Capítulo VII
Llegó a casa recibida por su abuela diciéndole que su madre aún estaba en el trabajo. Subió hasta su cuarto y dejó allí la mochila, miró a su alrededor y Madelin no estaba. Miró en el baño, cocina, sala y patio; pero no estaba por ningún lado. Subió de nuevo a su cuarto y se sentó sobre la cama pendiente de cada movimiento.
—Madelin. —le dijo un poco nerviosa e insegura, quedándose luego en espera de una respuesta que no llegó.
Se acostó un momento cansada por la caminata y miró el techo hasta quedarse dormida.
Estaba sentada en las escaleras, mirando la sala desde allí, todavía no se acostumbraba a ver con ese extraño efecto, todo era tan diferente... No dominaba su voluntad completamente y fue hasta la sala, donde había un sillón tapizado en verde oscuro, limpio y barnizado. Madelin estaba de pie junto a él, observando el fuego de la chimenea. Tenía que irse, tenía que alejarse de ella, pero no podía hacerlo y en cambio seguía avanzando en su dirección. Ella dejó de mirar el fuego y enfocó su vista en Magui.
-Hola Magui, veo que te has vuelto a dormir.
Abrió los ojos y se levantó de golpe, corriendo torpemente a la sala. Claro, allí el fuego no estaba encendido y ese mueble ya no estaba.
—Madelin. —sabía que estaba allí.
Entonces Madelin apareció.
—¿Por qué te despertaste? Podíamos hablar mejor así.
—Madelin, ¿Te acuerdas de Andy?
Madelin cambió el gesto inmediatamente.
—Oh, Andy. Ya lo había olvidado…Andy
— dijo con serenidad para luego fruncir el ceño con gesto afilado. —¡Andy...!— gritó —¿Qué pasa? ¿Ahora es tu amigo?
—¿De qué hablas? Andy está muerto.
—Lo sé…lo sé. ¡Es muy egoísta!— Anunció con la cara enfurecida. —Sólo quería que yo sufriese.—hizo gesto de una pena hipócrita y extraña, como si quisiese llorar. Pero ni una lágrima salió de sus ojos sombríos.
—Pero no le odias. ¿Verdad?—atinó a decir Magui, insegura.
—¡Yo le quería! Y él murió…yo morí. ¡Lo odio! ¡Lo odio! ¡Lo odio!
Los gritos plasmados de histeria se le filtraban a Magui por los tímpanos.
—Y a ti también te odio…—continuó acercándose a ella.
Magui retrocedió dos pasos.
—Magui, hola. —Su madre entró por la puerta principal, se le veía agobiada del trabajo, pero aun así, feliz.
Miró de nuevo a Madelin, esperadamente ya no estaba.
—Hola mamá. ¿Q_qué tal? —tartamudeó.
—Hoy trabajé mucho pero estoy bien, con una ducha, una cama y una aspirina, todo se resuelve. —dijo sonriendo con dulzura.
—Estoy de acuerdo. —respondió Magui, intentando sonreír también.
—¿Volviste sola? —preguntó Lydis.
—No…
—Bien, sabes que no puedes hacer viajes largos sola, hija.
—Lo sé. Iré a dar una vuelta.
—¿A dónde?
—Por ahí.
—¿Escuchaste lo que acabo de decir?
—Es aquí mismo mamá. No te preocupes.
Magui salió de la casa y se sentó en el banco del jardín, cuyo árbol ensombrecía todo el lugar.
—Hablé con Madelin. —dijo en voz baja, inmediatamente vio aparecer a Andy.
—¿Qué pasó?
—Le pregunté si te recordaba. Dijo que no, pero después lo hizo y se puso a gritar… gritar que te odiaba.
Andy bajó la mirada sin ningún gesto.
—Le comprendo. —dijo él. —era de esperar.
—¿Crees que lo haya recordado todo?
—Si lo recordó todo entonces no hay nada que hacer, porque significaría que los buenos recuerdos no son suficientes para opacar el dolor que le causé.
