Capítulo 3 - A Solas
Permanecieron en silencio en la pequeña cueva de hojas en el bosque, cada uno retirado a sus pensamientos, mientras los niños jugaban en silencio con las ramitas de la tierra.
¿A dónde podían ir?
Necesitaban un lugar seguro en el que poder refugiarse a rezar porque todo acabase eventualmente. ¿Y si eso nunca sucedía? ¿Y si los infectados tenían un tiempo de vida demasiado largo?
¿Qué harían?
No sabían. Pero algo tenían claro: no podían quedarse en un lugar no-seguro por mucho tiempo. No sabían cuáles eran las habilidades y debilidades de los infectados. ¿Y si podían rastrear su olor? No lo sabían.
La incertidumbre era su mayor problema.
De modo que a eso de las once de la mañana se levantaron de sus lugares y decidieron seguir avanzando por el bosque para ver qué encontraban.
Necesitaban comida, después de todo, ya que las provisiones con las que habían cargado no serían suficientes en poco tiempo.
Caminaron en tropel por la naturaleza, cada niño agarrando la mano de uno de los jóvenes con fuerza y con miedo.
A (T/N) no le gustaba.
No le gustaba saber que esos tres pequeños -y quién sabe cuántos más- habían tenido que presenciar la muerte de tanta gente, la caída de la humanidad y de su pequeño mundo.
¿Qué sería de ellos si los mayores morían?
En esas estaba para cuando disparos resonaron por el bosque, sacándola de sus pensamientos.
Wendy se aferró a su pierna tras soltar un pequeño y callado grito.
Se quedaron de pie, alertas, esperando ver qué estaba pasando. Suponían que otro grupo de sobrevivientes estaba siendo atacado por infectados, pero no sabían qué tan lejos estaba.
Además, los disparos habían sonado bastante cerca.
Nadie se lo esperaba, por supuesto, porque cuando cinco monstruosidades salieron corriendo en dirección a ellos de los arbustos del lado ninguno supo cómo reaccionar. Ninguno se alistó para pelear, los tres cargaron cada uno a un infante y corrieron por sus vidas en la dirección contraria a los infectados.
(T/N) había cargado a la niña, quien ahora se aferraba a la casaca que llevaba puesta mientras lloraba del terror. Y no era la única, pues la joven también tenía ganas de llorar.
Pero corrió por su vida.
Corrieron como si no hubiera un mañana, con los infectados pisandoles los talones, por cerca de diez minutos. La joven sentía que se desmayaría del cansancio en cualquier momento, pero la adrenalina y la idea de que ella y la niña terminarían como una abominación si no continuaba la mantuvo avanzando.
Aunque sus pies la estaban matando.
En algún punto tuvieron que dividirse por un río. El castaño y la joven saltaron sobre unas rocas y continuaron de ese lado, mientras que el policía fue lo suficientemente rápido como para rodear un gran árbol y avanzar por el lado en el que estaban desde un inicio. Aún podían verse entre ellos en orillas distintas, pero tuvieron otro infortunio.
La tierra colapsó bajo Vladimir.
(T/N) miró aterrada a su lado al castaño que caía por una porción de tierra que se había soltado, resbalándose cuesta abajo a quién sabe dónde mientras los gritos de Aurel se iban alejando cada vez más.
No tuvo demasiado tiempo para preocuparse, sin embargo, ya que el lugar donde ella pisó también cedió bajo sus pies y la dejó rodando colina abajo.
Pudo sentir cómo chocaba con una gran cantidad de troncos y piedras, rodando principalmente sobre pasto. Se chocó con un árbol en algún momento y Wendy se soltó de su agarre.
Pero ahí no acabó la cosa, ya que el árbol no la detuvo y continuó resbalándose colina abajo.
Una vez dejó de rodar y se quedó tirada boca abajo sobre el pasto, se secó las lágrimas del susto y se levantó aparatosamente.
Wendy no estaba cerca de ella.
Miró a su alrededor en pánico, buscando por la niña bajo arbustos y tras los árboles, pero no fue capaz de encontrarla. Tenía demasiado miedo como para gritar su nombre, puesto que los infectados podrían escucharla.
Se sentía terrible.
Le dolía todo. Sus pies le ardían por haber corrido tanto con zapatos que no son para correr. Sus talones estaban raspados y tenía moretones en todos lados. En realidad estaba sorprendida de lo limpia que seguía, pues casi no tenía tierra sobre ella.
Cayó sobre sus rodillas y se sentó ahí, aferrándose a la casaca que no era suya y sollozando en silencio. No quería que nada le pasara a Wendy, y tenía miedo. Estaba completamente sola en un bosque oscuro donde en cualquier momento le saltaba una abominación en la cara.
Tampoco tenía mucha comida que digamos.
Intentó calmarse y abrió su mochila-manta, sacando de ella el palo de fierro que se había llevado de la comisaría. Era de esos palos que llevan los policías y que usan para cuando hay conmociones. Con dos de sus ligas de cabello logró crear una banda alrededor del palo para que permaneciera colgando de su muñeca aunque no lo estuviera sosteniendo.
