Capítulo 36 - La Frontera


(T/N) se despertó confundida, con falta de profundidad visual, y una cosa blanca en la periferia de su visión.
Feliciano, quien había estado esperando a que se despertara, tuvo que explicarle de nuevo todo lo que había sucedido el día anterior para que a la (nacionalidad) dejara de girarle la cabeza.

Le alcanzó un espejo, y (T/N) se observó como pudo, con un dolor terrible en la cara.

Bueno.

Considerando las vendas que tenía sobre su ojo derecho y alrededor de su cabeza, no tenía la más remota duda de por qué.

Dejo que se le escapara un suspiro de cansancio y enojo.

¿Quién diablos la mandó a que perdiera un ojo entero?

—¿Y los demás? —preguntó, tratando de mejorar su ánimo. La cuenca vacía le dolía como si hubiera un taladro funcionando dentro, y le ardía la garganta.

—Ah- Están afuera, fueron a hablar con los residentes de la zona y explicar todo lo que pasó ayer. —explicó él, tomando el espejo de sus manos y devolviéndolo a la caja de al lado.— Parece que gritamos tan fuerte que buena parte de los residentes se acercaron a las ventanas a ver qué pasaba, y estaban confundidos con todo lo que decían los sujetos.

—Bueno, sí, no los culparía. —refunfuñó ella.— Los otros gritaron que éramos ladrones, así que...

—...Las dudas. —Feliciano murmuró, comprendiendo.

(T/N) soltó un sonido de afirmación, e intentó ponerse en pie.

El italiano tuvo que ayudarla a caminar hacia afuera, ya que ella no tenía sentido de profundidad con solo un ojo.

—Nos queda día y medio, vamos. —anunció ella, encontrando al resto del grupo de pie fuera de la bodega.— Muévanse.

—¡(T/N)! —unos cuantos exclamaron, acercándose.

—¡No deberías estar caminando todavía! —Mei la enojó, preocupada.— Perdiste mucha sangre, tu cuerpo necesita descansar.

—Créeme que descansaré cuando volvamos. —masculló la (nacionalidad). "Para siempre, si puedo", pensó, pero decidió no decirlo.— Ahora mismo tenemos que seguir avanzando. ¿El resto de ustedes están bien?

Se miraron entre ellos, al mismo tiempo sorprendidos por la pregunta y verificando que nadie estuviera herido.

—Si pueden mantener una caminata, entonces vamos. —añadió ella.— Mientras más rápido acabemos con todo esto, mejor.

Sin saber qué decir para convencerla de seguir descansando, los demás se despidieron de los cuantos residentes que seguían alrededor y se apresuraron para alcanzarla carretera arriba.

Tal y como la (nacionalidad) había calculado, les tomó día y medio de marcha llegar hasta la frontera. Con las pocas provisiones que habían logrado conseguir de la bodega se prepararon la cena, acamparon a un lado del camino, y cruzaron el puente sobre el río a primera hora del día siguiente.

Quizá fue por la tensión de saber que cada paso que daban los llevaba más cerca a la frontera, pero lo cierto es que el grupo permaneció en un silencio alerta y sombrío durante todo el camino.

Era exactamente el tipo de silencio que (T/N) había querido cuando inició toda esta misión con la comitiva. Pero ahora que lo tenía, se dio cuenta que solo empeoraba la situación de incertidumbre y miedo colgando sobre sus cabezas.

Cuando divisaron la estación de aduanas en la frontera a lo lejos, a la (nacionalidad) no se le escapó cómo buena parte del grupo suspiró de alivio.

Se callaron de inmediato, sin embargo, porque a recibirlos salieron un par de escuadrones de soldados listos para no dejarles continuar.

Arthur prosiguió a buscar algo entre sus bolsillos, para luego adelantarse hacia los soldados.

Les enseñó algo, se cuadró, y uno de los soldados se cuadró de vuelta.

—Supongo que de algo sirve que sea policía. —Ivan musitó.

Los soldados bajaron sus armas, pero permanecieron de pie en formación. El grupo se acercó con cuidado y se detuvieron frente a la barrera humana para tratar de dialogar.

—Órdenes de arriba, no pueden pasar. —negó uno de los hombres.

—Perfecto, no queremos pasar. —dijo simplemente la (nacionalidad).— Queremos que vengan ustedes. Necesitamos ayuda.

