Parte única

−Maldición.

Se despertó agitada con el cuerpo empapado en sudor y el corazón haciendo un increíble esfuerzo por salir de su pecho.

Otra vez el mismo sueño.

Salem la miró furibundo por haber sido despertado otra vez.

Últimamente las noches no eran más que un ciclo repetitivo de aquella escena. Y francamente, estaba cansada.

La pesadilla, porque a finales de cuenta eso era, se conformaba de dos partes.

En la primera, él la llamaba. Al borde de un risco gritaba su nombre mientras ella corría para alcanzarle. Nunca llegaba y al final solo podía rozar sus dedos contra los de él antes que su cuerpo cayera al vacío.

Luego ella también caía.

En la segunda parte se encontraba en una caja de cristal. La caja ubicada al centro de una multitud. Gritaba y rogaba que la dejaran salir pero nadie escuchaba.

Una que otra persona, todos sin rostros, se detenían a observarla sin darle más que uno o dos minutos antes de proseguir su camino.

Al final terminaba llorando en el suelo de la caja, cansada de golpear el cristal, de gritar por ayuda y de intentar salir.

Luego despertaba.

Llevaba soñando lo mismo desde aquella noche.

La noche en que Charlotte la llamó para avisarle que Adam había sufrido un accidente.

Nadie estaba seguro de lo que había pasado.

Llegó al hospital con traumatismo severo, un auto lo había arrollado y se había dado a la fuga.

Lo habían alcanzado a salvar pero ahora se encontraba en coma y era incierto si en algún momento despertaria.

Nadie sabía por qué había estado en aquella plaza a medianoche. Por qué había estado solo. O cómo había terminado en la acera, sangrando, luego de que aquel auto lo atropellara.

Emma solo sabía que casi lo pierde.

A los diez años, Adam había llegado a su cumpleaños con un gato negro de nombre Salem.

Emma había estado en la séptima nube.

Esa noche fue la primera vez que soñó con Adam.

A la mañana siguiente, cuando le contó, él dijo que había soñado lo mismo. Que era el gato. Salem era mágico y por eso conectaba sus sueños.

Jamás supo si era real, pero los sueños con Adam fueron algo que jamás faltó desde esa fecha.

Aunque ahora no eran precisamente sueños.

Esa noche, siete noches antes, se despertó por primera vez con ese sueño. El teléfono a su lado tenía tres llamadas perdidas y una en curso. El reloj marcaba las tres de la madrugada.

Le contestó a Charlotte media dormida, media ida aun en el sueño.

Su conciencia muy distante de la llamada de su mejor amiga.

Hasta que la voz rota rompió el silencio.

Fueron quince minutos para lograr tranquilizarla, otros treinta para poder entender qué es lo que le estaba diciendo. Una hora más para despertar a sus padres y llegar al hospital.

Adam.

Su Adam.

Todos los días desde aquella terrible noche le visitaba, o al menos llegaba al hospital en horario de visita.

Hace dos días le habían dado el pase para estar a su lado por tiempo limitado.

El verlo allí casi la había roto. Tan pequeño en la estéril cama de hospital. Lleno de vendas y maquinarias que lo mantenían con vida.

Tan diminuto cuando normalmente era una fuerza más grande que la misma vida. Un huracán que arrasaba con todo a su paso. Que te obligaba a aferrarte a él o desaparecer en sus vientos.

Ahora no era ni siquiera una ventisca.

Emma había conocido a Adam en su cumpleaños número seis. Se había mudado recién al barrio y Charlotte decidió que era buena idea llevar a su primo más querido a la fiesta.

De eso habían pasado diez años.

Una década en la cual habían pasado de conocidos a amigos. De amigos a novios. Y de novios a ser todo el uno para el otro.

Adam llegó con su huracán y Emma puso sus lluvias, y entre ambos por años dieron pie a tormentas tropicales que no destruian, creaban.

Se les dejó de reconocer por separado.

En algún momento la simbiosis provocó que ambos mutaran en un ser compuesto. En una sola entidad de dos mentes y dos corazones.

