Capítulo 32 - La Comuna


Al día siguiente, abandonaron la carretera para cruzar campo-traviesa por las praderas sobre crecidas. De ese modo, cortaban camino de manera eficiente y les permitiría investigar una pequeña comunidad granjera que se encontraba en medio de los campos y a la cual era difícil acceder incluso usando el camino de tierra que existía al sur.

El problema era que, como estaba tan aislada de la sociedad en general, era probable que si no estaba vacía o llena de unos cuantos infectados ambulantes...
Pues otra gente había tomado el lugar.
(T/N) solo esperaba que fueran gente pacífica.

Pasaron un par de horas caminando entre los cultivos desatendidos hasta que encontraron una porción que parecía haber sido cosechada hace poco.

Eso, en sí, no era nada malo.

No, el problema fue cuando encontraron rastros de... cosas, a lo largo de las plantaciones. Trozos de tela, sangre, dientes humanos; una variedad de objetos que no pertenecían a infectados y que no tenían ninguna razón para estar en medio de un cultivo de maíz.

—Esto no me gusta... —murmuró Toris mientras examinaban un gorro de paja con algunos cabellos arrancados dentro.

Nadie le respondió, pero el silencio fue suficiente concordancia para todos.

Continuaron avanzando hasta divisar la comunidad a lo lejos, un grupo de casas de madera y piedra rústicas algo abandonadas...
... rodeadas de una barricada de rejas y sacos.

De acuerdo. (T/N) intentó no pensar en lo peor de inmediato. Tal vez los residentes se habían aglomerado dentro por protección, y todos los objetos que habían encontrado tirados a lo largo y ancho de la pradera habían sido resultados de sus peleas contra los infectados.

Excepto que habían encontrado cadáveres de infectados en la periferia de los cultivos, pero ninguno dentro.

Ninguno cerca del resto de objetos.

Se acercaron lo más que pudieron a la comunidad, escondiéndose tras unos arbustos para analizar la situación.
Un grupo de ellos debería acercarse para evaluar el estado de los residentes de la comunidad, y preguntar si tal vez tendrían un par de provisiones que regalarles. Por supuesto, ir todos era una terrible idea considerando que la probabilidad de que los residentes no fueran gente pacífica era alta.

—De acuerdo, ¿quiénes vienen conmigo? —se giró a ver a los demás, quienes parecían haber llegado a la misma conclusión que ella.

—No, tú no vas a ir. —Sadik negó, tranquilo.

(T/N) tuvo que pausar sus pensamientos para regalarle una mirada de incredulidad.

—¿Por qué? —cuestionó, extrañada.

—En caso no sean residentes pacíficos, creo que arriesgamos menos si solo vamos hombres. —explicó con calma él.— Digo, podrían decidir atacarnos solo para quedarse con ustedes.

Por más que detestaba admitirlo, Sadik tenía razón. Dios sabe qué cosas querrían hacerles a las chicas si descubrían que estaban ahí. Si iban solo hombres, era más probable que solo los botaran sin perseguirlos.
Era igual de terrible asumir que todos los desgraciados eran igual de degenerados, pero todos los ejemplos previos incluso antes de que el mundo se viniera abajo no dejaban la mejor impresión posible.
Y no podían arriesgarse a una apuesta tan peligrosa.

—...Bien. —aceptó ella.— Tengan cuidado.

Sadik asintió, y con él se levantaron Arthur, Vash, Alfred e Ivan.

Mientras los observaban alejarse con dirección a la aparente entrada a la comunidad barricada, (T/N) hacía y deshacía puños sus manos, intranquila.

Todo lo que tenían que hacer era verificar si eran pacíficos o no, y de serlo, explicar su situación y pedir ayuda en forma de recursos.
Nada más. No había mucho que pudieran arruinar. No había muchos pasos en los que cometer errores.

...

Un momento, ¿por qué estaba asumiendo que iban a cagarla?

—Basta. —susurró imperativa Cosette a su lado, poniendo una mano sobre la suya.— Puede que no confíes en ellos, pero necesitas tranquilizarte.

(T/N) parpadeó.

—¿Qué? —se giró a ver a la de lentes, confundida.

