IV - LA INVITADA DE HONOR

Luego del ansiado y exitoso nacimiento, el pueblo idolatraba aún más a la pareja, y su niño era el más mimado. Sus nombres causaban miedo y respeto al mismo tiempo. Aquellos que pensaban agrandar su familia y se atrevían a intentarlo, acudían entusiasmados a consultar con el bebé primero. Lo consideraban un santo, ya que si él era producto de un milagro, quizás también podría producirlos. Pronto se difundió la creencia de que si el niño le sonreía a la pareja, concebirían y el embarazo llegaría a término; pero si no les sonreía, no habría ni siquiera concepción. En cambio, si lloraba, el embarazo no sería viable. El mayordomo de sir Joseph tomaba nota de todas las reacciones del niño frente a los visitantes, para luego controlar la natalidad con el propósito de que la confianza en el niño milagroso no disminuyera ni tampoco el poderío de su padre.

Como el pueblo insistía en ver al niño milagroso a todas horas, Anne creyó conveniente contratar a una niñera para que la ayudase a lidiar con la gente durante las horas diurnas. Para el trabajo eligió una joven de entre las pocas solteras que quedaban en el pueblo, sin compromisos y ni lazos con el exterior para que pudiese mudarse a la mansión y mantuviera los secretos que sucedían dentro de aquellas paredes a salvo.

La niñera se instaló en seguida, cumplía con su trabajo a la perfección, pero Anne aún no estaba satisfecha. Con tanta gente a su alrededor y viviendo una mentira, ella necesitaba una confidente, alguien de total confianza con quién compartir su planes y que, además, compartiera su naturaleza. Todo lo que quería era una amiga que no la despreciara cuando descubriera que no era humana.

Sir Joseph comenzó a ocuparse nuevamente en sus negocios y debía ausentarse mucho tiempo de casa, pero dejaba bien vigilados a Anne y al bebé. Como la soledad se hacía cada vez más pesada para ella, antes de que su marido partiera a uno de sus viajes, le pidió que contratara más servicio; pedido que negó alegando que ya tenían suficientes. Anne insistía cada noche con un nuevo argumento, hasta que dio con la estrategia para alcanzar su cometido. Le dijo a su marido que quería un ama de llaves que cumpliera con los siguientes requisitos:

-Quiero alguien que me haga compañía mientras no estás; debe ser vampiro para que pueda cuidarme sabiendo lo que soy, y nos asista a mí y a Adam. Además, ya va siendo hora de que Iván tenga una compañera; ya me cansé de su constante mal humor.

Sir Joseph se lo pensó un poco y quedó convencido de la elocuencia de su sugerencia, pues él también creía que las sirvientas y la niñera no merecían su confianza.

Pero luego Anne agregó un requisito más que lo llenó de orgullo:

-Además, si realmente quieres que sea como tú, debo presenciar una conversión de primera mano.

-Nada me gustaría más que enseñarte todo lo que podemos hacer. Claro que lo presenciarás -le respondió complacido.

-Pero no solo quiero ver. ¡Quiero hacerlo yo misma! -reclamó Anne tomándolo de las solapas de su chaqueta, con la idea fija de que si ella convertía a una persona, esta le debería lealtad absoluta a ella.

El hombre estaba embelesado con su mujer, asintió sin dudarlo y sonrió orgulloso del monstruo que había creado.

-Es más -continuó ella-, ya tengo a alguien de mi agrado en mente. Hay una mujer en el pueblo, de edad avanzada, viuda, nunca tuvo hijos y no tiene familiares vivos. Es perfecta porque no tiene vínculos cercanos con nadie y será fácil de manipular.

El brillo en los ojos de Joseph iba en aumento con cada palabra pronunciada. Su esposa lo dejó perplejo, demostraba que convertiría en una digna reina. Él besó su mano en señal de respeto.

-¡Se hará como tú quieras! -Fue todo lo que su fascinación le permitió decir.

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Desde entonces, Anne comenzó con los preparativos para atraer a la candidata a su casa, también eligió a otros ciudadanos de diferentes jerarquías y posiciones sociales para tener mayor heterogeneidad y así evitar sospechas. Aquella sería la primera vez que ella actuaba como anfitriona de cualquier evento y que se mostraría activa en la sociedad, ya no como un animal en exhibición como en ocasiones anteriores. Un hecho que los invitados no se darían el lujo de perderse, y cuya asistencia causaría la envidia del resto.

