❯── V I ──❮











╰────────────────➤[Una obra maravillosa]


















































—Hora de despertar, Elena —se dijo a sí misma.

Se sentía tan mal que solo podía pensar en lo sucedido y todo lo triste de su vida y la de sus amigos.

A la mañana siguiente, cuando los niños se arrastraron medio dormidos desde su habitación hasta la cocina, en lugar de encontrar una nota del Conde Olaf se encontraron al Conde Olaf en persona.
   
—Buenos días, huérfanos —dijo—. Tengo su harina de avena lista en los boles para ustedes.
   
Los niños se sentaron a la mesa de la cocina y miraron inquietos sus desayunos. Si conociesen al Conde Olaf y este de repente les sirviera el desayuno, ¿no temerían que contuviese algo terrible, como veneno o cristal hecho añicos? Pero, por el contrario, Violet, Klaus, Sunny y Elena encontraron frambuesas frescas mezcladas en sus raciones. Los huérfanos no habían comido frambuesas desde que murieron sus padres, y les encantaban.
   
—Gracias —dijo Klaus con preocupación, agarrando una frambuesa y examinándola.
   
Quizá se trataba de frambuesas venenosas que tenían el mismo aspecto que las deliciosas. El Conde Olaf, al ver que Klaus examinaba receloso las frambuesas, sonrió y agarró una del bol de Sunny. Mirando a los cuatro niños, se la metió en la boca y se la comió.
   
—¿No son deliciosas las frambuesas? —preguntó—. Eran mi fruto favorito cuando tenía su edad.

—¿Usted tuvo nuestra edad? —preguntó sarcástica Elena.
   
Violet intentó imaginarse al Conde Olaf de joven, pero no pudo. Sus ojos brillantes, sus manos huesudas y su vaga sonrisa, todos aquellos rasgos parecían ser solo propios de los adultos. Sin embargo, a pesar del temor que sentía, agarró su cuchara con la mano derecha y empezó a comer sus cereales. El Conde Olaf se había comido una, o sea que probablemente no eran venenosas y, en cualquier caso, estaba hambrienta. Klaus empezó también a comer junto con Elena, y Sunny, que se llenó la cara de cereales y frambuesas.
   
—Ayer recibí una llamada telefónica —dijo el Conde Olaf— del señor Poe. Me dijo que lo habían ido a ver.
   
Los niños intercambiaron miradas. Habían esperado que su visita fuese confidencial, una palabra que aquí significa «mantenida en secreto entre el señor Poe y ellos y no soplada al Conde Olaf».
   
—El señor Poe me dijo —prosiguió el Conde Olaf—, que al parecer tenían algunas dificultades para ajustarse a la vida que yo tan de buen grado les he proporcionado. Me duele mucho, oír eso.
   
Los niños miraron al Conde Olaf. Su rostro estaba muy serio, como si estuviese muy apenado por lo que había oído, pero sus ojos estaban claros y brillantes, como cuando alguien está contando un chiste.
   
—¿Sí? —dijo Violet—. Lamento mucho que el señor Poe lo haya molestado.
   
—Pues, yo me alegro de que lo hiciese —dijo el Conde Olaf—, porque, ahora que soy su padre, quiero que los cuatro se sientan aquí como en casa.
   
Los niños se estremecieron al oír aquello, recordando a su amable padre y mirando con tristeza al pobre sustituto que estaba sentado a la mesa con ellos. Elena se negó ante la situación y dejó salir de sus labios lo siguiente:

—Usted jamás será mi padre ni el de ellos.

—Elena... —Klaus la miró a los ojos, como si le estuviera suplicando que ella no dijera nada más.
   
—Últimamente —dijo el Conde Olaf— he estado muy agobiado por mis actuaciones con el grupo de teatro, y creo que igual he sido un poco reservado.
   
