Capítulo 5

La sesión de fotos es interminable, la espera para poder tomar un refresco con Mario después de tanto tiempo me mata. ¿Cuántas fotos se necesita? Si luego van a borrar cuatrocientos de los que han hecho. Estoy sentado al lado del cámara, observando todo el tiempo a Mario, quien tiene una sonrisa más que radiante que el fotógrafo agradece.

—Chaval, te doy las gracias —me dice mientras sigue echando fotos—. Hace tiempo que no se le ve esa sonrisa tan brillante.

—¿Tanto tiempo?

No suelta ninguna respuesta, está claro que hace tiempo que no sonríe de esa manera por haber dicho que echaba de menos esa sonrisa.

—Siempre se le había dado los trabajos que necesitaban un modelo muy serio, pero ahora que le has hecho sonreír las fotos quedan más jugosas. Podremos terminar la pauta de hoy por ti.

—Tampoco exageres —me rasco la nuca, me he sonrojado a basto.

Suelta una carcajada y sigue con su trabajo.

¿De verdad yo le he hecho sonreír así? La verdad es que él también me ha sacado una sonrisa bastante amplia. Volver a encontrarte con tus amigos de la infancia después de tantos años no pasa cada día.

La sesión termina por fin, pero no se queda aquí, sino que es un descanso. Mario se acerca a mí, aún sonriendo, pero lo detiene su jefe y le pide algo.

—La pauta la hemos terminado por hoy, pero hay que adelantar. Ahora, por haber trabajado tan bien, te mereces un descanso más que largo. Tienes una hora para volver al estudio, ¿vale? —asiente y se va por donde ha venido.

Suspira cansado y me mira fijamente a los ojos, una gran calma inunda mi cuerpo al notar seguridad en si mismo.

—¿Nos vamos? Creo recordar que aún sigue mi cafetería favorita en pie.

—¡Pues claro que sigue en pie! Yo he estado yendo cada día a tomar algo.

—Entonce nos vamos para allá. Ven, tengo mi coche por aquí, si no lo han invadido las chicas.

Caminamos por el parque con todas las miradas pegadas a nuestra nuca, tengo miedo de que se lancen hacia mi amigo y me maten a mí por el camino, porque soy un poco pequeño y me podrían matar unas cuantas pisadas. Sí, al lado de mis amigos parezco un maldito gnomo y ellos parecen unos gigantes.

¡Por fin salimos del parque! No digo que no me guste estar ahí, con la tranquilidad que se respira con los árboles, pero es que el ambiente que ha creado Mario con su presencia ya es insoportable.

Se para, no sé porqué, y me doy la vuelta para mirarle. Saca las llaves y le da a un botón que hace sonar el coche que hay a su lado.

—¿Es en serio? —la verdad es que no me lo puedo creer.

—¿Te acuerdas del coche deportivo que tanto miraba de pequeño?

—Sí —cuando pasábamos al lado de un concesionario miraba siempre el escaparate, viendo a los adultos adinerados comprándose coches que parecían ser de un lujo inalcanzable.

—Pues he encontrado otro que me gusta más que ese. ¡Y lo conseguí! —como le encanta los coches vistosos, y encima rojo.

—¿Subes? —pregunta abriendo la puerta del copiloto.

—Eh... Claro —nunca había planeado subir a un coche de este tipo, nunca en mi vida lo habría pensado, pero claro, la vida te llena de sorpresas.

Ya dentro, el conductor se sube y enciende el motor para poner rumbo al bar al que tanto íbamos todo el grupo. Mientras estamos de camino miro por la ventanilla, observando los edificios que pasan a gran velocidad. Los semáforos están en todo momento en verde, dejando al conductor aumentar la velocidad. Se nota que le encanta la adrenalina que da la velocidad, pero sabe que también perjudica, por ello baja la velocidad.

—Siento ir tan rápido, veo tu cara y sé que no te ha gustado nada la experiencia.

—¿Lo dices por lo pálido que estoy? No te preocupes, es mi piel natural. Tengo que ponerme más al sol —suelta una risa que a mí me hace sonrojar.

