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En México los ritmos eran otros. Con tres horas de diferencia, para cuando Xavier se levantaba apresurado y corría en busca de su grupo de estudios, Alexia ya se encontraba de nuevo en su casa después de haber realizado algunos mandados, y en ese momento regaba tranquilamente sus cactus.
Las dos pequeñas plantitas estaban en unas macetas naranjas llenas hasta arriba con una mezcla de tierra negra y piedras y el agua les caía encima en pequeñas gotas puesto que Alexia debía tener mucho cuidado de no acabar ahogando a los retoños que nacían de dos hojas del tamaño de monedas grandes en aquellos verdes cactus sin espinas.
—Ale, ¿ya compraste la harina? —preguntó su madre desde la cocina. La muchacha no respondió. De hecho ni siquiera llegó a escucharla pues su atención estaba centrada en sí misma y en una historia que estaba escribiendo en su mente en ese mismo instante.
En su mente y en el blog. Cuando lo imaginaba no era tan solo la historia, era también su publicación eventual por aquel medio. Las posibles reacciones que despertaría en los lectores. Hasta era capaz de leer sus comentarios futuros ignorando con total facilidad que fuera su propia "voz" la que dejaba entrever lo que pensaba sobre los capítulos, las mejores escenas, los diálogos importantes, y todas las demás escenas que ahora mismo se figuraba.
Era una narración de fantasía sobre vampiros en su México natal, ubicada en dos tiempos distintos, por un lado el presente, ese año 2019 que le había tocado vivir, y por otra parte el pasado, la turbulenta revolución Mexicana de 1910.

"El señor Darcyn, nombre que ahora sabía no era real, llegó hasta el restaurante puntual a las ocho. La mayoría de las mesas estaban libres esa noche, pero él se dirigió decidido hacia una de las más alejadas. Yo ocupé la silla frente a la suya y al principio ninguno de los dos dijo nada. La noche anterior yo había descubierto el secreto del que me había hablado la primera vez que nos encontramos.

Él era un vampiro".
—Mija, te hablé. Que fuera a buscar la harina —su madre salió al patio donde las pequeñas plantitas descansaban junto a quien las regaba. Alexia la miró y sonrió mientras asentía, aunque la verdad era que todavía no había entendido del todo lo que su madre le pedía.
En su despiste ignoró que había comprado la harina más temprano, y salió de la casa sin un rumbo fijo, ya olvidando lo que debía hacer pero concentrada en aquel restaurant, el supuesto señor Darcyn, la entrevistadora, la noche (aunque era de día) y los misterios de los vampiros.

