Capítulo 7

—¡¿Esta es vuestra casa?! —al salir del coche de Mario me he quedado en shock.

No me puedo creer que su casa sea una mansión valorada en más de un millón de dólares. ¿Se lo pueden permitir?

A ver, Ethan es profesor de universidad, Liam entrenador personal y algo más que aún no me ha contado, Mario es modelo y Casey diseñador de ropa que vende bastante. Sí, supongo que se lo pueden permitir.

—Bienvenido, Peter —me recibe el entrenador, abriendo sus brazos para que me lance. No lo rechazo y me abalanzo hacia él—. Vaya, sí que tenías ganas de abrazarme.

—Ganas de abrazaros a todos desde que os vi —todos sonreímos, esto me parece una novela de la que nunca saldré.

¿Pero cuántos pisos son? ¿Tres? ¿Cuatro? Apostaré por tres.

Me da algo solo de entrar por esa puerta que me da la bienvenida. Los chicos no paran de empujarme al arco de la puerta, no hace falta que lo hagan, tengo piernas.

Cuando ya estoy dentro, el salón me deja los ojos más abiertos que antes. Un concepto abierto entre la cocina y el salón, con una pantalla plana gigante y una chimenea debajo que ahora mismo no está encendida.

Una escalera deja paso al segundo piso, donde seguro están sus dormitorios.

Me acerco al ventanal que hay al fondo y me doy cuenta de que hay una piscina suficientemente grande como para montar una barbacoa familiar. ¿Por qué me siento fuera de lugar?

—Sabía que te quedarías de ese modo —se pone Casey a mi lado—. Muy grande la piscina, ¿no? —la señala, como si fuera poca cosa.

—Esta casa es increíble. Creía que iríais a por algo más sencillo y con meno espacio, pero os habéis pasado bastante.

—No es para tanto —Ethan baja por las escaleras—. Queríamos algo que respetara nuestra privacidad, y lo tenemos.

—Convivimos juntos. Hay suficiente dinero para mantener este lugar —dice Liam—. Incluso para caprichos.

—Si tú quisieras, podrías venir a vivir con nosotros —suelta Mario, poniéndome nervioso.

—Eso es demasiado —sé que los he echado mucho de menos, que los quiero, pero siento que me ocultan algo, y eso es lo que me hace no querer vivir con ellos por ahora.

—Lo siento —agacha la cabeza, se le ve tierno de esa manera.

Hago que levante la cabeza y sigo mirando el alrededor, aunque tampoco es que haya mucho que ver.

—Peter, ¿quieres ver una habitación que tengo preparada? —me pregunta Casey—. Seguro te gustará —no puedo negarme, se le ve con ganas de enseñarme ese espacio—. Por aquí.

Nos acercamos a las escaleras, que parece que también lleva a un sótano, y subimos al tercer piso, el segundo parece reservado solo para los dormitorios. Los demás parecen quedarse abajo.

Al llegar, observo un gran espacio con otra televisión de gran calidad de imagen, consolas conectadas a ella y dos sofás cerca de una mesa donde reposan cuatro mandos, sin contar el de la televisión.

Al otro lado, una ventana corredera que da a un balcón extenso donde hay un par de mesas y unas cuantas sillas, al igual que unos maceteros. ¡Las vistas son espléndidas!

—¿Qué te parece? —pregunta—. Esta parte de las consolas es mi guarida. Cuando quieras venir, eres bienvenido —me guiña un ojo.

—Siempre que pueda, vendré —puede que vuelvan los viejos tiempos de estar juntos y reírnos de lo malo que soy, aunque he mejorado un poco—. Esta parece el templo zen de Ethan, muchas macetas.

—En realidad es el de Liam. Cuando tiene un libro en su mano, se sube y lee con tranquilidad junto con sus macetas. Es una manía que no entiendo.

—Es una bonita manía. Entonces, ¿cuál es la guarida de Ethan

—Bueno... Baja al sótano y lo entenderás todo.

Me encojo de hombros y bajo las escalera mientras él se queda sólo en el balcón.

Tantas escaleras que parece estoy en mi edificio. Esas escaleras que no quería subir de pequeño, ahora las estoy haciendo. A ejercitar mis muslos, supongo.

Al bajar hasta el sótano, oigo una discusión.

