié afuera para poder orinar dentro de ella. El placer de evacuar fue tan grande que hasta emití un suspiro satisfactorio.

Tapé la botella y antes de arrancar advertí que la billetera estaba abierta y enganchada sobre el volante. Cuando la tomé ni el dinero ni mis documentos estaban. Solo se podía distinguir una nota en ella.

"Querido extraño, si deseas tus documentos y el dinero de vuelta tendrás que encontrarme en la dirección que hay en la tarjeta".

Dentro de la billetera también había una tarjeta impresa con un número de teléfono y una dirección.

—No puede ser.

El Hachazo.
Narciso Serra, 15.

Comencé a reír para no enloquecer.

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