Tan ocupada estaba Anne con los preparativos, que ignoraba lo que pasaba bajo sus narices. La joven encargada de cuidar a Adam, miss Ellis, quién estaba bajo el influjo de sir Joseph para ignorar las excentricidades de su estilo de vida, experimentó como consecuencia de su trabajo un incremento en las atenciones de los jóvenes casamenteros que aún quedaban en el pueblo. Su seguridad y autoestima crecieron tanto, que pronto escogió a un galán y ambos comenzaban a planear un futuro juntos. La que al principio fue una empleada excepcional, de a poco fue mostrando fallas. Tenía escapadas a todas horas para encontrarse con su novio, cometía torpezas por andar distraída y hacía preguntas indiscretas sobre el estilo de vida de sus jefes, un tema que debía omitir.

-... solo digo que no es bueno para el niño que usted lo deje tanto tiempo solo durante el día -insistió una vez la joven y Anne empezó a interesarse.

-No sé de qué hablas -negó Anne, probando el alcance de su curiosidad.

-Que cuando llega la hora de alimentarlo debo buscarla en todas partes y siempre parece que acaba de despertar. Y eso de que lo despierte durante la noche porque usted sufre de insomnio, tampoco creo que sea bueno para el bebé -agregó miss Ellis.

Anne quedó fascinada. Que la chica estuviese hablando de esos temas suponía que los encantos de su marido estaban perdiendo su efecto. Al fin hallaba una grieta en su relación de amo y esclava; si el perdía su poder, significaba que ella podría liberarse en algún momento. Le hizo más preguntas a su empleada para conocer qué tanto sabía y, para su sorpresa, había notado muchas irregularidades en la casa Morris, pero al parecer aún no racionalizaba lo que salía de su boca.

Anne creyó tener una ventaja sobre su marido y acudió a él para examinar el terreno.

-He tenido una charla interesantísima con miss Ellis -le comentó-. Parece ser que le llama la atención que seamos nocturnos y no degustemos los deliciosos platillos que solemos ofrecer a nuestros invitados. Es curioso, ¿no es así?

-En absoluto -le respondió sir Joseph-. He descubierto que mantiene una relación con un muchacho, y este enamoramiento la convierte en una criatura difícil de manejar. Es una lástima -agregó con verdadera congoja-, pero era de imaginarse que tendríamos que deshacernos de ella tarde o temprano. Sabe demasiado.

Anne se sorprendió ante la falta de asombro de su marido. ¿Desde cuándo lo sabía? ¿Por qué lucía tan calmado?

Sir Joseph cerró el periódico que estado leyendo y se levantó de la silla para acercarse a su esposa. Tomó a Anne de la mano y le dijo:

-Deberíamos hacerle una visita antes de que le cuente algo a ese noviecito suyo. -Y acto seguido, se la llevó hasta la habitación de la niñera.

Anne lo siguió de manera mecánica, desconocía sus planes.

Los señores de la casa encontraron la habitación de miss Ellis vacía. Era algo inusual, ya que era de noche y debería estar durmiendo para relevar a sus jefes al salir el sol.

Sir Joseph arrastró a Anne por todos los rincones de la vivienda y preguntaba a cada sirviente que se cruzaba si habían visto a la muchacha. Nadie sabía nada de ella. Después de haber recorrido todo, salieron de la casa y la hallaron fuera del portón de la calle, besándose con su prometido.

-Miren a quién tenemos aquí -dijo sir Joseph para llamar su atención-. ¿No les parecen unas horas indecentes para verse a escondidas?

Anne no comprendía la doble moral de su esposo.

Los jóvenes se separaron de inmediato y trataron de arreglar sus ropas como si no hubiesen estado haciendo nada. La mujer se sintió avergonzada y escondió su rostro; el hombre intentó disculparse con el ilustre ciudadano.

-Permítame disculparme, sir. No escarmiente a Ellis por mi indiscreción...

El señor Morris lo cortó en seco.

-Deberíamos pasar para no dar un espectáculo en la calle -les dijo señalando el camino de entrada a la casa.

El portón se cerró tras de ellos cuando hubieron entrado al terreno.

-Quiero dejar en claro que mis intenciones son honestas... -el novio se calló cuando, dirigiéndose a la puerta, esta quedó cubierta por enredaderas y los faroles del jardín se apagaron de repente, dejando a los cuatro a la merced de la luna.

