XX. Si esta muñeca hablara...

𝕾𝖎 𝖊𝖘𝖙𝖆 𝖒𝖚ñ𝖊𝖈𝖆 𝖍𝖆𝖇𝖑𝖆𝖗𝖆...










Cordura.

La palabra es extraña si la repites una y otra vez en tu cabeza, como cuando repites tu nombre tantas veces que lo encentras muy raro, feo y sin sentido. Y entonces te preguntas, ¿Porqué tus padres te llamarían de ese modo?
Pasa un momento en el que te encuentras pensando en algo totalmente diferente a lo que pensabas desde el principio. Terminas pensando en caballos, en el cielo, colores, comida, libros, en todo. Pero en tu nombre no.
Es ahí, cuando estás divagando, cuando te das cuenta que has perdido la cordura.

Y es que la cordura es tan malditamente fácil de perder, se escapa de las manos como si fuera agua, como si fuera nada y no valiera nada.

¡Claro que lo vale!

Sin ella no eres nada, aunque tampoco con ella. Sólo eres un tipo más en el mundo existiendo, cuerdo o no, estás ahí existiendo. Algunos mas desdichados que otros. ¿Pero quién lo sabé? ¿Quién sabe que es desdichado?
Bueno, tú lo sabes.
Cuando estas siendo desdichado, sabes que lo eres, y cada quien es desdichado a su manera.

Rose se sentía desdichada en ese momento, adolorida también, como una idiota por no haber sido mas lista desde el principio, pero, es ahí donde viene de nuevo la pregunta.

¿Cómo ella iba a saber que era una desdichada?

Exacto.

No podía.

Era desdichada y no lo sabía.
Y aquí estaba lo peor, que ahora que lo sabe, no sólo era desdichada, si no también, había perdido la cordura.

.

Si el dolor de cabeza no había matado a nadie, lo estaba intentando con ella.
Las punzadas no desaparecían y ni siquiera tenía el valor de abrir los ojos de nuevo.
¿Para que? pensó.
Si de todas formas estaba oscuro, no vería nada, aunque quisiera...

La lija de su garganta se estaba volviendo un problema, quería agua, necesitaba agua. Cada que tragaba, sentía como si mil cuchillos le cortaran la garganta. Odiaba eso.

Escuchó un ruido fuerte, como el de una puerta abrirse.

Rápidamente y con todo el esfuerzo del mundo, se levantó abriendo los ojos, bueno, que no se levantó. Solo alzó la cabeza, sentada ya estaba, con las manos tras la espalda y los pies completamente dormidos.

La tenue luz que salía de aquella varita le dio algo de esperanza, hasta que vio de quien era tal varita.

Sintió nauseas.

― Has despertado, comenzaba a espantarme― la voz de Devon resonó por todo el lugar. Rose lo miró cansada.

― ¿Qué quieres?―Devon soltó una risita.

― Sé que ahora no soy tu persona favorita, pero lo seré pronto. de nuevo.

Rose bufo.

― Jamás, Devon, Jamás― Devon sonrió, como siempre, encantador.
Con la punta de la varita movió un rizo que caía cubriendo su rostro.
Ella movió la cabeza bruscamente.

― Termina con esto, Rosie.

― ¡No me llames asi! -― escupió.

―Vamos, Rosie... ―se acercó a ella― Te prometo que será como antes y no recordarás este... inconveniente―el aliento a menta le dio en la cara.

― ¡Me estás hechizando! ¡ni siquiera sé desde cuando! ― chillo casi con desesperación.
El chasqueo la lengua.

― Tenía que hacerlo...

―¡No, no tenías! ¡Yo te amaba, Devon, te amaba maldita sea!

― ¡Mientes! ― bramo este― ¡Tú siempre me mientes! ― Las lagrimas comenzaron a salir por las mejillas de ambos.

Era la primera vez que Rose veía a Devon llorar.

― No mentía… ―susurró ella, bajando la cabeza, estaba mareada y la cabeza aún le punzaba. Estaba indignada, molesta con ese maldito. ¿Quién le había dado la potestad para ser juez, jurado y verdugo de sentimientos ajenos?

― Al principio, lo hacías, me querías... ―explicó él, con la voz quebrada. ―Dios, yo era tan feliz....