Los soldados se miraron entre ellos, claramente no habiendo esperado eso. Uno se separó de la formación y corrió hacia aduanas, probablemente para traer a alguien un rango encima de ellos.

Menos de un minuto después, el mismo soldado de antes regresó con otro hombre, este con una estrellita en las hombreras.

—Tenemos órdenes de permanecer apostados aquí y contener las abominaciones. —informó el nuevo hombre.

—Eso quiere decir que, detrás de ustedes, ¿todavía no hay infectados? —Cosette preguntó, cruzándose de brazos.

—Nos aseguramos de eso todos los días. —afirmó uno de los hombres.— En cuanto vemos una de esas cosas acercarse, le disparamos sin piedad.

Bueno, pensó (T/N), eso explicaba el mar de infectados entre el que habían tenido que caminar un par de minutos atrás.

—¿Entonces la idea de sus generales fue atraparnos aquí dentro y esperar a que pasara lo mejor? —inquirió Toris, comenzando a enojarse.

—Intentamos investigar. —el soldado de mayor rango frunció el entrecejo.— Lo primero que se hizo en cuanto se recibieron las noticias de lo que podía estar pasando fue intentar contactar con sus fuerzas armadas.

—Pero no hay conexión, y todos los canales cayeron con esa maldita torre. —espetó Alfred, irritado, comprendiendo esa parte.

—Exacto. Esperamos por algún tipo de reporte por un par de días. —el soldado continuó.— Nada llegó. Así que se despacharon escuadrones de investigación en todas las aduanas fronterizas.

—Déjame adivinar. —murmuró Cheng.— No volvió ninguno.

—Ni un solo hombre. —asintió el soldado, frustrado.— Estaban perfectamente equipados para lidiar con amenazas mayores, y sin embargo no volvió ni uno. —una pausa.— Se enviaron dos tandas más de escuadrones, con el mismo resultado.

—Y simplemente dejaron de intentar. —dedujo Romeo.

—Hubiera sido estúpido seguir enviando a nuestros soldados a una aparente muerte segura. —refunfuñó el soldado.

—Bien, pero ahora estamos aquí nosotros: llevamos luchando contra esas cosas por más tiempo del que ustedes llevan apostados aquí, y sabemos cómo pelear de vuelta. —sentenció la (nacionalidad).— Y vinimos a pedir; no, a demandar su apoyo para seguir resistiendo.

Hubo silencio por un momento.

—¿Qué es lo que saben de esas... cosas? —preguntó con cuidado el sujeto.

El grupo intercambió miradas, y Sadik, (T/N), y Vash explicaron a su mejor habilidad lo que habían descubierto y cómo.

No era mucho, pero para los soldados atrincherados en aduanas, era todo información nueva.

—Y, ¿qué es lo que quieren? —preguntó, manteniendo su seriedad.

—Que nos envíen provisiones a la capital mediante helicópteros o aviones. —declaró la (nacionalidad).

—No tenemos permitido sobrevolar equipo militar por encima de su territorio, y las rutas comerciales sobre la zona se han re-configurado por precaución. —explicó el soldado.

—Entonces te pido que te metas esas reglas por el culo y nos envíes helicópteros con recursos para que podamos seguir sobreviviendo y luchando contra este desastre que ustedes claramente no pueden contener. —espetó (T/N).

—Señorita, carezco de la autoridad para meterle las reglas a nadie. —el soldado siseó.

—Entonces tráeme a alguien que sí la tenga y se las meto yo personalmente. —insistió ella.

El soldado continuó desafiándola con la mirada, como si su presencia a solas fuera a intimidarla y hacerla retroceder, pero (T/N) había visto cosas peores y un payaso en uniforme era el menor de sus problemas.

Eventualmente, el soldado soltó un suspiro de rendición y se giró hacia uno de los hombres.

—Contacte al señorón, dígale que es urgente. —ordenó.

El hombre aludido se cuadró y corrió de vuelta a la aduana.

—¿Algo más? —el soldado de la estrellita regresó su atención al grupo.— Mi General llegará mañana temprano.

—Déjanos acampar aquí. —pidió (T/N).

Al soldado se le escapó una risa seca, cansada y sin gracia, y se dio media vuelta para regresar a lo que sea que había estado haciendo antes que lo llamaran afuera.

—Hagan lo que quieran.


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cap apenitas más corto porque ahora hay clases virtuales oh dios

cuídense, nos vemos luego 👀

-Gray

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