VII - LA TORMENTA

Durante esas dos semanas la casa se revolucionó, nuevos personajes se presentaron para incomodar a Anne, y esta sentía que se le acababa el tiempo para detener los planes de su marido.. Amelia se preocupaba por su señora y discutía con Iván, quería que él actuase en favor de su Anne. En el pueblo, alguien encontró el cadáver del arquitecto, los vecinos se inquietaron porque conocían su cometido y, por lo tanto, tenía un solo sospechoso. Emilio y Ofelia, quienes actuaban como siameses, daban rienda suelta a su sed y atormentaban a los sirvientes, los perseguían incluso en los jardines y calles.

Sir Joseph obligó a su hijo, Adam, a convivir con sus tíos en la misma habitación y, para acostumbrarlo a su próximo estilo de vida, le prohibió volver a jugar en el exterior durante el día. Anne ya le había advertido a su hijo que no confiara en los niños ni en su padre, alegando que ellos eran malvados. Adam se mantuvo al margen al principio, ya que no entendía muy bien lo que estaba pasando y prefería no elegir un bando.Sin embargo, comprendió las palabras de su madre cuando, buscando a su nueva niñera, se topó con Emilio y Ofelia torturándola e invitándolo a él a participar de la carnicería.

-Podrías saber lo que se siente ser como nosotros antes de tu conversión -le dijeron para tentarlo.

Pero Adam no salía de su horror al ver la sangre de su niñera regada en el suelo de su habitación, y a la mujer rogando por su ayuda con el poco aliento que le quedaba.

-Únete a nosotros -indicó Ofelia-. Prueba la delicia de su sangre y extasíate escuchando sus suplicas y gemidos.

Para entonces, Emilio ya había hundido sus filosos colmillos en el antebrazo de mujer y apretaba la piel para que se desangrara más rápido.

Lo último que vio Adam antes de salir corriendo de la habitación fue a la niñera desvaneciéndose. En lo único que pensaba era en esconderse tras las faldas de su madre y pedirle que lo sacara de aquel horrible lugar.

Anne se encontraba encerrada en su cuarto, como lo hiciera el último par de semanas para no cruzarse con nadie indeseado, y maquinaba un complot con su sirvienta de confianza, Amelia. Cuando Adam la halló, corrió a sus brazos para contarle lo sucedido. Anne se horrorizó al pensar en el trauma que le causaría a su pequeño hijo presenciar aquella escena. Sus hermanos necesitaban ser detenidos. Se recordó que debía incluirlos en su plan, si quería deshacerse también de ellos.

-Tranquilo, yo voy a encargarme -le dijo a su hijo para calmarlo, aunque sabía que no podía usar la fuerza sin que se le vinieran encima el resto de vampiros que ahora compartían su hábitat.

Necesitaba librarse de sus hermanos para que no molestasen a su hijo y que no le sirvieran de apoyo a sir Joseph cuando pusiera en marcha sus maquinaciones; aquello era la excusa perfecta para castigarlos y aislarlos en algún lugar por un tiempo. Fue tras ellos, pero al llegar a la habitación de los niños, no había ningún cuerpo y una sirvienta diferente limpiaba la sangre, enajenada.

Sir Joseph entró tras ella.

-¿Buscas algo? -la increpó.

-Mis hermanos están fuera de control. No podemos dejar que vayan matando a diestra y siniestra, ni que diezmen al servicio. ¿Quién...?

-Ya me hice cargo de ese asunto-la interrumpió sir Joseph-. No te inmiscuyas.

-¿Que no me inmiscuya? Mi hijo está asustado, teme a su propia familia. ¿Era eso lo que tenías en mente cuando construías tu hermosa familia feliz? -le reclamó Anne.

Desde la calle provenían gritos y alaridos de horror, y un murmullo de gente que pedía explicaciones. Sir Joseph se acercó a una de las ventanas que daban al frente y le repitió a Anne que estaba todo solucionado. El cuerpo de la niñera fue abandonado en el camino a pleno día, dejado allí por sirvientes hipnotizados, rasgado previamente para que pareciera que había sido atacada por fieras salvajes. Sir Joseph invitó a su mujer a que viera el espectáculo con sus propios ojos, y luego se fue.