El pequeño pueblo en que vivían Alexia y su familia tenía poco más de mil habitantes y un estilo arquitectónico que era difícil de precisar. Por momentos habían calles que lucían abandonadas, con veredas repletas de basura que nadie iba a recoger jamás y casas de apariencia quejumbrosa habitadas por ancianos, que constituían en su mayoría la población del lugar puesto que los más jóvenes solían irse bien a estudiar, bien a trabajar, a la gran ciudad o lugares cercanos con más actividad y vitalidad.
Cada tantos metros sin embargo las calles aparecían asfaltadas y los arbustos recortados con cuidado dando la impresión de que cada vecino se preocupaba por mantener en buen estado su casa y el pequeño pedazo de tierra que usaban de vereda.
Oxtom, así era el nombre que el pueblo recibía y se ubicaba en el norte del estado de México. Si uno caminaba y se adentraba en sus calles estrechas se encontraba con dos cosas por montones, perros sin dueño y callejones de apariencia poco amigable, sobre todo en las noches. Los perros claro tampoco solían ser muy amigables que digamos y en varias ocasiones Alexia o su madre habían tenido que salir armada con un palo de madera para poder protegerse las pantorrillas y los muslos de posibles mordidas.
Está vez llevaba solo su bolsa para el mercado y el dinero con el que debía pagar.
Cruzó por debajo de una árbol de tamarindo, que abundaban por esa parte del pueblo, y sintió la brisa que soplaba con fuerzas. Por algún motivo se detuvo un instante a contemplar el árbol. Lo había visto incontables veces, pero ahora aunque no podía explicarse la razón, era incapaz de apartar los ojos de su figura elevada y sus hojas agitadas por la brisa leve. ¿Tendría que agregar unos arboles de tamarindo a su obra?
Esa parte del país no solía ser calurosa ni siquiera en verano, y para esa estación faltaban todavía un par de meses. Se puso de nuevo en movimiento para entrar en calor.
Pensó entonces en revisar su celular, por si acaso habían mencionado algo más sus nuevos compañeros de la editorial, pero no logró encontrar nada en su bolsillo trasero.
Lo había dejado sobre la mesa de la cocina, recordó de inmediato y junto a ese recuerdo llegó el de ese mensaje que aquel chico, Xavier -a quien ella prefería llamar Doctor- había enviado.
No lo conocía pero podía estar segura por los mensajes que había recibido que aquel hombre no era más que un arrogante poco serio. Un egocéntrico que se creía el ombligo del mundo.
¿Quién era él para hablar así de México? Claro, el país podía tener sus problemas, como todo, pero también gozaba de maravillas históricas, culinarias, culturales, y no tan solo el narcotráfico, la corrupción, la pobreza o la delincuencia. Además, como si esos otros países no las tuvieran también...
Narcisista estúpido. Sí, pensó, podría ser buena idea si el señor Darcyn fuera un poco creído. Algo despreciativo hacia los demás. Los vampiros a fin de cuentas siempre se han visto por encima de los meros humanos. Alexia sonrió, imaginando que el Doctor pudiera ser un vampiro detrás de su pantalla.
—A ver chúpamela —se imaginó que le decía.
—¿Cómo dice joven? —le preguntó una de las cajeras en el mercado. Alexia había hecho las compras sin darse cuenta, atrapada como estaba en aquellas imaginaciones suyas tan potentes. —Eh... No, no, nada. Que me voy a llevar uno de esos chupa chups también. Gracias.

Se fue del lugar con el rostro enrojecido, apresurada, e insultando mentalmente al Doctor. Por el camino pensó si en el fondo le caía bien o mal. Era raro. Un poco como esos casos de dobles. Xavier le gustaba más que el Doctor, aunque fueran el mismo. De los miembros del grupo era con quien más solía hablar y apreciaba leer sus charlas con los otros integrantes, eran conversaciones profundas e interesantes donde se tocaban una gran cantidad de temas que a ella le atraían y sobre los que solía pensar y reflexionar largo tiempo después de acabado el debate. Por momentos hubiera deseado ser un poco más como ellos, poder participar con esa facilidad, pero el don de gentes no se contaba entre sus escasos dones. Ojalá Xavier hubiera sido un poco más como ella en ese sentido, así no estaría ahora pensando en él. Lo veía como un tipo capaz de hacer cualquier clase de pregunta o comentario y quedar impune.
¿Qué clase de persona hace eso?

