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╰────────────────➤[La obra de Elena]
Mientras Violet, Klaus y Elena permanecían de pie, todavía en pijama y camisón, entre bastidores, en el teatro del Conde Olaf, no sabían con qué carta quedarse, frase que aquí significa «tenían dos sentimientos diferentes al mismo tiempo». Por un lado, estaban evidentemente aterrorizados. A decir por el murmullo que oían procedente del escenario, los tres huérfanos sabían que la representación de la obra de Elena había empezado y parecía demasiado tarde para que algo hiciese fracasar el plan del Conde Olaf. Por otro lado, sin embargo, estaban fascinados, porque nunca habían asistido entre bastidores a una representación teatral y había mucho que ver. Miembros del grupo teatral del Conde Olaf corrían de un lado para otro, demasiado ocupados para mirar siquiera a los niños. Tres hombres muy bajos transportaban una plancha de madera larga y pintada, que representaba una sala de estar. Las dos mujeres de rostro blanco colocaban flores en un jarrón, que visto de lejos parecía de mármol pero de cerca se asemejaba al cartón. Un hombre de aspecto importante y con la cara llena de verrugas ajustaba unos focos enormes. Cuando los niños miraron a hurtadillas el escenario, pudieron ver al Conde Olaf con su traje elegante, declamando unas líneas de la obra justo cuando bajaba el telón, controlado por una mujer de pelo muy corto que tiraba de una cuerda larga atada a una polea. A pesar del miedo que sentían, ya ven que los tres huérfanos mayores estaban muy interesados en lo que ocurría, y solo deseaban no estar en lo más mínimo implicados en el caso.
—Bueno, supongo que es el final —comentó Elena con tristeza.
—Jamás —dijo Klaus.
—Siempre se puede —reconoció Violet.
—Siempre se puede —repitió Klaus.
—Esta vez no... —susurró Elena.
Al caer el telón, el Conde Olaf salió del escenario a toda prisa y miró a los niños.
—¡Es el final del segundo acto! ¿Por qué no llevan los huérfanos sus ropas? —siseó a las dos mujeres de cara blanca.
Pero, cuando el público estalló en una ovación, su expresión de enfado se transformó en otra de alegría, y volvió a entrar en escena. Haciéndole gestos a la mujer de pelo corto para que levantase el telón, quedó justo en el centro del escenario y saludó con gran elegancia. Saludó y mandó besos al público, mientras el telón volvía a bajar, y entonces su rostro volvió a llenarse de ira.
—El entreacto solo dura diez minutos —dijo— y los niños tienen que actuar. ¡Pónganse los trajes! ¡Deprisa!
Sin mediar palabra, las dos mujeres de la cara blanca agarraron a Violet, a Klaus y a Elena por la muñeca y los llevaron a un camerino. La habitación era polvorienta pero relumbrante, repleta de espejos y lucecitas para que los actores pudiesen ver mejor a la hora de maquillarse y ponerse las pelucas, y había gente hablando a gritos entre sí y riendo mientras se cambiaban de traje. Una de las mujeres de cara blanca hizo que Violet levantara los brazos, le sacó el camisón por la cabeza y le tiró un vestido blanco sucio y de encaje para que se lo pusiese. Klaus, mientras tanto, vio cómo la otra mujer de cara blanca le quitaba el pijama y le ponía a toda prisa un traje azul de marinero, que picaba y le hacía parecer un niño pequeño. Elena llevaba puesto otro vestido blanco, pero entallado y mucho más limpio que el de Violet, le pusieron algo azul y otros artefactos que suelen ponerle a una novia.
—¿No es emocionante? —dijo una voz, y los niños dieron media vuelta para ver a Justicia Strauss, vestido con sus ropas de juez y con la peluca. Llevaba un librito en la mano—. ¡Niños, tienen un aspecto estupendo!
—Usted también —dijo Klaus—. ¿Qué es ese libro?
—Bueno, son mis frases —dijo Justicia Strauss—. El Conde Olaf me dijo que trajera un libro de leyes y que leyese la ceremonia de boda de verdad, para que la obra fuese lo más realista posible. Todo lo que tú tienes que decir, Violet, es «sí, quiero», pero yo tengo que hacer un discurso bastante largo. Va a ser divertido.
—¿Sabe lo que sería divertido? —dijo Violet con preocupación—. Que cambiase sus frases, aunque solo fuera un poquito.
El rostro de Klaus se iluminó.