-Aún así, no quedarán sin castigo -agregó Anne al entender la escena, pero su marido ya se había retirado.

Un revés en su plan, nada muy grave. Ya vería la forma de sortear los obstáculos.

.

Al anochecer, Amelia puso en acción el poco elaborado plan de su ama: fue hasta el pueblo a recolectar información y a alentar las dudas de los vecinos, contando historias de lo que pasaba tras las puertas de la mansión Morris, y acusando implícitamente a su amo por todas las desgracias y tragedias que ocurrían en el pueblo desde hacía unas décadas.

Cuando los rumores del descontento en contra de sir Joseph Morris se empezaron a pasar de boca en boca, Amelia corrió a hablar con su marido y le propuso huir juntos y salvarse antes de que la furia de la población se alzase contra su amo. Él se negó de lleno a traicionarlo, argumentando que si había una oportunidad de salvarlo de aquel destino, él daría hasta su último aliento para hacerlo; y mantuvo su posición hasta el último momento.

.

Mientras tanto, Anne se acercó a sus hermanos con engaños, diciéndoles que quería jugar a las escondidas con ellos. Los pequeños chupasangre, ávidos por recuperar el amor de su hermana, la siguieron sin sospechar nada. Antes de iniciar el juego, Anne los llevó a conocer los calabozos, un lugar donde los niños podrían divertirse a sus anchas con sus víctimas sin ser molestados. El problema era que la propiedad no contaba con calabozos. Y, al llegar al lugar indicado, Anne los encerró en una vieja bodega de vinos en el sótano, que ya nadie usaba ni frecuentaba. Se aseguró de que no tuvieran forma de escapar y los abandonó chillando el nombre de su nuevo padre. Al subir a la planta baja de la edificación, los gritos ya no se oían.




Hacia la medianoche, un grupo de pobladores descontentos se reunió en la plaza principal para organizarse, enfrentar a su ciudadano ilustre y reclamarle respuestas. Entre ellos intercambiaban sus percepciones sobre los hechos recientes e históricos de su región: aunque el arquitecto no fuera santo de su devoción, estaban de acuerdo en que un velo de misterio se cernía sobre su muerte; y, a pesar de que muchas personas morían por ataques de bestias durante el año, consideraban que ya era hora de esclarecer qué clase de bestias los acechaban y darles caza. Además, los rumores sobre la intervención de sir Joseph en el control de la natalidad, que Amelia había sembrado temprano esa noche, comenzaban a afectar sus certezas y convicciones. Los principales del pueblo, encabezados por el médico comunal y el párroco local, cuyas mentes habían dejado de pertenecerles hacía mucho, intentaban disuadir a sus vecinos de ir a molestar en la morada de su señor. Los humores del gentío se calmaron un poco, pero las preguntas sin respuestas se seguían acumulando; lo mínimo que pedían eran respuestas, y las obtendrían así tuvieran que presentarse de rodillas y rogar a sir Joseph que se las diera, con o sin la bendición de sus líderes.

.

Cuando la turba se aproximaba a la casa, con antorchas para iluminar el camino porque iban en calma, el fiel mayordomo corrió con su amo para entregarle las malas noticias. Sir Joseph se hallaba en su oficina, ultimando detalles para los próximos festejos y no prestó atención a lo que le comunicaba. Iván le demostraba su preocupación con grandes gestos de sus manos, pero su maestro no parecía siquiera interesado. Estaba confiado en el amor que su pueblo le profesaba.

-Deja que mis invitados se ocupen de ellos -dijo por último para que Iván dejara de molestarlo.

Y su fiel sirviente, quién lo había acompañado desde antes de su exilio, cumplió una vez más sus deseos. Fue donde se encontraban los vampiros que residían temporalmente en la mansión, discípulos de sir Joseph, les informó de la situación y éstos salieron a recibir a la chusma. Bajo las órdenes de estos, el portón que separaba la propiedad de la calle se abrió para dejar pasar a la gente, mientras ellos los esperaron en el jardín frontal, la puerta tras de casa cerrada.