—¿Nada que hacer? —preguntó Magui irónicamente. —Ni hablar, no voy a lidiar con ella por toda mi vida, Madelin se va sí o sí. Si las memorias de su vida no son suficientes, haré que lo sean. ¿Qué recuerdos tienes?
—De cuando estaba vivo casi ninguno, ni mi familia, mi casa, tampoco sé la causa de mi fallecimiento, solo recuerdo los motivos que me dejaron aquí: Madelin, su muerte…
Magui pensó un momento, ¿De dónde sacaría vivencias suficientes para hacer a Madelin recordar su pasado? Se puso de pie y se fue por la acera de la delgada calle, necesitaba estar en su antiguo cuarto, tranquila, y pensar.
Entró en la abandonada y sola casa, donde permanecían las cortinas ondeantes en la sala, fue a la habitación, y le resultó deprimente verla vacía, excepto por la presencia de Bayolette.
—¡Magui! No esperaba verte, acabo de llegar. —dijo ella dibujando en su rostro una luminosa sonrisa.
—Hola, Bayolette. —respondió Magui también sonriendo.
Se habían visto esa mañana, pero en ese momento ambas se sentías más dispuestas para conversar. Hablaron durante horas sobre todo tipo de temas, divirtiéndose con sus comentarios a veces absurdos, y recordaron lo muy buenas amigas que siempre habían sido desde el día que se conocieron en la escuela primaria. En aquellos tiempos los padres de Magui todavía no se habían divorciado y la abuela no vivía en casa, Bayolette entró nueva en su clase e inmediatamente se creó complicidad entre ellas, jugaban e iban juntas a casa, además de que Bayolette la acompañaba cuando se quedaba dormida de repente en el camino, y esperaba junto ella hasta que despertase para continuar. Luego cambiaron de salón, pero jamás dejaron de verse.
Tras pasadas las horas, Bayolette anunció que debía volver, despidiéndose y dejándola sola.
Magui la acompañó hasta la puerta de la pequeña sala, al ver a la izquierda vio que algunas de las cajas de mudanza seguían ahí, tal vez su madre las había olvidado.
Abrió una de ellas y sacó un paquete de papel, en su interior había gran cantidad de fotos en las que aparecía Bayolette de pequeña en múltiples escenarios como la playa o el zoológico, también aparecían en algunas sus padres, su madre durante el embarazo, su padre con un niño de las manos, cada una con su fecha. Parecían tan felices y cercanos… Magui metió de nuevo las fotos en el paquete. Dentro de esa caja también habían cintas de todos colores, de las que Bayolette siempre usaba, incluyendo rojas, sus favoritas, además de una tarjeta con ositos de colores, cuya dedicatoria era « ¡Feliz cumpleaños número 10 Bayolette! De quienes te amamos.» La fecha era 19/6/1994, efectivamente el 19/6, era el cumpleaños de Bayolette, pero, ¿Qué hacían esas cosas allí?
De repente escuchó pasos bajar la escalera de arriba. Se asomó por la puerta y vio a la madre de Bayolette bajar con sus manos cargadas de cajas; llevaba el mismo traje negro del otro día, pero esta vez iba sola. Se acercó a la casa de abajo con la intención de entrar, así que Magui decidió pasar desapercibida y se escondió tras la puerta de la cocina. La mujer entró en el salón y descargó allí las cajas que le pesaban en los brazos, y salió nuevamente rumbo a la calle.
Al no escuchar nada, Magui salió de su escondite. Se preguntaba a dónde iba, y decidió seguirla. De todas formas no tenía nada mejor que hacer.
Caminó un largo rato a una distancia que le permitiera seguirla para no ser descubierta, y a medida que caminaban, las casas iban desapareciendo del paisaje hasta que solo estuvieron ellas y la carretera viéndose no muy lejos la pequeña ciudad.