Latidos en sincronía que ahora dependían de una máquina.

Emma soñaba que estaba atrapada en una caja de cristal y tal vez eso era solo un eco de la mente de Adam, atrapado en aquella cama, dentro de sus propios sueños, con todos sus vientos acallados.

−Maldición. −Desesperada se llevó las manos al rostro. Las lágrimas que valientemente había intentado reprimir ahora caían en cascada. Una lluvia. Su lluvia. Sola sin el huracán que antes la acompañaba.

Su cuerpo temblaba y la ansiedad por otro día más de incertidumbre le llenaba las venas.

Cuando tenía catorce años, Adam le dio su primer beso. Fue torpe, descuidado y rápido.

A ese vergonzoso primer beso le siguieron muchos. Estaban los dulces, los maduros, los rápidos, los lentos. Estaban los que decían te amo y los que significaban todo estará bien. A veces eran besos de quiero estar mas tiempo contigo, otras eran un simple te extrañe.

Jamas se habian dado un beso de no me dejes.

No hasta el primer día que Emma le permitieron entrar a verlo.

Recuerda su mejilla helada y húmeda. Como retuvo el beso lo mas posible intentando transferirle calor. Como el olor a desinfectante y medicamentos había impregnado su piel.

Emma se levantó de la cama y recorrió la habitación, observando en detalle los rastros de Adam en ella: una chaqueta robada, un peluche regalado, fotos solos, fotos con Charlotte, fotos con otras personas importantes en su vida.

Estaba en cada rincón. No solo de ella, en cada rincón de su espacio, de su vida.

¿Que hacias esa noche Adam?

¿Por qué estabas fuera de tu casa?

¿Qué ocurrió para que aquel auto te atropellara?

Emma tenía tantas preguntas y ninguna respuesta. Solo Adam podria explicar que es lo que sucedió.

Si es que... no, cuando él despertara.

Cuando Emma tenía nueve años, ella y Adam cayeron del patio de la señora McAlister. Ella tenía un manzano y siempre les horneaba pastel de manzana a los niños.

Ese día, Emma tenía muchas ganas de una manzana. Subio al arbol con experiencia y justo detrás de ella subio Adam.

Pero el manzano era viejo y sus ramas frágiles.

La rama en que se apoyaban no aguanto el peso de ambos niños y se quebró antes de que llegaran a la codiciada fruta.

Adam cayó primero.

Su tibia se fracturó en dos partes y estuvo en cama varias semanas.

Emma pasó tres años sin comer manzana alguna, convencida de que había sido culpa de su ansia por la fruta la caída de Adam.

A los doce años, Adam llegó a su cumpleaños con un pastel. Pastel de manzana. Horneado por sí mismo.

Le había pedido a la señora McAlister que le enseñara la receta y había practicado todo ese tiempo hasta que el pastel le quedo perfecto.

Emma no había vuelto a probar un pastel más delicioso.

En su escritorio descansaba una fotografía de esa fecha. Emma sonreía a la cámara sosteniendo el pastel mientras Adam, con un toque de crema en la nariz, le miraba con adoración.

Cuando Adam despertara le pediría a la señora McAlister que horneara un pastel.

Miro el reloj, tres de la mañana.

Camino con la intención de volver a la cama cuando su celular comenzó a sonar.

Corrió a él desesperada y por un segundo el miedo la embargo.

El nombre de charlotte destellaba en la oscuridad.

−¿Lottie? −Su voz sonaba ahogada. Toda ella se ahogaba.

Estaba al borde del risco, estirando la mano y evitando caer.

−Emy, despertó. Adam despertó.

La lágrimas comenzaron a correr por su rostro una tras otra.

La opresión de su pecho desapareció.

Salem la miro desde la cama como reconociendo la noticia que incluso ella no era aún capaz de procesar.

Adam había despertado.

No importaba el motivo del accidente.

Ni que tanto tuviesen que luchar de ahora en adelante para que él se recuperara.

Adam había despertado.

Y ahora Emma podría volver a soñar.

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