Capítulo 4 - Huída


Debía ser algo más de mediodía para cuando Wendy se tranquilizó, limpiándose las lágrimas con las mangas de su abrigo rosa. (T/N) le sonrió como pudo para asegurarle que todo iba a estar bien y tomó su mano, siguiendo su camino a través del bosque.

No tenía la más remota idea de dónde estaba ni a dónde podía dirigirse. Quería encontrar a los otros cuatro, pero algo le decía que eso sería prácticamente imposible, sobre todo teniendo en cuenta que a penas había logrado hallar a la niña.

Pensó que, de todas formas, ambos jóvenes parecían ser bastante fuertes como para defenderse por su cuenta (al contrario que ella), así que serían capaces de mantenerse a ellos y a los niños que les acompañaban.
Muy en el fondo temía por ellos, pero trató de hacerse creer que estarían bien para tener algo de paz mental entre tanto caos.

Le dolían los pies. Ya casi cojeaba y estaba bastante tentada a sacarse los zapatos y andar descalza.
Pero la idea de pisar algún guijarro u objeto puntiagudo que pudiera herir sus pies aún más evitaba que se quitara su calzado.

Así que deambularon por el bosque sin un rumbo fijo y en silencio. Los estómagos de ambas rugían, y no podían negar que estaban espantadas. Por más que la mayor intentara actuar valiente para tranquilizar a la menor, no había forma de que lograra esconder su miedo del todo.
Sobre todo si ella misma no tenía a nadie tratando de calmarla.

Deambularon, entonces, tomadas de la mano. Pisando con cuidado en la hojarasca y sobre las raíces y ramas, observando el bosque en el que se encontraban.

Los árboles se levantaban hasta varios metros por sobre sus cabezas, sus tupidas copas cubriendo casi por completo el cielo y la luz. Había pocos animales y aves, cosa que no era de extrañar si se tomaba en cuenta los disparos que habían resonado por el lugar hace no mucho.
Debían estar en la parte baja del bosque.

(T/N) seguía las pisadas de algún animal, pero en contra. No quería ir a su encuentro, pero sí quería ver si lograba llegar a algún lugar en el que la criatura había estado -quién sabe, tal vez encontraban un río o algo por el estilo.

Debían ser cerca de las dos de la tarde para cuando un sonido ronco las alarmó. Al retroceder del susto, ambas pisaron ramas secas y delgadas que se partieron.
(T/N) soltó una palabra colorida entre sus dientes que, ella esperaba, la niña no debió haber entendido.

Unos cuatro infectados se asomaron entre los arbustos por el sonido y parecieron reaccionar al verlas.
Al igual que ellas, quienes no tardaron en poner pies en polvorosa para huír de las abominaciones que se les venían encima.

Wendy corrió por delante, pisando en los desniveles del bosque como podía y apoyando sus manos en la hojarasca para no caerse. La joven la siguió, alcanzándola a los instantes y levantándola en sus brazos de un solo tirón.
Al paso que corría la pequeña, estaba segura de que serían alcanzadas de inmediato.

Tener que volver a correr por su vida era lo último que había deseado la muchacha que sucediera. Apretaba sus dientes en frustración cada vez que pisaba mal o se tropezaba, sintiendo sus talones raspándose por los inadecuados zapatos. Sentía que ya se había doblado los tobillos varias veces, pero el terror evitaba que se detuviera.
Además, la niña en sus brazos se aferraba a la casaca que no era suya y trataba con mucho esfuerzo de no llorar.

La persecución continuó por unos eternos cinco minutos en que nuestra protagonista rezaba mentalmente por encontrar un río o algún cuerpo de agua que detuviera a los infectados. Ni siquiera sabía si era verdad que el agua los detendría, pero prefería aferrarse a la esperanza más lejana que a rendirse ante la idea de que seguirían corriendo hasta que se cansara.

Avanzaban entre los árboles y las ramas, saltando arbustos y girando en seco con inútiles intentos de desviar a las abominaciones que les perseguían. Llegaron incluso al lado de una formación rocosa, siendo obligadas a huir por el perímetro pues de frente ya no había salida.