—No confías en ellos. —repitió Cosette, como si fuera un hecho.— Entiendo. Pero, como ya dije, tienes que calmarte. Son adultos, deberían saber lo que hacen.

—Yo no- —la (nacionalidad) frunció el entrecejo, dejando sus palabras colgando en el aire mientras recolectaba sus pensamientos.

¿No confiaba en ellos? ¿Eso era lo que parecía? Si ese fuera el caso, ¿por qué, entonces, habían decidido ellos seguirla en esta misión?
¿Realmente era eso lo que los demás pensaban?

"Pero sí vamos a necesitar que confíes en nosotros para que esto funcione."

Ah.

No confiaba en ellos.
No de esa forma, al menos.

Por eso no había querido una comitiva.
Una comitiva implicaba más gente, lo cual implicaba más variables susceptibles a cambios, lo cual ponía en riesgo toda la operación. Si fuera solo ella, solo existía la necesidad de velar por su propio trasero, y solo debía poner en marcha su propio plan sin tener que explicar nada a nadie o tener que depender en si lo harían bien o no.
Sola, era mucho más sencillo.

Pero entonces...

¿Por qué le había tendido la mano a Arthur cuando escaparon de la estación de policías?

Sola no encontraría la extraña felicidad de escucharles hablar sobre lo que querían hacer cuando todo se acabe. Sola no podría ver a los hermanos discutir, o comer la comida de Mei.

¿Cuándo había decidido que sólo podía asegurarse que las cosas salieran bien si las hacía ella?

¿Cuando comenzó a trabajar en el antídoto, y evitó decir una palabra al respecto a nadie hasta que fue absolutamente necesario? Pero, ¿eso no había sido por miedo a poner en peligro al resort por la prueba final?

¿Lo había sido?
¿O había sido una excusa para-?

El sonido de un disparo la sacó de sus pensamientos, y alertó a todos los que seguían escondidos tras los arbustos.

—¿Qué mierda? —Lovino murmuró, consternado, y Feliciano a su lado le metió una palmada en el brazo. Ni se inmutó.

—Esa no fue el arma de Vash. —Elise comentó, alarmada.

—No. —(T/N) concordó, memorias regresando a su consciencia.— Fue la pistola de Arthur.

Guardaron silencio y prestaron atención a sus alrededores.

Era distante, y apenas se escuchaba, pero lograron distinguir los sonidos de una pelea.

—Maldita sea. —masculló la (nacionalidad), levantándose.— Vamos a salvar sus traseros, ya no creo que importe quiénes vamos.

Incapaces de formular alguna razón para estar en desacuerdo con ella, el resto del grupo asintió y se asió de sus armas, dejando el escondite tras sus pasos apresurados en dirección a la entrada.

Parte de (T/N) insistía en que nada de eso hubiera pasado si ella hubiera estado en el grupo que fue a la comunidad, pero inmediatamente destruyó esa idea. Era más que probable que el grupo dentro fuera violento, si las cosas habían terminado así, de modo que hubiera sucedido sin importar quién hubiera ido.
No era culpa de los que fueron.
O, al menos, ella esperaba que no lo fuera.

En camino hacia la entrada, todos aquellos que no cargaban con algo con lo que defenderse levantaron la variedad de implementos que se encontraban tirados en el piso en diversos estados de descuido. Toris encontró una azada, astillada cerca a la punta de metal pero fuera de eso en buenas condiciones. Feliciano, sorprendiendo a todos los que tenían un par de neuronas libres para prestarle atención, se hizo de una hoz de trigo sacada de quién sabe qué convención gótica. Cosette y Mei, por otro lado, levantaron lo que en algún momento debieron ser palas, pero una tenía el palo a la mitad (solo poseía el mando) y la otra tenía la parte de metal carcomida por el óxido.

Relativamente mejor armados que antes, el grupo se apresuró a la reja de madera abierta de par en par e ingresaron con (T/N), Lovino, Matthías y Vladimir a la cabeza.

Apenas hubo un segundo para examinar la escena que encontraron, pero (T/N) no podría negar que se sintió como si estuviera en cámara lenta.

La comunidad se había convertido en una prisión.