La señorita Ellis, que nunca antes había presenciado esas maravillas, se asustó y retrocedió hacia su novio. Pero sir Joseph ya lo había alejado y, a la luz del astro, ella pudo ver cómo lo tomó de la nuca y lo hizo inclinarse. A Ellis le parecía que iba a besarlo, sin embargo él abrió su boca y la posó sobre el cuello del joven. El joven soltaba unos suspiros ahogados y ella de inmediato supo que algo andaba mal.

Su señor apartó los labios de la piel del joven cuando estuvo saciado para, acto seguido, arrojar su cuerpo moribundo al suelo, mientras la niñera veía cómo su novio se desangraba y gorgoteaba.

-Encárgate de ella, Annie -le ordenó su esposo.

Pero Anne quedó atónita ante el espectáculo. Al verla inmóvil, Ellis aprovechó la ventaja para correr. Su esposo tan solo se limitó a reprenderla con un gruñido y corrió tras la niñera, a quién trajo arrastrando hasta los pies de Anne. Esta seguía sin responder.

-¿Quieres que huya y revele nuestros secretos? ¡¿Eso es lo que quieres?! -gritó el vampiro a su esposa.

Ambas mujeres sollozaban, la que era mortal pedía piedad y rezaba todo lo que sabía para librarse de un horrible final, la otra prefería esconderse.

-Mátala -ordenó Joseph.

-No puedo hacerlo -respondió Anne llorando.

-¡He dicho que la mates! ¡Está aquí indefensa y tú eres superior, debes poner fin a su miserable vida! -gritó él, apartando el cabello de la muchacha de su cuello.

-¡Por favor, no! -suplicó Anne con repulsión.

Sir Joseph se cansó de tantas tonterías y, con un movimiento rápido de la mano que sostenía la cabeza de su víctima, le quebró el cuello. La dejó tirada a los pies de Anne y se acercó a esta para decirle:

-Cuando te pida que hagas algo, lo harás. Si no te interesa sobrevivir, puedes despedirte de tu hijo. -Su voz era amenazante y Anne sintió temor cuando este pasó a su lado.

Luego él se dirigió hacia las enredaderas y les mandó retroceder.

-Se útil y limpia este desastre -agregó antes de entrar a la casa.

Anne quedó inmóvil, no podía creerlo. Estaba lista para rebelarse contra sir Joseph Morris al encontrar una fisura en sus poderes, pero él eliminó todo rastro de debilidad con astucia y la dejó sin ventaja. Volvía a la situación inicial: una prisionera, una esclava sin derecho sobre su vida, que no poseía nada, excepto la esperanza de conseguir una cómplice para compartir su cautiverio. Se aferró a eso y decidió volver a concentrarse en la cena que debía planear.



-Unas noches más tarde, Anne celebró su cena y, transcurrida la velada, con la mayoría de los invitados retirándose a sus hogares, Anne se acercó a Amelia, la mujer elegida para ser su dama de compañía, para hablarle en privado.

Amelia era una mujer de baja estatura y caderas anchas, que andaba con el ceño triste desde la repentina muerte de su marido, un funcionario público, hacía una década atrás.

Anne le preguntó si le apetecía dar un paseo por los jardines traseros; pero otra invitada, al ver la situación de intimidad, no quiso dejarlas solas para ver todo cuanto hicieran, y las siguió. La señora de la casa hizo todo lo posible para alejarla con indirectas, mas la intrusa hacía caso omiso. Entonces sir Joseph entró en acción, se acercó a donde estaban las señoras e hizo una seña a Anne para que la dejara quedarse.

Los cuatro se reunieron en un punto central del jardín, junto a una pequeña fuente de agua con forma de tragón acurrucado; y luego se les unió el mayordomo, anunciando que el resto de asistentes ya se habían ido.

Los tres vampiros estaban preparados para poner en acción lo planeado, la víctima estaba acorralada y la entrometida no dejaba de parlotear decidida a enterarse de cualquier cosa que ocurriera detrás de esos muros cuando terminaban las visitas sociales.

La charla se prolongaba y Amelia comenzaba a verse agotada, mostró intensiones de retirarse. A Anne le preocupaba que se estropeara esa oportunidad. Iván conocía bien el plan y era de su agrado, nunca se había fijado antes en Amelia, pero cada minuto que pasaba se ponía más ansioso.

La desagradable invitada no se cerraba la boca, estaba acabando con la paciencia de todos. Sir Joseph no resistió más y la hizo callar, le desgarró la piel de su cuello con sus afiliados colmillos y la dejó desangrarse en el suelo.