—¿Pero de verdad puedo acelerar?

—La multa va a tu persona, no a mí, así que haz lo que quieras.

Vuelve a acelerar y mi corazón se pone a mil por hora por cómo veo a las personas de borrosas. Ya vamos llegando, así que vuelve a frenar y aparca cerca de nuestro destino. Al bajar, nos ponemos en la acera y contemplamos el bar, que al paso que ha estado yendo se ha expandido y ahora tiene un segundo piso con ventanales para dar una sensación de ser más grande de lo que parece.

—Vaya... —se queda con la boca abierta.

—No te esperabas este cambio, ¿verdad?

—Ni por asomo. Creía que seguiría igual que siempre.

—Vamos a entrar, que de seguro alguien quiere volver a verte dentro.

—¿Sigue trabajando ahí?

Le agarro de la mano y lo arrastro hacia dentro, aun estando con la boca abierta por cómo ha quedado. Al entrar, la sensación de volver al pasado me inunda, siempre me he sentido así, incluso estando con mis dos amigos del instituto. Entramos a un ascensor y le doy al piso que quiero que vea, que de seguro le va a encantar.

Cuando las puertas se abren, un mismo apartado igual al del piso bajo se proyecta en nuestros ojos. Cuando pasamos el arco, una bienvenida nos llega a los oídos.

—¡Bienvenidos al "Rooftops"! Pueden... —al verme su tono de voz cambia de amable a cariñosa—. ¡Peter, cariño! —corre y me abraza con intensidad—. Las plegarias han sido escuchadas desde aquí. ¡Dios me ha hecho caso y ahora estás sonriendo! —mira al chico que hay a mi lado y su cara cambia a pícara—. Oh, ya entiendo el porqué.

—Layla, ¿lo recuerdas?

—Esto ha cambiado tanto... —suspira sorprendido.

—¿Debería? —se encoge de hombros.

—Mucho. Ha vuelto después de tanto tiempo.

—¿Uno de ellos?

—¡Todos!

—Deja que adivine. ¡Eres Liam!

—¿Ya estás jugando a la lotería a ver si te toca? —ríe Mario, con esa pregunta la camarera ya tendría que saber quién es.

—Hace tiempo que no juego a la lotería. Un momento... ¡¿Mario?! —grita sin creerlo—. ¿De verdad eres tú?

—Sí, soy yo —alza las manos.

—¡Imposible! Pero si tú estabas gordo, eras más tierno. Aunque ahora estás muy sexy y muy... No lo voy a decir.

—Sí, creo que sé lo que querías decir —ya somos tres.

—Venid, os llevaré al balcón. Seré vuestra camarera.

Mientras nos guía al balcón, observo a la gente que toma algo con una sonrisa en el rostro, gente conversando, amigos tomando unas cervezas a buenas horas de la tarde y a amigas que conversan entre ellas de a saber qué.

Al salir al balcón, de nuevo me invaden las buenas vistas de Nueva York anocheciendo, mostrando las luces de los edificios que se llegan a ver. Mario está tan fascinado que no sabe lo que decir.

Nos sentamos cerca de la barandilla y la camarera de cabello moreno ondulado y ojos grises cristalinos nos toma nota.

—Bien, ¿qué os sirvo?

—Eh... Un café, por favor.

—Vaya, "por favor". Me encanta. ¿Y tú, Peter?

—Yo lo de siempre, por favor.

—Estoy sirviendo a un par de caballeros y no me había dado cuenta —toma nota y Mario pregunta una cosa.

—¿Cómo es que el bar está así después de tanto tiempo? Que yo recuerde estaba hasta arriba de deudas.

—Oh, ¿no te lo ha dicho? —me señala—. Si no fuera por él, esto no existiría.

—¿Qué hizo?

—Digamos que dio una generosa donación que nos ayudó bastante.

—En cuanto me dijeron que todo se iba a pique me derrumbé —relato sin pedir permiso—. Pero entonces pensé una cosa, si donaba algo de mis ahorros podría salvar el local. Ahora soy como el dueño de la mitad del bar.