La mitad de las casas visibles desde la entrada se habían re-ambientado para servir de almacenes de comida o fundidoras de metal. La tierra dentro estaba seca, los caminos que en algún momento debieron ser empedrados habían sido desarmados para poder utilizar las rocas en otra cosa. Cualquier planta o arbusto que antes hubiera adornado las calles de la pequeña comuna era ahora otra pila de hojas secas y muertas en el piso y otro grupo de palos para la fogata. (T/N) no estaba muy segura de si quería saber qué eran las manchas marrones oscuras de algún líquido secado que embarraba el piso, pero no pudo evitar preguntarse. El aire que les asaltó estaba lleno de polvo y olía al humo y las ascuas de una fogata con plástico sobre la arena.

El aspecto de la aldea, por supuesto, fue lo de menos.

No, el problema fue que (T/N) comprendió de inmediato lo que había sucedido. Un grupo de gente indeseada se había asentado en la comunidad y esclavizado a los antiguos residentes para trabajar las tierras alrededor y mantener el lugar activo para sobrevivir.

Era una dictadura.

Y cuando el pequeño grupo de investigación que ellos habían mandado tocó sus puertas y, probablemente, frunció el entrecejo ante la escena, los indeseados habían decidido ahorrarse los problemas y capturarlos para añadir unos cuantos más a su séquito de trabajadores.

Claro, considerando que habían escuchado un disparo, era poco probable que el grupo hubiera querido rendirse sin una pelea.

Y eso fue exactamente lo que encontraron.

—¡VASH!

(T/N) no tuvo tiempo de querer gritarle de vuelta a Elise que se calle, toda su concentración preocupada en las miradas de los indeseados cayendo sobre el grupo que acababa de ingresar a la comuna.

Vash estaba inconsciente, siendo cargado como saco de papas en los brazos de uno de los sujetos hacia quién sabe dónde mientras los demás contenían a los otros cuatro. Arthur, espada en mano y pistola en alto, estaba de pie entre uno de los tipos y un grupo de dos niñas y un niño, todos escondidos tras él mientras el sujeto intentaba recuperarse del hueco que ahora tenía en un muslo. Alfred, Ivan y Sadik, por otro lado, estaban tratando de abrirse paso entre los tipos para alcanzar al que se llevaba a Vash.

Y un grupo de unos treinta tipos se habían girado para encarar a los recién llegados.

—¡Suéltenlo! —Elise gritó, rodillo de pan en mano y lista para cachetear a Dios.— ¡SUÉLTENLO!

—¡Escóndanse! —(T/N) escuchó a Arthur ordenar a los niños, quienes asintieron aterrados y corrieron lejos del desmadre.

Con un movimiento limpio, el policía apuntó hacia el rubio inconsciente. Previendo que le dispararía al que se lo estaba llevando, sin embargo, uno de los sujetos le aventó una llave inglesa.

Lovino la interceptó a las justas con su remo, y fue como si los cables de contención se rompieran.

La bala atravesó el patio sin interrupciones hasta impactar con la nuca del indeseado, tirándolo inmóvil a un lado y cayendo con él-

—¡¡VASH!! —chilló Elise, saliendo impulsada como por un resorte en dirección a su hermano inconsciente sobre la tierra.

(T/N) se asió a su palo de contención, y la picó tras ella.

En menos de un minuto, el patio se vio sumergido en una pelea entre los sujetos controlando la comuna, y la comitiva de la ciudad. Todos los residentes originales de la comuna evacuaron las chozas de fundición y los almacenes, abriéndose paso entre los palazos y la tierra en busca de un refugio del desastre. (T/N) corrió tras Elise, repartiendo golpes a diestro y siniestro a todos aquellos sujetos que la otra esquivara o golpeara en su arrebato a ciegas por llegar a Vash. Podía escuchar a su alrededor el impacto de madera contra madera, los gritos de la gente inocente que intentaba salir del conflicto, los insultos repartidos por los indeseados (y Lovino), y las indicaciones o alertas de aquellos miembros de la comitiva. Podía escuchar, también, algunos sonidos particulares: el metal contra metal de la espada de Arthur contra lo que fuera que intentaran poner en su camino, el ruido particular de la tubería de Ivan golpeando huesos no muy lejos de ella y, de igual forma, la lampa y las palas de Sadik, Cosette y Mei. Podía escuchar los pasos sobre la tierra y el sonido de alguien cayéndose, acompañado de sus gruñidos de dolor. Podía escuchar el ocasional disparo de Arthur, y los escasos pero presentes gritos de agonía de los sujetos.