De regreso a casa se encontró con los hijos pequeños de sus vecinos, una familia que llevaba en ese pueblo desde su inauguración prácticamente. El más pequeño de los chicos jugaba con una pelota algo descosida mientras las otras tres niñas lo corrían de cerca para intentar quitársela.
Sus gritos y chillidos eran el único sonido audible más allá del lejano pasar de algunos vehículos. Eso y el lejano murmullo de una voz cuyas palabras no lograba discernir. Una voz masculina, que se hacia eco en las esquinas despobladas, rebotando contra las paredes de las casas despintadas y viajando con la cualidad del viento.
Estaba hablando con un micrófono, sin duda, pero Alexia no recordaba haber escuchado de ninguna fiesta en los alrededores. ¿Acaso un circo? ¿Una nueva feria en la ciudad?
Algo, no supo si la cadencia emocional, el tono, o algún sentido particular en el que indagaba poco pero del que ella misma se preciaba tener, le decía que aquello tenia pinta de algo religioso. O tal vez político.
No era una voz anunciando. Era una voz que buscaba convencer de algo a alguien.
Con desinterés la apartó de su mente.
El cielo de Otom relucía en celeste y blanco con rayos de sol que calentaban poco y nada debido al creciente viento del este que no paraba de soplar. Alexia se quedó fijamente mirando hacia la dirección en que volaba su largo cabello castaño, porque aunque al principio no lo había notado allí estaban las pequeñas volutas negruzcas y volátiles de cenizas. La nieve negra, como ella la pensaba. Aquello que su abuelo cuando aun vivía había llamado "los suspiros del volcán", y bajo las cuales alguna vez ella había bailado una danza que bautizó como "el baile de las cenizas". Su blanca ropa de entonces había quedado manchada de forma irreparable y sus padres le habían dado una paliza por igual de fuerte. Desde entonces entendió que la ceniza no era buena.
Ese pensamiento la llevó a ver el volcán. Donde Alexia se encontraba podía hacerlo aunque no con claridad. A la distancia seguía siendo tan grande como para ser visible desde cualquier parte del pueblo, incluso desde las afueras de este. La lejana voz se vio opacada por algo más inmenso que cualquier expresión del lenguaje. Algo real.
El Volcán Cihualtépetl era una gran masa de tierra que se levantaba a casi dos kilómetros de Otom y que rodeada de un bosque de verdes jacarandas y tamarindos simbolizaba para muchos una enorme muralla de roca y fuego, y para otros, los más viejos, un constante recuerdo del poder de la naturaleza. Una amenaza y una maravilla inmortal.
Atractivo turístico para unos. Peligro, para otros.
Ningún niño, o niña que naciera y creciera con un volcán a las afueras de su pueblo natal podía evitar pensar en él y fantasear, imaginar su poder, desear conocer su candente interior aunque eso fuera la muerte, o arrojar en él a todos sus problemas y molestias. Alexia no había sido la excepción.
Una ceniza pasajera se acercó volando hasta donde se encontraba y su mano se movió automática hasta casi tocarla. El viento repentino la elevó más de lo que ella hubiera podido alcanzar y la ceniza desapareció perdida en el cielo que ya se nublaba.
Los niños seguían correteando, sin percatarse de lo que sucedía a su alrededor, sin percatarse de muchas cosas. La voz seguía escuchándose y Alexia creyó que un clamor la acompañaba. Tal vez si fuera algo político después de todo, pensó.
Como fuera, el volcán se elevaba por encima de todos ellos.
Los niños ya lo tenían incorporado como un objeto más de su vida, era poco menos que un árbol, un rio, o hasta una calle, para quien se ha criado entre ellos.
Ajenos a la contemplación de la naturaleza, inmersos en la contemplación del juego y su magia que los atrapaba aún más que una lluvia de negro que en pocos minutos seria barrida por el soplido del viento y la fragilidad de la memoria a los diez años. 

Se topó con el saludo de la coneja casi en la puerta de su casa. Un chiflido y luego un grito.
—¡¡¡Ale!!! —dijo su voz desde algún lugar y ella se giró ya molesta, ya preocupada. No le gustaban los saludos callejeros.
Pero allí estaba su amiga, esa a la que en el grupo apodaban como "la coneja", sin que nadie pudiera decir concretamente de donde provenía tan curioso sobrenombre.
Era cachetona, claro, pero...
—¿Todo bien? —gritó a lo lejos, mientras Alexia la saludaba. Iba en una camioneta, en el asiento del copiloto, y sonreía mientras agitaba su mano. Alexia no pudo ver al conductor, pero no conocía tampoco al vehículo por lo que supuso que no sería alguien de la zona.
Era lujoso, de eso no cabía duda. Supuso que su amiga había pescado a otro de esos amoríos pasajeros de los que tanto se preciaba.
Buena plata, sexo, y luego un par de buenos chismes con los que reírse un poco entre las amigas.
La coneja pareció leer la pregunta en el rostro de Alexia y, sencillamente, mientras la camioneta se alejaba, hizo con su mano derecha y sus dedos índice y pulgar un circulo que luego penetró con el índice de la izquierda repetidas veces.
Sacó la lengua, puso los ojos en blanco, y luego señaló con un gesto de la cabeza al conductor del vehículo sin perder la sonrisa en ningún momento.
Alexia respondió con un gesto de su cabeza, comprendiendo todo, y recordando luego escribirle a su amiga para saber que tal le iba todo, quien era ese misterioso nuevo cajero-novio-papi, al tiempo que se preguntaba, sin poder evitarlo, si su amiga llegaría al motel o sencillamente preferiría coger en la camioneta.
Si fuera ella, sin dudas elegiría la camioneta. 

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