Al llegar los vecinos de Pionners, sin mediar palabra, los vampiros comenzaron a atacarlos para acabar con todo rastro de sublevación de una vez y para siempre. Los conciudadanos se defendieron como pudieron, los que habían llevado antorchas trataron de usarlas como armas, pero de poco les sirvió. Y, al ver los de las últimas filas que los primeros eran masacrados, huyeron para resguardar sus vidas.

Iván informó la nueva situación a su jefe. Este volvió a ignorarlo y delegó toda la responsabilidad del asunto a sus huéspedes, confiaba en su fidelidad porque eran sus hijos de la noche. Su mayordomo quedó consternado por su pasividad; no concebía que no se viera el peligro que corrían. Con heredero o sin él, no podían descubrir sus verdaderas identidades al mundo entero, no antes de que asumiera el trono vampírico.

.

Anne, que había visto el breve enfrentamiento desde su ventana, preocupada porque el temor aplacara el sentimiento de rebelión de la gente, decidió poner manos en el arado. Encargó a Amelia que preparara a su hijo para huir de allí y salió de casa para revelar a sus vecinos todos los secretos sobre sir Joseph Morris, su verdadera naturaleza y su identidad, y para alentarlos a recuperar el control de sus vidas.

.

Amelia no compartió el plan de Anne con su esposo, no pensaba despedirse de él para que no alertara a su señor. Mas él llegó a ella esa noche, temeroso de las represalias del pueblo y de que si descubrían que eran vampiros y cómo matarlos, no importaba que hubieran sido en su vida anterior. Si salían con vida, igual perderían el favor de los lores mortales e inmortales, y quedarían sin garantías para esconderse de sus enemigos. Fue entonces cuando Amelia le propuso escapar otra vez. Iván aun no quería abandonar a su amo, aún sentía que le debía obediencia, aunque su tiranía los llevara a la destrucción.

-Es hora de que elijas un lado. -Amelia le dio un ultimátum.-. Mi señora ya puso al pueblo en contra de sir Joseph. Es cuestión de tiempo para que se armen apropiadamente y ataquen la casa.

Solo después de que su mujer le explicara lo que estuvieron haciendo a sus espaldas, Iván comprendió que el malestar del pueblo era incontrolable y que no tenían escapatoria.

.

En el pueblo, Anne halló a los ciudadanos apiñados afuera de la iglesia, discutiendo con el cura para que los dejara refugiarse dentro. La gente, asustada, ponía al párroco al tanto del ataque en la residencia Morris, pero este se negaba a creer que tales demonios pudieran estar relacionados con su queridísimo sir Joseph, menos aún que se pasearan libres bajo sus propias narices.

Anne también tenía algo que decir sobre eso.

Cuando la gente la vio acercarse sola, temieron. ¿Estaba conectada de alguna manera con los extraños seres que les quitaron la vida a sus amigos? ¿Sabía lo que estaba sucediendo en su propia casa?

Anne convenció rápidamente a todos cuando les contó que su marido era un vampiro; que no existió nunca la familia Morris, sino que el mismo hombre encarnaba diferentes figuras y nombres para ocultar su inmortalidad a través de las décadas; también les contó cómo mataba a las mujeres embarazadas con la ayuda del médico, a quién, como al resto del pueblo, lo tenía bajo un hechizo de hipnotismo para que hiciera todo cuánto él pidiese. Todo esto lo hizo hablando como si de demonios y asuntos espirituales se tratara, utilizando las supersticiones, las jergas y las leyendas a las que la gente de Pionners estaba acostumbrada. Sin embargo, para asegurarse que todos la escuchaban y le dieran caza a su marido y a sus secuaces, empleó en ellos el poder de seducción de los vampiros. Así los animó a pelear en vez de esconderse en la casa de Dios, a sacar a todo mundo de sus camas para reclamar el rumbo de su pueblo y de sus vidas, y a luchar con las mejores armas de que disponían para vencer a su enemigo.

Y así lo hizo el pueblo, se alzaron como un ejército de autómatas con sed de venganza por los niños que no nacieron, por las madres que no pudieron abrazar a sus hijos, por los jóvenes que servían en la mansión y nunca regresaron, y por los cientos con los que las criaturas demoniacas se alimentaron. Liderados por Anne, quien despreció su vida con tal de preservar la de su hijo, les abrió las puertas de la que había sido su morada justo antes del amanecer y les mostró el camino hacia las habitaciones de sus huéspedes primero, luego la del señor de la casa.