― ¿Por qué lo hiciste?―Preguntó ella, rogándole con los ojos.

― Porque dejaste de hacerlo, un día ya no me querías, y ese día yo comencé a amarte.

Rose abrió la boca para decir algo, tal vez preguntar cuando ocurrió aquello, pero las palabras no salieron. Devon estaba mal, demasiado, y eso la asustaba.

― Sólo no quería perderte, luego la perra de Zoey lo descubrió, me dio un ultimátum. Fue entonces que tuve que hacerlo... por nosotros.

Cualquier tipo de empatía que sintió por aquel hombre, se desvaneció, acababa de decir aquello, y Rose no sabía que fue peor, el dolor de cabeza, o el dolor en su alma.

Un grito grutal salió de su boca, la ira la recorrió tan rápido que le fue imposible siquiera ver.

― ¡LA ASESINASTE, MALDITO! ― Bramo, intentando con todas sus fuerzas desatarse, haciéndose daño―¿CÓMO SI QUIERA DUERMES? ¿PORQUÉ ME HICISTE ESTO, DEVON? ― las enormes lagrimas brotaban sin control.

Ella gritaba, se movía, luchaba, lloraba, sollozaba. Nada parecía calmarla.

― No podía dejar que ella nos separará, Rose, lo hice por nosotros, por los dos. Estaba dispuesta a contarlo todo― Le besó la frente, ella se apartó enseguida, aún llorando.

Rose dejó caer la cabeza con un chillido, y ya no sabía si era por Devon, por Zoey o porqué en realidad se sentía fatal
Luego algo se encendió en su cabeza, como una bombilla brillante.

― ¿Cuándo vas a sacarme?― su pregunta quedó en el aire, el pelinegro se volteó y caminó hasta una parecida a las del salón de pociones.
Dejó su maletín de ingredientes sobre la mesa mientras veía un libro.

― Lamento decir, que, no muy pronto ―se rio, como si le hubieran contado el chiste mas gracioso del mundo.
Volteó a verla― Me gustaría decir que tus primos no te estaban buscando, pero lo hacen...― Hizo un puchero. ― Están preocupados por la pequeña, e indefensa, Rosie.

― Nos van a encontrar, Devon, y no te quedará nada más que decir la verdad. ― Devon se rio de nuevo.

―Rose, Rose, Rose... Ellos creerán cualquier cosa que yo les diga. ― un escalofrió le recorrió por toda la espina dorsal. ― Nos iremos, lejos. Solos tú y yo.

Los huesos de ella se helaron ante sus palabras, mientras que su corazón dejaba de latir. Devon tenía un plan de huída, y había un 80% de probabilidad de que funcionara. Pero, ¿Porqué el se quería ir? ¿Porqué no darle más poción y volver al castillo?... será...

― Ellos ya lo saben, ¿no es cierto?― Él no respondió, pero ella no lo necesito. Lo vio apretar la mandíbula.
Un rayo de esperanza salió a la luz.

Scorpius, Albus, James... ellos la encontrarían, ellos la buscarían.

Su mirada viajó hasta Devon, parecía estar haciendo una poción  muy complicada, se le revolvió el estómago.

Si ellos no se apuraban, él se la llevaría, y ya no tendría manera de volver.

― Puedo escucharte pensar... Rosie... Te aseguro que ellos no te encontrarán.

De su bolsillo sacó un pergamino viejo, la pelirroja entrecerró un poco los ojos para verlo mejor.

Tragó en seco.

― No sin esto. ― Se rió, mientras movía el mapa del merodeador con cierto orgullo frente a su cara.

Rose apretó los labios, pero se esforzó para sonreír  de lado.

―Tienes miedo...― musito ―Por eso quieres irte, por eso robaste el mapa... por eso estoy aquí. ― Devon apretó los labios, movió la cabeza en una negativa, tratando de contenerse. ―Sabes que esta vez no tendrás tanta suerte... la suerte no se hace, Dev.

Él dio un puñetazo cargado de furia a la pequeña mesa de trabajo.
Caminó hasta ella, y cuando estuvo frente a la Ravenclaw, conjuró un rollo de cinta adhesiva.
Chasqueo la lengua.

―... Si esta muñeca hablara... ―murmuró mientras le tapaba la boca con la cinta. Sonrió cuando Rose comenzó a llorar. ―, Espero que no lo haga, ya vio muchas cosas.