Corrió, entonces, al lado de la montaña la joven (T/N) con la aterrada pequeña en sus brazos. Ya se había rendido ante la idea de que no encontraría agua. Lo veía casi imposible. En cambio, ahora se había decidido a entrar en la primera cueva que encontrasen y esconder a Wendy tras alguna roca.
¿Qué sería de ella? No podían esconderse ambas. Ella tendría que tragarse su miedo y aferrarse al palo de fierro que colgaba de su muñeca para probar su suerte en una lucha frente a frente con los infectados.
Lucha de la cual -ella sabía- tenía muy pocas probabilidades de salir viva.

Se imaginarán entonces, que cuando a lo lejos divisó una mata de helechos cubriendo una caverna en la montaña a su derecha no sintió lo que conocemos como alivio. No estaba aliviada en lo absoluto. Estaba aterrada. Sabía que debía salvar a la pequeña, eso lo tenía bien claro; pero sabía también que para que Wendy saliera viva de esa, ella, (T/N) (T/A), tendría que pelear contra los infectados con todas sus fuerzas porque la vida se le iría en ello.
Y solo si ya no quedaba salida, solo si la habían acorralado o la habían tirado al piso; solo entonces sacaría la pistola de su mochila improvisada y dispararía, con la certeza de que eso no haría sino aumentar las posibilidades de que más abominaciones las encontraran.

En cuanto llegó al lado de la caverna tuvo instantes para apreciar la vista. Una hermosa cortina de helechos silvestres, de hojas amplias y verdes, discurría por la montaña hasta el ras del pasto y ocultaba con sencillez el orificio en la roca.
Pero no tenía tiempo para admirar embelesada el escenario.

Corrió directamente a través de las delgadas ramas rebosantes de hojas que le dejaron pasar sin oponer resistencia. Ingresó apresurada, tragando saliva con terror y débil determinación, en la ligera oscuridad que la cueva retenía al no recibir la escasa luz del bosque debido a la cortina natural de helechos. Sus ojos tardaron un rato en acostumbrarse a la oscuridad, no permitiéndole ver mucho al principio.
Pero no necesitaba ojos para sentir algo que descargó una oleada de alivio sobre ella.

Al ingresar, lo primero que sintió fue cómo sus zapatos caían más de lo que había esperado. Y no solo caían en un ligero desnivel de menos de veinte centímetros, sino que además pisaron sobre pasto inundado de agua. Pequeñas gotas salpicaron la parte de sus piernas que no cubrían sus cortas pantalonetas deportivas, y los sonidos de chapoteo resonaron calmadamente por la cueva.

Continuó corriendo, apenas más lento, saltando apenas como si estuviera chapoteando descalza en un río en una tarde de verano. Avanzó unos tres metros dentro de la cueva y se fue deteniendo lenta pero temerosamente, quedando inmovil a los cinco metros.
No había escuchado más pisadas tras ella.

Se quedó en silencio por un corto espacio de medio minuto, no pudiendo creer lo que no estaba escuchando. ¿Acaso era cierto? ¿Era verdad que los infectados no seguirían a su presa si aquello significaba tener que pisar -o saltar- agua?

Asombrada y asustada al mismo tiempo, (T/N) se giró en su lugar lentamente. Miró hacia la cortina de helechos a cinco metros de ella, bellamente iluminada desde fuera por una tenue luz del sol. Podía ver las siluetas de los cuatro infectados que las habían seguido hasta ese punto recortadas en la luz, y parte de sus zapatos y pies por el pequeño espacio que dejaban las plantas sobre el pasto.
Se habían detenido. Parecían estar mirando a su alrededor, como si no supieran qué hacer. Como si no pudieran oírla, olerla o sentirla. Siguieron vacilando en su lugar en confusión por unos segundos más, eventualmente caminando en otra dirección.
La habían olvidado.
Estaba a salvo.

Sus piernas le fallaron por unos instantes, pero no se cayó. Permaneció de pie, con la niña en sus brazos y sus pies hundidos en el agua hasta un poco más arriba de sus tobillos, respirando agitadamente y tratando de normalizar los latidos de su corazón.
Una oleada de alivio barrió sobre ella, y no supo qué decir.