Volvió a colgarse su mochila-manta y se aferró con fuerza al palo, atenta a lo que pudiera pasar a su alrededor. Tenía una pistola con ella, pero había llegado a una conclusión durante la noche: las pistolas y las armas de fuego tienen una utilidad que se limita al número de municiones que tengas. Además, causan demasiado ruido.
Por lo que el mejor tipo de defensa que tenía eran ambas cuchillas en sus estuches en sus muslos y el palo. Pero como el palo era más largo, y además no sabía si la sangre de las abominaciones la infectaría también, optó por el que tenía en su mano.
La pistola sería para casos de extrema emergencia.
Se puso en pie de nuevo, secando sus lágrimas con las mangas de la casaca e inspirando profundamente: no llegaría a ningún lado si se quedaba llorando sobre el pasto, debía ser valiente y fuerte. Debía serlo, porque en alguna parte del bosque había una pequeña niña sola a la que debía encontrar.
Avanzó con cuidado a través de los arbustos y árboles, sus manos temblando mientras sostenía el palo como si fuera una espada. Pasaron cerca de diez minutos antes de que la joven volviera a escuchar otro sonido que no fueran sus pasos.
Sino los de alguien más.
Se quedó helada en su sitio, apuntando el palo en dirección al sonido, y esperó. No pasó mucho tiempo antes de que una persona apareciera entre las plantas y también se quedara helada en su sitio.
Era un joven de unos treinta años, no estaba infectado, y parecía haber estado corriendo hace horas. Una de sus manos aferraba con fuerza lo que en algún momento debió haber sido un rodillo de cocina, pero que ahora estaba maltratado y partido toscamente a la mitad. Eso llevó a la joven a asumir que era uno de los campistas que habían huído antes de que ellos llegaran a pasar la noche.
Al verla, se le salieron las lágrimas y cayó sobre sus rodillas al piso.
-Señor, ¿se encuentra bien? -preguntó ella, acercándose a su lado con nerviosismo. ¿Qué diablos le había pasado?
-Lo siento... l-lo siento mucho... -sollozó el joven, soltando lo que quedaba del rodillo y apoyando sus manos en el pasto, respirando con dificultad.
-No lo sienta, señor... Dígame, ¿qué pasó? -ella intentó entablar conversación, arrodillándose frente a él.
-¡Todo! -la miró con lágrimas en los ojos. La joven tuvo que admitir que sus ojos turquesas eran simplemente hermosos.- Lo siento, es que... v-voy a morir pronto... Tengo que decírselo a alguien antes de que me vaya, perdóname... -lloró.
Ella guardó silencio, confundida. Lo observó mejor, y cuando el cuello de su gabardina negra se movió un poco pudo ver una terrible herida en su nuca.
¿Estaba infectado? Pero entonces... ¿por qué aún no se había tornado pálido, si la transformación es prácticamente inmediata?
-Señor...
-Lo siento, tengo que decirlo. He estado huyendo de esas cosas a solas... buscando a alguien a quien contárselo antes de que me muera.-se secó las lágrimas con sus mangas y tragó, mirando al piso apenado. ¿Así que no había estado con el grupo de campistas?- Es acerca de lo que está pasando, con toda la gente infectada... Yo... -hizo una pausa.- Verás... agh, ¡es mi culpa! ¡Todo empezó cuando un grupo de científicos intentábamos descubrir una forma de hacer que los órganos se regeneraran para poder salvar miles de personas de múltiples enfermedades! -se atropelló en sus palabras, las lágrimas bajando por sus mejillas.- Probamos en algunos de nosotros, incluido yo, pero ninguno dio resultado...
Hubo silencio por un momento. (T/N) comenzaba a comprender lo que el hombre le estaba queriendo decir, y no le agradaba en lo más mínimo.
-Dos de los que recibieron la inyección tuvieron el infortunio de desarrollar la medicina al revés... o s-sea, el virus degeneraba todo su cuerpo en instantes. Ellos dos fueron los primeros infectados, y de ahí se extendió sin control. No podíamos matarlos, y todo lo que hacían era morder a la gente. -hizo otra pausa y la miró, exhasperado.- A mí ya me han mordido, pero está teniendo un efecto mucho más lento debido a que yo recibí una de las vacunas originales. No me convertirá en un infectado, pero si me matará. Y pronto...
-Señor.... -comenzó a decir ella, pero se detuvo. El corazón se le partía ante la desesperación que tenía en frente, pero no estaba muy segura de cómo sentirse al respecto. Este hombre era el responsable de lo que había pasado, en parte.- Pero... ¡Pero aún puede hacer algo bueno! -se le ocurrió de pronto, logrando que el sujeto la mirara sorprendido.- Si pudiera decirme todo lo que sabe acerca de los infectados...