Le dio un par de palmaditas en la boca, antes de desaparecer.

.

James corrió a toda velocidad por los pasillos del castillo, detrás venían Scorpius y los gemelos Scamander.
Llegaron a la sala común de los leones y entraron tras decir la contraseña y una mala mirada de la señora gorda, por dejar que dos serpientes y dos águilas entraran a su sala común.

― El mapa está arriba, vamos.― les dijo James mientras subían por las escaleras.

Los pasos apurados se detuvieron cuando la puerta se abrió, James prácticamente saltó sobre su baúl y rebusco entre sus cosas con desesperación.

― Mierda, dónde está... mierda, mierda, mierda.―las manos del Potter se movían rápidamente, pero no podía encontrar lo que buscaba.

Sacó su varita como último recurso.

Accio Mapa del merodeador

Nada pasó.

Se quedaron en silencio, esperando, pensando, rogando a ver si aparecía.
James dio un golpe fuerte al baúl, molesto.

―¡Ese maldito se lo llevó! ― bramo, poniéndose tan rojo como el cabello de su madre.

― ¡Mierda!― gritó Scorpius, dando vueltas por el lugar.

― Tenemos que avisar a las chicas, a MacGonagall, no se la pudo haber llevado tan lejos.
Aún tiene el detector, no puede aparecerse asi nada mas fuera del colegio.

Salieron prácticamente corriendo fuera de la sala. Pero en ese momento, Scorpius se detuvo en seco.

― Esperen... creo que se donde puede estar― los cuatro pares de ojos se posaron sobre él.

―¿Dónde?

― En la casa de los gritos.

.


Tenía momentos de inconciencia, en donde estaba despierta, pero no podía levantar la cabeza mas de unos segundos. Así que decidió dejarse ir.

Cuando abrió los ojos de nuevo, estaba oscuro. Había estado todo el día en ese lugar, incluso tal vez días.

Devon no estaba.
Miró a todos lados, la luz de la luna era lo único que no la dejaba ciega por completo.

Su estómago resonó en el lugar, tenía hambre, sed, y necesitaba salir de ahí cuanto antes o moriría sola.

Tras soltar un quejido removió sus muñecas contra la cuerda, estas de por si ya estaban acalambradas, dolieron aún más.

Demasiado apretadas para soltarse. Pensó.

―Vamos Rose... piensa en algo... ― Pensó ―Si ellos no vienen por ti, rescátate tú sola...

Una idea fue creciendo en su cabeza, poco a poco haciéndose mas lucida. Aunque la parte racional de su cerebro  le decía que era tonta, era su única opción.

Movió su cuerpo a la derecha, arrastrando la silla de madera, fue mas fácil de lo que pensaba. Asi que plantó bien sus pies en el suelo, flexiono los muslos y levantó el torso, la silla también se alzó, luego dejó caer todo su peso contra la silla y el suelo.

Le dolió como el demonio, pero nada pasó.

Vamos... vamos...―el sudor le recorría por la frente, repitió la acción. Esta vez, escuchó un crujido, sonrió.

Cada vez que lo repetía, un nuevo crujido se escuchaba, podía sentir como la madera empezaba a ceder, mas su cuerpo también. No tenía fuerzas, y aquello, por mas que funcionara, le estaba rompiendo los pies, el culo y los muslos.

Con el pecho subiendo y bajando una y otra vez, volvió a plantar los pies de nuevo en el suelo, dobló las piernas y se dejó caer. Esta vez, la madera se rompió con un estruendo.

La ojiazul cayó de culo en el suelo.
Aún tenía las manos tras la espalda pero, ya no estaba en aquella silla.

Comenzó a correr escaleras arriba, tan rápido como sus doloridos pies le permitían, ni siquiera se percató de que estaba llorando, desesperada por salir. Ni siquiera se enteró de cuando la cinta se despego de su boca.
Y cuando llegó a la puerta, se giró para abrirla, cerrada.

― No... ― sollozo. ― No, no, no, no... por favor, no.― Las enormes lagrimas bajaban sin cesar, apretando la mandíbula tan fuerte que temió romperse los dientes.

Se deslizó lentamente por la puerta, rendida, cansada, y enojada, muy enojada.

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