II. Crecer
Eir era justa, clemente.
Y por primera vez, no le era fiel a sus benignas cualidades.
Los celos destruían sus valores, su pura naturaleza. Observaba con envidiosos ojos el hogar de la pareja mortal. Quería al joven que le había enamorado abismalmente para sí. Todavía pensaba que sus palabras habían sido para ella.
La codicia nublaba su juicio.
Y tanto era su desprecio por la humana, que la pobre cayó enferma y las contracciones de su embarazo se precipitaron.
Su ira de diosa afectaba al cuerpo débil de la muchacha.
Su amado temía por su esposa, y pedía cada día a la diosa de la sanación que la curase. Construyó un pequeño altar en su honor, rodeado de flores blancas. Y siempre encedía una vela mientras rezaba por la salud de su familia.
Pero Eir se negaba a escucharle.
Ignoró sus súplicas, y buscó consuelo en su amiga Frigg, Reina de Diosas.
La Ásynja se escandalizó con la historia. No entendía aquel espantoso acto de insensibilidad. Pasaron varias semanas, pero finalmente hizo entrar en razón a Eir, quien no podía negarse a los desesperados ruegos de alguien inocente.
Porque Eir era un ser puro, protector, honorable. Adorada y respetada.
Salvadora de vidas.
Así que Eir veló por la salud de la futura madre. Le cuidaba con especial afán, en recompensa por su pasado abandono. También veló por la salud del bebé.
Estaba en deuda con ellos. Y se prometió, que los cuidaría de todo mal.
Sin embargo, una nueva batalla llegó.
Y el hombre al que ella todavía amaba con genuino afecto, tuvo que partir para defender a los suyos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top