Capítulo 1

La vida es impredecible. En un juego de ajedrez, un jugada tiene tantas formas de leerse así como otras tantas formas de contrarrestarse. Una decisión errónea y la partida se acaba.

—Caballo A5. Jaque mate.

Pero ese no es el caso de Shiori. Ella puede decir fácilmente que sus errores sirven para confundir a su oponente y antes de que estos se den cuenta, ya están moralmente arruinados. No en el caso de Zero Kiryuu, quien considera que es el juego más absurdo que pudo crearse. ¿Cómo alguien puede divertirse con eso? Semejante cosa no debería ser legal.

—Es una mierda —sentencia Zero mientras que voltea el tablero para echar todas las piezas. Es obvio que lleva dos partidas perdidas y la tercera ya es más humillación que un intento de recuperar la dignidad—. ¿Me recuerdas por qué jugamos esta porquería?

—Porque es tu día libre y dijiste que yo podía elegir qué hacer entonces. —Le recuerda Shiori, quien se encuentra armando el tablero de vuelta, pieza por pieza y le deja las blancas a Zero para que este dé el primer movimiento de la partida número cuatro.

—¿Y no se te ocurrió nada más? —pregunta este. Zero se echa para atrás, cayendo en la cama como peso muerto, en verdad no quiere seguir jugando esa cosa. Pero se lo debe a Shiori y había prometido darle uno de sus días libres a la semana para hacer cosas juntos.

—Mira, tú guarda el tablero y yo voy a preparar algo de cenar. ¿Mejor? —sugiere la pelinegra, estirando un dedo para picar la costilla de Zero. Repite esa acción varias veces, porque sabe que tiene cosquillas y las soporta hasta cierto punto.

—¡Bueno! —Zero aparta su mano de un golpe y no tarda en voltearse hacia la pared, dándole la espalda a Shiori. Se cruza de brazos, pero su mente repite por unos segundos lo mismo.

"Shiori va a preparar la cena". Y podría considerarse innecesario con todas sus letras. La cena siempre está lista, correctamente refrigerada en el conservador del sótano. Lo que Shiori cocine es solo un hábito que ninguno perdió, porque si la comida de humanos no les sirve, al menos sacia esa manía quisquillosa que ambos traen de sus días como humanos.

Y no es que extrañe eso. Aunque haya entrado en negación, en algún momento de su corta vida, Zero Kiryuu ya llevaba más de diez años sabiendo que la comida se había vuelto algo no indispensable para su existencia. Todo lo que hacía era única y exclusivamente por costumbre. La costumbre de pretender que todo está bien.

Lo cierto es que nunca fue así.

Al cabo de un rato, sale del estado catatónico en el que se sumió y alza la cabeza para buscar a Shiori, quien por lo visto ya habia abandonado el cuarto. Ella si se toma muy en serio lo de preparar la cena y asimismo, ya la encontró unas cuantas veces buscando recetas en internet para hacer postres. Uno más horrible que el otro.

Y lamentablemente, se los tuvo que comer sin rechistar y para no herir sus sentimientos. No más de lo que ya había hecho.

Zero se pone de pie y de mala gana junta el bendito juego de ajedrez en su caja. La próxima ocasión iba a aventarlo, era promesa. Es una época fría, la ventana esta cerrada y no era opción. El invierno golpea a Osaka como nunca, con bajas que hacen que cualquiera salga envuelto en una pila de mantas.

Aún así, él solo lleva puesto pantalones deportivos y una camiseta sin mangas. Zero puede jurar que su piel es dos grados más fría que la temperatura actual.

—Estúpido clima. —Se queja, saliendo perezosamente del cuarto como quien acaba de despertarse.

Para sorpresa suya, Shiori se detuvo a mitad de camino, entre las escaleras y el corredor. Parada frente al espejo de cuerpo completo que colgaba de la pared. Vino con la casa cuando fueron a vivir ahí y sabe que Shiori tiene la pequeña manía de pararse frente a este. Zero ya se acostumbró a tener que empujarla para que saliera del trance en el que terminaba siempre.

Sabe que que la menor solo dedica el tiempo a mirar los cortes que adornan sus muslos, cicatrices que trajo consigo desde la vez que Rido la secuestró y que no se borran con nada. Luego alza la mirada hasta su propio reflejo y sus ojos no tardan mucho en humedecerse hasta llorar, echando lágrimas que resbalan por sus mejillas.

Por cada vez que Zero observa esa escena, también una puntada de culpa se suma. Se siente responsable por la situación y solo puede caminar a toda prisa para coger la mano de Shiori y tirar de ella escaleras abajo.

En esa ocasión no ha llorado, pero puede oír el respingo que escapa de ella. La escalera solo tiene dos tramos y con Zero apresurado, ya se encuentran en la planta baja de camino a la cocina.

—Hay que cubrir ese espejo. —Es lo único que dice.

—Siempre dices lo mismo.

—Es que también me gusta mirarme y voy muy guapo.

Zero siempre fue de un sentido del humor nefasto y sin embargo, para Shiori solo es la forma más perfecta de romper esa pequeña tensión que se forma al quitar el tema de conversación. Ella se abraza a su cuerpo y por contados segundos se queda así, un poquito para quitarse el mal sabor antes de volver a lo mismo.

—Prepara arroz frito —pide Zero, dejándose abrazar a mitad de la cocina. Corresponde, dando caricias al cabello oscuro de la chica y bajando la mano lentamente sobre su espalda. Es todo lo cariñoso que puede, sin que parezca fingido y el esfuerzo que hace aún es sobrehumano.

—Claro, tan solo déjame ver si teng- —Shiori calla abruptamente cuando el móvil de Zero mata el ambiente ameno que llevaban hasta entonces y la mirada de esta recae encima del chico—. Es Kaien —dijo.

***

Yuuki pasea una mano sobre su vientre abultado, preguntándose en qué momento el tiempo transcurrió tan rápido.

—¿Necesitas algo? —Hanabusa no pasó por desapercibido aquel gesto de la chica, quien solo daba mimos a su barriga cuando la bebé estaba inquieta o el hambre atacaba. Lo primero o lo segundo, el chico rubio ya se había puesto de pie como para cumplir lo que llegara a pedir la chica que hasta entonces, llevaba todo el día tumbada en el sofá del cuarto.

—Tú sigue estudiando eso, puedo ir a por un bocadillo sola. Tranquilo —dijo ella, esbozando una sonrisa a la par y sus pies ya tomaron fuerza para ponerse de pie.

La vida ha sido generosa con Yuuki Kuran. A sus 22 años se encuentra casada y esperando a su primera hija, quien promete ser una bebé bastante enérgica. Tiene a toda la mansión detrás de ella y cada uno de sus caprichos son satisfacidos al pie de la letra, independiente a que apenas tuviera uno o dos. Kaname ha ordenado estrictamente que fuera así y nadie se atrevía a llevar la contra.

Y mientras que Yuuki cruza perezosamente el espacio que la separa del cuarto contiguo donde tienen un pequeño refrigerador exclusivo para ella, piensa justamente en él. En Kaname.

Un esposo amoroso, pero tras las bambalinas es completamente otra persona. Una que ella no se atreve a indagar y tampoco quiere provocar. Prefería que fuera así. Se conformaba con el amor del rey de los vampiros o como así lo llamaban.

Porque eso era él, ¿uno de los pocos purasangre de Japón? Y ella estaba en la lista junto a Kaname.

Ella, Yuuki Kuran, la reina vampiro.

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