-Si sienten que pierden la fuerza o el control de sus pensamientos, incendien todo -les ordenó cuando alcanzaron el umbral de la puerta principal.

Los vampiros que aún permanecían despiertos, bebiendo y divirtiéndose, se defendieron ni bien vieron entrar a la turba enardecida. Anne manipulaba a los humanos cuanto podía para que resistieran. Por más fieros y fuertes que eran los vampiros, no pudieron en contra de la multitud que cargaba crucifijos, todo tipo de elementos punzantes y agua bendita; y pronto exhalaron su último aliento.

Acto seguido, fueron en busca de los que ya se hallaban dormidos. Estos fueron más fáciles de eliminar, pues no opusieron gran resistencia. Cada habitación fue invadida por un grupo de ciudadanos al mismo tiempo, y de esa manera se evitó que los vampiros se advirtieran entre ellos del ataque sorpresivo. Los sirvientes humanos bajo el influjo de sir Joseph, veían la matanza atónitos, adormecidos por el poder que ejercía su amo sobre ellos.

Parecía que la victoria estaba asegurada, pero cuando la turba justiciera llegó a la habitación de sir Joseph, no lo encontraron allí.

Anne permaneció detrás de todos, comandando el ataque, viendo cómo su plan salía mejor de lo previsto. Sin embargo, su marido logró enterarse de lo que estaba pasando antes de que fueran a por él, y la sorprendió sola, apareciéndosele por detrás. Él la golpeó. Antes un solo golpe de él hubiera bastado para derribarla, pero ahora que estaba fortalecida y empoderada, la emoción del momento la hacía sentir más fuerte de lo que nunca fue.

Sir Joseph la golpeó una vez más; Anne lo esquivó y corrió hacia la ventana junto a las escaleras, el lugar donde vio el verdadero rostro de su captor por primera vez. Su plan era resistir hasta el amanecer y entonces romper los ventanales para que la luz del sol los consumiera a ambos. Para eso faltaba muy poco.

Los hombres y mujeres del pueblo volvieron sobre sus pasos y se dirigían hacia la salida, cuando se encontraron a sir Joseph Morris y señora en una lucha brutal. Anne se encontraba entretenida luchando por su vida cuando los vecinos se acercaron a darle su apoyo y le quitaron al sir de encima. El malvado vampiro se las apañó fácilmente contra de sus indignos adversarios, pero la intervención de estos duró lo suficiente para que Anne recuperara fuerzas, se levantase e intentara romper los ventanales que por tanto tiempo la habían deslumbrado e invitado a soñar con la libertad. No obstante, el vidrio era demasiado grueso y resistente para ella; ni siquiera le hizo un rasguño.

Sir Joseph se defendió de sus agresores dándoles un empujón descomunal que los derribó como si se tratasen de piezas de dominó. Y, una vez liberado, reanudó su ataque contra Anne.

-¡Rompan todas las ventanas! -ordenó Anne a sus vecinos cuando, ya de pie, se acercaban para socorrerla.

La gente se dirigió hacia los misteriosos ventanales, que entonces mostraban el mar calmo, y comenzaron a golpearlos todos al mismo tiempo con las armas que llevaban encima: picos, palas, cuchillos, machetes y otros.

A sir Joseph le dejaba sin cuidado los ventanales, a pesar del invaluable amor que les profesaba, porque en ese momento estaba más preocupado por vengar la traición de su esposa y deshacerse de ella para siempre. Ya se ocuparía de cómo reconquistar el control de sus súbditos a su debido tiempo. Pero no contaba con que la fuerza de cientos de hombres y mujeres en busca de justicia pudieran quebrar los portales que lo transportaban a otros mundos y, al ver que el vidrio se quebraba, soltó a Anne y corrió a intentar detener a los despreciables humanos.

Anne quedó tan malherida, que no creyó sobrevivir, pero mientras su marido estaba distraído con la multitud, una mano familiar se entendió ante ella para ayudarla a ponerse de pie. Se trataba de la partera que la atendió cuando nació Adam, un ángel salvador que apareció de la nada, como la primera vez. A penas podía reconocerla por el poco contacto que tuvieron, mas estaba segura de que era ella.