—Sí, Justicia Strauss. Sea creativa. No hay por qué ceñirse a la ceremonia legal. No es como si fuera una boda de verdad.
Justicia Strauss frunció el entrecejo.
—No estoy segura, niños —dijo—. Creo que será mejor seguir las instrucciones del Conde Olaf. Después de todo, él está al mando.
—En realidad, yo he escrito la obra. Tenga las nuevas novedades —informó Elena entregando el nuevo manuscrito.
—¡Justicia Strauss! —gritó una voz—. ¡Justicia Strauss! ¡Por favor, diríjase a maquillaje!
—¡Caramba! Voy a llevar maquillaje. —Justicia Strauss tenía una expresión soñadora en el rostro, como si estuviese a punto de ser coronada reina y no de que alguien le pusiese polvos y cremas en la cara—. Niños, me tengo que ir. ¡Nos vemos en el escenario, queridos!
Justicia Strauss salió corriendo, y dejó a los niños, que estaban acabando de cambiarse. Una de las mujeres de cara blanca le puso un vestido con motivos florales a Violet que, horrorizada, descubrió que el vestido que le habían puesto era un traje nupcial. La otra mujer le puso una gorra de marinero a Klaus, que se miró en uno de los espejos y se sorprendió de lo feo que estaba. Sus ojos se encontraron con los de Violet y con los de Elena, que también estaban mirando sus reflejos en el espejo.
—¿Qué podemos hacer? —dijo Klaus en voz baja—. ¿Fingir que estamos enfermos? Quizá entonces anulen la representación.
—El Conde Olaf sabría lo que estábamos tramando —contestó Violet, taciturna.
—¡El tercer acto está a punto de empezar! —gritó un hombre con una tablilla—. ¡Por favor, todos a vuestros puestos para el tercer acto!
—No se preocupen, ya he solucionado todo esto... —susurró Elena.
—Dime que no, Lena.
—Lo siento, Klaus.
—¡No! —chilló Klaus.
—¿Qué sucede? —preguntó Violet.
—Ella se va a sacrificar.
Los actores salieron corriendo de la habitación y las mujeres de cara blanca tomaron a los niños de la mano y salieron a toda prisa tras ellos. La zona entre bastidores era un auténtico caos, palabra que aquí significa «actores y tramoyistas corriendo en todas direcciones, encargándose de los detalles de última hora». El hombre calvo de la nariz larga corrió hacia los niños, entonces se detuvo, miró a Violet en su traje de novia y sonrió. Después, miró a Elena y soltó un suspiro sonoro.
—Nada de tonterías —les dijo, moviendo un delgado dedo de un lado para otro—. Cuando salgan, hagan exactamente lo que se supone que deben hacer. El Conde Olaf llevará un walkie-talkie encima durante todo el acto y, si hacen aunque solo sea una cosa mal, hará una llamadita a Sunny a lo alto de la torre.
—Sí, sí —dijo Klaus con amargura.
Estaba harto de que le amenazasen una y otra vez.
—Será mejor que hagan exactamente lo planeado —insistió el hombre.
—Estoy seguro de que lo harán —dijo de repente una voz, y los niños dieron media vuelta para ver al señor Poe, vestido de etiqueta y acompañado de su mujer. Sonrió a los niños y se acercó a darles la mano—. Polly y yo solo queríamos decirles que se rompan una pierna.
—¿Qué? —dijo Klaus, sorprendido.
—Es un término teatral —explicó el señor Poe—. Significa «buena suerte para la representación de esta noche». Estoy contento de que se hayan adaptado a la vida con su nuevo padre y de que participen en actividades familiares.
—Señor Poe —dijo Klaus rápidamente—, Violet, Elena y yo tenemos algo que decirle. Es muy importante.
—¿De qué se trata? —preguntó el señor Poe.
—Sí —dijo el Conde Olaf—, ¿qué es lo que tienen que decirle al señor Poe, chicos?
El Conde Olaf había surgido como de la nada y sus brillantes ojos miraban a los niños con maldad. Violet, Klaus y Elena pudieron ver que llevaba un walkie-talkie en la mano.
—Solo que le agradecemos todo lo que ha hecho por nosotros, señor Poe —dijo Klaus débilmente—. Eso es todo lo que queríamos decir.
—Claro, claro —dijo el señor Poe, dándole una palmadita en la espalda a Klaus—. Bueno, será mejor que Polly y yo vayamos a nuestros asientos. ¡Rompanse una pierna, niños!