—Mario, si quieres un libro, tan solo pídelo.

—Siempre que no estás, Liam se coge uno. ¿Por qué yo no?

—Porque él lo pide por mensaje, algo que agradezco.

—Está bien. Ethan, ¿me dejas este libro? —muestra el libro, el cual es una novela juvenil, no ha salido de esa etapa, ninguno de nosotros parece no haberlo hecho.

—Claro que sí, Don Mario.

—Deja las formalidades, somos amigos.

—Es que me hace gracia verte la cara de molesto —mientras se ríe, aparezco y deja de reírse de nuestro amigo.

—Ethan, deja de meterte con él —me recuerda tanto al pasado.

—No me estaba riendo de él, sino con él. ¿Verdad, amigo?

—Cierto. Ya es costumbre.

—En tal caso, bonita biblioteca en la oscuridad del sótano.

—No está oscuro, he puesto unas cuantas luces para ver. Ahora todo está luminoso.

Es cierto, tiene esa intensidad que da calor y el olor a libros nuevos y viejos me tranquiliza. Cuantos libros por leer, ¡quiero empezar ya!

—Lo malo es que aquí no puedo leer con las máquinas de Mario —miro al otro lado y es cierto.

Máquinas que deberían estar en un gimnasio, acaparan la esquina del sótano, una gran parte que parece completar la mitad del espacio.

—¿Es que lees aquí?

—No, pero antes sí. Me voy al jardín siempre que puedo con un café —Ethan sabe—. Si quieres leer algún día conmigo, estoy a tu disposición.

—Y si quieres usar mis máquinas, te dejo estar todo el tiempo que desees —les noto un poco enfrentados entre todos, como si quisieran algo que el otro quiere.

—Esto... Gracias, chicos. A todo esto, ¿dónde está Liam? —mi pregunta hace que dejen de enfrentarse.

—Ah, bueno, está en el jardín regando sus flores.

—Gracias, Mario —me despido de ellos dos y subo las escaleras un piso para ir yendo al jardín, donde está Liam con la regadera creando lluvia para un montón de flores de hermosos colores—. Así que el protector de Liam es jardinero en su tiempo libre —me mira con un sonrojo en sus mejillas.

—Ah, esto... Yo... —al final acaba por rendirse en buscar alguna excusa—. Es lo único que me tranquiliza —me acerco a él—. Cuando me mudé, mi madre compró semillas para plantarlos en el jardín que teníamos. Me uní a ella para probar, ya que no tenía mucho más que hacer, y descubrí que verlos brotar me relaja bastante —sonríe como un niño pequeño—. Me recordaba a tu figura de pequeño, en esa sonrisa inocente que tienes —se agacha para ver de cerca un par de rosas y me invita a unirme—. Por ejemplo, este par de rosas diferente brotarán juntas para ver el sol al mismo tiempo. ¿No te parece bonito?

—Me parece más bonito el cómo lo expresas.

—Aprendí leyendo.

—No me sorprende. A pesar de meterte en líos, tenías buenas notas.

—Esos líos eran al protegerte —me acaricia el cabello—. Y mereció la pena.

Nos levantamos y entramos al salón para que los demás se junten y propongan una cosa.

—¿Ponemos una película? —pregunta Mario—. Hay que aprovechar que Peter está aquí.

Todos aceptamos y preparamos las palomitas, al igual que Casey sube para coger una película. ¿También tiene películas arriba? Debería haberlo notado.

Con las palomitas listas, la película preparada para reproducirse, los chicos en el sofá y yo acostado encima de todos porque no había espacio con lo grandes que son, la tarde solo podía acabar de bien a mejor.

¿Podría ocurrir algo mejor que un reencuentro en grupo y una película?

No lo creo.

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Bueno, amigos. Esta historia ha renacido después de un año sin actualizarla... Literalmente.

Estoy intentando escribir en todas las historias al igual que en esta, pero según me pille el momento, escribiré de una o de otra. También tiene que ver el humor.

Aun así, espero que os haya gustado, y aunque es un poco corto teniendo en cuenta que he tardado mucho, que me merezco unas tortas, golpizas, etc...

Con esto acabo por hoy y os dejo seguir con vuestra vida.

Hasta luego, queridos Ángeles Lectores.

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