La mujer quimera se quitó la capa que tenía puesta y la puso sobre Anne para cubrirla, luego ordenó al sirviente que la acompañaba, un hombre encapuchado, que la levantara. Este la alzó en sus brazos como si fuese un saco sin vida y ambos la sacaron del lugar. Anne no lograba mantenerse despierta por mucho tiempo a causa de las múltiples contusiones que le había provocado su marido y la sangre perdida; sin embargo, en sus instantes de lucidez, vio cómo la partera la guiaba por pasadizos de la mansión que ella nunca antes vio. Y, en un abrir y cerrar de ojos, se hallaban en una calle trasera a la propiedad, donde un carruaje los estaba esperando. Dentro de este, ya a salvo, se encontraban Amelia, Iván y Adam. Los vampiros cubiertos de pies a cabeza a causa de que viajarían a plena luz del día; la quimera y el niño eran los únicos que no utilizaban protección para el sol.

Mientras tanto, los primeros rayos del alba se asomaban por el horizonte, y sir Joseph Morris seguía luchando contra sus ex seguidores para que dejaran de destruir su santuario. Pero se le agotaban las fuerzas, pues Anne también lo combatió con altura. Y, cuando creía que estaba cerca su final, dos pequeños ángeles de la muerte acudieron a su socorro: Emilio y Ofelia, sus más fieles discípulos, encontraron una salida a la prisión improvisada de su hermana, abriéndose paso entre las paredes encontraron un camino secreto que los llevó hasta el gran salón. La sed de venganza y el hambre de sangre que envenenaba a los niños los dotó de una fiereza que los ponía a la par de los vampiros más experimentados.

Los hermanos Antxua atacaron a los humanos. Estos vieron que se reducían en número, y que sus posibilidades de salir de allí con vida eran nulas, entonces cumplieron la orden que minutos antes habían recibido de Anne. Con sus últimas fuerzas soltaron sus antorchas sobre cortinas, alfombras y todo lo inflamable; con suerte, los vampiros quedarían atrapados y sus sacrificios no serían en vano. Pronto el incendio se extendió por toda la casa, devorando los cadáveres de las dos especies que yacían por las diferentes habitaciones, aún de los sirvientes que no despertaron de su trance y continuaban en sus puestos de trabajo. Pero el alcance del fuego no se limitó allí, sino que trepó por la vegetación de la propiedad y continuó consumiéndolo todo hasta llegar al centro del pueblo.

.

En la carretera, el carruaje conducido por la quimera junto a su extraño acompañante, que llevaba a tres vampiros y a un dhampir, dejaba atrás al poblado de Pionners, mientras este era cubierto por una nube de humo que nacía del lugar al que solían llamar hogar.

Anne se hallaba muy débil, por lo que el extraño acompañante de la quimera se descubrió uno de sus brazos y la obligó a alimentarse de él. El hombre la miró directo a los ojos, con unos iris celestes y cristalinos que se contraían y dilataban rítmicamente al tiempo que la hipnotizaba para que lo obedeciera. A ella le sorprendió darse cuenta de que el hombre era vampiro y que le compartiera de la sangre que, al parecer, había bebido hacía muy poco.

A través de este acto, el hombre se metió dentro de su mente y le hizo escuchar sus pensamientos. Anne oyó una voz que bien podría provenir de su interior, pero que a la vez se sentía ajena a ella.

«No temas, ahora estás a salvo», le dejó saber el hombre, con un deje de acento ruso.

El poder de este vampiro era bidireccional, por lo que también podía escuchar lo que Anne pensaba.

«¿Por qué me ayudaron? Creí que la partera vendría para convertir a Adam en vampiro», preguntó Anne, confundida.

«Ese nunca fue su cometido. En realidad estábamos esperando a que te rebelaras. Adam no debe ser iniciado nunca, ese no es su destino», le respondió y luego la indujo en un sueño profundo para que pudiera descansar y sanar sus heridas.

.

Dhampir: híbrido de vampiro y humano. O sea, hijo de un vampiro y una humana.

.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top