Podía escuchar, pero no podía ver nada de eso.

Lo único que podía ver era a Elise, corriendo en sus balerinas llenas de tierra y su suéter ese que tenía un gato bordado al frente. Su moño casi desarmado y sus cortos cabellos rubios pegándosele a la frente del sudor o atorados en sus labios por el esfuerzo. Mientras la batalla sucedía a su alrededor, (T/N) solo tenía la capacidad mental para deshacerse de los tipos que Elise dejaba medio caídos en su camino. Un rodillazo (el de madera) a la frente, una nariz destrozada, un par de dientes en el piso, las gotas de sangre que se esforzaba en esquivar; todos desorientados pero listos para atraparla de los pelos y arrancarle la cabeza de los hombros y colgarla de la reja de la entrada. Así que (T/N) corría tras ella y disponía de ellos con un palazo a la nuca, a los ojos, al cuello, a la cabeza. Uno, dos, hasta que no respiraban, hasta que se caían a la tierra y no se levantaban, hasta que se atragantaban con la arteria que fuera que les reventaba; hasta que ya no irían tras Elise o Vash o alguno de los demás.

Esto no era como pelear contra los infectados. Habían muchas menos ganas de vomitar involucradas, y muchos menos ojos y fluídos corporales que evadir; pero (T/N) se... consternaba, de confirmar que prefería eso mil veces a lo que estaba haciendo en el momento. Prefería que un palazo o dos fueran suficientes para partir un cráneo y tener confirmación que la criatura no se levantaría del suelo nunca más. Prefería saber que, si alguno atrapaba a uno de sus compañeros, tenían una inyección que acabaría con sus problemas si llegaban lo suficientemente rápido a su rescate. Prefería saber que, si alguno le daba a uno de sus compañeros, sería un arañazo de uñas descuidadas y carcomidas, o una mordida de dientes podridos y partidos.

La idea de pelear contra otras personas sanas nunca le había resultado invitante. Sí, lo había hecho antes, cuando rescató a Mei y a Cheng; pero más que una pelea, eso había sido un asalto. No había estado rodeada de aliados y tres veces la cantidad de enemigos. No había tenido que mirar sobre su hombro y a su alrededor constantemente para asegurarse que nadie se le acercaba por un punto ciego. No, pelear contra una manada de humanos era, probablemente, la peor pelea en la que uno podía meterse. Eran rápidos, ágiles, resistentes; tal vez no tenían garras y colmillos como los tigres, pero tenían armas hasta diez veces peores. Tal vez no tenían la gracia de las gacelas o la velocidad de los cheetahs, pero eran una especie diseñada para resistir. No bastaban un par de palazos a la cabeza. No bastaban cuatro golpes a los pulmones. No bastaba meterle un extremo del palo de contención por las cuencas de los ojos. No bastaba con incapacitarlos. Podías tirarlos al suelo, podías partirles las piernas, podías asfixiarlos; pero no dejarían de resistir hasta que sus corazones dejaran de bombear sangre a sus cuerpos y se quedaran inmóviles en la tierra.

(T/N) bateaba a donde le alcanzara el palo. Sea los ojos, la nariz, las piernas, los torsos; toda masa corporal a su alcance, (T/N) golpeaba. Y dejaba una horda de personas tiradas en la tierra, sufriendo, pero no era suficiente. Porque sabía que, tarde o temprano, se volverían a levantar como condenadas cucarachas. Tarde o temprano, encontrarían sus armas y maldecirían venganza a su nombre y correrían tras ella aunque la vida se les fuera en ello.

