Capítulo ocho.
Cuando recuperé la conciencia también con ella recupere el ardor de la herida profunda de esas últimas palabras.
"El estado de la carretera... Un accidente grave...No sobrevivió... Lo siento mucho"
Oscuridad y vacío. Dentro y fuera, silencio.
Mi padre me llevo en sus brazos hasta mi habitación y poco después el medico familiar chequeo mi estado. Yo estaba allí, mi cuerpo lo estaba, todavía enfundado en ese vestido que luciría para él, pero a la vez me había ido muy lejos. Creo que luego de esa noche no regresé, me refugié en un catatónico letargo, sentí mi alma escaparse a un permanente purgatorio, penando mi dolor por esos rincones olvidados.
Me dormía solo para sufrir la tortura de soñarlo. Despertaba solo para padecer la agonía de su eterna ausencia.
Mi madre me dio unos sedantes, me sostuvo mientras con esfuerzo tragaba, para luego recostarme suavemente mientras me consolaba con sus palabras. Pero no había consuelo para mí, no había alivio alguno a esta pena. Moría a cada hora, me marchitaba como una flor arrancada de la tierra.
Las potentes drogas cumplieron rápidamente su propósito y me envolvieron en aquel descanso artificial. Cuando abrí los ojos una vez más, otro día había pasado.
Me ayudaron a cambiarme, al mismo tiempo que la que me trajo a este mundo me hacía la misma pregunta, pero cambiando su tono inquisitivo a otro que sonaba como un ruego.
—¿Estas segura, Karen? Nadie te lo reprochara. Porque no mejor guardas en tu corazón el recuerdo de la ultima vez que lo viste.
—Debo verlo. Si no lo hago no aceptaré que es real... debo hacerlo—le respondí en lo que no era más que un susurro apagado. Ella asintió, dolida por mi decisión, pues podía ver en sus ojos que le temía a esa situación, temía que no pudiera soportarlo.
De negro por fuera y también por dentro. Bajé del auto de mi padre y avance con pasos lentos.
Los cuchicheos disimulados llegaban a mis oídos. Había tal silencio en todo mi ser que cualquier sonido externo me resultaba ensordecedor. Decían... "Ella era su novia" "Pobrecita, se ve tan joven, es solo una niña"
No tuve la fortaleza para descubrir los rostros detrás de esos penosos murmullos, solo miré hacía el frente como atraída por la misma muerte quien me presentaba orgullosa una de sus últimas obras.
No conocía a sus padres, era el próximo paso que daríamos. Vivían en otra ciudad y con su trabajo y mis estudios no habíamos hallado el tiempo. No necesite conocer sus rostros para reconocerlos,bestaban destrozados, deshechos en su aflicción, tan incrédulos como yo.
Una foto en mi recuerdo me hizo darme cuenta quien era ella. Al lado del cajón, que se elevaba en una tarima de madera. Era Cassie, su ex-esposa, quien meciéndose sin parar y con el rostro enrojecido y húmedo, negaba y reclamaba.
"No...¿porqué?" eran sus únicas palabras, no, había una más, una que elevaba mirando al cielo antes de volver a derrumbarse agachando la cabeza" Dios, Dios" un clamor que llegaba tarde.
Centré mi vista, debía mirar. Nunca temí tanto. No a ver su apuesto rostro desfigurado, ni tampoco a apreciar la pálida tonalidad de la muerte sobre sus mejillas, sino porque ese sería el comienzo del fin. Si lo miraba sería la última vez, y no podía aceptar una condena tan macabra, ¿La última vez que mis ojos apreciaran al que amaba mi alma?, ¿Nunca más?, ¿jamas?...¿Que cruel ser le había dado invención a esas palabras?
Sollocé resquebrajándome como la tierra ante el ardiente sol, ¿quién juntaría mis pedazos si mi corazón era polvo que se esparcía volando en el viento?
Me obligué, ¿podría retrasar aquel suplicio si me negaba a mirar? No, ¿Acaso la parca me devolvería lo que me robo si le rehusaba a mis ojos la confirmación? No.
Lo miré. Solo un corte profundo que le cruzaba la frente distorsionaba en parte sus perfectos rasgos... ¿qué había sucedido?, ¿La muy maldita ladrona se burlaba?, ¿Quería que recordara el detalle de su semblante para que la cruz fuera mayor?, ¿Para que el calvario fuera más pesado?
Me desplomé liberando un quejido gutural, un sonido que solo logran pronunciar los que sienten el desgarro más brutal,bel que se produce cuando te arrancan el corazón cuando aún estás con vida.
Mis padres se apresuraron a cobijarme en sus brazos. Me hería causarles dolor al sufrir el mío, pero necesitaba el refugio que me ofrecían, necesitaba creer que su tibieza tenía la cualidad de darme algo de calor en medio de tanto frío.
—¿Vamos a casa mi amor? Por favor Karen, vamos—me pidió mi madre mientras sus lagrimas caían.
Sufrían. No era justo para ellos, asentí, era el único sosiego que podía brindarles.
Me pusieron de pie y le dirigí a mi amor esa mirada definitiva que venia retrasando....y en ese momento recordé algo.
Luego me parecería absurdo, creería que aquella acción fue el resultado de los sedantes, que lo que me motivó fue un resquicio de esperanza, ese que surge cuando no queda nada.
Me zafé del amoroso abrazo que me sostenía y caminé los pocos pasos que me separaban de aquel ataúd en el cual, mi Jo descansaba. Me recliné de lado en aquella helada y áspera terminación de madera y lo miré tan cerca, como cuando en aquellas tardes de verano le susurraba casi rozando su piel lo mucho que lo amaba.
Escuché algún exclamación ahogada entre los concurrentes. Mi actuar los incomodaba, lo rechazaban. Pero no me importó, necesitaba esa cercanía para recordárselo.
—Prometiste volver—le dije a su inerte cadáver-Juraste regresar a mi desde donde fuera, sin importar la distancia. Ahora Jo, mi amor... Cumple tu palabra.
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