-S-Su único objetivo es infectar a la gente. -explicó apenado y con prisa, dispuesto al parecer a tratar de remendar en todo lo posible su gran error.- Se vuelven como criaturas distintas a los humanos. No pueden reproducirse como nosotros, por lo que la única manera que tienen de hacer que su "especie" perdure es mordiendo a los demás. -tragó saliva.- Por suerte no viven más de un mes. Llegarán a los dos meses a lo mucho, su cuerpo se pudrirá tanto que eventualmente morirán. Por eso están tan desesperados por esparcir el virus. Todos morirán con el tiempo, pero... -miró al piso.- Ojalá quedemos humanos para cuando eso suceda...
-¿Algo más? -apremió ella, viendo cómo la energía del joven se acababa.
-No parecen ser capaces de tocar agua. No les hace daño, pero... no lo sé, crucé el río y tuvieron que rodearlo. Tampoco parecen poder saltar sobre el agua. O sea, si ven un arroyo algo grande frente a ellos, no cruzarán...
-Muchas gracias, señor. -se apresuró a decir ella.
Él sonrió cansado y cayó a un lado sobre el pasto, su respiración deteniéndose casi al instante.
(T/N) hubiera querido enterrarlo para que los infectados no se lo comieran. Pero no tenía las fuerzas suficientes como para ponerse a cavar una fosa.
Todo lo que hizo fue tratar de no llorar y recapitular mentalmente todo lo que acababa de aprender.
Eran las mejores noticias que había tenido desde que su vida se había venido abajo.
Jaló al cadáver del joven bajo un arbusto, para que al menos no se quedara en pleno camino del bosque. Se dio la vuelta y se dispuso a irse, pero descubrió que algo había caído del bolsillo de la desgastada gabardina del tipo.
Un pequeño frasco.
Se arrodilló al lado del objeto y lo levantó con cuidado. Era un pequeño frasco, no más grande que su mano, con sello hermético en la tapa. Dentro había un líquido rojizo medio rosado transparente, y ocupaba hasta más de la mitad del recipiente.
Le dió vueltas al envase hasta que encontró una pequeña inscripción en la parte de abajo: "prueba final".
La joven se quedó helada.
En sus manos tenía el virus que había tornado a toda la gente en abominaciones.
No le cabía en la cabeza.
Sus manos temblaron y se aferró al frasco. ¿Qué se suponía que debía hacer con eso? No podía tirarlo a cualquier lado, corría el riesgo de esparcir aún más el virus.
Tampoco podía guardarlo para siempre. ¿Y si sobrevivían? ¿Y si la humanidad resurgía? Si ese frasco se destapaba, el caos se liberaría de nuevo y todos los esfuerzos habrían sido en vano.
Así que decidió guardarlo en su mochila-manta hasta que supiera qué hacer con eso.
Rebuscó entre las cosas del difunto por si había algo que le fuera útil y encontró una pequeña libreta. Al abrirla no encontró más que notas que en el momento no comprendió, ni tampoco se dio el tiempo de tratar de comprenderlas.
Lo guardó también en su equipaje y se puso en pie, asiéndose al palo.
Reanudó su marcha por el bosque, buscando a la pequeña infante. Podía notar que estaba entrando en una zona más oscura.
Pasó un buen rato, y no fue hasta mediodía que fue capaz de escuchar algo que no fueran sus pisadas sobre la hojarasca.
Un pequeño sollozo lejano.
Avanzó rápidamente entre las plantas, ignorando el dolor en sus talones que le provocaban sus inadecuados zapatos. Saltó un par de raíces y pudo oír un sonido de sorpresa y un repentino silencio en cuanto estuvo muy cerca del sollozo.
-¿Wendy? -preguntó ella en un susurro.- Wendy, ¿eres tú? ¡Soy yo, (T/N)!
-¿(T/N)...? -escuchó la voz de la pequeña.
Unas hojas se movieron a su costado y de un arbusto a apenas dos metros de ella salió gateando la niña. Tenía hojas en el cabello y raspones en las rodillas, pero además de eso parecía intacta.
Sus mejillas estaban sonrosadas de tanto llorar, y aún tenía un par de lágrimas dejando sus ojos.
-¡(T/N)! -exclamó en un susurro, llorando y lanzándose a los brazos de la joven.
Ella se arrodilló a su lado y la abrazó con fuerza, acariciando su cabello marrón con cuidado y sacándole las hojas en el proceso. Por un momento había pensado que no la encontraría, y no podía imaginarse el miedo que debía haber pasado la pequeña.
-Ya estoy aquí, Wendy, todo va a estar bien... -murmuró en su oído, tratando de calmarla.
Permaneció en esa posición por unos minutos, acariciando los cabellos y la espalda de la infante para calmar sus llantos.
Al menos la había encontrado a ella.
¿Cómo estarían los otros cuatro? Esperaba que no se hubieran separado.
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Huehuehue 7u7
Nos vemos el martes que sigue ^^7
Les loveo <3
-Gray
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