De pronto, vio una alta pared de concreto con una puerta en el medio, atraves de la cual la mujer entró; Magui esperó un momento, y luego, entró tras ella. Era un cementerio, y como tal lleno de lápidas y flores, tan repleto estaba que al entrar, la chica tuvo que fijarse muy bien para localizar a la madre de Bayolette, que se perdía entre las tumbas a pasos largos y rápidos. Se apresuró en seguir sus pasos, pero algo le hizo detenerse.
El rostro de Madelin aparecía bajo un sarcófago de mármol. «Madelin M. Johnson Becker. (1982/1999)» se leía tallado bajo la foto. Magui se desinteresó completamente de la madre de Bayolette y se agachó para leer la dedicatoria: «Para nuestra Madelin. Nunca te dejaremos ir de nuestros corazones. » Decía.
A Magui se le congelaron los huesos viendo su gesto sonriente en aquella foto, según la fecha, tenía diecisiete años al morir. A su alrededor se alzaban otras lápidas con sus apellidos, seguro pertenecientes a los demás miembros de la familia. Se puso de pie y volteó los lados, no sin antes dar una última ojeada al tan pacífico yacimiento, todo lo contrario a su atormentada presencia aun en la Tierra.
La madre de Bayolette no estaba por ningún lado, había perdido su rastro completamente y dio por concluida su misión de saber a dónde había ido. Volvió sobre sus pasos y se propuso regresar a casa.
Iba arrastrando los zapatos como hacía siempre mientras observaba los árboles que rodeaban la carretera a los lados. Veía como el cielo cambiaba de color obscureciéndose, pero aun así continuó andando al mismo ritmo, sabiendo que no llegaría antes del anochecer. Ni vivos ni muertos podrían ya sorprenderle. El retrato de Madelin en su bóveda le andaba la mente como un flash cada vez que los autos que circulaban le alumbraban la cara de frente.
Una extraña sensación de ansiedad le atacó repentinamente y se detuvo de golpe con la vista permaneciendo junto a la calle.
—Es hermoso.
—¿No resulta un poco incómodo estar cerca del cementerio?
¿De dónde venían esas voces? Magui escuchó risas cómplices.
—Es mejor aquí, podemos estar tranquilos, no hay nadie.
Voces de nuevo. Todo se tiñó de negro y fue sustituido por imágenes que no pertenecían a ese momento.
Un empañado escenario tomó lugar, los autos desaparecieron y las copas de los árboles rebosaban de hojas verdes. «Pero es otoño» pensó Magui, y el sol resplandecía en lo que ella recordaba era un atardecer. A pesar de la drástica transformación, supo que estaba en el mismo sitio que antes, solo que en diferentes circunstancias.
Sintiéndose una pieza sobrante en el nuevo paisaje, prestó su atención a cada movimiento, y pudo escuchar otra vez las voces:
—Debemos irnos.
Entonces apareció una pareja sentada en la vegetación que se acumulaba junto al nuevo pavimento, eran los únicos allí.
El muchacho se levantó y le dio la mano a ella, ayudándole a ponerse de pie. La chica aceptó su mano sonriendo y ambos se fueron, sacudiéndose el pasto de la ropa.
La fuerte bocina de un auto hizo a Magui taparse los oídos instintivamente.
—¡He! —gritó un hombre desde la ventanilla. —¡Presta más atención, niña estúpida!
Tras dichas las despectivas palabras le dio la vuelta al volante rodeándola y se fue discutiendo entre dientes.
Al notar la inmensa obscuridad de la noche y sentir bajo sus zapatos los baches de la ya antigua carretera, Magui se dio cuenta de que había vuelto a donde estaba antes. Todo aquello lo había visto muy rápido, pero más nítido que cualquier visión que haya tenido…incluso podía sentir erizarse su piel al contacto con el veraniego aire. Al parecer se había dormido despierta una vez más.
Pensó en ello un momento pero recordó que ya era lo suficientemente tarde como para recibir requerimientos de su madre, así que se apresuró en volver.