-¿(T/N)? -preguntó en voz baja Wendy al cabo de unos segundos.
-¿Dime? -le respondió en una especie de susurro asombrado, cansada. Ambas miraban la cortina de helechos fijamente.
-¿Y-Ya estamos a salvo...? -preguntó de nuevo la niña, aferrándose apenas a la casaca azul.
-Sí... -suspiró la joven, recién reaccionando ante lo que eso significaba.- Sí, Wendy, ¡por fin!

(T/N) sonrió ampliamente, aliviada, no pudiendo evitar que las lágrimas se le salieran. Abrazó a la pequeña que también rompió a llorar por el susto que se habían llevado y sollozaron abrazadas por un par de minutos.
No sabía cómo, no podía explicar por qué, pero se habían salvado.

Bajó con cuidado a Wendy, ayudándola a atar las puntas de su abrigo sobre su barriga para que no se mojara. A ella le llegaba el agua hasta un poco más abajo de las pantorrillas.

La joven se acercó a la cortina de helechos tentativamente y la apartó con delicadeza, sosteniendo fuertemente el palo de fierro en su otra mano. Miró recelosa hacia afuera, confirmando aliviada que, en efecto, los infectados se habían retirado.

Wendy suspiró aliviada y ambas regresaron un poco más dentro de la cueva. La pequeña aún estaba intentando tranquilizarse, mientras la mayor ya estaba trazando un nuevo plan en base a las alternativas que tenían.
Llevó sus manos a su frente y pensó, tal y como había hecho el día en que se escapó de la estación de policías.

¿Tenían un plan? No, para nada. No habían tenido un plan antes de ser emboscadas por los infectados y nada les había llevado a tener uno ahora. ¿Había noticias? Sí que las había, ya que acababa de comprobar que el agua evitaba que los infectados la siguieran.
¿Hasta qué extremo funcionaba el agua como repelente? ¿Le seguirían si estaba empapada? ¿Retrocederían si les lanzaba agua? No tenía suficiente información como para saber eso.

Habían logrado evitar que las abominaciones les siguieran. ¿Era seguro regresar al bosque y buscar comida en algún lado? Nunca era seguro ir al bosque -o a cualquier lado, para empezar- mientras hubiera esos monstruos deambulando por ahí. Desconocía qué tanta fuerza era necesaria para acabar con ellos y prefería no tener que usar la pistola mientras eso significara meterse en más líos.

Entonces, ¿a dónde podía ir? Ya que había encontrado esa caverna protegida por agua, no perdía nada ingresando aún más y explorando lo que sea que hubiese más adelante. ¿Quién sabía? Tal vez era un túnel a todo el largo de la montaña y terminaban en algún lugar que pudieran aprovechar.
Cualquier cosa les servía.

-Vamos a explorar para ver qué encontramos. -anunció ella con suavidad, bajando la vista a la pequeña.
-Pero... no me gusta la oscuridad... -murmuró Wendy, dejando de mirar su reflejo en el agua para observar a la joven.- Me da miedo, ¿y si hay monstruos?
-No te preocupes. -le sonrió.- Mientras haya agua, no deberíamos encontrar monstruos.

La pequeña asintió, aún temerosa pero accediendo a ir. Se aferró a la mano de la joven en la que no sostenía el palo de fierro y avanzaron lentamente.

(T/N) pensó en sacar la linterna que llevaba en su mochila-manta, suponiendo que más adelante estaría más oscuro, pero terminó por sorprenderse. No necesitarían linternas, porque no se pondría más oscuro.
A menos de veinte metros de ellas había otra salida.

Se encontraban, entonces, en una especie de pasillo inundado que conectaba el bosque con algún otro lado. La salida hacia ese nuevo lugar también estaba cubierta por una cortina de helechos, como podían ver, y entraba apenas más luz que por donde ellas habían ingresado.

Caminaron entre el agua y el pasto con tranquilidad y nerviosismo, alertas a lo que fuera que pudieran encontrar tras la salida.

Una vez llegaron frente a la cortina se detuvieron. Intercambiaron miradas de miedo y determinación y ambas extendieron sus manos para apartar los helechos.


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7u7

Huehuehuehue

Nos vemos el siguiente martes ^^7
Les loveo <3

-Gray

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