La palabra «reservado» es maravillosa, pero no describe el comportamiento del Conde Olaf con los niños. Significa «comedido, discreto» y puede aplicarse a alguien que, durante una fiesta, se queda en un rincón y no habla con nadie. No puede aplicarse a alguien que proporciona una sola cama para que duerman tres personas, las obliga a realizar horribles tareas y les da bofetadas. Hay muchas palabras para esa clase de gente, pero «reservado» no es una de ellas. Klaus y Elena conocían la palabra «reservado» y casi se echaron a reír ante el uso incorrecto que hacía de ella el Conde Olaf. Pero el rostro ostentaba todavía un moratón, y permaneció en silencio, lo mismo sucedió con Elena, ya que ella no deseaba que nadie saliera herido de nuevo y menos por su culpa.
   
—Por consiguiente, para hacerlos sentir un poco más como en casa, me gustaría que participen en mi próxima obra. Quizá, si forman parte de mi trabajo, tendrían menos ganas de correr a quejarse al señor Poe.
   
—¿De qué modo participaríamos? —preguntó Violet.
   
Pensaba en todas las tareas que ya llevaban a cabo para el Conde Olaf y no le apetecía aumentarlas.
   
—Bueno —dijo el Conde Olaf, y sus ojos brillaban con fuerza—, la obra se llama  Una boda de lujo y será escrita por Elena Winchester. Solo haremos una representación, este viernes por la noche. Mi papel es el de un hombre muy valiente e inteligente. Al final, se casa con la hermana joven a la que ama, delante de una multitud de personas que les aclaman. Tú, Klaus, y tú, Sunny, serán tres de esas personas.

—¿Yo escribiré esa obra? No mal entienda, Conde Olaf, pero... No hay mucho tiempo para hacer eso.
   
—Pero somos más bajos que la mayoría de los adultos —dijo Klaus—. ¿No les parecerá eso extraño al público? Además, pienso lo mismo que Elena. No creo que lleguemos a tiempo.
   
—Serán tres enanos que asisten a la boda —dijo Olaf pacientemente.
   
—¿Y yo qué haré? —preguntó Violet—. Soy hábil con las herramientas y podría ayudar a construir el decorado.
   
—¿Construir el decorado? No, por Dios —dijo el Conde Olaf—. Una niña bonita como tú no debería trabajar entre bastidores.
   
—Pero me gustaría.
   
La única ceja del Conde Olaf se levantó levemente, y los huérfanos reconocieron el signo de su enfado. Pero él se esforzó en permanecer tranquilo y la ceja volvió a bajar.

  —Tengo un papel importante para ti en el escenario —dijo—. Serás la joven con quien me voy a casar.
    
Violet sintió que los cereales y las frambuesas se removían en su estómago, como si acabase de agarrar una fuerte gripe. Ya era bastante malo tener al Conde Olaf ejerciendo in loco parentis y presentándose como su padre, pero tener que considerar a aquel hombre su marido, aunque fuese en una obra teatral resultaba todavía más espantoso.
    
—Es un papel muy importante —prosiguió el Conde, su boca curvándose en una sonrisa poco convincente—, a pesar de que no tienes más texto que «sí quiero», que es lo que dirás cuando Justicia Strauss te pregunte si quieres casarte conmigo.

Elena miró a Klaus y ambos a Violet.
    
—¿Justicia Strauss? —dijo Violet—. ¿Qué tiene ella que ver en esto?
    
—Ha aceptado interpretar el papel de juez —dijo el Conde Olaf, y detrás de él, uno de los ojos pintados en las paredes de la cocina observaba fijamente a los niños—. Le pedí a Justicia Strauss que participase, porque quiero ser tan buen vecino como buen padre.
    
—Conde Olaf —dijo Violet, y se detuvo. Quería argumentar sus razones para no ser la novia, pero no quería hacerle enfadar—. Padre —dijo—, no estoy segura de tener el talento necesario para actuar como profesional. Odiaría desacreditar su buen nombre y el de Elena. Además, estas próximas semanas estaré muy ocupada trabajando en mis inventos, y aprendiendo a preparar rosbif —añadió rápidamente, recordando cómo se había comportado el Conde el día de la cena.
    
El Conde Olaf alargó una de sus delgadas manos, golpeó a Violet en la barbilla y la miró fijamente a los ojos.
    