Esa noche no se sintió fuera de su cuerpo al dormir, porque escasamente pudo hacerlo. Las imágenes que vio ese atardecer cerca del cementerio, se repetían en su cabeza cada vez que intentaba cerrar los ojos, y el miedo volvió a habitarla. Le daba vueltas involuntariamente a esos personajes que tan felices aparentaban ser, cuya voz escuchaba todavía, solo que lo pensaba de una forma tan surreal, que no era capaz de profundizarlo, como cuando intentas pensar en un sueño, tienes idea de ello, pero cuando intentas recordar que sucedió exactamente, todo de desorganiza y pierde el sentido.
Los días fueron pasando lentamente por su vida. Magui seguía teniendo visiones, cada vez menos claras y comprensibles. Preguntaba a Andy, pero él extrañamente no podía verlas, como siempre hacía con sus sueños, lo cual impedía las respuestas que necesitaba. Se cruzaba con Madelin en cada lugar de la casa, pero ella ya no le hablaba, solo le miraba fijamente, y la incertidumbre de su silencio solo le causaba a Magui más agonía que se transformaba en desesperación. Al verse a sí misma en el espejo sus ojos estaban plasmados de terror, y su sonrisa comenzaba a ser el recuerdo de algo que tuvo algún día.
Era una noche más en la que no conseguía dormir, solo daba vueltas en la cama, miró al techo y se levantó, junto a ella Madelin la observaba.
Magui la miró, estaba cansada de todo, y su esperanza de que Madelin desapareciera de una vez, le resultaba más lejana a cada instante.
—Te odio. —Dijo Madelin frunciendo el ceño y acercándose amenazante.
—¿Y crees que yo no te odio?—respondió Magui. —Pues sí, Madelin, eres a lo que más he repudiado en mi vida…
—¿Cómo te has atrevido? —preguntó ignorando la respuesta de Magui. —Has entrado a mi casa y luego sacas a relucir mi triste pasado, nunca tuve nada que ver contigo. —Magui retrocedió intimidada viendo que continuaba acercándose. —¡Eres una entrometida!
Corrió sobre ella y la agarró fuertemente por el cuello. Magui intentaba desprenderse empujándola con sus pies y manos, pero era inútil. Los ojos de furia se clavaban en los suyos a medida que agarraba con más y más presión, y Magui pudo ver su propio cuerpo durmiendo en la cama, justo antes de perder el aire completamente. ESTABA DORMIDA.
Apareció en un lugar que no era su residencia ni ningún lugar dónde había estado antes. Miró a todas partes, intentando acostumbrar sus nublados ojos al brillo. Poco a poco fue definiendo los objetos que le rodeaban en un ambiente pálido y distantemente ruidoso.
Pero no pudo evitar retroceder jalando su pelo nerviosamente, cuando se dio cuenta de que estaba en un hospital. Aun así no fue tanta su rebosante ansiedad como cuándo se vio inerte en una cama. Entonces recordó lo sucedido. ¿Estaba muerta?
Todo se movía en pequeños lapsos, el tiempo pasaba a través de sí sin inmutarse ni modificar nada. Se perdía en su propio cuerpo y en las blancas paredes. Sabía que si estaba muerta, se quedaría allí por siempre, pero no era capaz de albergar sentimiento alguno en esos instantes, sólo podía estar allí sin estar, de pie en un piso que no guardaría sus huellas, porque no existían.
Una mujer vestida de blanco atravesó la puerta seguida por su madre. Ésta revisó los cables de una máquina conectada a ella, que emitía un pitido intermitente, agudo y tedioso. Hasta ese momento Magui no lo había escuchado, y cuando lo hizo, supo que estaba viva.
—Parece estable. —anunció la mujer de blanco.
—¿Pero cómo ha caído en coma de repente? Ella estaba bien…
—Le dio un paro aparentemente. Hay muchos motivos por el una persona puede entrar a este estado. ¿Sufre su hija algún problema cardiovascular?
—No que yo sepa.— Respondió Lydis nerviosamente.
—Bueno, de todas formas haremos más pruebas. Aunque el caso me resulta extraño.
—Doctora. —dijo temerosa Lydis.— ¿Cuándo despertará?