Amelia, horrorizada por tan siniestra escena, en cuanto pudo reaccionar, echó a correr. Se internó en los inmensos jardines traseros que aún eran inexplorados por los habitantes de Pionners y que contenían trampas desconocidas por los mortales.

Los demás salieron inmediatamente tras ella para darle caza.

Amelia corría tan fuerte como su sobrepeso se lo permitía, con mucha dificultad, aún así lo intentaba. Cada vez que volteaba para mirar hacia atrás solo veía pequeñas luces, como el brillo en los ojos de bestias que la perseguían.

En el jardín se oían todo tipo de sonidos como de animales rugiendo. Amelia se detuvo un momento pensando que ya no la seguían, pero se había perdido y en la oscuridad de la noche no sabía por dónde iba. Comenzó a caminar lento con los brazos extendidos hacia el frente tanteando lo que tenía por delante. El jardín era inmenso y ni siquiera la lumbre de los faroles de las calles tenía permitido el paso por tanta vegetación. Ni la luna ni las estrellas eran visibles desde donde se encontraba. Allí reinaba la oscuridad absoluta.

De pronto, oyó hojas y ramas crujiendo; algo le rozó la pierna y cuando giró ya no había nada. Trató de correr otra vez, pero algo la tomó de ambas piernas, eran las enredaderas que se enroscaban veloces alrededor de ella y la sujetaban con fuerza, como si tuvieran mente propia. Asustada, dio un último respiro y se desmayó, al mismo tiempo que la alcanzaron Joseph e Iván. Anne venía tras ellos y, al ver que la tenían, se apresuró más. El amo y el mayordomo sostenían a la mujer de cada costado, erguida.

Joseph le pidió a Anne que se acercara y tiró de la cabeza de Amelia con un movimiento leve para dejar su cuello al descubierto.

-Debes buscar la vena y morderla sin titubear -indicó a su esposa.

La mujer llevaba el luto muy en serio e iba vestida de negro de pies a cabeza, por lo que Anne tuvo que tironear de la tela de su cuello y arrancar un pedazo para allanar su camino.

Anne temía liberar lo que estaba sintiendo por dentro. Sus instintos más bajos querían emerger y el animal interior luchaba por apoderarse de su voluntad. Al ver y oír cómo la sangre fluía por las venas del ancho cuello, cedió a los instintos vampíricos, mordiendo por fin a su invitada. Se alimentó de ella y, al quitarle la vida, le brindó una nueva.

Esta era la primera vez que Anne se alimentaba por sí misma y le gustó la sensación de poder al cazar a su presa, de romper los tejidos con sus propios colmillos. El marido vanidoso se hinchó de orgullo al ver a la criatura que había creado actuar de manera tan despiadada como lo haría él. Su imagen y semejanza, la compañera perfecta para acompañarlo en el camino de tinieblas, una mujer por la que sus hermanos lo envidiarían.

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Anne insistió en permanecer junto a Amelia durante su proceso de transformación. La alimentó y le hablaba por horas para que sintiera afinidad por su voz. Desde que la mujer se despertó, Anne la guió por el mundo de las sombras sin despegarse de su lado. Pronto se hicieron amigas leales. -

La rejuvenecida y revitalizada señora Amelia no tuvo ningún problema en adaptarse a su nueva vida, puesto que a la anterior le sobraban las penas y carecía de interés para ella. Resultó que ya le había echado el ojo al mayordomo de los Morris y tenía sentimientos por él aún antes de ser presentados oficialmente. Aunque a veces extrañaba ser normal y no terminaba de entender las cuestiones de los vampiros como las maldiciones, las cruces y la aversión al ajo, se sintió muy pronto a gusto con su nuevo compañero y con el estilo de vida nocturna.

Iván, por su lado, amó a Amelia desde que supo que renacería para convertirse en su esposa, a pesar de nunca haberle prestado atención. Como regalo de parte de sus amos, la aceptó con gratitud; pero como hombre sintió que ella lo completaba. Al tenerla cerca abandonó su ceño fruncido y su constante mal humor. Aunque continuó cumpliendo con las órdenes de su jefe a rajatabla y siendo muy estricto, se sentía pleno al unirse con su mujer cuando la jornada terminaba y poder compartir sus quejas y frustraciones por los malos tratos que recibía de su señor.

Con Amelia y el bebé se terminó de conformar la gran familia con la que soñaría cualquier ciudadano promedio.

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