—Por eso lo que toméis ahora no se os va a cobrar —nos lanza un beso a los dos y se va con los pedidos en la libreta del bolsillo.

Siempre ha sido una chica cariñosa y un tanto pervertida, como Gloria, pero ella es otro cantar. Llega con nuestros pedidos y nos ponemos a charlar de pocas cosas, pero que a la vez nos aclara un montón de cosas.

—¿Invertiste en el bar? —deja su café a un lado y me mira serio, aunque no tanto.

—Sí. Y te diré porqué —dejo mi bebida también a un lado y me cruzo de brazos en la mesa—. No quería perder el único lugar que me recordaba los buenos momentos. Recuerdo que veníamos los cinco juntos y me invitabais a una bebida, hablábamos de muchas cosas y siempre nos reíamos. Este es uno de los lugares en los que ahogo mis penas recordando, sonriendo al pasado. Cuando me enteré de que lo iban a cerrar, invertí tal cantidad de dinero de mis ahorros que superaba las cuatro cifras.

—Vaya... —suspira, pero sigo aunque él quiera seguir hablando.

—Tras la donación, el negocio seguía abierto. Algunas deudas fueron pagadas, algunos clientes venían y recomendaban este lugar a sus amigos por el ambiente que le había dado. Poco a poco todo esto se fue construyendo en nuestra mente, hasta que surgió la oportunidad y no lo pensamos tres veces.

—Así que este balcón lo construiste tú.

—Yo y el dueño. Y, claro, los obreros —lo miro a los ojos de nuevo, evitando los edificios—. Ahora dime, ¿cómo es que ahora eres modelo y por fin consigues tu coche soñado?

—Je, tiene una buena historia. En el nuevo instituto estaba siendo rechazado por mi obesidad. Nadie me quería tener a su lado por la mala imagen que daba. Entonces decidí que les daría una lección. Me apunté a un gimnasio, le pedí a alguien que me hiciera una dieta y un horario de ejercicios. Los estudios eran mi mayor prioridad. Cuando estaba ya en último curso, era el chico más guapo y popular del instituto. Nadie se creía que yo hubiera hecho un cambio radical.

—Yo todavía no me lo creo —se ríe de nuevo, me gusta.

—Todas las chicas me empezaron a lanzar señales, coquetearon conmigo en las fiestas... Pero no consiguieron nada de mí. Yo solo pensaba en alguien.

Sonrío de oreja a oreja al saber que tiene a alguien en su mente que le hace ser firme.

—Por esa persona no he hecho nada, he luchado para aguantar a estar a su lado... Es alguien muy especial.

—¿Y conseguiste decirle lo que sentías?

—No... —su rostro se apaga un poco—. No tengo agallas a decirle lo mucho que lo deseo entre mis brazos.

—¿"Lo"? ¿Es un chico?

—Eh... —se sonroja—. Sí.

—Está muy bien. Gracias por ser sincero conmigo —aunque por dentro creo que me oculta algo.

—Contigo siempre. ¿No hace un poco de calor aquí? —se lleva la mano al cuello de la camisa e intenta que pase aire fresco por su cuerpo.

—No, estamos al aire libre y pasa mucho aire fresco.

—Yo tengo un montón de calor.

—¿Estás bien? Te pasaba esto también de pequeño, necesitas hielo.

—No, no es eso. Creo... —quiere decir algo, pero no se atreve. Su cara ya es un tomate, es preocupante.

—¡Mario! Ven, vamos al baño. Un poco de agua en la cara te irá bien —le agarro del brazo y caminamos al baño, pero una figura se interpone en el camino y nos habla con seguridad.

—Vaya, vaya... Así que ya está como un tomate.

—¿Y tú quién eres? —sus ojos oscuros están pegados en los dos.

—Si no sabes quién soy es que me has olvidado por completo —esa voz y esa manera de hablar, al igual que el acento.

—¡¿Es en serio?! ¡¿Casey?!

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