Capítulo II

En su ciudad las personas eran frías y distantes. Todas miraban desde unos ojos penetrantes que te hacían dudar de ti mismo. No había víctimas o agresores; todos eran iguales desde los estudiantes hasta los veteranos y jubilados, se fijaban en sí olvidando su alrededor, no querían comprender la justicia siempre y cuando ellos no estuviesen involucrados.
Así era incluso en los suburbios por los cuales vivía Magui; tan apretados, que era casi imposible saber cuándo llegaba un nuevo vecino al barrio.
Llegó a la casa poco espaciosa adornada al frente por florecillas de colores y se acercó a la abuela que observaba pacíficamente, los tupidos edificios de dos plantas que se abrían paso en el exterior de la ventana, cuyas finas cortinas volaban al son de las turbulencias.

—Abuela, ¿Y mamá?

—No está en casa.

—¿Y dónde está?

—No lo sé.

Decidió no interrumpir la quietud que floraba en su tarde y se dirigió a su habitación donde Bayolette reposaba sobre la cama. Magui siempre tuvo problemas para relacionarse con las personas, y Bayolette fue su única amiga. Ella tenía su misma edad y vivía en el piso de arriba. Sus padres discutían a menudo, así que un día Magui le dio la llave de su cuarto, entonces cuando los gritos de sus padres se hiciesen insoportables, Bayolette saltaba los escasos metros que había desde su balcón hasta el pequeño patio trasero de Magui y abría la puerta con la llave. Al principio no, pero ya casi se la encontraba todos los días.

—Cada vez llegas más temprano, ¿Es que no tienes nada que hacer en esa escuela—dijo Bayolette.

—Te regreso la pregunta, no importa lo temprano que vuelva, siempre estás aquí. ¿Te estás fugando de clase?

—Qué más da. Ya mis padres ignoran las quejas mías de la escuela. Solo les preocupa tener  estúpidas disputas a cada momento.

—Deberías dejar de pensar en ellos y hacerlo por ti, para que consigas un buen trabajo y no tengas necesidad de casarte y hacer pasar a tus hijos lo mismo que tú.

Bayolette se quedó callada un momento y estalló en risas después.

—¿De dónde sacas que no quiero casarme? No tiene por qué ser igual. Si sigues con esos pensamientos terminarás como casi todos en esta ciudad: sola.

—No digas que no te lo advertí.

—Descuida no lo haré. —afirmó— Bueno, se escucha calma allá arriba, me vuelvo.

Se levantó de la cama y salió por la puerta que daba a la sala, ya que subir de nuevo por el balcón sería imposible sin una escalera.
Magui se recostó un momento en la cama pensando si debía dormir o darse una ducha primero, y en alguno de sus pensamientos, se quedó dormida.

—¿Qué estás haciendo? ¿Magui? ¡Magui!

—Qué.

—¿Qué haces ahí, parada como un zombie?

—¿Mamá?—preguntó confundida— ¿Qué hago yo en la sala?

—Ni idea pero me pones de los nervios ahí con esa cara.

—Creo que me quedé dormida.

—Ya veo, por eso te digo que cierres la puerta antes de acostarte. Ve a darte un baño, la comida ya casi está.

Caminó despacio hasta su obscura habitación. Pero al prender las luces pudo jurar ver algo que desapareció inmediatamente, le dio un estallo en el estómago, y justo cuando se estaba calmando, apareció.

—Hola.

Un muchacho que debía tener unos dicinueve o veinte años la miraba serio. El corazón de Magui se apresuró en latir y su pecho le dolía con cada bocanada de aire que aspiraba. Agilizó sus movimientos para volver a la sala, pero al darse la vuelta lo encontró allí, y podía jurar que todo tenía un contraste distinto con su presencia.

—No vas a dejarme solo ¿O sí?

—¿Qué quieres?— dijo Magui deseando que alguien llegase. Ella no preguntó quién era, estaba aterrada. Un sueño, seguro se trataba de un sueño.

—Mi nombre es Andy. Tú te vas a vivir a una casa.

—¿Qué estar diciendo? ¡Ya mismo te vas de aquí!

—Allí vivía una muchacha…

—¡Cállate! ¡Mamá!

—Debes encontrar la forma de que yo pueda entrar o hablar con ella...

Magui no podía soportar el miedo, sentía la desgarradora frialdad de quién conoce la muerte, y apenas podía distinguir ya los colores. De repente Bayolette entró por la puerta trasera y Andy desapareció.