—Eso nunca se sabe, señora. Puede tardar días, meses años...o puede no hacerlo. Debe usted mantener la compostura.
La de blanco salió de la habitación y dejó a Lydis con la mirada perdida en el estático cuerpo que reposaba sobre la cama.
Magui se acercó a ella a pesar de saber que no le veía. Pensó en Madelin, esa chica del demonio. ¿Cómo podría ahora regresar a su cuerpo?
Magui veía el mundo de una forma diferente, surreal. El tiempo pasaba desorganizadamente atraves de las personas que se movían de lugar. Incluso ella se movía ajena a la voluntad que en esos momentos dudaba tener.
A su memoria llegó un pensamiento fugaz de la agresión de Madelin en la habitación, e inesperadamente apareció en ella, solo que todo se apreciaba desde un punto al que Magui no otorgaba explicación, y no dejó de pensar en eso hasta que se dio cuenta de que esa habitación había cambiado.
Percibía un color rosa en unas cortinas blancas, la cama no estaba en la posición correcta. ¿De dónde habían salido esas fotos en la pared? Madelin aparecía en ellas con su pelo oscuro, mejillas sonrosadas y sonrisa juvenil. Ese tocador, ese armario repleto de peluches… Ese no era su cuarto. ¿O sí? Paseó por la habitación intentando acostumbrarse a no escuchar sus pisadas en el suelo. Había una foto en la que Madelin abrazaba a alguien…
¿Andy? Sí, era él, solo que su rostro se veía más nublado, más secundario, como si solo se quisiese destacar el rostro de ella. Sin embargo la puerta seguía intacta, salvo porque decía «Madelin Michelle» escrito con rotulador en letra grande. ¿Así lucía el cuarto mientras Medelin vivía allí? El resto de la casa también estaba diferente, así que supuso que todo estaba adaptado a aquel momento. Algo que le llamó especialmente la atención fue la gran cantidad de fármacos que había en el que debía ser el cuarto de sus padres, los identificó de inmediato pues su abuela los consumía también, eran para el corazón. Pero ¿Este cambio sólo estaba presente en ese lugar?
Casi por instinto recordó el cementerio y allí apareció, justo dónde debería encontrarse la lápida de Madelin, pero claro, en ese momento no estaba muerta, así que salió de allí y comenzó a divagar como si flotase en el agua, sin escuchar más que el denso sonido del mar…pero nuevamente algo hizo a su mente volver: un árbol junto a la carretera, ese árbol le era conocido de algún sitio, se acercó y notó unas marcas que no pertenecían naturalmente a la corteza, eran letras. «MyA» ¿M y A? ¿Qué quiere decir eso? Ese árbol lo recordaba. Oh, claro, era al árbol de la visión que tuvo aquella vez al volver del cementerio. Los dos jóvenes eran Magui y Andy, de ahí las letras. Ellos eran pareja. Solo puede ser eso. Y ¡Las imágenes eran recuerdos! Andy dijo que al transportar su alma al cuerpo de Magui podía llegarle estando despierta, un recuerdo suyo, y ese era un recuerdo que no le pertenecía. Pero, ¿Qué fue lo que los separó? ¿Qué hizo Andy para ganar el odio de Madelin y arrepentimiento de sí mismo?
A Magui algo le resultaba muy extraño: no había personas, desde que vio la escena en el hospital, era como si todas las personas hubiesen desaparecido, pero decidió no darle importancia.
Al parecer cada sitio se había remontado a aquella época, por eso Madelin insistía en que la residencia era suya, pues no veía los cambios. Estaba segura de que si volvía a la casa vería el mueble frente a la chimenea, pero tenía algo más importante por comprobar.
Se detuvo justo en el jardín de aquella, su casa donde creció y desarrolló casi todos los gratos recuerdos de su infancia. Había injertos sembrados en la tierra, en esa fecha su madre decidió sembrar flores. Al entrar miles de imágenes se acumularon en su cabeza a medida que repasaba cada uno de los objetos de la casa. Entonces se detuvo frente a un calendario: «5/1/1999» era la fecha de ese día, en realidad sólo hacían tres años de ese momento hasta donde estaba en coma, pero aun así, todo estaba organizado de forma muy diferente, tal vez resultado de las manías de su madre cambiando todo de lugar cada cierto tiempo.
