PRÓLOGO

Siempre odio los cristales, pero su mente adormecida le impide apartar la vista del reflejo.

Mar siempre se ha considerado una mujer sencilla, su vida se limita al trabajo y al hogar, su único consuelo es llegar a casa y tomar una buena taza de café mientras baila al ritmo de una nueva melodía que suena en la radio. El penetrante aroma y la calidez que le da al ambiente de una fría noche de invierno la mantiene de buen humor, incluso con las quejas de su amigo al otro lado de la puerta de la cocina.

Aun así, algo en esta noche se siente extraño, su estación de radio habitual decidió transmitir un reportaje que poco le interesa y había tenido que resignarse a tomar té en el momento en que su cafetera dejo de funcionar. Los cristales empañados y cubiertos de gotas de lluvia de las ventanas la hacen sentir incomoda, expectante, como si de un momento a otro algo fuese a golpear aquel vidrio y quebrarlo.

Sacude la cabeza antes de tomar las dos tazas de su pequeña mesa y se dirige a la sala de estar, no sin antes dar un último vistazo a las ventanas. Al entrar a la habitación solo observa a su amigo quejándose en el sillón, Mar sonríe un poco al ver en su rostro que él apenas se dio cuenta de que ella se había ido y le dejo hablando solo un rato.

—Eres malvada, ¿lo sabes? —dice molesto.

—Claro, pero aun así sigues viniendo cada vez, Bell. —responde divertida la mujer.

Bellamy no puede evitar sonreír antes de aceptar la taza que la chica le ofrece, Mar toma asiento en el sillón frente a él y da un pequeño sorbo a su té. Realmente debe ir a comprar café en la mañana.

Ambos retomaron su conversación, entre algunas risas y quejas sobre el trabajo, aquello era lo más normal que Mar había tenido aquella noche y agradecía internamente por ello. La sensación de que algo ocurriría en cualquier momento no desaparecía.

Un golpe en la puerta les interrumpe.

—¿Quién podrá ser a esta hora? —pregunta Bell curioso.

No era algo inusual que algún borracho del edificio fuese a molestar a la mujer, todos los vecinos conocían el trabajo de Marisa y nunca faltaba alguno que quisiera un servicio gratis.

—No importa, solo ignóralo. —concluye ella sin darle importancia.

El llamado a la puerta continua con insistencia, tras unos momentos se tornan más fuertes y constantes.

—¿Si es algo importante? —comenta preocupado Bellamy.

Marisa estaba cansada de esta noche, suspira y deja en el suelo su taza antes de dirigirse a la puerta sin mucho ánimo. Al acercarse, puede escuchar un ruido que no había notado antes.

Abre la puerta rápidamente.

La vista era inquietante para la mujer: un chico permanece apenas de pie en la entrada, con la ropa destrozada y mojada, el cabello pegado a su rostro angustiado pero, lo que realmente la inquieta es, la mirada frenética con la que inspecciona el interior de la casa.

—¡Don! ¿Qué crees que haces? No deberías...—comienza a reclamar Mar.

—¿Los niños están aquí? —interrumpe Donald.

La voz rasposa y cortada del chico hace que la mujer tarde unos segundos en comprender lo que dijo, segundos en los cuales Mar solo puede ver a su amigo dejarse caer en el suelo sobre sus rodillas y empezar a llorar.

—¡Bellamy! ¡Ven rápido! —grita Mar preocupada.

Se arrodilla junto al chico, lo revisa con la mirada en caso de que tenga alguna herida de la que no se haya percatado. Aliviada de solo encontrar un leve golpe en la mejilla de Don, aparta con cuidado los mechones húmedos del rostro de su amigo mientras escucha los pasos que corren hacía ellos.

En segundos, Bellamy se encuentra arrodillado junto a ellos. A diferencia de ella, el hombre toma por los hombros con fuerza a Donald y comienza a sacudirle exigiendo una respuesta que probablemente no llegaría.