Pero no tenían tarde o temprano. Vash estaba tirado a metros de ellas y Elise era un huracán en medio de la batalla y (T/N) tenía que asegurarse que nada le pasara a ninguno de los dos. Un sujeto le estaba aventando una cubeta con Dios sabe qué cosa a la rubia frente a ella, y (T/N) se estaba lanzando para interceptarla. Y llegó, pero el líquido se regó por todo el piso y ahora ella estaba abierta a cualquier ataque. Y Vash seguía inconsciente, y Elise no sabía lo que pasaba tras ella, y (T/N) no podía retraer su brazo lo suficientemente rápido como para interceptar un palo en curso de colisión con su estómago-

Pero Lovino tenía un remo, maldita sea, y era lo suficientemente largo para interceptar el palo por ella. Y (T/N) miró a su alrededor y descubrió el resto de la batalla; a los quince cuerpos de los sujetos tirados en el piso y los otros cuarenta en pie que seguían llegando de otros lados de la comuna y el cuchillo ensangrentado de Romeo en el pecho de alguien mientras su dueño se lanzaba bajo el arco de un lampazo intentando recuperarlo. Feliciano y Toris, tumbando un grupo de cajas para cerrar el paso a los refuerzos que no dejaban de llegar; Cosette y Mei desatando unos troncos de leña acomodados con cuidado para dejar que rueden hacia los diez tipos siguiéndolas. Y Alfred gritándole a Arthur que se moviera porque le caía un tronco encima, y el policía ignorándolo y blandiendo su espada para salpicar sangre a los ojos de un tipo mientras él mismo se giraba alarmado a ver otra cubeta siendo tirada dentro de la pelea que olía a-

Olía a-

—¡Combustible! —gritó Sadik-

Y (T/N) reconoció el olor a su alrededor y miró el líquido que se había derramado de la cubeta que acababa de batear, y miró a su alrededor en busca de algo, algo-

Y miró al tipo que estaba lanzando las cubetas, de pie al lado de uno con una antorcha en la mano-

Y corrió.

—¡ELISE! —gritó Matthías, pero (T/N) estaba distraída.

Y Feliciano saltó desde una de las cajas, hoz en mano directo a la nuca del indeseado a punto de atravesar a la rubia con una pica. Pero resbaló con la tierra enlodada de combustible, y su suéter blanco pronto fue marrón y sus hermanos estaban gritando alarmados y Cheng lo levantaba del piso de un tirón mientras Sadik hacía lo mismo con Elise-

Pero (T/N) sólo podía pensar en la antorcha en la mano del tipo a un par de metros de ella. Sólo podía pensar en todo el combustible a sus pies, en todas las cajas y troncos de madera a su alrededor, en todas sus ropas inflamables-

Y podía verlo.

Podía ver la comuna envuelta en una hoguera, todas las casas quemándose y dejando sin hogar a los pocos que trataban de vivir ahí. Podía ver el piso carbonizado, derritiendo las suelas de sus zapatos y de los de la comitiva. Podía ver a Feliciano cubierto en llamas como ahora está de lodo, y podía ver a sus hermanos gritando como gritan ahora. Y algunos escaparían, y tal vez se salvarían; pero estarían cubiertos en quemaduras y faltos de extremidades y piel y tal vez no podrían cargar a Vash con ellos, y tal vez Elise nunca les perdonaría, y tal vez Mei perdería las piernas por pegarse su falda larga quemada a su piel y (T/N)-

(T/N) tenía miedo.

(T/N) estaba aterrada.

Y no podía pensar en otra cosa más allá de monosílabos alarmados e imágenes innecesarias mientras sacaba su pistola de su estuche y le disparaba al que estaba lanzando las cubetas. En la cara, el el pecho, en la pierna, y cuando estuvo tirado en el piso, en el pecho de nuevo, por si acaso. Pero no tuvo tiempo para verificar que no se levantaría, porque el que tenía la antorcha estaba intentando atacarla con el palo en fuego, y su propio bastón de contención había llegado a su torso antes de que se diera cuenta. Sus botas se resbalaban por el lodo, pero (T/N) era más rápida que su peso al caer. Esquivaba la antorcha y le metía un rodillazo al tipo, atrapando su brazo armado con ambos suyos para quitarle el maldito palo y apagarlo.

Pero no había dónde.

Y como buena idiota en pánico, miró a su alrededor hasta encontrar una alternativa. Se apresuró hacia un área del patio a un par de metros de ella, que no estaba mojada, y hundió las llamas en la arena.

Pero alguien hundió su arma en su nuca.

Y todo dolió al mismo tiempo.

Y entonces sólo vio negro.


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heheheheh

les veré pronto 👀 <3

- Gray

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