Tenía quince, en ese año Bayolette se fue de viaje un largo tiempo y no volvió a verla hasta hace pocos meses antes de comenzar el nuevo curso, un gran alivio ya que se sentía realmente sola y aburrida sin ella. Al pensar en eso decidió ver su casa por dentro, cosa que nunca (incluso estando conciente) había hecho.
Estaba en un cuarto cuyas paredes lucían un amarillo pastel, y estaban decoradas con posters de cantantes y algún que otro retrato suyo, en realidad Bayolette no había cambiado nada desde que tenía quince. Magui estaba segura que esa habitación tan iluminada y hermosa dejó de ser así cuando sus padres comenzaron con sus discusiones provocándole a ella tanto daño y depresión. Recorrió el hogar, pero no había nada relevante así que decidió no entrar en todas las habitaciones, pues para ser una familia de tres era bastante amplia.
De pronto, todo comenzó a distorsionarse hasta desvanecerse en un suspiro.
Se sentó de golpe y miró a su alrededor: era la sala del hospital. Había vuelto. Junto a ella su madre dormía en una silla que parecía ser bastante incómoda. Magui apenas podía mover los brazos con todos aquellos cables y aparatos.
—Mamá. —ésta no se movió y Magui comprendió por las negras ojeras que estaba cansada, así que miró al techo y esperó a que despertase.
—¿Magui? —dijo la voz somnolienta de su madre cuando ella comenzaba a dormirse.
—Mamá…- contestó mirándola.
—¡Magui! —Repitió mientras acudían lágrimas a sus ojos y la abrazaba efusivamente. —¡Creí que lo había soñado! —sollozó aun estrechándola en sus brazos.
Una doctora que no era la misma de la otra vez entró y sonrió al verla.
—Vaya, vaya, una paciente más ha despertado hoy. —dijo revisando sus signos vitales y afirmando que todo estaba aparentemente bien, pero que debía reposar y hacerle unas cuantas pruebas más antes de darle el alta.
—Mamá. — dijo Magui somnolienta una vez que la doctora se hubo ido.— ¿Cuánto tiempo estuve así?
—Cinco meses cariño.
Magui no lo creía, todo había pasado demasiado rápido para ella, todo lo que vio. Su mente aún estaba algo perdida y débil, tanto que algunas cosas apenas las recordaba.
—Mamá, ¿Recuerdas el año 1999?
—Cómo olvidarlo, fue muy triste.— respondió ella cuya memoria parecía volar a aquellos tiempos.
—¿Triste?
—Sí, esos chicos eran tan jóvenes, sobre todo la niña…— pero Lydis no terminó la frase y miró a Magui que parecía confundida. —Pero no hablemos de tragedias, querida mía, debes descansar.
Su hija que apenas podía tomar posición de su cuerpo, hizo caso y pocos segundos después de cerrar los ojos, se durmió.
Había un chico tocando guitarra en un cuarto, amaba estar recluido largas horas. Pero, de repente dejó de tocar y comenzó a agarrarse el cuello con agonía en el suelo, intentando toser. Su cuerpo se retorcía cada vez con menos fuerza, hasta que sus manos dejaron de luchar por alcanzar el aerosol que reposaba en una mesilla, y se dejaron caer sobre las frías losetas del piso.
Amaneció un día gris ese 16 de febrero de 1999 en aquella casa. Una niña lloraba a esquinas de unas paredes amarillas, abrazando la almohada, mientras que una pareja se mantenía de pie en el cementerio desolado…
Magui despertó para encontrar las luces apagadas y su madre dormida, «02:30 am» marcaba el reloj digital que estaba fijado a la pared. Ella se levantó sigilosamente y salió del hospital.
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