—Lo harás —dijo—, participarás en la representación. Hubiera preferido que lo hagan de manera voluntaria, pero, como creo que les explicó el señor Poe, puedo ordenarles que participen y tienen que obedecer.
    
Las uñas sucias y afiladas de Olaf arañaron suavemente la barbilla de Violet, y ella se estremeció. La habitación quedó muy, muy tranquila después de que Olaf se hubiese mostrado finalmente como era. Entonces, se levantó y se fue, sin decir palabra. Los niños oyeron sus pesados pasos subir las escaleras que llevaban a la torre donde tenían prohibido entrar.
    
—Bueno —dijo Klaus dubitativo—, supongo que no nos hará ningún daño figurar en la obra. Parece ser muy importante para él y nosotros queremos que esté a buenas con nosotros.

Elena soltó un suspiro sonoro al saber que tenía que inventar una de las peores historias de la vida, una sin aventura ni poder. Solo se trataría de una boda aburrida y sin sentimientos.
    
—Pero seguro que trama algo —dijo Violet.
    
—No crees que estas frambuesas estén envenenadas, ¿verdad? —preguntó Klaus, asustado.
    
—No —dijo Violet—. Olaf anda tras la fortuna que nosotros heredaremos. Matarnos no le serviría de nada.
    
—Pero ¿de qué le sirve meternos en su estúpida obra?
    
—No lo sé —admitió Violet con tristeza.
    
Se levantó y empezó a lavar los boles del desayuno.
    
—Ojalá supiéramos algo más acerca de las leyes de herencia —dijo Klaus—. Apostaría a que el Conde Olaf ha urdido un plan para hacerse con nuestro dinero, pero no sé cuál.
    
—Supongo que se lo podríamos preguntar al señor Poe —dijo Violet dubitativa, mientras Klaus se ponía a su lado y secaba los platos—. Conoce todas esas frases legales en latín.

Elena guardaba todo en su lugar, mientras observaba a la pequeña Sunny.
    
—Pero probablemente el señor Poe llamaría otra vez al Conde Olaf y entonces este sabría que andábamos tras él. Quizá deberíamos intentar hablar con Justicia Strauss. Ella es juez y seguro que lo sabe todo sobre las leyes.

—Tal vez, podamos ir a leer a su biblioteca. Seguro tiene libros al respecto —susurró Elena.
    
—También es la vecina de Olaf y quizá le diga que le hemos hecho preguntas.
    
Klaus se quitó las gafas, algo que hacía a menudo cuando estaba pensando con intensidad.
    
—¿Cómo podríamos saber algo de las leyes sin que Olaf se enterara?
    
—¡Libro! —gritó Sunny de repente.
    
Probablemente quería decir algo como: «¿Alguien podría por favor lavarme la cara?», pero hizo que Violet, Klaus y Elena se miraran. Libro. Los tres estaban pensando lo mismo: seguramente Justicia Strauss tendría un libro sobre las leyes de herencia.
    
—Y el Conde Olaf no nos ha dejado encargada ninguna tarea —dijo Violet—, y supongo que somos libres de ir a visitar a Justicia Strauss y su biblioteca.
    
Klaus sonrió.
    
—Sí —dijo—. Y, mira, creo que hoy no voy a escoger un libro sobre lobos.
    
—Yo tampoco de ingeniería mecánica. Creo que me gustará leer sobre las leyes de herencia.

—Hay un problema. Yo debo quedarme a escribir la obra, chicos...

—Escribe luego, Elena. Se supone que es para el viernes —ordenó Violet.
    
—Bueno, vamos allá —dijo Klaus—. Justicia Strauss dijo que podíamos ir pronto y no queremos ser reservados.
    
Al mencionar la palabra que el Conde Olaf había utilizado de forma tan ridícula, los huérfanos se echaron a reír, incluso Sunny, que evidentemente no tenía un vocabulario demasiado amplio. Entonces, los cuatro chicos corrieron hasta la puerta de al lado. Para el viernes, día de la actuación, faltaban pocos días y los niños querían desvelar el plan del Conde Olaf lo antes posible.

—Un nuevo plan... —susurró Elena para sí.

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