—¡Bayolette! ¡Oh, gracias a Dios! ¡Apareciste!
Pero ella la miró con gesto confuso.

—Vaya, nunca te habías emocionado tanto con mi llegada.

—Muchas gracias por oírme, no sé qué habría pasado. —Magui estaba desesperada.

—¿Qué te pasa? ¿Qué fue lo que debí oír?

—Mis gritos, claro.—dijo Magui.

—No oí gritos de ningún tipo, vine porque mis padres se están lanzando cosas y ya no lo soporto más. Me apena mucho llegar a esta hora pero es que no sabía a dónde ir. —Los ojos de Bayolette se llenaron de lágrimas, pero Magui seguía confundida.

—¿Entonces no me oíste?

—¿Qué debería haber oído Magui? No lo entiendo.

Magui dejó a Bayolette en el cuarto y fue a la cocina, donde su madre y abuela preparaban la cena y charlaban sobre la calidad de los alimentos.

—¡Mamá!

Lydis tiró una cuchara al suelo, sorprendida por el repentino grito de su hija.

—Oh, Magui ¿Estás loca?— gritó la abuela.

—¿No me oíste? ¿Me oíste gritar? Lo hiciste ¿Verdad mamá?

—¿Qué te pasa y  por qué se supone que estabas gritando?— preguntó Lydis.

—¡Ven a mi cuarto, rápido!
Magui corrió a su cuarto seguida por su madre, Bayolette se había ido.

—Aquí llegó un muchacho y se puso a hablarme.— dijo ella.—pero no era real, era otra cosa, las luces pestañearon, fue horrible, entonces vino Bayolette y el muchacho se fue. Tengo miedo mamá. ¿Qué fue eso? Di algo... ¡Dime algo!

—Sigo esperando que me digas qué pasó.

—Acabo de decirte, vi una persona, como de repente, un chico.

—Magui, déjate de juegos y habla de una vez.

—Pero mamá ¿No me estás escuchando?

—No estoy para estas bromas, ven a la cocina y comamos, tengo una noticia que darte.— Lydis salió por el pasillo rumbo a la cocina dejando a Magui con la mente divagando, ¿No le había entendido? Se apresuró al seguirla, no quería quedarse sola.
Las tres se sentaron a la mesa con los platos frente a sí. Los padres de Magui estaban divorciados desde hacía tiempo, es decir que apenas veía a su padre, al igual que a su abuelo que tuvo otros hijos luego de haber nacido Lydis. Era por eso que no había hombres en casa.

—Magui- dijo su madre con una sonrisa de emoción en el rostro —quiero que prepares tus cosas, nos mudamos mañana al medio día. ¿Lo puedes creer?

—¿Qué? No. No puede ser...¡No me quiero ir!— gritó apoyando los puños con fuerza sobre la mesa.
"¿Sería posible que lo que dijo ese Andy se estaba haciendo realidad?" Pensó

—Sabes que llevo mucho tiempo ahorrando para comprarnos una casa. Me han propuesto una  en el trabajo y tiene un precio razonable. Fui a verla hoy, es magnífica, incluso tiene dos pisos… no esperaba que lo tomaras así, la verdad.

—Vivimos en un cuchitril y aun así no quieres irte, tienes que aprender a saber cuándo tu vida puede mejorar, y también valorar el esfuerzo que ha hecho tu madre. ¿Sabes cuántas necesidades suyas se ha quitado para ahorrar ese dinero? —anunció su abuela sin ningún gesto en el rostro.

—Nuestra casa estará tan cerca que podrás ver ésta desde la ventana de tu cuarto. —prosiguió Lydis.

—¿Quién vivía allí?— preguntó la joven temerosa de la respuesta.

—No lo sé— respondió— pero esa oportunidad no se puede dejar pasar.— entonces tocó su cabello con cariño— ahora tendremos más espacio, solo quiero que estés más cómoda, cariño. Sé que has vivido aquí mucho tiempo y que tienes en esta pequeña casa tus recuerdos; pero verás que en la vida muchos cambios nos hacen crecer. Allá podrás hacer tu vida de nuevo, y está muy cerca Magui, dale una oportunidad. ¿Si?

Magui no podría hacer nada para impedirlo, lo sabía, así que terminó de cenar y fue con el corazón lleno de vértigo a empacar sus cosas lo más rápido posible.
Una vez las maletas estuvieron listas, cerró la puerta de forma que también se pueda abrir desde el pasillo por si necesitase ayuda y se acostó tapándose de arriba a abajo.





Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top