—¿Qué sucedió? —grita desesperado Bellamy —¡Vamos Don, mírame! Dime, ¿qué ocurrió? ¿Alguien te hizo daño?

El llanto del chico continua, Mar solo consigue apartar un poco al otro hombre para darle espacio; con toda la suavidad que puede, frota la espalda de Don, esperando que sea mínimamente reconfortante.

—No...encuentro...no...encuentro...

La voz de Donald nunca había sido muy buena, por lo menos así había sido en los casi seis años que tiene de conocerle; la situación empeoró con la reciente traqueotomía del chico, ahora que por fin podía volver a hablar, realmente era complicado diferenciar algunas palabras.

Ambos adultos se miran entre sí, sabiendo que ambos habían comprendido el mensaje que su amigo intentaba decir.

'No los encuentro'

Mar se pone de pie y corre a la cocina, confiando en que Bellamy podrá ayudar a Don a entrar. Ya podía oír a su vecina preguntar mañana por lo que había ocurrido con aquel niño y no estaba dispuesta a darle más material para inventar algo por la mañana con el resto de los inquilinos.

Poniendo el agua a calentar, mira nuevamente el cristal que está completamente empañado ahora. Suspira, casi deseando que aquella sensación hubiera sido por un ser golpeando aquella ventana.

No demoró mucho hasta tener una taza caliente de té lista y correr sin mucho cuidado hacia la sala, ya se preocuparía después por la quemadura en su muñeca.

Encontró a los dos hombres en un sillón, Donald parecía más tranquilo aunque la mirada perdida y la respiración pesada dejan en claro que aún no está bien. Bellamy se pone de pie, dejando el lugar libre junto al chico y ella comprendió que él no había sido de mucha ayuda.

—Iré a buscar algunas toallas. —dice Bell.

La mujer solo escucha los pasos alejándose, una parte de ella espera que no demore mucho.

—Aquí tienes, —murmura Mar —necesitas calentarte.

—No...puedo...encontrarlos...—continúa repitiendo con voz apagada Don.

—Los buscaremos, pero no podrás hacerlo si algo te sucede.

El chico parece entender, asiente con la cabeza y acepta la bebida, comenzando a toser un poco tras el primer sorbo.

Eso pareció una señal para Bell, quien entra rápidamente y coloca una toalla sobre Don, ofreciéndole una más a Marisa. Ella ayuda un poco a secarle el cabello, el silencio entre los tres parece apropiado y ninguno de ellos está listo para romperlo.

La frase "no puedo encontrarlos" se repite una y otra vez en su mente, no hay duda de que Don se refiere a sus hermanos, los tres pequeños que son la razón de existir del chico.

Tras unos instantes la bebida se terminó y la taza rodo hacia el suelo, la respiración agitada de Donald se tranquilizó un poco aunque un silbido aun es ligeramente audible en el pecho del chico dormido. Bellamy suspiró con fuerza mientras que Mar ayudaba a Don a recostarse por completo en el sillón, ninguno de los dos hace algún ruido temiendo la reacción que tendrá al despertar.

—Deberíamos llamar a alguien. —comenta Bell, sin mucha seguridad.

—Su tía tal vez este en casa, ella podría traer a un médico. —responde preocupada Mar.

—¿Tu hermano sigue trabajando en la estación?

—Si, iré a llamarle. Puedes pedirle al señor del 502 si te presta su teléfono, es el menos chismoso del edificio.

Sin esperar una respuesta, la mujer se dirige a la cocina. Ahí, junto a la ventana, el teléfono rojo se encuentra pegado a la pared. Llamándola. Burlándose de ella al obligarla a estar cerca de ese maldito cristal.

Marcando rápidamente el número que conoce de memoria, espera un instante, dirigiendo su mirada hacia el exterior. La extraña sensación de estar siendo observada aun no desaparece del todo, pero su mente se distrae al escuchar la voz al otro lado de la línea.

—Hola, quiero reportar una desaparición.

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