—Ojalá pudiésemos rompernos una pierna —le susurró Klaus a Violet.
Y el señor Poe se fue junto con las pocas esperanzas.
—Lo harán, muy pronto —dijo el Conde Olaf, empujando a los tres niños hacia el escenario.
Había actores por todas partes, preparándose para el tercer acto, y Justicia Strauss estaba en un rincón, repasando las frases del libro de leyes. Klaus miró por el escenario, preguntándose si alguien les ayudaría. El hombre calvo de la nariz larga cogió a Klaus de la mano y le llevó a un lado.
—Tú y yo nos quedaremos aquí toda la duración del acto. Eso significa todo el tiempo.
—Ya sé lo que significa la palabra «duración» —dijo Klaus.
—Nada de tonterías —dijo el hombre calvo.
Klaus vio a su hermana vestida sentarse a su lado y negó. Luego observó a Elena vestida de novia colocarse al lado del Conde Olaf, cuando el telón empezó a subir. Oyó aplausos del público al empezar el tercer acto que la misma Elena Winchester había escrito.
No tendría interés para ustedes que les describiese la acción de esta insípida —la palabra «insípida» significa aquí «aburrida y absurda»— obra de Elena, porque era una obra espantosa y de nula relevancia para nuestra historia.
Varios actores y actrices recitaron unos diálogos muy aburridos y se movieron por el escenario, y Klaus intentó establecer contacto visual con ellos y ver si les podrían ayudar. Pronto se dio cuenta de que la obra había servido simplemente como excusa para el malvado plan de Olaf y no para divertir a nadie, porque observó que el público perdía interés y se revolvía en sus asientos. Klaus dirigió su atención al público, para ver la forma en que el hombre con verrugas en la cara había colocado las luces impedía a Klaus ver los rostros de la sala y solo podía distinguir ligeramente las siluetas del público. El Conde Olaf tenía un buen número de largas parrafadas, que recitó con elaboradas gesticulaciones y expresiones faciales. Nadie pareció observar que sostenía todo el tiempo un walkie-talkie en la mano.
Finalmente, Justicia Strauss empezó a hablar, y Klaus vio que estaba leyendo directamente el libro legal. Los ojos de ella brillaban y su rostro estaba sonrojado por la emoción de actuar encima de un escenario por primera vez, demasiado apasionada por el teatro para darse cuenta de que formaba parte del plan de Olaf. Habló y habló acerca de Olaf y Elena, queriéndose en la salud y la enfermedad, en los buenos y los malos tiempos, y todas esas cosas que se les dicen a las personas que deciden, por una u otra razón, casarse.
Cuando finalizó su discurso, Justicia Strauss se giró hacia el Conde Olaf y preguntó:
—¿Quieres a esta mujer como legítima esposa?
—Sí, quiero —dijo el Conde Olaf sonriendo.
Klaus y Violet vieron a Elena temblar.
—¿Quieres —dijo Justicia Strauss, volviéndose hacia Elena— a este hombre como legítimo esposo?
—Sí, quiero —dijo Elena.
Klaus apretó los puños. Su mejor amiga había dicho «sí, quiero» y no a él, sino a un villano en presencia de un juez. Una vez firmado el documento oficial, la boda sería legalmente válida. Y ahora Klaus y Violet podían ver que Justicia Strauss tomaba el documento de mano de uno de los otros actores y se lo entregaba a Elena para que lo firmara.
—No te muevas un pelo —le dijo en un murmullo el hombre calvo a Klaus.
Y Klaus pensó en la pobre Sunny, colgada en lo alto de la torre, y se quedó quieto, luego a Violet que estaba junto a él y negó. Después, la mirada de Klaus se dirigió a Elena que ella miró el documento con los ojos muy abiertos, y su rostro estaba pálido y su mano izquierda temblaba al firmar. Nada de eso se podía quedar así, pero ¿qué iban a hacer aquellos dos hermanos para salvar a su vecina sin que hirieran a la pequeña Sunny?
Elena giró la cabeza para ver al público, en especial a Klaus, quien la estaba observando con rabia y sus puños apretados. Luego, miró a su amiga, Violet, quien parecía estar tratando de comprender lo que estaba ocurriendo. Y, por último, se fijo en Sunny, quien solo era una pequeña y debía tener una oportunidad en esta vida. Elena volvió a su lugar, mejor dicho, a su personaje de novia y se enfocó en Justicia Strauss.
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