Capítulo 3
—¡Ya estoy en casa! —digo en voz alta para que mi madre sepa que estoy aquí.
Es una nueva norma que impuso para no tener paros cardíacos por cada susto que nos damos al creer que estamos solos. A mí me gusta, así saben cuando estoy y cuando no.
—¡Bienvenido! —cada vez que entro por la puerta esa palabra me abraza—. Tienes la comida hecha, macarrones, como a ti te gustan —se acerca y me da un beso en la frente, justo donde me lo dio Liam antes de irse.
—¿Con mucho queso?
—Con mucho queso —repite para afirmar. Mi sonrisa es muy amplia, tanto que mi madre se sorprende—. Esa sonrisa no se ha visto desde hace tiempo. ¿Qué ha pasado?
—¡No te lo vas a creer!
—¿Cómo que no? Estoy segura de qué es lo que te ha dejado así.
—¿Ah, sí? —cruzo mis brazos en señal de desafío—. Intenta adivinar.
—Ahora no, porque tienes visita.
—¿Visita? —nunca recibo visita a estas horas, es algo extraño—. ¿Quién?
—Vas al balcón y lo descubres —se va por el pasillo hacia su habitación, debe de estar cansada por el trabajo.
Una visita... ¿Quién será? Tengo miedo de que sea alguien que no conozca, pero mi madre no dejaría pasar a un simple desconocido con tan solo decir mi nombre, sería aún más extraño. No, tiene que ser alguien que mi madre conozca. ¿Pero quién?
Para salir de dudas dejo la mochila en el sofá y me acerco al balcón, con los músculos preparados para huir si hace falta. Al salir al balcón, un hombre de casi la misma estatura que Liam aparece ante mis ojos, observando las vistas que, desde mi edificio, se pueden ver sin forzar la mirada.
Un hombre de cabello castaño un poco largo también, de ojos castaños que me infunden algo, pero no sé el qué. Está bien vestido, lo que me dice que trabaja bastante para conseguir es ropa de marca. Un momento... Conozco a alguien que no para de trabajar en todo momento, sobretodo si le toca el trabajo que él quiere.
Me acerco poquito a poco y mis pisadas llaman su atención. Se gira y me sonríe al verme, seguro está feliz de volver a ver este niño adolescente.
—Me alegro de verte, Peter —se va acercando—. Has cambiado bastante.
—¿Yo? A ti apenas se te reconoce.
—¿Por qué lo dices? —con las manos señalo todo su cuerpo, dándole a entender que todo su ser ha cambiado—. Ah, ya...
—La barba te queda muy bien.
—Estaba pensando en afeitarme.
—Ni de coña —me acerco y le acaricio la barba, no le molesta, al contrario, le gusta.
—Pues la dejaré así, ya que tanto te gusta —se gira y mira la mesa—. Tu madre ha sido muy amable de dejarme entrar, pero no me esperaba que me obligara a quedarme a comer. No digo que no me guste estar aquí, es que me pilló por sorpresa.
—Ya has comido, ¿verdad?
—No. Te estaba esperando. ¿Nos sentamos? —acepto y nos sentamos en las sillas que hay en el balcón para disfrutar este clima primaveral.
El sol golpea nuestros cuerpos, su cabello castaño brilla y lo deja rubio, ¿por qué mis amigos tienen que tener el mismo tipo de pelo? Siento que estoy en un cliché.
Agarro mi plato de macarrones con mucho queso y Ethan el suyo, pero sin tanto queso. Me mira gracioso, como si esto le diera gracia.
—¿Qué? ¿Nunca has visto a un adolescente hambriento que quiere mucho queso en sus macarrones?
—La verdad es que sí, ya es muy normal. ¡Que aproveche! —y ataco mi plato.
La comida ahora me sabe mejor, el estado de ánimo tiene mucho que ver, al igual que el hambre que hace que me consuma por dentro. Cuando llevamos tan solo un par de minutos comiendo, mi inteligente amigo habla para no estar en silencio en toda la comida, lo cual agradezco de sobremanera.
—¿Qué tal te ha ido todo? Supongo que bien.
—Oscuro...
—¿Cómo?
—Oscuro... Tal y como me sentía.
—Ya veo... Sentimos haberte dejado sólo. No era nuestra intención, nuestros padres decidieron y solo podíamos seguirles. Ojalá yo me hubiera quedado contigo, seguro no te habría ido tan mal.
—Hablas en plural. ¿Es que los demás han...?
—¿Vuelto? Sí. Vivimos en la misma casa, por tener dinero para muchas cosas y eso. Y ya que estamos entre amigos, hay confianza —me agarra la mano libre y me mira fijamente a los ojos, la calma inunda mi cuerpo—. Te dijimos que no sería un adiós. Te dije que no era un adiós.
—Lo sé, me lo ha recordado Liam.
—Así que el protector se ha presentado antes que yo. Ha hecho bien, porque de seguro no habrías estado feliz ante tu madre hoy.
—Sí... Feliz —miro a un lado y observo las nubes de nuevo, ahora el cielo azul está dejando de ser obstaculizado por las nubes, ahora todo brilla con gran intensidad—. Cuéntame algo de ti. ¿Cómo van los estudios?
—Varios años adelantados. Mi coeficiente intelectual es bastante alto como para ser en su pasado un niño prodigio. Ahora trabajo de profesor de universidad, me encanta enseñar, es un trabajo en el que ayudas a la gente que desea absorber conocimientos a saber más del pasad, del presente y de los futuros proyectos que ellos mismos pueden crear.
—Es bonito oírte decir eso. Si algún día necesito a un profesor te llamaré.
—Te impartiré clases gratis, solo porque eres tú —suelto una leve risa y, cuando me quiero dar cuenta, mi plato está vacío.
—Vaya... Ni me he dado cuenta de cuándo estaba comiendo.
—Estás despistado. ¿Por qué?
—No sé, el simple pensamiento de que todos habéis vuelto me hace... Estar en otro mundo. ¿Podré ir a vuestra casa?
—Hasta que no veas a los demás no puedes. Quiero que los reconozcas por la calle, un juego para tu mente que, de seguro, verá la solución en tan solo un minuto.
—Un juego mental no hace daño, así que tengo que aceptar sí o sí.
—Bien —se limpia la boca con el pañuelo y se levanta con nuestros platos en mano—. Yo lo llevo.
Entramos a casa y nos vamos a la cocina para dejar los platos en el fregadero. Cuando estamos los dos dentro, miro al congelador por un rato, pero él nota lo que estaba pensando.
—Te invitaré a un helado muy pronto, en el parque. Ah, por cierto, mi número. Para que me hables por el móvil.
—Eh... No tengo móvil.
—¡¿No tienes móvil?! —se sorprende tanto que no sé porqué no estoy bajo tierra en estos momentos—. Entonces... ¿Cómo te comunicas con tus amigos?
—En persona. Vienen a mi casa y me preguntan si quiero salir o no.
—Vaya... Te retienen en el pasado. Al menos tendrás teléfono fijo, ¿no?
—Ahí —le señalo la pared que está detrás suya—. Pocas veces llaman.
—No me extraña —suspira aliviado de que al menos tenga un medio de comunicación—. Bueno, tengo que irme. ¿Cuándo es tu cumpleaños?
—Eh... ¡Casi se me olvida! —corro al calendario que hay en el frigorífico y lo miro—. El mes que viene.
—Vale. Eso es todo —se acerca y me da un beso en la frente que dura un minuto o más—. Te quiero, Peter —se me repiten de nuevo esas palabras.
—Y yo a ti.
Se aleja y se va a la puerta para irse. Cuando cierra, una madre salvaje aparece con una sonrisa de oreja a oreja dispuesta preguntar una y mil cosas.
—¿Y bien? ¿Qué te ha dicho?
—Mamá, has puesto la oreja, no hace falta que disimules.
—Pero no he oído nada de lo que hablasteis en el balcón. ¿Me vas a contar?
—Solo una cosa —agarro mi mochila y me voy a mi habitación, antes de cerrar le suelto lo que quiere saber—. El grupo ha vuelto.
Mientras mi madre salta de la alegría, yo entro a mi habitación y dejo caer la mochila al lado del escritorio, que está atestado de papeles con palabras. Mis pensamientos en su estado más puro y oscuro. Con una sonrisa, guardo las hojas y dejo la mesa vacía, pero pronto pondré una hoja y escribiré un nuevo capítulo de mi vida. En el tablero de corcho hay fotos de cuando era pequeño, cojo una y la pongo en la mesa.
Un nuevo capítulo sin oscuridad, tan solo luz por cada rincón.
Preparaos, hojas. Pronto os llenaré de tinta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top